—Hola, soy Meredith.
—Ya lo sé —Mark sostuvo el teléfono en medio de la oscuridad. Estaba en la cama, tapado hasta la cintura y con el pecho desnudo. Tenía un calor infernal—, he reconocido tu voz.
—¿Te llamo en un mal momento?
—No —de hecho, había estado pensando en ella.
—Sólo llamaba por si te apetece tener mañana el día libre. Tengo una película de Doris Day y he comprado galletas, así que he pensado que a lo mejor a Kelsey le apetecía venir a mi casa.
—Qué coincidencia. Ella me ha pedido que te invitara a desayunar. Vamos a intentar hacer crepes y parece pensar que necesitamos a una mujer que nos supervise.
—¿Los habéis hecho alguna vez?
—No, pero soy un experto en hacer tortitas y no creo que esto sea muy diferente.
Meredith empezó a reír a carcajadas.
—Entonces será la primera vez que lo intentemos los tres. ¿Cómo está Kelsey, por cierto?
—Bien, todavía no he visto sus notas, pero está todo el día detrás de mí, hablando sin parar. Hace sus tareas y no gruñe cuando la mando a la ferretería —le gustaba hablar con Meredith, probablemente porque tenía más de diez años—. Bueno, ¿vendrás a desayunar?
—Claro. Me he pasado el día recuperando la información que querías. Te la llevaré —le dijo.
Magnífico. Estaban trabajando. Y ocupándose de Kelsey. Eran amigos.
El viernes siguiente, Kelsey estaba invitada a dormir en casa de unas amigas. Josie y ella irían desde casa de Josie hasta allí. Mark terminó los últimos asuntos que tenía pendientes, hizo un par de llamadas sobre el caso de Meredith y salió al pasillo a ver si todavía estaba allí.
La encontró en clase, limpiando la pizarra con un trapo húmedo.
—¿Tienes planes para esta noche? —le preguntó directamente.
—¡Oh! —Meredith se volvió—. ¡Mark, me has asustado!
—Lo siento —y lo decía de verdad—, ¿pero tienes planes?
—¿Planes? Sólo éstos —levantó un portafolios—. Terminar de poner notas.
Trabajo. Él también pensaba trabajar; reunir todos los informes que pensaba distribuir entre los miembros del consejo escolar.
—Meredith, me preguntaba si querrías que cenáramos juntos.
—Kelsey no va a estar.
—Lo sé, y me gustaría saber cómo la encuentras.
—He estado intentando verla todos los días, aunque sólo fuera para saludarla. Me comentó que iba a quedarse a dormir en casa de una amiga y parecía estar deseándolo.
—Es su segunda fiesta nocturna —pero él no estaba pensando precisamente en fiestas infantiles—. ¿Y por qué has intentado verla todos los días?
—Por ninguna razón en particular. Sencillamente me apetecía verla —se volvió hacia su bolsa.
Pero le había dicho que había intentado verla de manera intencionada. Tenía que haber alguna razón para ello. Mark la observó detenidamente mientras agarraba su bolsa.
—¿Qué pasa? —le preguntó Meredith alzando la mirada.
—Nada. ¿Estás segura de que no querías verla por alguna razón en particular?
—No, sólo quería vigilarla, asegurarme de que nadie se está metiendo con ella.
Mark se relajó, y sonrió.
—Gracias.
No estaba acostumbrado a compartir el cuidado de Kelsey, y le gustaba.
—¿Qué me dices de la cena?
—Muy bien, ¿en tu casa o en la mía? Tengo huevos. Y pollo en el congelador.
—He pensado que podíamos salir fuera.
Meredith lo miró de reojo mientras salían.
—No creo que sea una buena idea.
—¿Por qué no? Estamos trabajando, por el amor de Dios. Y no hay nada que nos impida ser amigos.
—No estoy hablando de nosotros, Shepherd. Pero esta
—¿A qué te refieres?
—A las miradas que me dirigen desde que se emitió ese programa de radio. Los padres de mis alumnos saben lo que está pasando y por lo menos ellos me conceden el beneficio de la duda porque me conocen, pero todos los demás parecen pensar que soy una bruja o algo parecido.
Barbie no llevó a Kelsey a su casa después de ir a buscarla. No quería que Don oyera lo que tenía que decirle. Pero no le preocupaba. Don era bueno con ella, el mejor. La comprendería. No podía perderlo.
Pero también quería cuidar a su hija.
—¿Qué te parece si compramos un helado de chocolate? —le sugirió.
—De acuerdo —contestó Kelsey—, pero preferiría que fuera de galleta.
¿De galleta? El resentimiento creció en el pecho de Barbie. No había sido ella la que le había inducido el gusto por aquel sabor. Eso había sido obra de otra persona. La misma que le había comprado los pantalones que llevaba. Y la camiseta rosa. Y la que le recogía el pelo en una cola de caballo.
Barbie bajó la mano hacia el cigarrillo de anfetamina que tenía debajo del asiento. Pero inmediatamente la apartó. La heladería estaba justo al doblar la esquina y le apetecía un helado.
—Esta semana he visto a mi abogado —le dijo a Kelsey, obligándose a concentrarse—. Me ha enseñado todo el papeleo que tengo que rellenar para pedir la custodia compartida. Comenzará los trámites en cuanto yo tenga el dinero para pagarle.
—¿Qué es la custodia compartida?
—Vivirás en una sola casa, pero tu padre y yo compartiremos las decisiones que haya que tomar sobre tu vida.
—¿Y entonces podré verte?
Dios, cómo quería a aquella niña. ¿Cómo podía haberla abandonado? Barbie estuvo a punto de echarse a llorar al pensar en ello.
—¿Mamá?
—Sí —contestó Barbie, pensando otra vez en el cigarrillo que tenía debajo del asiento—. Sí, claro que sí, cariño.
Tenía que continuar pensando en cosas que la hacían feliz. Eso era lo que le decía Don que hiciera cuando se deprimía. Pero cuando la asaltaban aquellos pensamientos sombríos, nada la consolaba. Excepto, quizá, el helado. Y Kelsey.
—¿Quieres una tarrina o un cono? —abrió la puerta del coche.
—Un cono —Kelsey la siguió al interior de la heladería.
Barbie no le había dicho una sola palabra sobre los deportivos azules y rosas que llevaba, pensó.
—Hay otra forma de custodia —le explicó Barbie.
Ya se encontraba mejor, de nuevo en el coche y disfrutando de un helado de chocolate. Tenía que hacerse algo en el pelo, pensó. Quería estar guapa cuando saliera con Kelsey y conociera a las amigas de su hija. No quería que se avergonzara de ella. Barbie recordaba perfectamente lo que era ser una niña.
—¿Qué clase de custodia? —preguntó.
Barbie tardó un segundo en recordar de qué estaban hablando. Pero se acordó casi inmediatamente.
—La custodia única. En ese caso, estarías todo el tiempo con tu padre y sería él el que tomaría todas las decisiones, pero yo podría ir a verte cuando quisiera —el abogado le había sugerido que era la primera opción para empezar.
—Así que podría verte cuando quisiera.
Barbie reprimió una contestación cortante.
—Sí, pero yo soy tu madre, Kelsey. Deberían consultarme las decisiones que hay que tomar sobre tu vida.
Kelsey lamió el helado. No parecía entenderla, pensó Barbie. Pero bueno, sólo tenía nueve años. Quizá esperaba demasiado de ella. Quizá necesitara más. El helado estaba comenzando a irritarla; si no continuaba lamiendo, comenzaría a gotear. Y a Barbie no le apetecía lamer en aquel momento.
—Si tu padre decide pelear por la custodia, es posible que te hagan algunas preguntas —le advirtió Barbie—. Y tenemos que tener mucho cuidado con lo que contestas —agarró a su hija por la muñeca—. Esto es muy importante, Kelsey. Si no, no podremos seguir viéndonos.
—¿Tengo que seguir mintiendo?
—¡No! —Barbie odiaba toda aquella confusión—. Mentir es malo. Lo único que tenemos que hacer es evitar hablar de lo que hace Don en el garaje.
—De las drogas, quieres decir —contestó Kelsey con una dureza que hasta entonces su madre jamás le había oído.
—Kenny me lo ha contado.
¡Maldito fuera! Iba a matar a ese chico. Le había dicho a Don que no podían confiar en un niño. Pero ganaba mucho dinero. Y ellos necesitaban ese dinero.
—Yo no diré nada de las drogas —le prometió Kelsey—. Pero tú dejarás de comprarlas en cuanto todo esto termine, ¿de acuerdo?
Oh, Dios santo. La situación se hacía cada vez más difícil.
—De acuerdo.
—Muy bien. Porque yo odio las drogas.
Sí, y Barbie también.
Meredith y Mark estuvieron hablando de la reunión frente a una copa de vino mientras se hacía la carne. Meredith se sentía más tranquila de esa forma. Mientras estuvieran trabajando, no tenía por qué preocuparse por estar allí, a solas con él. Hasta que Mark dejó caer la noticia.
—¿Pero qué quiere el consejo escolar de ti? —se colocó al otro lado de la parrilla, frente a Mark, y de pronto retrocedió y comenzó a caminar—. Es por mí, ¿verdad? Si hablas a mi favor, pondrás tu trabajo en peligro.
—Eso no lo sabes.
—No, no lo sé —tomó un sorbo de vino—. De hecho, no creo que puedan hacerte nada. No está prohibido apoyar a una empleada.
—No, pero pueden considerarlo una negligencia en mis obligaciones, en el caso de que consideren que mi tengo la obligación de apoyar al consejo escolar.
—Entonces van a por ti por mi culpa.
—No tengo la menor idea de lo que quieren. Sólo sé que me han convocado a una reunión, pero no me han dicho de qué quieren hablar conmigo. La semana que viene me reuniré con el superintendente.
Antes de la reunión con Meredith. ¿Sería una pura coincidencia?
—Si tu no vas a la auditoría, estoy perdida.
—Estaré allí.
Lo deseaba con todas sus fuerzas. Probablemente más de lo debería. Pero Meredith no se engañaba pensando que su intención pudiera convertirse en acción. Particularmente estando en juego su trabajo.
—Mark, estoy hablando en serio. No quiero que pierdas tu trabajo por mi culpa. Prefiero despedirme, eres un gran director.
Mark la miró a los ojos.
—Tú también haces muy bien tu trabajo.
—Pero los niños te necesitan.
—¿Y no te necesitan a ti?
—Tú tienes una hija de la que ocuparte.
Mark la miró durante largo rato y Meredith respiró hondo. Sabía que lo tenía de su lado, pero no encontraba ninguna satisfacción en su victoria. La idea de enfrentarse al consejo escolar sin que él estuviera presente le resultaba demasiado sobrecogedora en aquel momento.
Pero Mark volvió a ponerse a cocinar y le aseguró:
—Estaré en esa auditoría.
—Debería marcharme.
¿Cuántas veces le habría repetido aquella frase a Mark?
—Tienes trabajo que hacer y yo también —contestó Mark.
Estaban en la cocina de su casa y acababan de fregar los platos. O, mejor dicho, acababa de fregarlos ella mientras él apagaba la parrilla, retiraba las velas y limpiaba la mesa del porche. Juntos, pero no revueltos.
—Avísame cuando tengas el gráfico preparado —le pidió Meredith echándose el pelo hacia atrás—. Es curioso, pero nunca pensé que todas esas veces que me llamabas a tu oficina podían serme útiles.
Aquellas reuniones, aunque no constaban de manera formal en los documentos del colegio, puesto que nunca había tenido que hacerle advertencias serias, las llevaba apuntadas en su propia agenda. Y le servirían para revisar cada incidente. Cuando hubiera reunido todos los resultados, Meredith podría darse cuenta de que lo único que había hecho era dejarse llevar por su imaginación.
—Que te diviertas con las notas.
Meredith tenía la puerta tras ella. Lo único que tenía que hacer para irse era volverse. Pero le resultaría más fácil si Mark desviara la mirada.
—Mark, ¿has tenido alguna noticia de Susan?
A ella misma la sorprendió la pregunta. Hasta entonces no había pensado en su amiga.
—No —Mark ni siquiera parpadeó.
Meredith se enredó un mechón de pelo en el dedo.
—¿Y tú cómo te encuentras en ese sentido?
—Pareces una psicóloga.
Meredith lo miró con los ojos entrecerrados, comprendiendo que estaba eludiendo la pregunta.
—¿Cómo te encuentras? —repitió.
—No tan mal como debería y supongo que eso me hace sentir peor —le sonrió.
A Meredith le latía con fuerza el corazón. Y no había ningún motivo para que lo hiciera. Excepto que Mark la asustaba. ¿O quizá tenía miedo de sí misma?
—¿Estabas enamorado de ella?
—Yo creía que sí.
Las mariposas aleteaban en su estómago. Y en su vientre. Acompañaban la energía que fluía siempre en su interior cuando Mark estaba cerca.
—¿Piensas mucho en ella?
—No tanto como en ti.
Meredith dejó de respirar. Lo miró fijamente. Seguro que no lo había entendido bien. Porque si lo había entendido bien, entonces tenían un serio problema.
—Por culpa de esa reunión —añadió Mark suavemente. Dio un paso hacia ella clavando la mirada en sus ojos—. Y de Kelsey.
Meredith asintió. Mark alargó la mano hacia ella y desenredó el mechón que Meredith enroscaba nerviosa en su dedo.
—Siempre me han gustado las mujeres con el pelo corto.
Meredith dejó caer la mano.
—Yo siempre lo he llevado largo.
Los labios de Mark estaban cada vez más cerca de ella y quiso apartarse. Quería moverse, pero temía equivocarse al hacer aquel movimiento. Cuando Mark inclinó la cabeza, comprendió que ya no había tiempo. Entreabrió los labios; quería decirle que se detuviera.
Pero, en cambio, le besó. Y el sentimiento fue tan maravilloso... como el agua en el desierto.
Mark apoyó la mano en su nuca y la besó lentamente, moviendo la boca contra la suya de tal manera que a Meredith le entraron ganas de llorar ante aquella sensación de plenitud. Después, aumentó la presión y Meredith se abrió plenamente a él. Deslizó los brazos por su cintura y se estrechó con fuerza contra Mark, como si quisiera que formara parte de ella.
Mark la besaba una y otra vez sin dejar espacio para las dudas, los miedos o los razonamientos. Presionaba su pelvis contra la suya y Meredith descansaba en su dureza, deseando reír, gritar, desnudarse por completo y formar parte de él para siempre. Su cuerpo entero vibraba de un deseo tan profundo que comprendió que jamás podría recuperarse. Iba a sufrir los efectos de aquel deseo durante el resto de su vida.
Y entonces, sintió el trasero de Mark bajo sus manos. Se había preguntado muchas veces lo que sentiría al acariciar aquella parte de su cuerpo; sentía el trasero fuerte y musculoso de Mark. Y comprendió que aquélla era una caricia demasiado íntima. Estaba acariciando el trasero de Mark Shepherd. Estaba acariciando el trasero de su jefe.
Se apartó bruscamente.
—Lo siento —susurró—. No debería hacer hecho eso.
—He sido yo, tú no has tenido la culpa —susurró Mark con los ojos medio cerrados y la respiración agitada.
Meredith se volvió temblando.
—Ahora lo de menos es quién tiene la culpa. Tenemos serios problemas, Mark. Hemos violado las normas.
Mark se echó a reír, pero no parecía más contento que ella.
—No hemos violado ninguna norma.
—¡Esto va en contra de la política del centro! —Meredith caminó a grandes zancadas hasta la puerta—. ¿Cómo voy a ponerme delante de toda esa gente dentro de once días para intentar convencerlos de que no he hecho nada malo si sé que les estoy mintiendo?
—Eh —Mark la agarró del brazo, manteniendo una cierta distancia entre ellos—. Tranquilízate, Meredith, no pasa nada.
Meredith buscó en sus ojos como si quisiera encontrar en ellos respuestas que ella no tenía.
—Está prohibido que los profesores tengan relaciones sexuales entre ellos. Pero un beso no es una relación sexual —le advirtió Mark.
—Ésta ha sido la segunda vez.
—Una relación sexual implica mucho más que un beso. Además, no volverá a ocurrir.
—Eso dijimos la última vez y....
Mark posó un dedo en sus labios y dijo:
—Meredith, eso no significa nada.
No se sentía atraído hacia ella. ¿Por qué habría pensado que podía ser de otra manera?, se preguntó Meredith. Aquel hombre la estaba volviendo loca.
—Lo que pasa es que sabemos que no podemos hacerlo —continuó Mark—. Eso es algo que forma parte de la naturaleza humana, ¿sabes? Siempre quieres lo que no puedes tener y en el minuto que lo consigues, dejas de desearlo.
No la quería. Estupendo. Era mejor así. Cualquier otra cosa sería una locura.
—Entonces estamos a salvo... —contestó Meredith—. Y, de esa forma, cuando declare delante de la junta, no mentiré al decir que no he hecho nada que vaya contra las normas del colegio.
—Exacto, no mentirás.
Meredith asintió. Intentó sonreír. Y fracasó.