12.
Una mañana de 1989, papá mecanografió un par de cuartillas de lo que sería una segunda novela; “de aventuras”, según me dijo bajo la enredadera de picualas que cubría la pérgola de nuestra casa en El Vedado. Encabezaba el boceto la cita de una tonada que a él le gustaba tararear cuando se sentía entre amigos, motivado por los rones, pues no era especialmente bueno para el canto, menos para seguir el ritmo del montuno con que finalizaba la versión cubana: “¿Cómo quieren que una luz / alumbre dos aposentos? / ¿Cómo quieren que yo quiera / dos corazones a un tiempo? / ¡Así no, papacito, así no!”. Esos dos folios demuestran que la trama comenzaba a tejerse por los días de la batalla naval de Santiago de Cuba, cuando los cañones yanquis hicieron tiro al blanco contra la flota del almirante Pascual Cervera y Topete, uno de los héroes inmaculados de papá, quizás porque pasó a la historia como un ilustre perdedor. Por lo que me dijo, sé que los hilos dramáticos habrían de anudarse treinta años más tarde, en el agujero de una trinchera española, durante un combate de la Guerra Civil donde coincidirían dos desertores: un negro de Nueva Orleáns, miembro de las brigadas internacionales, hijo de uno de los fogoneros de la armada norteamericana del 98, y un gallego franquista que había sido grumete de Cervera. En menos de lo que demora contarlo, ambos olvidan que son enemigos y, bajo fuego cruzado, rompen a hablar de aquella remota aventura en Cuba, lo cual daría entrada al segundo capítulo. Sólo existen esas cuarenta líneas.
A finales de febrero de 1994, papá escribió sus dos últimos poemas. El más conocido es Olmeca, un texto en prosa, de aliento ancho, que narra un episodio en apariencia irrelevante: un niño príncipe, hijo de un rey tabasqueño, se ríe de las muecas que le hace el maestro escultor que habrá de inmortalizarlo en piedra, mientras su enojona “hermanita” los regaña por alguna causa no muy clara, quizás porque el artista le ha sacado la lengua a su risueño hermano, una insolencia seguramente reprochable, dada la jerarquía del modelo.18 El manuscrito tiene pocas correcciones, apenas un añadido en el margen izquierdo de la cuartilla que da entrada a la hermanita enojada. Está firmado a pie de página. En la versión mecanográfica, incluye dos elementos nuevos. El primero, una negación retórica que reafirma la primera declaración de risa: así, papá adelanta un “Yo, no” antes del verso “Yo estoy muerto de risa”. La segunda novedad viene luego de un punto y seguido en la oración “Tan serios y con las caras llenas de pelos como monos”. Ante su máquina de escribir eléctrica, el poeta decide precisar la imagen: “Pero como feísimos monos blancos. Feos monos blancuzcos, lívidos, con las carotas llenas de pelos”. En la palabra “blancuzcos” hay una corrección de tinta blanca, prueba de un pequeño error mecanográfico, al teclear al vuelo. Tres asteriscos al centro de la hoja sugieren que el poema, aquí sin rúbrica, debía continuar. Si tenemos en cuenta el momento en que fueron escritos, los versos que rematan el poema (y con él, la obra literaria de Eliseo Diego) adquieren el sabor de un guiño de ojo, de un adiós en clave: “No puedo evitarlo. Es descortés, pero ustedes me dan más risa que nada. / Es cierto que estoy muerto y que ustedes me miran y están vivos. / Pero yo estoy muerto de risa”.
18 Publicado póstumamente por la Universidad Nacional Autónoma de México en coedición con Ediciones El Equilibrista.