—¿Prefirió las drogas a ti y a Kelsey?
—Esa droga es letalmente adictiva. Una enfermedad peor que el cáncer. Y Barbie se la disolvía todas las mañanas en la primera taza de café del día sin que yo lo supiera.
Aquel último día, se había levantado especialmente pronto de la cama y la vi sacar una bolsa de plástico diminuta de la bolsa en la que guardaba el cuchillo eléctrico.
—¿Cuánto tiempo llevaba consumiéndolas?
—No me lo dijo, pero teniendo en cuenta las cantidades de dinero que después que vi habían desaparecido de nuestras cuentas de ahorro, yo diría que por lo menos seis meses, a un ritmo de dos mil dólares cada dos semanas.
—Por lo que tengo entendido, una de las razones por las que esa droga es tan popular es que es difícil reconocer a las personas que la consumen. Al parecer, aparte de una evidente pérdida de energía, se puede seguir llevando una vida completamente normal.
—Sí, y eso les da la sensación de tener un perfecto control sobre la droga, cuando en realidad es la droga la que los está controlando a ellos.
—Eso es lo que queremos todos, ¿verdad? —preguntó Meredith con expresión triste—, controlarlo todo.
Mark la miró y se descubrió incapaz de desviar la mirada. En medio de aquella terrible noche, había encontrado en ella la comprensión que necesitaba para que la velada se hiciera soportable; Meredith lo hacía consciente del sufrimiento y la tragedia, pero le hacía comprender también que merecía la pena continuar. Lo cual era ridículo, puesto que no había dicho una sola palabra al respecto.
—¿Tú qué quieres controlar? —le preguntó a la joven con curiosidad.
—A mí —contestó ella, mirándolo a los ojos—. Sólo a mí.
—¿Controlar lo que dices?
Meredith sacudió la cabeza.
—Controlar lo que siento.
Sus ojos estaban cargados de preocupación y Mark se descubrió a sí mismo contemplando sus labios, deseando verlos sonreír.
—Eso no es tan difícil como parece —la consoló Mark, alegrándose de tener al menos una respuesta para aquella mujer que parecía tenerlas todas—. Sólo tienes que utilizar la cabeza, tomarte algún tiempo para pensar en vez de reaccionar de forma inmediata. La lógica nunca puede conducirte a error.
Meredith sonrió entonces.
—Oh, Mark, en el fondo no te crees lo que estás diciendo, ¿verdad?
—Por supuesto que lo creo.
—La mente es algo maravilloso, pero también tenemos corazón. La mente es la conexión con el mundo que nos rodea, y el corazón la conexión con nuestra propia alma.
—Mi esposa escuchó a su corazón y mira adónde le llevó.
—Eso no es justo, Mark. Tu mujer utilizó la cabeza, todos tenemos que hacerlo. Pero ella se equivocó en sus decisiones.
—Lo único que sé es que Barbie era una persona muy sensible. De hecho, fue su sensibilidad la que me atrajo hacia ella. Yo crecí en una familia en la que no se exteriorizaban los sentimientos. Cuando conocí a Barbie, me atrapó su intensidad. Era como si por fin supiera lo que era estar vivo.
—Sí —dijo Meredith. Parecía que estaba asintiendo con todo su cuerpo—. Te trasladaste desde tu cabeza hasta tu corazón.
—Y quedé atrapado en un magma incontrolable que se devoraba a sí mismo para seguir con vida —sabía que no iba a convencerla, pero tenía que decirlo de todas formas—. Yo no confío en los sentimientos. En el caso de Barbie, controlaban toda su vida y, aunque al principio fue feliz, siempre sufrió mucho.
—Pero no tiene por qué ser así.
—Y en mi caso —Mark todavía no había terminado—, el amor me impidió ver cosas de las que debería haberme dado cuenta. Creí en ella, inventé excusas para justificarla. Barbie se estaba hundiendo emocionalmente ante mis ojos y lo único que pude hacer fue contemplar sin hacer nada el derrumbe de nuestras vidas.
—¿Crees que si la hubieras querido menos hubieras podido salvarla?
—Lo único que creo es que yo sólo tengo fe en la lógica, en lo que puedo ver, en aquello que tiene sentido.
—¿Basas toda tu confianza en la lógica?
—Exacto.
—Pero la confianza nace del corazón.
Mark la miró frustrado. Al, parecer, Meredith no estaba dispuesta a renunciar.
Pero tampoco él.
—Yo no sé escuchar a mi corazón.
—Claro que sabes, pero no eres consciente de ello.
Lo que seguramente era completamente comprensible para Meredith, pero a él le parecía absurdo.
—Escuchas tu corazón cada vez que haces cosas por Kelsey que no están estrictamente guiadas por la lógica.
Mark pensó un instante antes de contestar.
—Pues yo creo que tengo razones para todo lo que hago por ella.
—¿Y qué me dices de esos vaqueros con mariposas de abalorios que llevaba esta noche? Lo último que me había llegado era que las cuentas podían desaparecer en la lavadora.
Mark la miró fijamente.
—Pero después me enteré de que no era cierto.
—Aun así, esos vaqueros cuestan el doble que otros.
—Sé adónde quieres llegar —replicó Mark—. Sabes condenadamente bien que le compré esos pantalones a Kelsey para que se sintiera bien consigo misma.
—Y para que se sintiera bien contigo.
—Sí, supongo que en parte también por eso.
—Y eso tiene que ver con los sentimientos, Mark. Y es algo que llega desde el corazón.
—Aun así, fue una decisión consciente; sopesé las ventajas y los inconvenientes y al final decidí comprar unos pantalones más caros porque eso reportaba otras ganancias.
—Y ése es un buen ejemplo de cómo vivir plenamente —contestó Meredith, inclinándose hacia delante y hablando con renovadas energías—. Barbie dejó que los sentimientos dirigieran su vida. Tú prefieres dejarte guiar por la lógica. En una vida ideal, deberíamos utilizar ambas cosas.
Aquella mujer era una idealista, pura y simple.
—Entonces, ¿cómo explicas el hecho de que, a pesar de lo mucho que Barbie quería a Kelsey, ni siquiera intentara verla o conseguir la custodia parcial de la niña? Renunció a Kelsey. Yo le di todo lo que quería, su ropa, sus joyas y la mitad del dinero que teníamos en el banco. Y ella me dejó la casa, la niña y la mayor parte de los muebles.
—Probablemente sabía que por culpa de su adicción a las drogas nunca iba a conseguir la custodia de Kelsey.
—Nadie estaba al tanto de su adicción, ni siquiera los abogados. Yo le dije que si conseguía desengancharse, no me importaría que viera a Kelsey cuando quisiera. Quería ayudarla, y también quería ayudar a mi hija. Kelsey adoraba a Barbie. La necesitaba.
—Y también te necesita a ti, Mark —repuso Meredith, inclinándose hacia delante. Al hacerlo, se ahuecó el escote de su jersey y Mark desvió inmediatamente la mirada—. Y te necesita entero, no necesita sólo tu cabeza.
—Mi hija necesita que utilice la cabeza para tomar decisiones que pueden afectar a su vida —contestó Mark, sosteniéndole la mirada—. Gracias a ti, he conocido a una mujer maravillosa y me siento atraído hacia ella. La quiero. Y precisamente porque es todo lo contrario de Barbie, es perfecta para Kelsey y para mí. En las ocasiones en las que Barbie reaccionaría gritando y llorando, Susan reflexiona. De hecho, creo que nunca la he oído levantarla voz.
—Siento oírte decir eso —la mirada de Meredith se ensombreció.
—¿Qué?
—Susan tiene muy buenos pulmones. Y si no los está utilizando, es que no está tan viva como esperaba.
Aquella mujer era de lo más irritante.
—La vida no siempre entraña conflicto.
—Estoy de acuerdo, pero si no hay conflicto en absoluto, tampoco puede haber lo contrario, la pura alegría.
Le bastaba con pronunciar la palabra «alegría» para que se iluminara su rostro. Curvó los labios en una sonrisa, como si estuviera al tanto de un secreto muy especial. Y, maldita fuera, también él quería oírlo. Estaba cansado. Llevaba demasiado tiempo luchando solo. Era tarde. Su hija le había hablado en un tono que jamás habría creído posible, se había ido a la cama sin desearle buenas noches por primera vez en su vida.
Y, a pesar de que ordenaba a sus ojos que lo hicieran, éstos parecían incapaces de apartar la mirada de los labios de Meredith.
—Tengo que irme —Meredith se levantó y Mark la imitó—. ¿Sabes dónde he dejado mi bolsa?
Miró alrededor de la habitación y volvió a mirarlo a él, como si tampoco ella fuera capaz de hacer otra cosa.
—Creo que está en la cocina —le contestó—, la ha guardado Susan.
Acababa de mencionar a la mujer que amaba. A una mujer a la que ambos querían. Volvían a estar en un terreno seguro.
—Yo... —Meredith se aclaró la garganta—, tengo que irme.
Mark se apartó sin desviar los ojos de los de Meredith. Ésta dio un paso, y después otro.
—Bueno, buenas noches —medio susurró Meredith al pasar por delante de él—. Tengo el coche fuera.
—Gracias... por todo.
Meredith volvió la cabeza mientras daba otro paso. Todavía la estaba mirando.
—De nada. Siempre estaré disponible cuando me necesites —parpadeó para romper el contacto visual. Pero inmediatamente volvió a mirarlo a los ojos—, cuando me necesite Kelsey, quiero decir.
Mark ya sabía lo que quería decir. Asintió, y le tendió la mano para estrechar la suya; para mostrarle su gratitud de alguna manera.
Le rozó la muñeca con los dedos. Y el dolor nubló la mirada de Meredith.
—¿Qué ocurre? —Mark dio un paso hacia ella—. ¿Te he hecho daño? —apenas la había tocado.
Meredith negó con la cabeza. Los ojos le brillaban como si estuviera a punto de llorar.
—Yo...
Inclinó la cabeza, alzando la mirada hacia él. Parecía estar suplicándole que comprendiera lo que no podía decirle. Pero Mark no era capaz de comprender nada en aquel momento. Excepto que no quería hacerle daño. Nunca.
—Eres una mujer muy especial, ¿sabes?
La única respuesta de Meredith fue una sonrisa trémula.
—Lo siento.
—¿El qué? —preguntó Meredith con voz ronca.
Ni siquiera Mark lo sabía. El pasado. Sus diferencias, los problemas que estaba provocando su hija.
—Esto.
Se inclinó hacia delante y rozó sus labios. No fue un beso erótico. Y tampoco pretendía faltarle al respeto. Fue, simplemente, un beso.
La suavidad y la dulzura de los labios de Meredith lo sorprendió. Ella presionó ligeramente, llenándolo con su sabor. Si Mark hubiera retrocedido en ese instante, probablemente no hubiera pasado nada. Pero no estaba preparado para dejarla marchar. Para quedarse solo. Para abandonarla a cualquiera que fueran los fantasmas que se escondían tras aquellos ojos tan expresivos.
Meredith era una mujer muy misteriosa. Mark abrió la boca. Meredith también la abrió. Él le hizo inclinar la cabeza para acomodar sus labios. Y descubrió una íntima conexión con ella, algo que no tenía sentido y, al mismo tiempo, tenía un sentido pleno. Hasta que su lengua convirtió ese beso en algo más.
Algo poderoso. Y peligroso.
—Tengo que irme.
Meredith se apartó precipitadamente de Mark. ¿Qué demonios estaba haciendo? En cuanto Mark asintió, se dirigió con movimientos torpes a la cocina, donde encontró su bolsa. Mark estaba tras ella.
—Esto no ha pasado —dijo Meredith, con la mirada clavada en la pared para evitar mirarlo.
—Ésa no es manera de manejar este asunto.
Meredith se volvió, a pesar de que era consciente de que era preferible no hacerlo. Intentó comprender qué era lo que le había hecho traicionar a su mejor amiga, algo de lo que jamás se habría sentido capaz.
—Si fingimos, si intentamos esconderlo, le estaremos dando más importancia.
Mark tenía razón. Meredith no tenía nada que añadir.
—Pero no volverá a ocurrir —Mark parecía convencido.
—Por supuesto que no —ella no lo estaba tanto.
No estaba segura de nada. No entendía quién era aquella mujer que parecía haberse apoderado de ella.
—Mira, ha sido una noche muy larga, Meredith. Hemos vivido demasiadas cosas, tanto por lo que ha sucedido aquí esta noche como por el recuerdo de otros tiempos.
Meredith asintió.
—Hemos tenido una conversación muy dura. Y bastante extraña.
También en eso estaba Meredith de acuerdo.
—Que nos ha provocado una sensación momentánea de proximidad.
Muy bien.
—Y, con ella, una inclinación natural a establecer una conexión física —razonó Mark.
—Pero no ha habido nada sexual —añadió Meredith.
—Por supuesto que no.
A Meredith le entraron ganas de preguntarle si no la encontraba sexualmente atractiva, pero sabía que la pregunta era ridícula.
—No hemos puesto en peligro nuestros puestos de trabajos.
—Por supuesto que no.
—Y tampoco hemos sido desleales con Susan.
—Ni lo más mínimo —pero aquello no conseguía tranquilizar a Meredith—. ¿Se lo vas a decir tú o se lo digo yo? —le preguntó.
Tras unos segundos de silencio, Mark se encogió de hombros.
—Díselo tú, si necesitas hacerlo.
—¿Crees que debemos decírselo?
—Si el beso hubiera tenido algún componente sexual, deberíamos decírselo. Pero no lo ha tenido. Y no creo que eso fuera capaz de comprenderlo nadie.
En eso tenía razón. Nadie lo comprendería. De hecho, no estaba muy segura de comprenderlo ella.
Alargó la mano hacia la puerta.
—Pero esto no volverá a ocurrir.
—Lo sé —contestó Mark.
—Entonces, buenas noches, Mark —abrió la puerta y se marchó corriendo.
—Hola, Kenny.
—Hola.
—Aquí tienes tu bolsa.
Kelsey, sentada en la parte más alejada de los arbustos que rodeaban la escuela elemental Lincoln, abrió el bolsillo de la mochila.
—Siento que esté tan arrugada —se disculpó—. He tenido que guardar en este bolsillo parte del proyecto del volcán.
Kenny sonrió y Kelsey se sintió maravillosamente; le había contado a Josie que era un chico muy guapo, pero no le había dicho que su sonrisa le provocaba sensaciones extrañas en el estómago.
—No importa —le dijo—. Pero es una pena que tengas que hacer esto.
—No es una obligación —contestó Kelsey, deseando estar ya en el instituto—. Bueno, la semana pasada, antes de conocerte, sí que lo era. Pero esta vez no. El viernes le dije a Don que me alegro de poder ayudarlo.
—¿Y por qué te vas a alegrar? —preguntó Kenny muy serio—. Esto podría causarte muchos problemas.
—No más de los que tengo ya.
Pasó alguien; Kenny la empujó hacia los arbustos y se colocó delante de ella para que no pudieran verla. Kelsey estuvo a punto de morir de placer al pensar que un chico tan guapo como Kenny estaba haciendo algo así por ella. Le habría gustado que Josie los viera.
—¿Por qué? ¿Qué has hecho? —preguntó Kenny cuando desapareció el peligro.
—Le grité a mi padre delante de sus amigas y no le pedí perdón cuando me dijo que lo hiciera.
—Es un tipo odioso, ¿eh?
—No, es sólo que... Ha conocido una mujer y creo que quiere casarse con ella. Y también quiere que ella sea como mi madre y todo eso, pero yo no lo voy a permitir.
—Sí, eso es muy duro. Me acuerdo de cuando mi vieja comenzó a salir con hombres otra vez. Yo lo odiaba. Pero entonces me di cuenta de que el que trajera otros hombres a casa no significaba que mi padre dejara de ser mi padre. Además, de todas formas, yo no quiero que mis padres estén juntos.
—¿Y por qué no?
—Porque cuando estaban juntos, se volvían muchas veces contra mí. Ahora mismo vivo con mi madre, pero no puedo ver a mi padre. Pero sé que eso va a cambiar.
—Mi madre tiene un abogado que va a solucionar eso —y Josie era la única persona a la que se lo había contado.
—Sí, mi padre también tiene uno. Cuesta mucho dinero, pero estamos trabajando para pagarle.
—Eres un chico muy bueno, Kenny.
—No —se echó a reír—, no soy bueno.
—Sí, de verdad.
—¿Lo dices en serio?
Kelsey se apartó la melena de la cara. Se había quitado la coleta para ir a verlo.
—¿Sabes? Nadie me lo había dicho nunca —le dijo Kenny.
—¿No? Pues deberían, porque es verdad.
—Yo también creo que eres muy buena. Pero estoy seguro de que te lo han dicho muchas veces.
Pero Kelsey no era capaz de recordarlo.
—No, sólo me lo has dicho tú.
Kenny la miró durante varios segundos y se levantó.
—Bueno, ahora tengo que irme. Mi madre me está esperando.
—Vale, yo también —contestó Kelsey, deseando no tener que marcharse—. Adiós, Kenny.
—Hasta otra.
Kelsey lo contempló mientras se marchaba. Podía haber perdido a su padre, y también su amistad con Meredith. Pero había conocido a Kenny y pronto iba a recuperar a su mamá.
A veces, la vida funcionaba de forma muy extraña.