8 Volver a decir el mar

Volver a decir el mar,

volver a decir

lo que ya no puedo cantar

sin el corazón partir

Ese verso de un poeta tabasqueño llamado Carlos Pellicer, lo empecé a repetir y a repetir —continuó su relato el pirata cuatro—. Me sentía muy solo. Desvalido. Sin fuerzas para nada. Y entonces llegó hasta mí una botella que arrojó el mar. La botella traía tu cuento del tesoro.

Quise responderte. ¿Cómo hacerte llegar mi mensaje? Primero pensé: “Me voy en la lancha que me queda y llego a verlo.”

Luego cambié de idea: “No, es mejor que él venga.”

Entonces me hice a la mar en la lancha para llegar a las playas de Campeche. Antes de llegar hasta la orilla, encontré a un muchacho, aprendiz de pirata. Lo reconocí por su bandera, su paliacate, su puro y su parche en el ojo. Supe que era aprendiz, porque lo pude abordar fácilmente.

Le dije:

—Muchacho, para ser buen pirata hay que aprender a desconfiar.

Él se quedó callado. Yo proseguí:

—Pero también hay que aprender a descubrir quiénes son nuestros amigos. Te pondré una prueba. Si tú dejas este mensaje en la playa donde se encuentra el viejo barco del Pirata Juvenal sin que nadie sepa que soy yo el que lo manda, entonces te podrás considerar mi amigo.

El aprendiz de pirata aceptó y así fue como él te dejó mi mensaje. Me dije: “Si a él le siguen gustando las aventuras, seguro vendrá. Si no, pues no.”

Quise verte a ti, mi amigo. Platicar. Porque muchas veces platicando, diciendo las cosas en voz alta, uno puede escucharse. Y al escucharse, uno se da cuenta de lo que está haciendo o diciendo.

Y al contarte todo esto me doy cuenta de que en realidad lo que quiero hacer es seguir siendo pirata. Volver al mar. Tendré que empezar de nuevo, conseguir mi barco, buscar un nuevo grupo, todo. Tal vez más adelante pueda encontrar otra intrépida muchacha como Lila pero que, a diferencia de ella, sí quiera ser la capitana de mi barco. Por lo pronto, gracias por haber venido. Gracias por haber contestado a mi llamado.

—No, gracias a ti —contestó el pirata tres. Y añadió—: Gracias por haberme respondido tú a mí. Tal vez no haya encontrado el tesoro prometido en tu mapa, pero creo que encontré un tesoro mejor. He vuelto a encontrar a mi amigo, el más pirata de los cuatro.

El pirata tres y el pirata cuatro se dieron un gran abrazo.

—Sólo tengo una pregunta —dijo de pronto el pirata tres—. ¿Tú me viste excavando con los otros dos?

—Sí —respondió el cuatro.

—¿Y por qué no te apareciste o dijiste nada?

—Porque yo te quería ver a ti, al amigo que se la jugó conmigo, al amigo que me quiso convencer de que dejara de ser pirata para salvar mi vida. Yo no quería ver a los otros que no eran mis amigos. Cuando los vi, no te miento, empecé a pensar en un plan para eliminarlos. Pero lo que es el destino, ellos mismos se eliminaron.

—Pues sí —dijo el pirata tres—. Cada quien su vida.

—¿Y tú? —preguntó el pirata cuatro—. ¿Qué vas a hacer?

—Pues lo mismo. Seguir contando cuentos, porque eso es lo que más me gusta. Tal vez ahora me anime a contar cuentos de otros temas, ya no sólo de piratas.

—Que cada quien haga lo que de verdad le guste hacer —dijeron los dos brindando de cara al cielo y sus estrellas.

—Gracias a este encuentro tú ya tienes historias que contar y yo las ganas de volver a correr aventuras —dijo el pirata cuatro.

Al amanecer, en la lancha que le quedaba, el pirata cuatro llevó al tres a las playas de Campeche y de ahí se regresó a la Isla de la Buena Ventura, para empezar a planear su vida futura.