La Habana,
Junio 4 de 1946
Mi querido Eliseo: ¡Será posible que hayas estado cuatro días sin carta mía pero, novio, si es que yo no puedo pasar tanto tiempo sin escribirte! Los carteros, antiguos amigos, se están portando muy mal con nosotros, que tantas veces les hemos dedicado párrafos en nuestras cartas. No se lo merecen. No, Cucuso, no seas tan malo, ¿por qué crees que lo hago, para librarme de una paliza? Ojalá me la pudieras dar, eso significaría que estabas aquí (entonces sí procuraría evitarla) y eso me pondría muy contenta. Novio, ¡qué noticia me das con la de tu viaje de vuelta! Sí, ya sé que no es ahora pero tu novia, previsora, se hizo la idea de que vendrías en septiembre, así que cualquier fecha que no sea ésa, es para mí una sorpresa. Por más, Eliseo, que aunque tengo más que muchos deseos de verte, no sé si te haría bien estar aquí en Agosto. Sabes que ése es nuestro mes de fuego y, si el frío te hace tanto bien, sufrirás mucho con el calor. Dile al médico cómo es el clima de nosotros en ese mes y pregúntale si no te atrasaría en tu cura. Por supuesto que será lo mismo que te quedes allá como que vengas porque Ud. no tiene nada de importancia, según veo en tus carticas y, con el reposo que has tenido en todos estos días, tus nervios no volverán a molestarte. ¡Y que te molesten para que veas cómo se las van a tener que ajustar conmigo! Dile al Dr. Walsh que le mando un suco. […] Así es la vida, tuvo que ir a una tierra extraña para ser considerada como se merece. Nadie es profeta en su tierra, Cucuso, nadie. Si bien, para que la regla sea perfecta, es necesario la excepción, y ésa eres tú, Cucuso. ¿Qué te parece el Lezamón? Eres la envidia de todo el que en Cuba escribe o quiere escribir. Nunca había leído algo tan generoso, tan entusiasmado. […] En veinte años nuestra prosa dormía, solamente la tierna mirada de mi Niño de Oro pudo despertarla. Porque en veinte años, ¿quién sería el que se nos atravesó ahí, impidiendo que el Maestro dijese “en los últimos cincuenta años”? Cintio comentó que le había sorprendido en la forma que el Maestro dijo “la noche memorable”. “Cómo, si Diego está enfermo, pudo escribir ese libro. Increíble, increíble” (¿no sabías ese comentario?). […] Hasta mañana, Eliseo, acabo de llegar del concierto de Malcuzynski, pianista polonés. Es magnífico, mañana te contaré. Ahora un besito y hasta mañana, novio. Te quiero mucho. […] Anoche fuimos al concierto, como te dije. Pasamos un rato delicioso, el de Malcuzynski, además de tener un nombre que se las trae, también se las trae tocando. No creo haber oído nada igual, todo el programa estaba dedicado a Chopin, que interpreta magistralmente. Lo único que impidió que la noche fuera perfecta fue la ausencia de mi corazón chiquito —porque yo también tengo uno—. Mientras oía el concierto pensaba qué harías a esas horas y, para poder oír como quería, imaginé que pensabas en mí. Chopin contribuyó de buena gana al sueño de tu Cucusa. Nadie mejor que él. En el vestíbulo del teatro nos encontramos con Feíto que, lleno de una sana alegría, nos presentó a su hermana Olga. Es una muchachita de quince años, de ojos muy dormidos, no tiene la nobleza de Feíto en su cara. Me dijo, como el que está muy acostumbrado a esas cosas, que le habías escrito y se interesó por tu regreso. Lo buscamos a la salida, pues Cintio, prepárate, lo iba a invitar a tomar algo al Carmelo. No encontrándolo, nos invitó a la Kiko y a mí al Jardín. Caso insólito. La noche anterior nos había llevado al cine. Pero no, novio, no creas que eso es todo, hoy estuvo aquí por la tarde y, Cucuso, me alegró tanto, me trajo un regalito: las cartas de León Bloy a su novia. Pensé que tú me las querías regalar, pero sé que a ti también te da alegría que Cintio me las haya regalado, ¿no es así? Cucuso, me voy a convertir en una Bloycista famosa, el Maestro6 así lo dispuso y contra él nadie puede. Ayer estuve hablando un gran rato con Lino Santo Tomás, está muy delgado y con los mismos problemas de la vista que siempre. Quiere que lo tenga al tanto de lo que te suceda, le apenó mucho saber que te sentías mal. Volvió a hablar con entusiasmo de tu talento, como hace siempre, y a celebrar que seas mi novio pues está seguro que yo soy la mujer que te hace falta. Yo supongo que él ve en mí esa cosa misteriosa que todos me ven, de valor y alegría. ¡Si supieran, Cucuso! Pero más vale que piensen que tu Cucusa es un contrapeso, que para saber lo que nosotros sabemos ya tendrán tiempo. ¿Qué no sabes a lo que me refiero? Cucuso, yo tampoco, me he hecho un lío pero, para salir de él, te diré que me refería a mis secretos resabios y mi enorme debilidad, que tú sólo sabes y que ni siquiera el penetrante Agustinillo quiere reconocer. Tendré que seguir “pantera” por el resto de mi vida.
6 Se refiere a la dedicatoria que les hizo Lezama en el libro La mujer pobre, de León Bloy: “A las hermanas García Marruz, a su distinción y a la gracia exquisita de su temperamento”, en marzo de 1946.