JOANNA se dijo que debía haberlo adivinado cuando Matt desapareció. Por supuesto, su marido los esperaba en el despacho del manager.
Estaba de espaldas, mirando por la ventana con las manos en los bolsillos, sus anchos hombros marcados por la camisa de seda.
Y a su pesar, Joanna sintió una emoción parecida a la que había sentido años atrás, al ver a Matt y a su padre entrar en la galería Bellamy.
David inauguraba la exposición de un artista desconocido y un folleto informativo había llegado al hotel Novak. Matt le dijo que había sido su padre quien le había animado a ir, tras un día de intensas de negociaciones. Pero también le dijo que en cuanto la vio, se alegró de haber acudido…
Joanna recorrió la galería con la mirada con un sentimiento de orgullo. Estaba repleta de visitantes y mecenas que, disfrutando de una copa de vino y canapés, comentaban las obras expuestas.
Y ella había organizado todo aquello. Había diseñado los folletos, enviado las invitaciones y había conseguido que el evento resultara tan atractivo que nadie quisiera perdérselo.
El artista que promocionaban, Damon Ford, era conocido por haber ganado una medalla de atletismo en los últimos Juegos Olímpicos. Pero Joanna estaba convencida de que su obra era magnífica y que alcanzaría una gran popularidad.
–Ha venido mucha gente –dijo en tono de satisfacción David Bellamy, el dueño de la galería y su jefe–. Has hecho un gran trabajo, Joanna. Damon debería estarte muy agradecido.
Ella sonrió
–Lo está. Ahora tenemos que confiar en que su obra se venda. Antes he visto al editor de Evening Gazette entusiasmado con una de sus piezas.
Miró a su alrededor ilusionada. Su intuición no había fallado. Damon era uno de esos raros artistas a los que les importaba su obra, pero también conquistar al público.
Su mirada se posó entonces en dos hombres que acababan de entrar. Los dos eran altos y morenos. El más joven era un poco más alto y su mirada penetrante se cruzó con la de ella.
Joanna desvió la suya, ruborizándose, y sintió al instante una extraña sensación en la boca del estómago. Aun así, consiguió recuperar la calma cuando el hombre en cuestión atravesó la sala hacia ella.
–Hola –la saludó, con una sonrisa que hizo que se le pusiera la carne de gallina–. Tengo entendido que tú eres la artista.
Por su acento, Joanna dedujo que provenía del otro lado del Atlántico.
–No, no –se apresuró a contestar–. Solo he ayudado a organizar la inauguración.
–A eso me refería –explicó él–. Has hecho un gran trabajo.
–¿Te parece? –preguntó ella sintiéndose halagada. Una cosa era que David estuviera contento, y otra que uno de los invitados la elogiara.
–Desde luego –el hombre barrió la sala con la mirada y añadió–. ¿Quieres acompañarme hasta donde pueda pedir una copa?
Joanna se reprendió por pensar en el pasado.
Matt se había vuelto al oírlos entrar en el despacho, y aunque ella había tenido la tentación de salir corriendo, el orgullo, y no querer hacer una escena delante del manager, hizo que se quedara.
Como consecuencia, el hombre abría en aquel momento la puerta de una suite en el piso dieciocho y los invitaba a entrar, como si Matt fuera a pasar allí la noche con ella.
–Si puedo hacer algo más por usted, señor Novak, no tiene más que llamarme –dijo, irritando a Joanna al dirigirse a Matt –y dándole la llave–. Estoy seguro de que les gustará esta suite.
–Yo también –dijo Matt, advirtiendo a Joanna con una mirada que no protestara–. Gracias, George.
El hombre se retiró con una sonrisa. En cuanto cerró la puerta, Joanna estalló.
–¡Supongo que quieres que te dé las gracias! Pues habría preferido alojarme en una habitación individual.
Matt rio con sorna.
–Sabía que dirías eso –fue hasta la puerta de cristal que daba acceso a una terraza privada y salió–. Ven a contemplar la vista. Se oye el mar.
–Y se siente la humedad –replicó Joanna sin moverse–. Por favor, cierra la puerta y márchate.
–¿No vas a ofrecerme una copa? –preguntó Matt, entrando y cerrando la puerta.
Joanna miró hacia el frigorífico y dijo:
–Sírvete tú mismo –mientras Matt se servía un refresco, Joanna añadió–: No vas a conseguir que cambie de idea.
Matt se encogió de hombros.
–Vale. Pero has dicho que hablaríamos por la mañana.
–No creo que sirva de nada.
–Yo espero que sí –Matt miró a su alrededor y continuó–: Esta suite se parece a la que ocupamos la primera vez que vinimos –se acercó a la puerta del dormitorio para echar una ojeada–. ¿Te acuerdas? Tuvieron que cambiar las sábanas porque habíamos hecho el amor en la ducha y todavía estábamos mojados cuando…
Joanna apretó los labios.
–Calla –exigió, intentando bloquear las imágenes que la asaltaban–. ¿Qué tal lleva tu padre la vuelta al trabajo?
Matt la miró desconcertado, pero aceptó el cambio de tema.
–En cuanto supo que estaba enfermo se ofreció a sustituirme. A mi madre no le agradó.
–Eso no es raro –dijo Joanna con sarcasmo–. A Adrienne le gusta tener a sus hombres bajo su control.
–Lo que explica que me ocultara tus correos. Era consciente de que, de haber sabido que querías verme, habría acudido a Inglaterra sin titubear.
–Por eso tampoco me hizo llegar los tuyos. Si hubiera sabido… –empezó Joanna. Pero en realidad, no sabría cómo habría reaccionado al saber que Matt estaba grave.
–¿Qué? ¿Habrías venido solo por ese motivo?
–Sinceramente, no lo sé.
–¿Porque estabas muy ocupada?
–No. Porque no habría estado segura de que quisieras verme.
–Entiendo –comentó Matt. Y fue él quien cambio de tema–: ¿Sigue Bellamy jugando un papel importante en tu vida?
Joanna tragó saliva.
–Deja a David al margen de esto.
–¿Cómo ocupas tu tiempo libre? –preguntó Matt con un brillo burlón en la mirada.
–Con amigos –al ver la expresión de Matt, añadió–: No con David, con otros amigos. Y a veces visito a mamá y a Lionel.
–Creía que no te caía bien –comentó Matt.
–Las circunstancias han cambiado.
–¿Desde que murió tu padre? –preguntó Matt sarcástico–. Te creo. Siempre sentí lástima por tu madre. Angus le impidió verte por puros celos.
–No digas eso.
–Es la verdad. Nunca perdonó a Glenys y te usó a ti para vengarse.
–¡No!
Matt se encogió de hombros.
–Como quieras –dijo con calma–. Un día te darás cuenta de que estoy en lo cierto, y que la explosión en Alaska no fue responsabilidad de NovCo. No fuimos nosotros quienes redujeron los costes de construcción poniendo en peligro la seguridad.
–Tampoco papá –replicó Joanna cortante.
Matt estuvo a punto de dejarlo, pero no podía soportar que Joanna siguiera creyendo que su padre era un ángel.
–¿Crees que pagamos la ominosa multa que exigieron las autoridades de Alaska por pura bondad? –Matt sacudió la cabeza–. Fue para protegerte, Joanna. Sé que no me crees, pero tu padre llevaba años engañando a sus empleados.
Joanna sintió que la recorría un escalofrío. ¿Y si estaba equivocada y era verdad que su padre había mentido? Se rodeó la cintura con los brazos, como si necesitara protegerse.
–No quiero hablar de esto.
–¡Ya lo sé! –exclamó Matt, enfadándose y tomándola por los brazos para obligarla a volverse hacia él–. Porque no quieres admitir la verdad ni aunque la tengas delante de los ojos –su cálido aliento acarició el rostro de Joanna–. Maldita sea, Joanna, me había jurado no hacer esto, pero necesito que sepas cuánto me importas.
Joanna no había esperado que hiciera ese comentario. Para no bajar sus defensas, dijo testarudamente:
–Solo he venido porque quiero el divorcio, no para remover el pasado.
–Tienes miedo a enfrentarte a la verdad –dijo Matt–. Estás dejando que tu padre destroce tu vida –incrementó la presión de sus dedos en los brazos de Joanna–. Allá donde esté, estoy seguro de que se alegra de que seas tan ingenua.
–Papá me dijo que te casaste conmigo solo para hacerte con el control de su empresa.
Matt la miró fijamente.
–Tú y yo estábamos juntos mucho antes de que Angus decidiera utilizarme para que lo sacara del agujero que él mismo había cavado.
Joanna y Matt se habían casado seis meses después de conocerse. Matt sabía que ni su madre ni su padre estaban contentos con que todo fuera tan precipitado, pero estaban demasiado enamorados como para esperar.
Y los primeros meses habían sido maravillosamente felices.
Después de una luna de miel en Fiji, se instalaron en el apartamento de Nueva York, aunque tenían otro en Londres.
Tenían servicio en las dos casas, pero a Joanna le gustaba ocuparse de su marido personalmente, y sus amigos solían alabar las magníficas fiestas que organizaba.
Matt sospechaba que el hecho de que Joanna no se quedara embarazada durante el segundo año estaba en la raíz de sus problemas posteriores. Los dos querían ser padres, pero se produjeron dos sucesos consecutivos que dificultaron las posibilidades de conseguirlo.
En primer lugar, Oliver Novak sufrió un ictus, lo que significó que Matt asumiera más responsabilidades en la compañía. Luego descubrió que la empresa de Angus pasaba por dificultades financieras y, por Joanna, decidió rescatarla. Aun así, no consiguió ocultarle completamente los problemas por los que pasaba su padre.
En su anhelo por ser padres, el sexo se convirtió en algo mecánico, sujeto a fechas y termómetros, en lugar de una gozosa manifestación del amor que se profesaban. Cada vez discutían más cuando estaban juntos, y Matt se dio cuenta de que Joanna se iba encerrando en sí misma.
La noticia de que su padre sufría cáncer de pulmón fue devastadora. Joanna se mudó a Londres permanentemente para cuidar de él. Y aunque no quería creerlo, Matt pensó que hasta se sentía aliviada de abandonar Nueva York y la amable curiosidad de sus amigos sobre su posible embarazo.
El accidente de la plataforma de Alaska se produjo a las pocas semanas de que Angus fuera diagnosticado. Matt nunca pensó que podría convertirse en la gota que colmara el vaso, pero por entonces no sabía hasta qué punto Angus podía ser cruel.
Matt apartó aquellos recuerdos de su mente. Había sido un ingenuo al creer que el tiempo pondría a cada uno en su sitio. Pero no podía soportar que Joanna se negara a ver la verdad.