Capítulo Doce

 

Durante los días siguientes, todo el mundo intentó evitar a Johnny.

Parecía un oso salvaje dispuesto a lanzarse con ira sobre el primer desgraciado que fuera lo suficientemente estúpido como para cruzarse en su camino.

Se había pasado varias veces por clase de Annie para ver qué tal estaba.

Verla le alegraba el día.

Estaba impresionado ante los avances de la mayoría de los alumnos, pero estaba decidido a no acercarse a ella.

Faltaban pocos días para que se fuera de la reserva y dejara atrás a los niños que la respetaban y al hombre que la amaba a pesar de lo que había pasado entre ellos.

En un par de días Johnny no volvería a pensar jamás en Annie.

Excepto cuando viera la vidriera que había donado al colegio.

Excepto cuando recordara cómo se sonrojaba cuando le tomaba el pelo.

Excepto cuando el viento moviera las hojas de los álamos y le recordara a su risa.

Excepto cuando…

–¡De buena nos hemos librado! –proclamó, interrumpiendo sus pensamientos.

Había invitado a comer a su hermano para hacer las paces y animarlo.

Johnny había aceptado con la excusa de dejar un paquete de Crimson Dawn, pero a ella le daba igual. Ya le había advertido de lo que pasaría si confraternizaba con el enemigo.

Como de costumbre, había tenido razón. No era que le gustara tener razón cuando ello significaba ver sufrir a un ser querido.

Desde pequeño, Johnny se había negado a aceptar que su hermana mayor buscaba lo mejor para él y había insistido en averiguarlo por la malas.

En eso se parecía a su hija.

Últimamente, lo único que conseguía sacarle a Crimson era algún gruñido. Conversar con Johnny había resultado exactamente igual.

Le costaba no culpar de la desintegración de su familia a la mujer que había llegado a la reserva como un tornado.

Ester estaba haciendo pan cuando su hermano llegó a entregarle el paquete de su hija.

Lo dejó en la encimera, tomó una cerveza del frigorífico y se fue al sofá.

La reacción de Ester fue suave comparada con la que había tenido su hermano al descubrir el objeto en su mesa del colegio.

Al ver el nombre de su sobrina escrito en el sobre, le habían dado ganas de tirarlo por la ventana.

A Ester le sorprendió ver que el remite no era la dirección de Annie sino una universidad de Montana.

Parecía una universidad tribal. Ester sintió una gran curiosidad y llamó a uno de sus hijos pequeños para que pusiera la mesa mientras ella abría el sobre para leer su contenido.

Decidió que, si le gustaba lo que leyera, no lo tiraría pero, de lo contrario iría directo a la basura.

La cena fue aburrida. Johnny dijo que estaba muy buena y no volvió a abrir la boca. Crimson no estuvo mucho mejor, se limitó a suspirar varias veces y sus hermanos, sintiendo la tensión, cenaron a toda prisa y se fueron a jugar.

–¡Ya estoy harta! –dijo Ester levantándose y golpeando la mesa–. Sentaos y esperad aquí un minuto –añadió al ver que Johnny y Crimson hacían amago de levantarse otra vez.

Cuando volvió, arrojó el sobre encima de la mesa.

–Puede que considere esta universidad –le dijo a su hija–. Aunque, para que lo sepas, me sigue sin parecer buena idea que te vayas, pero ya no puedo soportar más tu actitud. Aunque voy a echar de menos tu ayuda a la hora de educar a tus hermanos pequeños, no quiero interponerme entre tú y tus sueños. Te apoyaré en lo que decidas. Espero que si decides volver a casa, no dejes que tu orgullo te lo impida. Pase lo que pase, tu familia siempre estará aquí para ayudarte.

A pesar de que lo había dicho con frialdad, Johnny sabía que su hermana estaba emocionada y luchando para no llorar.

Ceder nunca se le había dado bien a Ester.

Crimson se levantó y corrió a abrazar a su madre.

–Lee bien lo que te han mandado y rellénalo. Mira a ver si es el lugar donde te apetece estudiar. Tu tío y yo tenemos que hablar a solas.

Al oír la puerta de la habitación de Crimson, Johnny sonrió sinceramente por primera vez desde que lo dejó con Annie.

–Estoy orgulloso de ti –le dijo a su hermana–. Debe de haber sido muy duro para ti decirle eso.

–Casi tan duro como lo que te voy a decir a ti. No es ningún secreto que no estoy a favor de los matrimonios mixtos. Todos sabemos lo difícil que es para los hijos, que a menudo se sienten rechazados por ambas razas, pero si voy a ser tía puedes contar conmigo para que te ayude como tú me has ayudado a mí con mi familia.

Johnny la miró como si se hubiera vuelto loca.

–¿De qué me estás hablando?

–Que tu novia no me cayera bien hasta ahora no quiere decir que…

–No quiero oírlo –dijo Johnny.

No quería oír comentarios destinados a hacerlo sentir mejor porque solían tener en él el efecto contrario.

–Me da igual que no lo quieras oír porque te lo voy a decir de todas maneras. Para que lo sepas Annie es una buena mujer y te conviene. Cuando volviste a casa después de la guerra eras otro hombre. El jovencito que se dedicaba a romper el corazón de las chicas y a coleccionar multas por exceso de velocidad se había convertido en un ser sin corazón. Hasta que apareció Annie, había perdido la esperanza de verte enamorado de nuevo. Así que, aunque tengo mis reservas, sobre las uniones interraciales, si te gusta esa chica tienes mi bendición.

Johnny no supo qué decir. Aquello era lo último que esperaba oír de labios de su hermana.

Estaba tan asombrado como Crimson momentos antes.

–Veros juntos me ha recordado a mi George –continuó Ester con más dulzura–. Hace ya casi diez años que murió y no pasa un solo día sin que lo eche terriblemente de menos. Hermanito, si quieres a Annie tanto como yo lo quería a él, serías un idiota si la dejaras marchar.

Sus palabras habían sido pronunciadas con fiereza en los labios y lágrimas en los ojos. De no ser así, Johnny se habría reído.

–Te recuerdo que fue ella la que me dejó. Fue ella la que me echó sin darme una explicación. Para que quede claro, no fue idea mía.

–¿ Y qué? –lo interrumpió Ester–. Las mujeres hacen cosas ilógicas cuando están embarazadas.

–¿Por qué crees que Annie está embarazada? –preguntó Johnny con incredulidad.

Siempre habían tenido cuidado. Excepto aquella vez…

–Las mujeres sabemos cuando una está embarazada –rio Ester.

Sacudió la cabeza al ver que su hermano no se había percatado de las náuseas matinales ni de ese «aire especial».

–Eres una gran observadora –apuntó Johnny–. ¿No eras tú la que nunca acertaba con las parejas de calcetines y ponía uno de cada color? –ironizó.

–Ríete todo lo que quieras, pero cuando vi el otro día a Annie al ir a buscar a Crimson a clase, mi instinto me dijo que para el año que viene seré tía. Por lo menos, pregúntaselo antes de que sea demasiado tarde.

Johnny estudió a su hermana y no vio más que sinceridad y preocupación en su rostro. Que su amor por él fuera más fuerte que la animadversión que pudiera tener hacia Annie significaba mucho para él.

–Eres una mujer increíble –le dijo dándole un beso en la mejilla antes de irse.

No sabía qué sentía en aquellos momentos. Desde luego, estaba confundido.

La posibilidad de ser padre lo llenaba de un inmenso orgullo y de una responsabilidad como jamás había conocido.

También estaba enfadado porque Annie le hubiera ocultado semejante noticia. ¿Sería capaz de irse sin anunciarle que estaba embarazada?

Aquello sería un pecado imperdonable.

Fue hasta su casa a toda velocidad mientras intentaba aclarar sus sentimientos.

Si Ester tenía razón, significaba que Annie estaba dispuesta a sacrificar su amor por el del bebé.

Que no se lo hubiera contado a él solo podía querer decir que no confiaba en él como debía ser.

¿O quizás temía que se quisiera casar con ella y ella no quería?

De nuevo, se encontró en la línea de fuego.

Corriera hacia donde corriera, tenía todas las posibilidades de que lo hirieran.

El razonamiento de Annie daba igual. ¿Qué le había importado a Michael que lo hubieran matado por fuego amigo o enemigo?

Los muertos estaban muertos. La única ventaja de morir era que los heridos sufrían durante más tiempo.

Para cuando llegó a casa de Annie, estaba furioso.

La última vez que había estado allí, había roto la puerta, pero eso no le impidió golpear el marco de madera con el puño y hacer caer el cartón que Annie había colocado en el lugar del cristal.

–Abre la puerta o la tiro abajo –bramó.

Annie pensó que, como no se escapara por la ventana, tenía pocas opciones más. Estaba haciendo la maleta cuando había oído a los cachorros ponerse como locos en señal de recibimiento.

Sintiéndose como una traidora, apartó la maleta y fue a abrir la puerta sin ni siquiera pararse a mirarse en el espejo.

Sabía que estaba hecha un asco.

Lloros continuos, falta de sueño, tripa delicada y conciencia culpable. Una delicia. Rezó para que, al verla así, Johnny decidiera que estaba mejor sin ella.

Haciendo un gran esfuerzo porque le temblaban las rodillas, consiguió llegar hasta la puerta.

–Ya voy –gritó.

Al verlo, pensó en salir corriendo y huir.

Aunque le había dicho que jamás le haría daño, Johnny parecía dispuesto a destrozar la casa de Jewell de arriba abajo.

Annie abrió la puerta y se hizo a un lado para dejar entrar al guerrero.

–¿Qué quieres? –le preguntó con más aplomo del que sentía.

–La verdad –contestó Johnny agarrándola de los hombros–. ¿Estás embarazada?

Se hizo el más absoluto silencio.

La furia de él y el sentimiento de culpabilidad de ella hicieron que Annie decidiera contárselo de una vez.

Lo miró muy seria, en busca de respuestas a la pregunta que ella le había hecho en forma de contestación.

–¿Cómo te has enterado? –murmuró.

Johnny dejó caer las manos a ambos lados del cuerpo.

–Entonces, ¿es verdad?

–Es verdad.

Annie supuso que le iba a echar en cara haber mantenido relaciones sin preservativo o, mucho peor, hacer lo que había hecho el padre de su primer hijo para no hacerse cargo de él: acusarla de haberse acostado con muchos.

–No te preocupes –se apresuró a decirle–. No te voy a pedir dinero ni quiero hacerte daño. No te lo he dicho porque he creído que era mejor para ti no saberlo. Supongo que lo último que necesitas en tu vida es un problema personal relacionado con Dream Catchers. Como me voy antes de que se me note, no tendrás que aguantar más que los rumores normales.

Johnny la miró decepcionado.

–¿Los rumores normales?

Annie no estaba dispuesta a deletreárselo. ¿No sabía a lo que se refería? Seguro que sí. Intentó tranquilizarlo y asegurarle de nuevo que no esperaba nada de él. Así, de paso tranquilizaba también su conciencia.

Poco antes de que él llegara, Annie había estado llorando.

El dinero no era el único aspecto importante de criar a un hijo sola. Annie lo sabía por experiencia tras haberse ocupado de Laurel mientras su madre andaba por ahí recorriendo el país.

Sabía lo agotador que resultaba tener que levantarse en mitad de la noche para darle de comer e ir a trabajar al día siguiente.

Eso, si el niño no tenía sarampión, paperas o cólicos. Entonces, era insoportable.

Por otra parte, siempre había soñado con compartir con su compañero los avances del pequeño. Sola tendría que compartirlos con la canguro de turno.

–El hecho de que yo esté embarazada no quiere decir que tu vida tenga que verse afectada –le dijo–. A no ser que quieras ver al niño, en cuyo caso podríamos establecer un régimen de visitas que nos fuera bien a todos.

En lugar de ver alivio en su rostro, como esperaba, Annie vio cómo la furia de Johnny se hacía cada vez más patente.

¿Por qué lo trataba como si fuera una pieza accidental en la vida de aquel niño?

–¿Cómo que «si quiero ver al niño»? –dijo con sarcasmo.

Johnny tenía los puños apretados y la cara roja de ira.

–¿Qué te hace pensar que no querría ocuparme de mi hijo?

Asustada ante la posibilidad de perder a su retoño, Annie atacó con fuerza.

–Pasadas experiencias.

–¿Tuyas o mías?

–¡De los dos!

Aquellas palabras se instalaron entre ellos como un muro al que ambos se quedaron mirando.

Tras un buen rato, Annie decidió que Johnny se merecía una explicación y se la dio, pero en un tono frío y hostil.

–¿Qué me dices de todos esos niños que corretean por la reserva y que dicen que son tuyos?

Johnny sintió náuseas al pensar que aquellas acusaciones hubieran hecho pensar a Annie que no sería un buen padre.

–No me voy a molestar en negar los rumores, pero a los hechos me remito –contestó–. Siempre que me he acostado contigo, he usado un preservativo. ¿No te da eso idea de lo cuidadoso que suelo ser? No soy un irresponsable que piensa con la entrepierna, ¿sabes? ¿Acaso no sabes que estoy al corriente de lo que significa un hogar roto? Trabajo con niños que proceden de hogares así todos los días. ¿No te has parado a pensar que, como he crecido sin padres, cuando vaya a serlo yo me lo tomaré muy en serio? –le dijo realmente dolido.

Annie se dio cuenta de que no había estado intentando ahorrarle a él dolor sino protegerse a sí misma.

–¿Tienes idea de lo que se siente cuando una completa desconocida se te acerca en la cola del supermercado se acerca y te presenta a su hijo como si fuera tuyo?

La agonía que reflejaba su rostro le llegó a Johnny al corazón.

Comenzó a entender lo que estaba pasando.

–Cariño –murmuró–, no sé quién habrá sido, pero alguien te ha tomado el pelo –añadió acariciándole la mejilla.

La sintió temblar, pero no dejó de mirarlo a los ojos.

Con la otra mano le acarició el cuello. Un minuto antes, la habría querido estrangular. Ahora, mientras la veía buscar respuestas en su cara, sintió unas inmensas ganas de protegerla.

–¿A quién vas a creer, Annie? ¿A una desconocida o a mí? –le preguntó en voz baja–. Te aseguro que no tengo ningún hijo… excepto el que tendré cuando tú des a luz.

Alargó un brazo y le acarició la tripa, estableciendo el primer contacto místico con la semilla de su amor.

Aunque era demasiado pronto para notar nada, la energía que sintió en la mano le dejó claro que el bebé había sentido su presencia.

Annie lo miró con los ojos muy abiertos. Ella también lo había sentido.

–Por favor, no me hagas esto –le suplicó.

Johnny miró la fotografía familiar que Annie tenía sobre la mesa.

–Tú no sabes lo que es crecer sin padre. Yo, sí. Mi abuela se esmeró en ocupar el lugar de mi madre, pero un niño sin el referente de su padre sufre más de lo que te imaginas. Solo se me ocurre una razón por la que no quieres que forme parte de la vida de nuestro hijo. Ni de la tuya. Te avergüenzas de haberte relacionado conmigo y no quieres que el niño sepa de dónde viene –dijo con un gran dolor, pero levantando el mentón en actitud desafiante.

Annie tenía sus razones para hacer lo que estaba haciendo, pero ninguna tenía nada que ver con el racismo o la intolerancia.

–Te equivocas por completo –exclamó.

Agarró la mano de Johnny y la besó con ternura.

–No contártelo ha sido un error. Ahora me doy cuenta. No te lo dije porque estaba asustada.

Tomó aire y le contó su experiencia pasada con todo detalle.

–Te conté que había tenido un aborto natural, pero lo que no te conté fue cómo reaccionó el padre cuando se enteró de mi embarazo. Me acusó de haberme acostado con todo el mundo y de haberme quedado encinta adrede para pillarlo y arruinarle el futuro. No dudó en arrastrar mi nombre por el fango. Aunque perdí el niño antes de que se me empezara a notar, mi reputación quedó destrozada. Por no hablar de la falta de seguridad en mí misma, claro. Solo tenía diecisiete años, pero aquel dolor me ha acompañado toda la vida. No podía soportar la idea de que tú me hicieras lo mismo. No quería que sintieras que estaba intentando atraparte, echarte el lazo o como lo quieras llamar.

–¿Echarme el lazo?

Aunque se había propuesto dejarla hablar, Johnny no pudo evitar interrumpirla.

–El amor no es una trampa. El amor te atrapa, sí, pero es una bendición cuando eso ocurre y es cosa de dos.

Las lágrimas hacían que sus ojos parecieran dos noches con multitud de estrellas y Annie se encontró pidiendo deseos como si fueran fugaces.

–Te quiero, Annie. Debería habértelo dicho antes, pero me acabo de dar cuenta hace relativamente poco. No es por el niño. Me di cuenta antes de que Ester me dijera que estabas embarazada. Por si te sirve de algo saberlo, la noche en la que volví de Denver, te iba a pedir que te casaras conmigo, pero, como me habías hecho las maletas para que me fuera, no me pareció un buen momento.

Annie se rio y lloró a la vez.

Johnny la tomó en brazos y la llevó al sofá, donde la depositó como si fuera una delicada pieza de vidrio.

Se preguntó si una mujer que ya había sufrido un aborto era más propensa que las demás a sufrir otro.

La posibilidad de perder a su hijo le atenazó las entrañas.

La posibilidad de perder a Annie le impedía respirar.

Sabía que las ojeras que tenía eran por él. Estaba pálida y temblorosa y más guapa que cualquier otra mujer del planeta.

–¿Estás bien? –dijo yendo hacia el teléfono para llamar a una ambulancia.

–Sí –contestó Annie–. Solo tengo la cabeza un poco volada y me siento como una idiota. Tenía miedo porque pensé que, tal vez, no querrías un niño en tu vida o que, si lo querías, pudieras intentar quitármelo como me hicieron con Laurel. Me la quitaron, literalmente, de los brazos. Recuperarme de aquello no ha sido fácil, pero eso no es excusa para no haber confiado en ti.

–En eso te doy la razón –dijo Johnny sin rencor.

La besó en la punta de la nariz para que viera que hablaba en serio. Las razones de Annie para no contarle nada acerca del embarazo eran más complicadas de lo que había imaginado.

Entenderlas lo había ayudado a entender a Annie y a amarla todavía más.

–¿Me perdonas? –le preguntó Annie indicándole que se sentara a su lado.

–Depende –contestó Johnny.

Si había alguien que tuviera que pedir perdón, era él.

Haber pensado que aquella deliciosa mujer lo había dejado por motivos raciales le hacía sentirse de lo más avergonzado.

En lugar de sentarse a su lado, se arrodilló ante ella.

–¿Te quieres casar conmigo?

Una pregunta tan sagrada requería una respuesta desde el corazón, pero también desde la cabeza.

Por temor a dejarse llevar por la euforia del momento, Annie consideró su respuesta con cautela.

–No quiero que te sientas obligado a pedírmelo. No quiero que creas que te tienes que casar conmigo por el bien del niño y no quiero que creas que no te dejaría ver al niño si no te casaras conmigo.

–Si estás intentando que me eche atrás, no lo estás consiguiendo –sonrió Johnny–. Creo que voy a tener que aclararte lo que siento por ti. No soy de los que se dejan que los manipulen ni que les hagan hacer cosas por obligación. Amo mi trabajo y lo sabes, pero tú eres diferente. A ti te llevo en el corazón. Me completas. El hecho de que vayas a tener un hijo me llena de orgullo y se me hincha el pecho como a un pavo real. Me llena de alegría de mi esperanza ante el futuro.

Annie le acarició la nuca y se la masajeó mientras Johnny ronroneaba como un gatito.

–Y pensar que temía que rechazaras a nuestro hijo… ¿Estás seguro de que quieres casarte con una mujer que ha sido capaz de pensar una atrocidad semejante de ti?

–Cariño, no te quiero porque seas perfecta y no cometas errores. De igual manera que tú no deberías dejar de quererme porque temieras que pudiera cometer los mismos errores que otros han cometido contigo en el pasado. El amor es incondicional y no teme a nada.

Annie lo miró y sonrió.

–El campo de batalla me enseñó lo preciosa que es la vida. No te puedes imaginar lo afortunado que me siento porque no hayas abortado. Si llego a perder al niño o a ti, me habría suicidado. No te pido que te cases conmigo porque quiera que mi hijo crezca en una familia biparental sino porque te amo más que a mi vida.

Annie no se había sentido más feliz en su vida.

–Sé que hay diferencias entre nosotros, nuestros mundos y nuestras formas de vida son diferentes, pero estoy seguro de que irán encajando como las piezas de tus vidrieras. Si nos queremos, podremos llevar una vida plena y nuestro hijo no hará sino añadir felicidad a nuestra unión.

Annie lloró sin vergüenza.

Aquel guerrero era, además, todo un poeta.

Le indicó que se pusiera en pie y le pidió que la besara.

Johnny obedeció encantado, la tomó en brazos y la llevó al dormitorio, donde Annie se entregó a su futuro marido con toda su alma dispuesta a no volver a huir de un posible problema si ello significaba abandonar al amor de su vida.

Su estancia en la reserva la había ayudado enormemente.

Tanto Johnny como ella habían olvidado el pasado y se enfrentaban a un futuro en común no exento de adversidades.

Pero, ¿qué vida no lo estaba?

Se prometieron criar a sus hijos en el amor para que intentaran hacer del mundo un lugar mejor.

Bajo el reflejo de un corazón de cristal que Annie había colocado en la ventana, hicieron el amor para sellar su pacto.

Su boda sería una unión de culturas y la celebración del comienzo de su vida juntos.

Una vida que tenían intención de disfrutar al máximo.