Epílogo

 

UNA SEMANA más tarde, Joanna bajó con el bebé en el carrito al embarcadero.

Matt había salido a navegar por primera vez desde el nacimiento ante la insistencia de Joanna. Callie y Rowena había resultado ser las perfectas niñeras.

Adrienne y Oliver se habían ido de la isla, y Oliver estaba encantado de haber contribuido a la reconciliación de la pareja.

Por su parte, Joanna sabía que Adrienne y ella nunca llegarían a ser amigas, pero al menos la madre de Matt se había resignado a la nueva situación y había dejado de interferir en sus asuntos.

Los celos eran un sentimiento muy poderoso, y Joanna sospechaba que Adrienne habría sentido celos de cualquier mujer que le quitara a su hijo. El hecho de que además se tratara de la hija de Angus Carlyle, debía haberle resultado doblemente perturbador. Y más cuando su marido empezó a hacer negocios con él. Probablemente había vivido con el constante temor de que su relación se hiciera pública.

Joanna se había planteado si su padre había intentado destrozar su matrimonio con Matt para vengarse de Adrienne. Así que la única manera que encontró de no sentir rencor hacia él fue decirse que la enfermedad lo había transformado y le había hecho sentir amargura hacia la felicidad de los demás.

Pero eso formaba parte del pasado. Matt y ella se casarían en cuanto pudieran y acudirían a Miami a bautizar al niño.

Cuando salió de la sombra de las palmeras, notó con placer el calor del sol en los hombros. Su hijo dormitaba en la silla que Matt había hecho llevar desde Nassau el mismo día que nació. El niño era una fuente de continua felicidad para Matt y para ella, y gracias a él estaban redescubriendo las distintas facetas del amor que se profesaban el uno al otro.

Joanna oyó la voz de Henry y de inmediato vio a Matt saltar al embarcadero. En cuanto la vio, él corrió hacia ella.

–Te he echado de menos –susurró, besándola. Y con gesto de preocupación, añadió–: ¿No hace demasiado calor para ti?

–Si vamos a vivir aquí, debo acostumbrarme.

–Me encanta oírte hablar en plural. No sé cómo he podido vivir sin ti.

Joanna se abrazó a su cuello.

–No debería haber dudado de ti.

–Lo importante es que sepas que nunca te he mentido ni te mentiré.

Joanna se mordisqueó el labio.

–¿Me creerías si te dijera que nada más llegar estuve a punto de decirte que quería quedarme?

–¿Por el bebé?

–No, por nosotros.

Matt la miró fijamente.

–¿Lo dices en serio?

–Por supuesto. Pe-pero después de lo de la playa, parecías tan… distante.

Matt ahogó un gemido.

–No sabía qué decirte. Y como aparecieron mis padres, fue imposible hablar contigo en privado –tras una pausa, añadió–: Aun sí, tuviste que notar que tenía que atarme las manos para no tocarte.

En ese momento, se acercó Henry.

–¿Quieren que me lleve al niño a la villa? –preguntó, agachándose para hacerle carantoñas.

Matt sonrió.

–No sabía que fueras tan niñero, Henry.

Este se irguió y dijo:

–Pensaba que igual querían un poco de privacidad. Más aún, sabiendo que la señorita Sophie llega esta tarde.

–¡Lo había olvidado! –Matt miró a Joanna–. ¿Qué te parece? ¿Nos damos un paseo por la playa?

Joanna le pasó el carrito a Henry.

–Encantada, señor Novak. ¿Puedo usar su brazo de apoyo?

–Confío en que puedas usar todo mi cuerpo –musitó Matt, insinuante.

Y el eco de la risa de Joanna seguía sonando cuando Henry desapareció entre las palmeras.