JOANNA fue al despacho con una taza de té. Había dejado de beber café y no lo echaba de menos a pesar de que tenía que admitir que estaba cansada. Cada día le costaba más madrugar para ir a la galería.
Para consolarse, se recordó que en un par de días se tomaba la baja. Estaba embarazada de más de seis meses y había aceptado la invitación de su madre para pasar en Cornwall las últimas semanas.
En cuanto al futuro, no tenía ni idea. Solo sabía que durante el embarazo había establecido un vínculo con la vida que crecía en su interior. Que ese ser fuera también parte de Matt era un dilema para el que no había encontrado solución.
Pensaba en su exmarido frecuentemente, y en el hecho de que no supiera que esperaba un hijo, pero había decidido esperar a que naciera para contárselo.
Inicialmente, había creído tener razón al no llamarlo de nuevo, diciéndose que solo conseguiría ponerlo en una situación incómoda. Y porque no quería que sintiera lástima de ella. Aunque no supiera hasta qué punto iba en serio su relación con la mujer que había contestado el teléfono, la forma en que se había ido de su apartamento la había convencido de que no quería volver a saber nada de ella.
Pero a medida que el bebé crecía, supo que se estaba engañando y que Mat tenía que saberlo. Aunque ella no le importara, su hijo sí le importaría.
También había justificado su retraso en llamarlo por el hecho de que Matt no hubiera puesto ningún obstáculo al divorcio y porque ni siquiera se hubiera planteado que su noche juntos hubiera podido tener consecuencias. Aunque ¿cómo iba a sospecharlo cuando durante años todos sus intentos habían fracasado?
En cualquier caso, Matt había desaparecido de su vida, y Joanna mitigaba su sentimiento de culpa diciéndose que tendría tiempo para tomar una decisión cuando el bebé naciera, La última correspondencia que había mantenido con su abogado citaba la dirección en Cayo Cable, lo que confirmaba que se había ido a vivir a Las Bahamas.
¿Solo?
Joanna apartó ese pensamiento de su mente y se concentró en repasar los detalles de la inauguración que iba a tener lugar la siguiente semana. Desde que era socia de la galería, había abierto una página Web a través de la que enviaba información periódica e invitaciones, lo que les había dado acceso al público que se enteraba de eventos solo por las redes sociales.
El joven artista al que promocionaban era uno de sus favoritos, y confiaba en que la exposición fuera un éxito. Desafortunada o afortunadamente, según se viera, ella no estaría presente. En contra de la opinión de David, se marchaba el sábado a Cornwall aunque estaba segura de que echaría de menos la galería.
A pesar de que había descubierto lo caro que le iba resultar tener una niñera, había podido invertir en la galería y asegurarse el futuro. Inicialmente había pensado que tendría que optar entre una cosa u otra, pero cuando el abogado de Matt, a instancias de este, le había propuesto comprar sus acciones en NovCo, Joanna había decidido que aceptaría en nombre de su padre.
Mientras bebía el té, oyó la puerta de entrada y asumió que sería su socio, que volvía de comer con un rico coleccionista. Pero al ver que David no se acercaba al despacho, Joanna pensó que podía tratarse de un cliente.
Dejando el té en el escritorio, salió a la sala de exposición y miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Como las esculturas que había expuestas en aquel momento eran unas grandes piezas de bronce que le tapaban la vista, llamó:
–¿Hola? ¿Puedo ayudarlo?
–Eso espero.
La voz, a pesar del tono sarcástico, era tan reconocible que Joanna se quedó paralizada
Matt, en vaqueros y con una cazadora de cuero con el cuello levantado para protegerse de la lluvia, salió de detrás de una de las esculturas.
–Matt –dijo ella, tomando aire–. ¿Qué haces aquí?
–¿Tú qué crees?
Al ver a Joanna, Matt se alegró de haberse acercado a la galería antes de ir a hablar con ella.
A pesar de que inicialmente se había resistido a hacer aquel viaje, algo de lo que Sophie había dejado entrever y la seguridad de que no había sido totalmente sincera, le habían impulsado a cambiar de idea. Había llegado a Londres la tarde anterior y en cuanto se registró en el hotel, hizo que el chófer lo acercara a la galería.
Para cuando llegaron, había oscurecido. Joanna salía en aquel momento, sola, envuelta en una capa con la que intentaba disimular su estado, pero Matt había entendido al instante lo que Sophie no le había llegado a decir.
Joanna estaba embarazada. ¿De cuánto tiempo? ¿De quién era el bebé? ¿Por qué no se había molestado en decírselo?
En aquel momento no se había sentido capaz de hablar con ella. Había pedido a Jack que lo llevara de vuelta al hotel y había pasado el resto de la tarde emborrachándose para borrar la imagen de su esposa con otro hombre en la cama.
Por la mañana había llamado a Sophie a Nueva York, a pesar de que allí era plena noche, para volcar en ella su frustración.
«¿Por qué demonios no me lo dijiste? Al menos habría estado sobre aviso».
Más tarde había vuelto a llamar para disculparse. Pero aunque comprendiera que si el hijo no era suyo Joanna no tenía por qué hacerlo, no podía dejar de preguntarse por qué no se lo había contado.
Quizá estaba torturándose por algo que no tenía nada que ver con él. Y encima tenía un espantoso dolor de cabeza producto de la resaca.
Dio un paso adelante.
–Deja que te vea –dijo con frialdad–. Pensaba que a lo mejor querías contarme algo –deslizó la mirada descaradamente por el cuerpo de Joanna. Deteniéndose en su abultado vientre, añadió sarcástico–: Ya veo que sí.
La arrogancia de su exmarido borró cualquier sentimiento de culpa que Joanna pudiera albergar.
–¿Qué te hace pensar que tengo algo que contarte? Que yo sepa, no te he pedido nada –dijo, llevándose la mano instintivamente al vientre.
Matt la miró enfadado y de pronto tuvo la certeza de que el bebé era suyo. Joanna nunca había sabido mentir.
–¿Cuándo pensabas decírmelo? –exigió saber, emocionado–. Sabes que tengo derechos en lo que afecta a ese bebé.
A pesar de su indignación, Joanna no pudo evitar encontrar a Matt irresistible. Estaba bronceado, se había cortado el pelo y tenía aspecto relajado. Claramente, estaba disfrutando de la vida y era totalmente inconsciente de hasta qué punto había participado en cambiar la de ella
–En Reino Unido los derechos de la madre prevalecen sobre los del padre –dijo en tensión, sin darse cuenta de que acababa de admitir que era su hijo.
Matt apretó los puños al ver sus dudas disipadas. Tomó aire.
–Muy bien, esperaré a que el bebé nazca para demostrar mi paternidad. Estoy seguro de que en un juicio…
Joanna alzó la mano.
–No hace falta –dijo con voz temblorosa–. Es tu bebé. No lo niego.
–¿Y por qué no me lo habías dicho?
–Lo-lo intenté –balbuceó Joanna–. Te llamé a Nueva York, pero contestó una mujer.
–¿Qué mujer? –Matt frunció el ceño–. ¿Cómo se llamaba?
–No lo sé. ¿Has tenido tantas que no sabes quién puede ser?
–No digas tonterías –dijo Matt–. Sería la mujer de Andy Reichert. Él y su familia se han instalado temporalmente en mi apartamento… O tal vez su hija.
Joanna se ruborizó.
–¿Cómo iba a saberlo? Quienquiera que fuera, me dijo que no estabas y que llamara más tarde.
–¿Le dijiste quién eras?
–No –Joanna suspiró.
–¿Llamaste más tarde?
–No… Pensé que…
–Ya sé lo que pensaste –Matt contuvo su enfado a duras penas–. ¿Cómo crees que me he sentido al ser mi hermana la que me ha insinuado lo que estaba pasando?
–¿Sophie? ¿Cómo lo ha sabido? –preguntó Joanna desconcertada.
–Estaba en Londres y pensó en venir a verte.
–Pero no lo hizo.
–Sí, aunque se fue sin saludarte. Sophie es muy discreta. ¿Qué querías que hiciera?
–No lo sé. Quizá podría haberme aconsejado qué hacer.
Matt estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para mantener la calma. Después de lo que habían pasado para intentar tener un hijo, Joanna se quedaba embarazada y no se lo decía porque creía que tenía una relación.
¿Estaría ella viendo a alguien? Aunque Joanna había conseguido meses atrás que dejara de sentir algo por ella y aunque fuera un sentimiento irracional, no soportaba la idea de que saliera con otro hombre.
–¿Y ahora qué? –preguntó crispado–. Por lo que dices, deduzco que has hecho planes. Confío en que uses el dinero que deposité en tu cuenta para darte un respiro.
Joanna tragó saliva. ¿Debía decirle que iba a ir a casa de su madre? Si no lo hacía, Matt era capaz de volver a buscarla a la galería.
–La verdad es que… –empezó. Pero en ese momento se abrió la puerta y entró David.
Era evidente que llegaba de buen humor y Joanna dedujo que había tenido éxito con el coleccionista y que debía de haber tomado un par de copas.
Pero su expresión cambió en cuanto vio a Matt.
–No sabía que esperaras visita, Joanna –dijo con desdén.
–He venido de sorpresa aprovechando que estaba en Londres –Matt se adelantó a Joanna–. No todos los días se descubre que tu exmujer se ha enterado después divorciarse de ti que espera un hijo tuyo.
David miró a Joanna espantado.
–¿Es su hijo? –exclamó.
Joanna gimió. Había evitado decirle a David quién era el padre, dejándole creer que era alguien a quien había conocido en Miami.
Matt sonreía con suficiencia.
–Claro que es mi hijo. ¿Por qué crees que estoy aquí?
Joanna mantuvo el rostro impasible. No debía tomarla por sorpresa que el único interés de Matt fuera reclamar a su hijo. Habría sido una ingenua si hubiera pensado que ella le importaba lo más mínimo.
–¿Hasta cuándo va a quedarse? –le preguntó David, interrumpiendo el flujo de su pensamiento–. ¡No me digas que piensa a ir contigo a Cornwall!