Capítulo 8

 

JOANNA sintió que se le secaba la garganta.

–Sí, señor Johnson –dijo a regañadientes–. Conozco al señor Novak.

El hombre frunció el ceño.

–¿Novak? Ha dicho que se llamaba Carlyle.

–No, lo ha asumido usted –le contradijo Matt cortante. Empezaba a cansarse de aquel absurdo intercambio–. Pero la señora es mi esposa –miró a Joanna arqueando las cejas–. ¿No es así?

Joanna vaciló, pero consciente de la presencia del portero, contestó:

–Por el momento –respiró profundamente y dijo directamente a Johnson–. De hecho venía a decirle que mañana me voy para pasar unos días fuera –habría preferido no decírselo delante de Matt, pero lo había ido retrasando y al volver del sótano con la colada, le había parecido un buen momento–. ¿Le importaría recoger mi correo, señor Johnson?

–No se preocupe, señora Carlyle –dijo, irritando a Matt con su tono de familiaridad–. Espero que vaya a un sitio cálido. ¡Qué frío ha hecho estos días!

–¡Espantoso!

Joanna consiguió esbozar una sonrisa antes de volver hacia el ascensor, seguida de cerca por Matt. En lugar de apretar el botón, se volvió hacia él y dijo:

–¿Y bien?

–¿Y bien? –preguntó él a su vez, desconcertado–. ¿Qué?

–Supongo que has venido a hablar conmigo. Así que, habla.

–Aquí no –Matt empezaba a perder la paciencia–. Será mejor que subamos a tu apartamento.

Joanna se irguió y miró la hora. Matt vio que seguía usando el reloj que él le había regalado y se alegró de comprobar que no se había deshecho de él junto con todo lo demás.

–Lo siento, no me va bien –dijo ella con frialdad–. Debías haberme avisado de que venías a Inglaterra.

–¿Igual que tú me anunciaste que venías a Miami? –replicó Matt airado–. ¿Qué pasa? ¿Tienes otra visita? ¿Es mal momento?

–Sí y no –respondió Joanna, removiéndose incómoda–. ¿Qué quieres, Matt? Es un poco tarde para una visita sorpresa.

–¿Tú crees? –preguntó él burlón.

–Sí. Estoy ocupada.

–¿Porque te vas de viaje?

–Sí –Joanna esquivó la mirada de Matt–. Y todavía tengo que recoger el apartamento.

–¿Dónde vas? –preguntó Matt, frunciendo el ceño–. O mejor ¿con quién vas?

–¿Acaso te importa? Hace tiempo decidimos que nuestra relación había acabado.

–¿Ah, sí? ¿Antes o después de que me sedujeras?

–Yo no… –Joanna dejó la frase en el aire, preguntándose cómo reaccionaría Matt si le dijera que había esperado que la llamara durante las últimas semanas–. Espero que no vengas esperando una repetición.

–No es ese el motivo –dijo él con aspereza.

Como si percibiera su impaciencia, Joanna apretó finalmente el botón. Cuando el ascensor llegó, Matt entró con ella y Joanna no protestó, tanto por no hacer una escena como por el hecho de que, a su pesar, se alegraba de verlo.

Desafortunadamente, eso evocó la última imagen que había tenido de él, en la cama, desnudo. En aquel momento, aunque tenía aspecto cansado, seguía estando perturbadoramente guapo. Con unos pantalones negros, una camisa verde oliva y una chaqueta negra que acentuaba sus anchos hombros, su figura le resultaba de una dolorosa familiaridad. Sus facciones seguían siendo hermosas a pesar del rictus que formaban sus labios, que siempre le habían resultado fascinantes. Por un instante Joanna se preguntó si se había retrasado en ir a buscarla porque había sufrido una recaída, pero con la misma rapidez, se irritó consigo misma por ser tan ingenua.

–¿Vas a decirme dónde vas o es un secreto de estado? –preguntó Matt cuando subían.

Joanna suspiró.

–Voy a Cornwall, a ver a mamá y a Lionel.

–¿Sabe Glenys que quieres el divorcio?

–No –contestó Joanna.

De hecho había evitado hablar con ella del tema. Sabía que se habían separado, aunque Joanna nunca le había explicado los motivos. Glenys siempre había sentido debilidad por Matt, y Joanna temía que se pusiera de su lado si le contaba las acusaciones de Angus.

Matt enarcó las cejas.

–¿Por qué no se lo has contado?

–Porque no –dijo ella bruscamente–. Pero voy a hacerlo mañana mismo.

El ascensor se detuvo y, en parte para evitar que entrara en el apartamento y le cerrara la puerta, Matt tomó la cesta con la colada de sus manos.

–Permíteme –dijo amablemente.

Joanna no se molestó en protestar. Ya que Matt se había tomado la molestia de ir hasta allí, era evidente que tenía algo que decirle.

–Podría acompañarte a ver a Glenys –sugirió él mientras ella buscaba la llave en el bolsillo.

–¡Estás loco! –Joanna lo miró por encima del hombro mientras abría la puerta–. ¿No tienes trabajo que hacer?

–Me iría bien un descanso. No sería la primera vez que voy a Cornwall.

Eso era verdad. Cuando se casaron, Glenys y Lionel les habían dado la bienvenida tanto en su piso de Londres como en la casa en Padsworth, el pequeño pueblo al que se habían mudado definitivamente, aunque Lionel seguía yendo una vez al mes a Londres para supervisar su negocio de importación de vino.

Joanna entró en el apartamento con cierta aprensión. Matt nunca había estado allí y ella habría preferido que no viera dónde vivía. Aparte de que fuera pequeño y modesto, no contenía ningún recuerdo que le pudiera recordar la vida que habían compartido. Pero desde ese instante, en el que Matt ocupó el espacio con su presencia y su magnetismo, ya no sería lo mismo. El pequeño vestíbulo que daba paso a la sala con cocina americana encogió en cuanto él entró.

Por su parte, Matt miró alrededor con curiosidad. Paredes blancas, moqueta terracota, un sofá verde. No se parecía en nada al lujoso apartamento que habían compartido en Knightsbridge, pero era acogedor. Y Matt intuía que para Joanna, era un símbolo de su independencia.

Volvió la mirada a Joanna cuando esta le quitó la cesta de las manos y lo observó con inquietud. Aun con unos vaqueros gastados y una camiseta vieja, Matt la encontraba fascinante.

–No quiero que vengas a Cornwall conmigo –dijo ella con frialdad–. Se llevarían una idea equivocada.

–¿Cuál?

–Que he cambiado de idea respecto al divorcio.

–Acabas de decirme que no se lo has dicho.

Joanna apretó los labios.

–Pero pienso decírselo. Y no he cambiado de idea.

Matt la miró con ojos entornados.

–No pretendo ofenderte, pero he de decir que se te da bien confundir a la gente.

–¿Te refieres a lo que pasó en Miami? –Joanna notó que se ruborizaba–. Eso fue… Una excepción. No volverá a pasar.

–¿Un efectos secundario de demasiado vino y de los nervios? –preguntó él con sorna.

–Algo así –Joanna dejó la cesta sobre la encimera de la cocina, intentando no dejarse intimidar por la corpulencia de Matt, que prácticamente se cernía sobre ella–. Supongo que te preguntas por qué no esperé a que despertaras.

–No estaría mal que me lo explicaras –dijo él, mirándola inquisitivamente–. ¿O temías lo que pudiera pasar?

–No seas tan engreído –dijo ella con descaro, aunque se alegró de que Matt no pudiera leer sus pensamientos–. Como has dicho, había bebido demasiado. Y-y me avergonzaba de cómo había actuado.

Matt rio con incredulidad.

–¿Siempre que bebes te acuestas con alguien?

–No –contestó Joanna indignada–. Jamás había hecho algo así. Y tú eras… o eres, mi marido. Fue un error, pero así es la vida.

«Efectivamente», pensó Matt con amargura. ¿Cómo había podido creer que Joanna quería volver a verlo?

–¿Y por qué no me dejaste ir? Si deseas el divorcio tan desesperadamente, habría sido lo más sencillo.

Joanna no tenía respuesta. Con un profundo suspiro, se abrazó a sí misma. Matt la miró fijamente y añadió:

–No consigo entenderlo.

–Lo comprendo –dijo ella. Pero entonces tuvo un pensamiento que le permitió pasar al ataque–. En cualquier caso, te has tomado tu tiempo para venir a verme.

–Tenía mis motivos –dijo Matt con renovada frialdad.

–Quizá primero tenías que librarte de otra mujer –sugirió Joanna despectivamente–. ¿Debería sentirme halagada de que hayas venido?

–No seas sarcástica –dijo Matt–. No hay ninguna otra mujer. Y no puedes culparme porque te dejaras dominar por el miedo.

Joanna lamentó no tener la misma habilidad que él tenía para hacerle sentir expuesta, descarnada.

–En cualquier caso, si hubieras querido, podrías haberme encontrado antes –dijo airada.

–¿Era eso lo que querías?

–¡No! –saltó Joanna, pero se dijo que debía ser honesta–: Quizá sí.

–¿De verdad? –Matt pensó en la llamada de Sophie con un escalofrío–. Probablemente es lo que habría hecho, pero, como te he dicho antes… surgió algo.

Sin mirarlo, Joanna empezó a sacar la ropa de la cesta.

–Si no fue una mujer… ¿qué te ha retenido?

Los ojos de Matt adquirieron una súbita frialdad.

–Recibí una llamada anunciándome que mi padre había sufrido otro ictus. Comprenderás que esa noticia tomara precedencia sobre cualquier otra cosa.