Capítulo 18

Kenny, yo no puedo seguir haciendo esto —Kelsey le tendió a Kenny la bolsa de papel y deseó haberla tirado a la basura.

—Tienes que hacerlo. Si no lo haces, alguien se chivará y tendrás problemas.

—¿Quién va a decírselo, Kenny? —él era el único que podía hacerlo—. Además, si tú te chivas, también tendrás problemas.

—No si digo que te he visto a ti aquí.

—¿Y harías una cosa así? —le preguntó Kelsey con lágrimas en los ojos.

—No, no la haría —bajó la mirada—. Pero, ¿no lo entiendes, Kelsey? Tú por lo menos estás viendo a tu madre, pero yo no puedo ver nunca a mi padre. Necesitamos ese dinero. No va a pasar nada, te lo prometo.

Le tomó la mano. Y a Kelsey le gustó aquel contacto. Era una mano algo más grande que la suya, pero no tanto como la de un adulto.

—Mi padre dice que, si nos atrapan, lo único que harán será llevarnos a un psicólogo. Que los juicios le cuestan mucho al estado y que tienen cosas más importantes de las que ocuparse. Mi padre no me mentiría. Y tu madre tampoco haría nada que pudiera hacerte daño. Te quiere demasiado.

—¿Tú conoces a mi madre?

—La conocí una vez, con mi padre, antes de que me prohibieran verla.

—¿Y te gustó?

—Claro que sí. Me gustaría que hubiera sido mi madre.

—Kenny, ¿tú sabes si en la cárcel te pegan? —había estado pensando en ello la semana anterior.

—Qué va. Estuve allí una vez porque mi madre pensaba que había robado un estéreo y se lo dijo al a policía.

—¿Y lo habías robado?

—No, me lo había regalado mi padre. Pero se suponía que yo no tenía que ver a mi padre.

—¿Estuviste en una cárcel para niños?

—No, en un centro de menores. Creo que lo llaman así.

—¿Y cuánto tiempo estuviste?

—Sólo una noche. El juez me creyó porque mi padre fue a verlo, le dijo que me lo había comprado él y le enseñó la factura.

—¿Y cómo es la cárcel? ¿Hay muchos niños malos?

—Tú no te preocupes por eso. No vas a ir allí. Nunca.

Kelsey deseaba creerlo.

—Y si voy, ¿vendrías a verme?

—Si puedo, sí.

Kelsey se alegró. Pero comenzaba a sentirse extraña, allí con él.

—Bueno, tengo que irme —y comenzó a cruzar los arbustos.

Ojalá estuviera otra vez en tercero, pensó. Entonces las cosas eran mucho más sencillas.

Meredith luchaba contra sí misma mientras se dirigía al despacho de Mark. Cuando Mark la había llamado el sábado para decirle que ya tenía el gráfico preparado, ella llevaba más de doce horas castigándose por el beso de la noche anterior. Y doce horas convenciéndose de que no debía volver a verlo fuera del colegio.

Pero ante su propia insistencia, habían quedado en verse el mismo lunes, en cuanto Macy saliera del trabajo. Meredith había estado esperando en su aula la llamada de Mark, intentando relajarse. Pero no lo había conseguido. Kelsey tenía problemas. No podía deshacerse de aquella sensación. Lo había sabido ese mismo día, durante el almuerzo, cuando la niña había justificado su malhumor diciendo que su padre la había regañado por olvidarse de dar de comer a Gilda aquella mañana.

No le había parecido propio de Mark. Y tampoco algo que pudiera alterar tanto a la niña.

Desde que había terminado el colegio, Meredith estaba experimentando un miedo inexplicable. Un ataque de pánico tras otro. Reconocía aquella sensación y estaba terriblemente preocupada. Necesitaba hablar con Mark. Aunque sabía que no la creería. Y que, seguramente, se negaría a apoyarla en su declaración de la semana siguiente.

Lo encontró detrás del escritorio, tecleando algo en el ordenador.

—¿Estás disponible? —le preguntó desde la puerta.

Mark apenas alzó la mirada.

—Claro, pasa Mira, te he hecho un par de copias —le tendió un portafolios.

Meredith lo tomó. Y se sentó.

—A lo mejor quieres echarle un vistazo.

La alegría que reflejaba su voz le instó a mirarlo. Le sonreía. Y ella le devolvió la sonrisa. Todavía no había superado su atracción hacia lo prohibido; pero lo superaría, se prometió.

Abrió el portafolios y estudió el gráfico. Leyó las cifras que figuraban al final y el porcentaje de aciertos: un noventa por ciento. Miró de nuevo a Mark. Éste la contemplaba con una mezcla de anticipación, resignación e incomodidad.

—Acerté en un noventa por ciento de las veces.

—Pero esperemos que Tommy Barnett no forme parte del otro diez por ciento.

—Para salvar mi trabajo, sí. Pero sería mucho mejor para Tommy que estuviera equivocada.

Miró a Mark. Un noventa por ciento. Aquella representaba un gran alivio. Era un regalo.

Y, al mismo tiempo, algo terrorífico. Apareció ante sus ojos el rostro sombrío de Kelsey. La niña sabía que iban a hacerle daño. Estaba confundida, asustada y sola. Pero no era demasiado tarde. Todavía se podía hacer algo para salvarla.

—¿En qué estás pensando? —quiso saber Mark.

Él mismo había visto las cifras. Y, quizá, tras haber comprendido que tenía razón, le hiciera caso. Y a lo mejor podía ayudar a Kelsey si todavía no era demasiado tarde.

—No estoy segura de si debo decírtelo.

—¿Por qué no? —preguntó Mark con el ceño fruncido.

—Porque no te va a gustar.

—Dímelo de todas formas —replicó él, inclinándose hacia delante—. Es posible que estés equivocada. De hecho, hay un diez por ciento de posibilidades de que lo estés.

Estaba jugando con ella. Pensaba que iba a hablar de su relación.

—Estoy hablando en serio, Mark.

—Yo también.

—Creo que Kelsey tiene problemas.

Aquellas palabras cayeron como una bomba en medio del silencio del colegio.

—¿Lo crees? —preguntó Mark con una dura mirada.

—Lo sé.

—Tienes razón, no quiero oírlo.

Meredith tragó saliva, tomó aire e intentó encontrar las palabras adecuadas. Ya había llegado hasta allí, tenía que intentarlo.

—Mark, por favor, no me ignores.

Mark pulsó una tecla del ordenador sin decir nada.

—Llevo tiempo teniendo la sensación de que le ocurre algo. Era una sensación intermitente, pero durante estas últimas dos semanas, se ha hecho más fuerte. Kelsey tiene problemas, Mark. Me jugaría el cuello.

—¿Y también tu trabajo? ¿Estarías dispuesta a perder tu trabajo?

—Por supuesto. Mark, creo que Kelsey está involucrada en algo peligroso. En realidad no quiere estarlo, pero no es capaz de hacer nada para impedirlo.

Mark se levantó.

—No pienso seguir oyendo esto —se volvió hacia ella con los brazos en jarras—. Estoy completamente pendiente de mi hija. Ceno con ella todas las noches. La veo en el colegio. Y, cuando sale del colegio, está atendida por la madre de una amiga suya. Déjame repetírtelo, Meredith, sé dónde está mi hija en todo momento.

Meredith también se levantó.

—¿Estás seguro?

—Completamente.

Meredith nunca lo había visto tan enfadado; le temblaba la voz. Y aquello la sobrecogió. Mark tenía miedo. Tenía miedo de que Meredith pudiera tener razón.

—Estás equivocado, Mark.

Y se marchó sin esperar a oír su respuesta.

—Mark, abordaré directamente la cuestión —era miércoles por la tarde y el superintendente estaba sentado frente a Mark en su despacho—. El consejo quiere ofrecerte la dirección del Instituto Harris. Chris Blakely ha decidido jubilarse. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que estuviste allí, pero hemos hecho muchos cambios.

Mark respiró hondo. Aquel instituto estaba a veinte minutos de su casa, a veinticinco del colegio. Y de Kelsey. Pero ser nombrado director de un instituto era un ascenso.

—¿Por qué ahora?

—Ya te lo he dicho, Blakely se jubila.

—En ese caso, lo que debería preguntar es por qué a mí.

—Has hecho un gran trabajo con nosotros —respondió Warren Daniels, cada vez más serio—. Ascenderte a director de instituto me parece el paso más lógico. Y no me dirás que no has pensado nunca en esa posibilidad.

—Claro que he pensado —respondió Mark—, pero pensaba sobre todo en cuando Kelsey vaya también al instituto.

—¿Y cuándo será eso? ¿Dentro de dos años?

Mark asistió.

—Es posible que para entonces ya no contemos con esa posibilidad.

—Asegúrame que esto no tiene nada que ver con Larry Barnett.

—Pensábamos ofrecértelo de todas formas, pero el otro día, Barnett sugirió que quizá fuera mejor ofrecértelo ahora para que no te salpique el caso de la señorita Foster. Estamos ofreciéndote una salida. Si aceptas la oferta, podrás ser trasladado la semana que viene, para que puedas pasar algún tiempo con Blakely antes de que abandone el instituto.

—Necesitaría un par de días para pensármelo.

Daniels asintió y dejó de presionarlo.

—¿Cómo vas a poder ser feliz conmigo si no utilizas nunca el cuarto de baño de mi casa ni comes la comida que te ofrezco?

A Kelsey le dolía la cabeza. Estaba cansada por culpa de las pesadillas. Le había hablado a Josie de las drogas el día que habían ido a dormir juntas; había tenido una pesadilla y Josie se había despertado porque la había oído llorar en sueños. Al final se lo había contado todo. Josie le había aconsejado que dejara de hacerlo y, desde entonces, Kelsey estaba preocupada porque temía que se lo contara a su madre o, peor aún, que dejara de ser su amiga.

—¿Cómo va a enterarse el juez de que puedo cuidarte si no me das oportunidad de demostrárselo? —su madre continuaba hablándole de la comida.

—Ya comeré.

—Cada vez que te ofrezco algo, me dices que no quieres.

—Porque siempre estoy a punto de cenar.

Su madre no contestó. Se limitó a encender la televisión y a cambiar continuamente de canal. A Kelsey le habría gustado apoyarse en su hombro y dormir. Pero Don estaba en el garaje y no creía que pudiera conciliar el sueño estando él allí.

—La próxima vez lo haré, te lo prometo.

—¿Qué harás? —su madre se volvió hacia ella.

No parecía enfadada, pero tampoco contenta.

—Comer, y también iré al baño si tengo que hacerlo.

La preocupación abandonó el rostro de su madre.

—¿Y qué te gustaría comer? Podemos hacer una lista y así, cuando vaya al supermercado, compraré todo lo que quieras —le dirigió una de aquellas sonrisas que tanto reconfortaba a Kelsey—. Me encantaría volver a comprarte comida, y tener los armarios llenos de cosas para ti. Lo he echado mucho de menos.

—Yo también —dijo Kelsey; estaba demasiado cansada para vigilar lo que decía—. Ahora tengo que ir con papá todos los sábados y ayudarlo a decidir. Y es muy difícil, porque sólo soy una niña. Yo no debería decidir lo que quiero comer cada día.

—Tienes razón, no deberías —Barbie la abrazó y le hizo apoyar la cabeza en su hombro—. Pobrecita. Pero pronto nos ocuparemos de eso y podrás ser una niña otra vez.

Y Kelsey pensó que le gustaba mucho que la mimaran.

La auditoría del consejo escolar se iba a celebrar en la sala de reuniones del ayuntamiento. Meredith llegó sola, vestida con un traje chaqueta de color negro y una blusa de seda, y se sentó en uno de los bancos. Los miembros del consejo estaban sobre una tarima.

Mark no tardó en entrar y se sentó en otro de los bancos de delante. Meredith nunca lo había visto con traje y corbata. Estaba impresionante. Y distante. Se volvió, la vio tras él y le hizo un gesto con la cabeza.

No habían vuelto hablar desde la semana anterior y tampoco había vuelto a tener contacto con Kelsey. No sabía si porque así se lo había aconsejado su padre a la niña o porque sus problemas eran cada vez mayores.

Fue entrando más gente. Algunos la miraban. Otros no. Hubo quien la saludó efusivamente, pero nadie se sentó a su lado.

Deseó no haberle dicho a Susan que no fuera, su amiga estaba de guardia aquella noche, pero se había ofrecido a ir a apoyarla.

—Damas y caballeros, vamos a empezar la auditoría.

Meredith sintió que le crecía el corazón en el pecho. Comenzó a sudar. Las paredes parecían cerrarse a su alrededor. Pero entonces, alguien se sentó a su lado. E, inmediatamente después, alguien lo hizo al otro lado.

—¿Susan? —gracias a Dios, su amiga no le había hecho caso—. ¿Mamá?

Cuando vio a aquel rostro familiar sonriéndole, apenas se lo pudo creer. Su madre, vestida con un traje color verde bosque y unos zapatos a juego, era la viva imagen de la ejecutiva de Phillips Petroleum que en otro tiempo había sido.

—No pensarías que íbamos a dejarte sola, ¿verdad?

Con la barbilla alta y lágrimas en los ojos, Meredith oyó cómo comenzaba aquella auditoría en su contra.

Al principio, los testimonios fueron similares a los que habían transmitido por prensa radio y televisión. Si no hubiera sido por el apoyo de su madre y de Susan, Meredith no habría sido capaz de permanecer allí sentada, siendo centro de tantos testimonios, a favor y en contra. Habría dado cualquier cosa por poder estar en su casa, acurrucada en la cama.

Testificaron los expertos que apoyaban a Barnett, repitiendo lo que habían dicho en la radio. Susan le soltó de pronto la mano y a Meredith no la sorprendió que se marchara.

—Me gustaría hablar.

Oyó las palabras de su amiga a la vez que la veía levantarse y dirigirse hacia el micrófono que habían puesto a disposición del público.

—Me llamo Susan Gardener. Trabajo como especialista en el centro Médico Jane Phillips. He dedicado toda mi vida a la ciencia y sólo actúo cuando sé qué dirección debo tomar.

Los miembros del consejo asintieron, mirándola con atención.

—Todo va a salir bien —le susurró a Meredith su madre.

—Y puedo decirles —continuó Susan—, que si sólo pudiera apoyarme en mis conocimientos, si mis colegas sólo pudieran apoyarse en eso, ahora mismo muchos de nosotros estaríamos muertos. ¿Saben de lo que he estado hablando hoy mismo con mis compañeros durante el almuerzo? De la presencia de los milagros en nuestro trabajo. De todas aquellas cosas que no podemos predecir, ni controlar, ni ver, y que son capaces de salvar vidas cuando nosotros no podemos. El que un corazón lata o deje de latir no es algo que siempre podamos controlar.

Alguien tosió, rompiendo el profundo silencio que su testimonio había provocado.

—Conozco a Susan Foster desde hace más de quince años —dijo Susan suavemente—, y confío plenamente en ella. Esa mujer es igual que cualquier que nosotros. Utiliza una habilidad con la que todos contamos. Continuamente se oye hablar de la intuición femenina. Pues bien, los hombres también la tienen. La utilizan cada vez que una vocecilla interna les advierte del peligro, por ejemplo. Y lo único que hace Meredith es prestar atención a esa voz interna. Y, sobre todo, con los niños, en los que esa voz es más alta y clara. Meredith es más consciente que los demás porque procura escuchar. Y no creo que sean capaces de penalizar a nadie por ser menos egoísta que ustedes.

En el momento en el que Susan abandonó el estrado, se oyó un suspiro general en la sala.

Meredith no dijo nada, no podía. Pero jamás olvidaría lo que había hecho Susan por ella. Ni el mensaje que había enviado. Pasara lo que pasara, sabía que había ganado.

Una hora y media después, Mark ya no era capaz de permanecer sentado.

—Tengo que decir algo.

El presidente del consejo escolar lo reconoció y lo miró con el ceño fruncido. Mark todavía no le había dado una respuesta sobre el posible cambio de trabajo. No quería tomar una decisión hasta después de aquella audiencia. Había ido sin saber si hablaría y sin saber qué diría en el caso de que lo hiciera.

Daniels, que parecía más impresionado que desilusionado por su falta de respuesta, le había dado una semana más para que se lo pensara.

Evitando mirar hacia Meredith y hacia Susan, Mark avanzó hacia el micrófono. Había dejado a Kelsey con la adolescente que a veces la cuidaba y estaba ansioso por volver a casa.

—Señoras y caballeros —comenzó a decir—, he trabajado con la señorita Foster durante cuatro años. No siempre estoy de acuerdo con ella, ni tampoco con su supuesto don. No estoy aquí para hablar de filosofía o de ciencia, sólo quiero hablar de una profesora.

No lo había ensayado. En realidad, había decidido no hablar, sospechando que, puesto que la última corazonada de Meredith involucraba a su hija y él sabía que estaba equivocada, podía llegar a hacerle daño. Aun así, comenzó a hablar y las palabras fluyeron libremente.

—Les he entregado a cada uno de ustedes un portafolios que contiene información confidencial sobre el trabajo de la señorita Foster. También hubiera incluido cualquier advertencia disciplinaria en el caso de que la hubiera habido. Si revisan los informes, se darán cuenta de que hay alguna sugerencia sobre posibles formas de mejorar su trabajo. Eso sólo indica que considero parte de mi labor ayudar a los profesores a perfeccionar su trabajo. También lo he intentado en el caso de esta profesora, pero ¿cómo pueden mejorarse unos resultados como los suyos? Cada año mejoran las notas de sus alumnos. Lo que ella crea, el cómo perciba o la intuición que utilice o deje de utilizar, me parece irrelevante. Para nosotros, es una profesora que, en los cuatro años que lleva en el colegio, ha satisfecho sobradamente su trabajo. Damas y caballeros, tienen delante de ustedes a la mejor profesora que he tenido nunca.

Abandonó el micrófono sin mirar a nadie y media hora después, era Daniels el que hablaba para anunciar la conclusión a la que habían llegado.

—Damas y caballeros. Creo que todos ustedes son conscientes de lo delicado de esta decisión. Son muchos los datos que se deben tener en cuenta y puedo asegurarles que los miembros del consejo escolar han analizado detalladamente toda la información de la que disponen. Por otra parte, creo que lo único que nadie ha mencionado es algo que tenemos todos delante de nosotros; algo horrible que no hemos reconocido, pero que es absolutamente real: el miedo.

Se volvió y Mark tuvo la sensación de que lo miraba directamente a los ojos.

—Enfrentémonos a ello. Nos da miedo que alguien pueda tener acceso a nuestros más íntimos secretos. Tememos que alguien pueda saber lo que nos pasa sin necesidad de decírselo. Tenga o no Meredith Foster esa habilidad, el hecho de que lo crea posible nos hace temerla.

Mark se reconocía en ese miedo; odiaba hacerlo, pero era cierto.

—Todos estamos aquí por el bien de los niños. Los niños ahora están al tanto de las creencias de la señorita Foster. Saben que cuando sospecha que algo va mal, va a hablar con sus padres. Y si nosotros, los adultos, con nuestra capacidad de racionalizarlo todo, la tememos, ¿pueden imaginarse lo que sienten esos niños?

La habitación estaba en completo silencio. Mark se estaba ahogando. Y ardía de ganas de agarrar a Meredith y salir corriendo.

—Ése es el fondo de la cuestión. Nosotros no somos consejeros espirituales, ni científicos, ni médicos. Somos educadores y nuestro objetivo es proporcionar a nuestros alumnos la mejor educación posible. La cuestión es: ¿podrán continuar esos niños confiando en una mujer a la que también temen?

Un miembro del consejo pidió que se votara para tomar la decisión final. Mark se enderezó en su asiento, sintiendo la tensión que lo rodeaba. Le habría gustado poder mirarla, haberse atrevido a sentarse a su lado.

La decisión final no fue despido. Votaron que no volverían a contratarla, lo que, a todos los efectos era lo mismo.

Daniels no esperó a que se proclamara de manera oficial. Se levantó, necesitaba ver a Meredith inmediatamente.

Pero ya era demasiado tarde. Cuando miró hacia su banco, Meredith ya se había ido.

—¿Estás segura?

Meredith miraba frenética a su madre y a Susan. Su miedo era tal que apenas se sostenía en pie.

—En un noventa y cinco por ciento.

Le costaba tanto respirar que sus palabras apenas eran un suspiro. Ni siquiera estaba pensando en ella.

—Estaba allí —continuó diciendo—, escuchando el veredicto, cuando de pronto todo esto ha dejado de importarme. Era como si Kelsey estuviera llamándome. Nunca me había pasado nada parecido. Y no estoy loca, de verdad.

—¿Y quién ha dicho que lo estés? Llevo toda una vida conviviendo con esa peculiaridad tuya, Meredith, reconozco los signos.

Meredith ya no necesitó más aliento:

—Vamos a buscar a Mark.

—¿Qué ocurre?

Meredith no sabía cuánto tiempo había pasado desde su salida, pero tenía la convicción de que era demasiado. La gente que salía detrás de Mark se la quedaba mirando fijamente.

—¿Ya ha terminado la auditoría?

—Sí —respondió su madre—, acaba de terminar.

—¿Qué ocurre? —volvió a preguntar Mark, aflojándose el nudo de la corbata.

Meredith lo miró directamente a los ojos.

—Kelsey está en peligro.

—¿Qué? —Mark miró alternativamente a su madre y a Susan—. Estás alterada por lo que ha pasado y lo comprendo, pero apelaremos. Esto todavía no ha terminado.

—Mark, ¡Kelsey está en peligro!

Advirtió que algunas cabezas se volvían en su dirección, pero no le importaba.

Mark la miró a los ojos.

—Kelsey está en casa con una de las chicas que la cuidan. Está perfectamente.

—Por favor, llámala —le pidió Meredith, llevándose la mano al estómago.

Oyó a Mark hablando por teléfono, pidiéndole a la cuidadora de Kelsey que se acercara al dormitorio para asegurarse de que estaba durmiendo allí. Más nervioso, le pidió que fuera al cuarto de baño, puesto que la niña no estaba en la cama. Dos minutos después, colgaba el teléfono con el rostro blanco como el papel.

—No está en casa.

Mark necesitaba salir rápidamente de allí. Atropellar a todo el que se interpusiera en su camino. Gritar. Y llorar. Sintiéndose más indefenso de lo que se había sentido en toda su vida, permanecía en medio del pasillo del ayuntamiento mirando a Meredith Foster.

—¿Dónde está?

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes?

Quería agarrarla por los hombros y sacudirla hasta la locura. Y quería abrazarla hasta recuperar la cordura. Su hija había desaparecido. Y Meredith le había advertido del peligro; ella era su única salvación.

Meredith le tomó la mano.

—Ayúdame —le suplicó él.

—Tenemos que encontrar a Josie, ¿sabes dónde vive?

—Sí, por supuesto —Mark le indicó la dirección.

—Vamos, conduciré yo —se ofreció Evelyn.

—Y yo iré a casa de Mark, por si se sabe algo allí —propuso Susan—. Y llamaré al a policía.

Para cuando entró Meredith en el coche, su madre ya tenía las llaves en el encendido.

—¿Sabe cómo ir? —le preguntó Mark a Meredith.

—He vivido aquí durante treinta años, jovencito —contestó Evelyn—. Conozco estas carreteras mejor que tú.

—¿Quién es? —le preguntó Mark a Meredith.

—Mi madre.

En otro momento, a Mark lo habría incomodado la situación, pero en aquel instante, agradecía inmensamente tener a dos mujeres Foster de su lado.

—Encantada de conocerla, señora.

—Igualmente, hijo —contestó Evelyn—. Y ahora, relájate. Mi hija pone todo su corazón en situaciones como ésta. Encontrará a Kelsey.

Mark habría dado media vida por tener tanta fe en Meredith. Pero de momento, lo único que podía hacer era continuar en el coche de una mujer que debería odiarlo por no haber creído en su hija,

Meredith gimió cuando su madre dobló una esquina. No estaba segura de si iba a vomitar o a desmayarse. Pero habría agradecido cualquiera de las dos cosas con tal de poder evitar el dolor de estómago.

—Está enferma, Mark —susurró.

—¿Enferma? ¿Cómo?

—No lo sé. Es algo relacionado con el alcohol, o con las drogas, quizá. Le da vueltas la cabeza. Y está asustada —Meredith comenzó a llorar—. Está tan asustada que apenas puedo soportarlo.

—Tranquila, pequeña —le dijo Evelyn desde el asiento de delante—. Mark, pásale el brazo por los hombros, abrázala e intenta consolarla.

Mark obedeció y Meredith consiguió tranquilizarse. Mark parecía capaz de llegar hasta lo más profundo de ella.

Josie ya estaba durmiendo cuando llegaron a su casa. Y la policía llegó justo en el momento en el que aparecía el padre de la niña en la puerta queriendo enterarse de lo que pasaba. En menos de dos minutos, también Josie estaba ante ellos, con un camisón amarillo, los ojos abiertos como platos y aterrada.

—Yo no sé nada —dijo, frotándose los ojos.

—Josephine Marie, si no le dices a todas estas personas lo que sabes en menos de cinco segundos, te pasarás castigada el resto de tu vida —amenazó el padre de Josie nervioso.

Meredith se arrodilló delante de la niña.

—Josie, la lealtad es una de las cosas más importantes de la vida, pero, a veces, para ser leal, tiene que parecer que no lo eres —dio con voz serena, sin cuestionarse siquiera su repentina tranquilidad—. Es posible que en este momento esté Kelsey esté corriendo un gran peligro. Ella sabe que tú eres la única que puede ayudarnos a encontrarla. Por favor, cariño, no le falles.

—Kelsey... está con su madre.