Al sentir los labios de Johnny Annie se estremeció y un escalofrío le recorrió la espalda. Aquello era como tirarse de un avión sin paracaídas.
Caída libre hacia el amor…
¡Amor loco, apasionado y vibrante!
Al darse cuenta de que se estaba enamorando de él, tuvo que agarrarse con fuerza a su cuello porque las rodillas le flaqueaban.
Por propia experiencia sabía que no era inteligente entregarse a un hombre con tanta facilidad, pero Johnny había entrado en su vida como un huracán y la cautela y el sentido común se habían evaporado.
Le había entregado su cuerpo y su corazón.
¡Qué vértigo!
Se dejó llevar por la pasión del momento y lo besó con fruición. En ese instante, alguien carraspeó a sus espaldas.
Annie dio un respingo y Johnny sonrió.
–¿Han venido a fijar la fecha de la boda? –les preguntó un joven sacerdote.
Aunque fuera una locura, Annie deseó que efectivamente fueran la pareja que estaba planeando su boda para anunciar al mundo su amor.
Johnny se rio ante la pregunta haciéndola sonrojar y sentirse la mar de avergonzada porque un cura les hubiera sorprendido besándose.
Intentó no enfadarse con Johnny por haberse reído. Por supuesto, casarse con una persona apenas conocida era ridículo, sobre todo en el caso de un hombre que, como Johnny, no escondía su aversión hacia la institución matrimonial.
Lo que realmente sorprendió a Annie era que, a pesar de que llevaba muy poco tiempo con él, creía conocer a Johnny Lonebear mejor que él mismo.
Sabía con certeza que era un buen hombre, que tenía sentido del humor y era sensible. Sabía que era un hombre dedicado en cuerpo y alma a los demás, que se sentía obligado a servir de modelo a una generación entera y que por alguna misteriosa razón no estaba dispuesto a compartir su vida con una mujer.
Con ninguna.
Johnny no podía entender por qué Annie tenía aquella cara de pena.
Se había reído ante la idea del sacerdote de que estaban allí para casarse para no ponerla en un aprieto. En lugar de agradecerle que la hubiera librado de tener que dar una explicación embarazosa, lo estaba mirando con disgusto.
Johnny no creía que fuera religiosa. Él tampoco lo era. Desde su punto de vista, daba igual los rosarios que rezara como penitencia. Nada podría devolver la vida al amigo que perdió la vida en el campo de batalla por su culpa.
Lo único que le había parecido una buena solución había sido dejar el ejército y dedicarse a que los jóvenes de la reserva tuvieran futuro, tuvieran la posibilidad de estudiar y de no verse condenados a la pobreza, el miedo, las balas o las bombas.
Recordó a Michael, entre sus brazos, agonizando en un charco de sangre, y se sintió morir.
–Vámonos –dijo bruscamente agarrando a Annie de la mano y sacándola de la iglesia.
Una vez fuera, se encontraron con una joven pareja que llegaba en aquel momento. Obviamente, la que iba a hablar con el sacerdote para casarse.
–Vaya, Henry, así que Roberta te ha convencido por fin, ¿eh? –lo saludó Johnny.
–Sí, tengo un buen trabajo y una buena mujer –contestó el chico–. Gracias por haberme hecho estudiar, gracias por haberme obligado a volver a Dream Catchers todas las veces que dije que no lo iba a hacer.
Annie sonrió emocionada y sintió celos al ver lo enamorados que estaban los jóvenes. Eran los dos de estatura similar, piel oscura y pelo negro. Obviamente, sus hijos no iban a tener problemas de identidad racial.
El trayecto de vuelta a casa transcurrió en silencio. Annie se preguntó si debía decirle a Johnny que estaba enamorada de él. La única vez que lo había hecho en su vida, a la tierna edad de diecisiete años, el receptor de su amor había desaparecido como alma que lleva el diablo.
Poco le había importado que estuviera embarazada de él. El hecho de haber perdido el bebé no hacía menos dolorosa la traición de su padre. Por eso, había decidido no volver a confiar jamás en un hombre.
A veces, se despertaba en mitad de la noche y le parecía oír los gritos de un niño que llamaba a su madre. A pesar de que todo el mundo le había asegurado que había sido una suerte que lo hubiera perdido antes de que se le notara el embarazo, Annie no había superado nunca la pérdida.
A pesar de lo que le habían dicho sus amigas, jamás había creído que un aborto natural fuera el mejor regalo que le podía haber hecho Dios.
–Me parece que al final voy a tener que darte la razón por cerrar la casa con llave –comentó Johnny cuando llegaron–. Parece ser que tienes visita.
Concentrada en sus pensamientos, se le había pasado el tiempo volando. Se fijó y vio que, efectivamente, había alguien esperándola con una maleta.
–Será un vendedor ambulante –comentó.
–No creo –comentó Johnny.
–¡Crimson Dawn! –exclamó Annie bajando del coche–. ¿Qué haces aquí?
La adolescente, todavía llorosa y cubierta de polvo, corrió a sus brazos.
–¡Me he ido de casa para venir a vivir con usted!
Diez minutos después, estaban los tres sentados en el salón tomando una limonada mientras Crimson Dawn les contaba su versión de la terrible disputa que había tenido como consecuencia su huida.
Aunque Annie la escuchaba aparentemente calmada, estaba nerviosísima. Se había ido de Chicago, precisamente, huyendo de aquellos complicados asuntos personales. Ella solo quería reconstruir su vida, pero debido a su compasión y solidaridad para con los más desfavorecidos y los más necesitados siempre acababan acudiendo a ella.
–No me importa lo que me digáis… No pienso volver a casa –dijo la adolescente mirando a su tío en actitud desafiante–. ¡Usted es la única que me entiende, señorita Wainwright! Mi madre me trata como a una niña pequeña y el resto de la familia le tiene miedo y no se quiere enfrentar a ella.
Johnny no iba a discutir aquel punto, pero se sintió en la obligación de defender a su hermana.
–Antes de seguir hablando, la voy a llamar para decirle dónde estás –anunció–. Debe de estar muy preocupada. Si viene a buscarte en su caballo de guerra, no respondo de la seguridad de nadie.
A pesar de las protestas de Crimson, Annie le pasó el teléfono. Mientras marcaba, Johnny observó cómo ella se hacía cargo de la situación de una manera completamente natural.
Obviamente, no era la primera vez que Annie se hacía cargo de un adolescente furioso. Se las vio con el ego destrozado de su sobrina con el mismo esmero con el que trataba las delicadas piezas de vidrio con las que trabajaba.
Johnny pensó que sería una consejera maravillosa.
–Si es por el dinero, dile a tu madre que te puedo dar información sobre ciertas becas muy buenas –le dijo para tranquilizarla.
–El dinero no es el único problema –intervino Johnny pensando en las aspectos culturales a los que debía enfrentarse cualquier adolescente que se fuera de la reserva solo.
A los que les iba bien los demás los tildaban de traidores y no solían volver porque se sentían incómodos. Los que les iba mal, que solían ser muchos, volvían amargados y llenos de rencor.
Había un tercer grupo, que no era capaz de aguantar la mezcla de las dos culturas y se daban a las drogas. Aquellos volvían en ataúd.
Unir los dos pueblos era realmente difícil y Johnny lo sabía por experiencia. Había momentos en los que él mismo creía que no iba a poder soportarlo.
Aunque a Crimson no le hizo ninguna gracia que Annie le dijera que tenía que respetar a sus mayores y arreglar sus diferencias con educación, la escuchó.
Finalmente, accedió a volver a casa tras hacerle prometer a su tío que se quedaría hasta que la situación con su madre se hubiera arreglado.
–Me encantaría que te quedaras a vivir conmigo, pero no podemos ignorar a tu madre –dijo Annie acompañándola a la puerta–. Eres menor de edad y debes, por ley, vivir con tus progenitores a no ser que te den permiso para vivir en otro sitio –añadió abrazándola con cariño–. Claro que eso no quiere decir que los demás te puedan decir lo que debes hacer con tu vida. Tu vida es tuya y solo tuya –le recordó–. Aun así, tu madre es tu madre y solo tienes una. Le debes un respeto.
Mientras metía la maleta de su sobrina en el coche, Johnny la miró impresionado. No sabía mucho de ella y, de repente, aquello lo molestó. Era extraño porque él solía preferir mantener sus relaciones con las mujeres en un nivel poco complicado.
Y, hablando de mujeres complicadas, tenía tantas ganas de ver a su hermana como su hija. Aunque la quería mucho, Ester era demasiado rígida y, la verdad, no le extrañaba que Crimson se hubiera enfadado.
La pobre Annie iba a ser la que peor saliera en todo aquello porque estaba claro que Ester le iba a echar la culpa de todo. Cuando hubiera terminado con Crimson, le iba a tocar a él.
Le parecía estar ya escuchando a su hermana y el sermón sobre su irresponsabilidad por frecuentar a una blanca que estaba poniendo en peligro la integridad de su familia.
No creía que a Ester le fuera a hacer mucha gracia que la defendiera, pero no estaba dispuesto a permitir que la insultara sin decir nada.
Por lo que él había visto, el único delito de Annie era preocuparse por los demás más que por sí misma.
Cuando Johnny volvió dos horas más tarde, Annie estaba en la cama, pero seguía despierta.
Como dio por hecho que iba a volver para contarle qué tal había ido con su hermana, dejó la luz del porche encendida y la puerta abierta.
Se sentó en el borde de su cama y, muy cansado, la agarró de la mano y le hizo un resumen.
–Están en una lucha de titanes y no se dan cuenta de que ninguna de las dos va a ganar –le dijo–, pero, por lo menos, han accedido a vivir bajo el mismo techo hasta que Crimson se gradúe en mayo.
Annie suspiró aliviada. Aunque no le habría importado que la niña se hubiera ido a vivir con ella, sabía que no era lo correcto.
Ya había cometido una vez el error con otra adolescente y, aunque le costara un gran esfuerzo, no iba a volver a tropezar dos veces con la misma piedra.
–Ven a la cama –le dijo echando a un lado las sábanas y mostrándole su desnudez.
Mientras lo esperaba, se había dado cuenta de que lo que sentía por él era imparable. Aunque su corazón sabía que no iba a durar mucho, no se resignaba a dejar de desearlo. Más bien, al contrario.
Al ver que no se desnudaba para hacer el amor con ella, Annie se dio cuenta de que ocurría algo.
–¿Qué te pasa? –le preguntó incorporándose.
–¿Por qué no me has contado que ya habías hecho esto antes?
–¿A qué te refieres?
Johnny no se molestó en contestar. Ambos sabían perfectamente a lo que se refería.
Annie intentó besarlo y poner punto final a aquella conversación, pero Johnny no estaba por la labor.
–¿Por qué una persona de tus conocimientos se empeña en esconderlos? –le preguntó apartándose–. ¿Qué es lo que te da tanta vergüenza que no lo quieres compartir conmigo?
–No me da vergüenza nada… excepto mi estupidez –contesto Annie tapándose hasta la barbilla.
Johnny se volvió a sentar en la cama y la abrazó con fuerza. Aunque sentía mucho ponerla en un compromiso, quería saber más de su pasado.
–Cuéntamelo –la instó.
–Érase una vez –comenzó Annie en un tono de voz monótono–… No hace mucho tiempo, era consejera en una colegio de Chicago. Un día, ocurrió algo terrible y decidí tomarme un año sabático y dejar atrás aquella parte de mi vida. Fin.
Johnny la miró con una ceja enarcada.
–¿Tiene algo que ver con el bebé de la fotografía?
Al sentir que Annie se tensaba, Johnny supo que había dado en el blanco. Le acarició el pelo para infundirle confianza y le susurró palabras de ánimo al oído.
–Había una niña de la edad de Crimson que tenía un bebé, era madre soltera y no podía con todo. Un día, completamente fuera de sí, entró en mi despacho, me dio a su hija y me dijo que cuidara de ella. No me dio tiempo ni a tranquilizarla porque salió del colegio y desapareció.
–¿Y tú te quedaste con la niña?
–Solo después de contactar con las autoridades pertinentes y de hacer todo lo posible para localizar a la madre… Me nombraron madre de acogida y comenzaron los papeles de adopción.
–Así que te encariñaste con ella…
–Como si fuera mía. Se llamaba Laurel y era el bebé más bonito del mundo. Oh, Johnny, si hubieras visto lo bonita que era.
Annie tuvo que dejar de hablar porque los sollozos se lo impedían.
–Los tiroteos y las guerras entre bandas a las que estaba acostumbrada no fueron nada comparado con lo que sentí cuando la madre volvió como nueva de su viaje en coche por el país y decidió que quería que le devolviera a Laurel –continuó con una pena inconmensurable.
Johnny la abrazó con fuerza. No estaba preparado para oír algo tan cruel y doloroso. Ahora entendía por qué no quería meterse en la vida de Crimson.
Sintió cómo las lágrimas de Annie le traspasaban la camisa y le llegaban al corazón. Se arrepintió de haberla forzado a recordar aquello que le producía tanto desazón, pero así también había conocido una parte importante de su vida y de ella y se explicaba en cierta medida por qué la quería tanto.
Se sintió mal por no decírselo y por no contarle sus secretos. Le besó la cabeza y sintió cómo se estremecía todo su cuerpo.
–No sabes las cosas tan terribles que me dijo, los insultos tan inhumanos que me gritó… ladrona de bebés, solterona amargada, frustrada…
Annie sintió que no le llegaba el aire a los pulmones, pero continuó.
–Me dijo que, si quería tener un hijo, en lugar de robarle la suya, lo que tenía que hacer era salir de copas, si el cuerpo me lo permitía todavía, y rezar para encontrar a un hombre que se quisiera acostar conmigo.
Johnny apretó los puños y se sintió impotente. ¡Si hubiera podido ponerle la mano encima a aquel monstruo! Y, hablando de monstruos, recordó las primeras palabras que dirigió a Annie diciéndole que no se metiera en la vida de sus alumnos.
Deseó cortarse la lengua y presentársela en bandeja de plata como penitencia.
–A veces, la gente dice cosas crueles que no siente –dijo sinceramente–. Probablemente, esa chica te dijo todo eso porque estaba avergonzada de lo que había hecho y se puso nerviosa. Tendría miedo de que los tribunales le quitaran la custodia por no ser buena madre.
–Pero no lo hicieron –gritó Annie con amargura golpeándole el pecho al recordar aquellos frustrantes momentos–. Como era la madre biológica, yo no tenía ningún tipo de derecho. No te puedes ni imaginar la agonía que es que te quiten a tu hija, que te arranquen el corazón. Después de aquello, no podía volver al colegio. No tenía nada que ofrecer a los alumnos. Me sentía vacía, humillada. Por eso, me fui y me vine aquí. Pensé que enseñar a hacer cosas bonitas con trozos de cristal me ayudaría a olvidar. Ya no podía aconsejar a nadie sobre su vida porque la mía estaba hecha trizas –sollozó.
–Shhh –susurró Johnny.
Sabía que Annie tenía don para ser consejera. Era muy difícil encontrar consejeros buenos y en aquellos momentos estaba en proceso de selección de uno para el nuevo curso que empezaba en otoño.
La idea de ofrecerle el puesto a Annie era atractiva en muchos aspectos. Si le gustaba el trabajo, incluso tal vez se quedara para siempre. Johnny no concebía la vida sin ella.
–Por lo que he visto con mi sobrina, eres una consejera maravillosa y, algún día, serás una madre maravillosa, de verdad.
En ese momento, se la imaginó rodeada de niños y a él masajeándole los hombros mientras ella acunaba a un recién nacido moreno exactamente igual que él.
Se apresuró a apartar aquella imagen de su mente y a recordarse que él no sería marido y padre jamás. Además, ella se merecía algo mejor. En aquellos momentos, se sentía como si no le llegara ni a la suela del zapato.
Dado que se había prometido no recibir nunca más en su vida una carta tipo «Querido John», era importantísimo controlar sus sentimientos.
Aunque no le gustara admitirlo, lo cierto era que no había podido hacerlo desde la primera vez que la vio.
No sabía qué había dicho, pero Annie se había puesto a llorar todavía más.
–Estuve embarazada una vez, pero lo perdí –le explicó.
Apretó los ojos con fuerza al recordarlo. Ya había abierto su alma por el momento, así que se dejó caer contra su pecho y se calló.
Aunque se moría de curiosidad por saber qué había pasado con el padre de la criatura, Johnny entendió la indirecta y no preguntó. La abrazó y le besó las mejillas llenas de lágrimas.
–Ya tendrás más –le aseguró–. Lo que está claro es que la madre de Laurel se equivocaba porque tú te puedes acostar con el hombre que tú elijas y todas las noches que quieras.
Aquellas fueron las mejores palabras que Annie hubiera podido escuchar en aquellos momentos tan bajos.
Miró a aquel hombre que no la juzgaba por sus errores pasados y que la hacía sentirse una mujer preciosa y le dio las gracias por ello.
Sin embargo, temió que, si le decía que su embarazo fue producto de una aventura de una noche, le perdiera el respeto y la dejara al concluir el verano. Por eso, no dijo nada, lo abrazó y buscó sus labios.
Sabía a dulce redención.
Johnny se desnudó y se metió en la cama junto a Annie.
Jamás había sentido la necesidad de ser tan dulce con una mujer. Sentía a Annie tan frágil en sus brazos…
Ella, ante su dulzura, se derritió pensando que nunca habría imaginado que la sensibilidad de los poetas se pudiera sentir en el cuerpo. La ternura de Johnny la desmadejó y Annie se abrió a él en cuerpo y alma.
Con palabras y acciones lo urgió, sin embargo, a que no la tratara como a una muñeca que se pudiera romper sino como a una mujer fuerte.
Adrede, le marcó los hombros con las uñas, para dejar claro que era suyo. Al oír las palabras que le dijo al oído en su lengua, sintió que volaba.
Cuando Johnny entró en su cuerpo, el fuego se hizo insoportable. Tras haberle revelado su pasado, el regalo de su cuerpo era todavía más bonito por el sacrificio de haberse dejado juzgar por él.
Annie se dio cuenta de que no podía tratar a todos los hombres como al adolescente inexperto y asustado que la abandonó.
Johnny no tenía nada que ver con él, como demostraban sus innumerables cicatrices. Johnny era un hombre valiente y luchador.
Sus músculos la extasiaban. Poseer a un hombre así la hacía sentirse poderosa. Se sentía orgullosa de saberse deseada por un hombre tan fuerte y generoso.
El futuro y el pasado no existían, solo el presente, con una fuerza sobrehumana y pidiendo su sitio a gritos.
Pasara lo que pasara, Annie se dijo que jamás lo olvidaría ni se arrepentiría de ello.
Cuando Annie gritó su nombre, Johnny se sintió su salvador.
Como ella era su salvadora.
Al sentir su semilla dentro, Annie se alegró en silencio. Johnny se había dejado llevar por la emoción del momento y había olvidado el preservativo. La posibilidad de quedarse embarazada de él la llenaba de gozo.
Agotados física y psíquicamente, ambos cayeron abrazados en un sueño reparador y místico.