Capítulo 18

 

JOANNA vio aparecer a Matt entre las palmeras, junto al embarcadero.

Estaba segura de que la había visto y su primera reacción de alivio se convirtió en resignación al asumir que la consideraría una completa idiota. Pero en aquella ocasión, tendría razón. Debía haberle dicho a alguien dónde iba.

La voz de Matt le llegó atravesando la distancia.

–¿Necesitas ayuda?

Joanna habría querido decirle que no, pero no habría sido verdad. Aun así, continuó nadando a la vez que sacudía la cabeza. Después de todo, Matt no podía hacer nada.

Pero en pocos minutos descubrió que estaba equivocada. Cuando le quedaba todavía una buena distancia y descansó para intentar recuperar el aliento, vio que Matt se quitaba la camisa y se metía en el agua. Nadando a crawl llegó junto a ella justo cuando Joanna se dio cuenta de que tenía los ojos húmedos de lágrimas.

–Gracias –dijo al tiempo que él la tomaba por la cintura–. Sé que me he comportado como una estúpida –continuó, aunque poniéndose a la defensiva no pudo evitar añadir–: Pero habría llegado.

En lugar de contestar, Matt se retiró el cabello de la frente con la mano que tenía libre, y Joanna, a pesar de que se sentía exhausta y al borde del llanto, no pudo evitar pensar cuánto le gustaba mirarlo.

Sus marcadas facciones parecían haber adquirido una mayor determinación desde que había descubierto que iba a ser padre; y en aquel momento, aunque no dijera nada, Joanna estaba segura de que estaba enfadada con ella. Lo que era una lástima, dado lo bien que se habían estado llevando.

Joanna se preguntó entonces si realmente habría conseguido llegar a la orilla sin ayuda, pero de lo que sí estaba segura era de que Matt no le dejaría olvidar que estaba en deuda con él.

Resultó sorprendente lo pronto que sintió arena bajó los pies. Apenas la había rozado, cuando Matt la tomó en brazos y la llevó hasta donde había dejado sus cosas.

Joanna se encontró entonces sin aliento, pero no fue por el agotamiento, sino porque la fuerza del brazo que sentía bajo los muslos y el dorado bronce del pecho de Matt que rozaba sus senos la hicieron consciente de hasta qué punto era vulnerable ante alguien de una masculinidad tan descarnada.

Matt la miró fijamente con gesto sombrío.

–¿Cómo se te ocurre nadar hasta tan lejos tú sola? Siempre has dicho que eres una nadadora mediocre.

–Porque lo soy –dijo ella compungida–. ¿No estabas en la ciudad? ¿Te ha avisado Henry de lo que estaba haciendo?

–Si fuera así ¿crees que habría llegado a tiempo? –dijo Matt, dejando claro que era una pregunta absurda–. Es Henry quien está en la ciudad. Me ha avisado Teresa. Callie ha venido a la villa diciendo que habías desaparecido.

Joanna se sintió mortificada.

–Perdón –dijo con voz temblorosa–. Ya puedes dejarme en el suelo.

Estar tan cerca de él era tanto un placer como una tortura. Y Joanna tuvo que dejar de negar la evidencia: a pesar de lo que Matt había hecho, seguía deseándolo. No podía tratarse solo de que sus alteradas hormonas le impidieran resistirse a él. La cuestión de fondo era si, a pesar de los errores del pasado, estaba dispuesta a darle una segunda oportunidad.

¿Y él?

Cuando Matt la dejó en la arena y su abultado vientre rodó a lo largo de su musculoso cuerpo, el deseo se apoderó de ella. Sin pensarlo, se abrazó a su cuello y acercó sus labios entreabiertos a los de él.

Matt se tensó instintivamente. Había sospechado que, a pesar de que Joanna lo negara en el pasado, no le resultaba totalmente indiferente, pero había tenido la seguridad de que seguía planeando volver a Inglaterra cuando naciera el bebé. Y él había aceptado esa posibilidad hasta que Teresa había llamado a su puerta para anunciarle que Joanna había desaparecido, y había salido aterrado a buscarla.

¿Pero qué buscaba ella en él? ¿Un consuelo pasajero? ¿Y qué sentido tenía ni siquiera cuestionárselo? Había sido ella quien había pedido el divorcio. ¿Habrían sido las circunstancias diferentes si Joanna hubiera dado con él, si Laura Reichter no hubiera contestado el teléfono?

Matt tuvo que recordarse que, en cualquier caso, él ya había pasado página. O creía haberlo hecho.

Joanna lo observaba con expresión nerviosa, con los brazos enlazados a su cuello y los dedos hundidos en su cabello. Pero Matt había alejado sus labios de los de ella y la sujetaba por los hombros.

–¿Qué demonios estás hacienda? –preguntó en un tono desdeñoso que hirió a Joanna–. Si es tu manera de darme las gracias, guárdatela.

–No pretendía darte las gracias –dijo ella con voz trémula–, ¿quién te crees que soy?

–No tengo ni idea –replicó Matt con una deliberada crueldad. Necesitaba alejarse de Joanna. Sabía que de otra manera, sucumbiría una vez más.

Tenía la sensación de que su vida había quedado en suspenso desde el instante en que supo que estaba embarazada. Le había dicho que estaba decidido a formar parte de la vida de su hijo, y eso era lo que iba a hacer. Pero era consciente de que, sabiendo como sabía que todavía sentía algo por ella, había sido un insensato al haberla obligado a ir a Cayo Cable para pasar aquel par de meses con él.

Tenía que mantener la cabeza fría, se dijo. Joanna se sentía sola y probablemente necesitada de afecto. Él conocía muy bien ese sentimiento. Pero tenía el suficiente sentido común como para saber que no llenaría ese vacío con una sesión de sexo tórrido.

Pero aun así, había algo extrañamente erótico en que una mujer albergara a su hijo en su vientre. Él era responsable de la vida que crecía en su interior. Había sido su semilla la que había cambiado la perfecta vida de Joanna.

–Si no es gratitud, ¿de qué se trata? –preguntó con aspereza.

Joanna volvió a notar los ojos llenos de lágrimas y a pesar del calor sintió dentro de sí un frío helador. Se sacudió las manos de Matt de los hombros y retrocediendo, dijo:

–Lo siento. Es evidente que he cometido un error.

Se abrazó a sí misma para entrar en calor. No debía haber dado aquel paso; se había equivocado al creer que Matt todavía sentía algo por ella.

Sin mirarlo, fue a tomar la toalla y el pareo, pensando que se sentiría menos insegura si al menos se tapaba. Pero él le sujetó el brazo y la obligó a girarse:

–¿Qué es lo que quieres ahora? –exigió saber. Y la acumulación de emociones hizo que Joanna temblara.

–Yo… Te deseo, Matt –dijo con un hilo de voz.

Y las defensas de Matt colapsaron.

Ahogando un gemido, estrechó a Joanna entre sus brazos y la besó, que era lo que llevaba queriendo hacer desde que la había sacado del agua. Joanna temió que las piernas no la sostuvieran y se asió a la cintura de Matt para mantener el equilibrio.

Un escalofrío le recorrió la espalda en anticipación de lo que aquel beso prometía; el corazón le latía sonoramente, hasta casi ensordecerla. Le golpeaba el pecho con tanta fuerza, que estaba segura de que Matt podía sentirlo, y su piel, que un instante antes estaba fría, ardió como su sangre, que fluía por sus venas como oro líquido.

Matt alzó la cabeza y miró a Joanna con un intenso deseo. Luego agachó la cabeza y dibujó un círculo con la lengua alrededor de su pezón, que se endureció automáticamente, sin que la tela del bañador sirviera de barrera a su boca

Con un gemido, Joanna se bajó los tirantes y expuso sus senos a la vista de Matt. Él le pasó los nudillos por las endurecidas puntas y susurró, mirando a Joanna fijamente:

–¡Eres tan hermosa!

Ella tragó saliva antes de decir, temblorosa:

–¿Estás seguro de que esto es lo que quieres?

–Pensaba que era lo que tú querías –dijo él con brusquedad.

–Claro que lo quiero –dijo ella. Y con un gruñido sofocado, Matt la tomó en brazos y fue hacia la sombra de los árboles.

Extendió la toalla como lecho improvisado y dejó en ella a Joanna.

–¿Estás segura de que no es malo? –musitó–. ¿No te haré daño?

–No te preocupes, no soy de cristal.

En silencio, Matt se quitó los pantalones y acabó de retirar el bañador de Joanna. Cuando se echó sobre ella, entre sus piernas, Joanna le tomó el rostro y recorrió sus labios con la lengua. De pronto el tiempo se paró, ya no sabía dónde estaba. Solo sabía que aquel era el lugar en el que quería estar.

Los besos de Matt se intensificaron hasta que Joanna prácticamente perdió la consciencia. Recorrió con las manos el pecho de Matt, enredó sus dedos en el vello de su ingle y lo acarició susurrando:

–Solía gustarte que te hiciera esto –y como respuesta, sintió el gemido distorsionado de Matt contra su cuello.

Temblando, él le retiró la mano y le separó las piernas.

–¡Dios mío, Jo! Me vuelves loco. Esto es una locura, pero no quiero que acabe.

Joanna contuvo el aliento al ver que Matt se deslizaba hacia abajo hasta ocultar el rostro entre sus muslos. Apenas la rozó, alcanzó el clímax. Matt continuó lamiendo su apretado centro y Joanna volvió a perder el control.

Matt entonces la acarició con los dedos, separando sus pliegues, y ella se arqueó contra su mano, jadeante.

–Por favor –suplicó, sujetándolo por el cabello y haciéndole subir para reclamar sus labios–. ¡Te quiero dentro! ¡Ahora!

Matt resopló.

–¿Crees que no quiero? –Matt se pasó la lengua por los labios, saboreando la esencia de Joanna–. No he pensado en otra cosa desde que viniste.

A Joanna le costaba creerlo, pero Matt estaba ya inclinándose sobre ella, tratando de no hacerle daño. Ella estaba tan húmeda y lubricada, que Matt la pudo penetrar suave y lentamente. Pero en cuanto sus músculos se amoldaron a él, se adentró profundamente en su interior.

Fue maravilloso. Familiar, pero desconocido; e intensificado por los meses que habían estado separados. La músculos de Joanna se contraían en torno a su miembro como un guante de terciopelo; se ajustaban tan perfectamente, tan ceñidos, que los sintió como la primera vez que habían hecho el amor, siendo Joanna virgen.

Ella se abrazó a él; el olor de su excitación la envolvió en una neblina de pasión. Los labios de él buscaron los suyos; sus lenguas se entrelazaron en un frenético baile. Los susurros y gemidos de Joanna se sumaban al placer de Matt, que perdió el control. Asiendo las redondas curvas de sus nalgas, le alzó las caderas para acomodar su sexo y poder penetrarla más y más profundamente.

En cuanto los músculos de Joanna volvieron a contraerse, Matt estalló en un violento clímax. Su último pensamiento coherente fue que debía retirarse para no aplastarla. Y lo hizo…antes de sucumbir al agotamiento de los últimos días y de que sus párpados se cerraran.