Debido a las características de las condiciones sociales existentes en Mundugumor es imposible considerar el desarrollo de los niños como un proceso ordenado, en el cual todos los jóvenes de una cierta edad tienen experiencias similares. Existe una enorme discrepancia entre la posición social de dos muchachos de la misma edad, porque la protección del joven no es sistemática, ningún pariente tierno atempera las tormentas de la inexperiencia y ninguna actividad social se preocupa de educar y disciplinar a los niños. Un niño de once años puede haber pasado tres estaciones en calidad de rehén en tribus extranjeras, puede haber luchado con su padre y abandonado su hogar, sólo para volver descontento en defensa de su esposa de dieciséis años, en cuya presencia se halla resentido y avergonzado. Otro niño de su misma edad puede ser aún el favorito de su madre; puede haberse ahorrado la experiencia del rehén, y evitado un conflicto con su padre, pues es mucho mayor que cualquiera de sus hermanas y aún no han sobrevenido cuestiones referentes al matrimonio; el padre, careciendo de hijas para que trabajen con él, puede todavía trabajar con su esposa, de modo que el hijo no es el principal sostén económico de su madre. Uno puede haber sido iniciado y el otro no. Los grupos formados por niños que han sobrellevado experiencias tan marcadamente distintas tienen muy poca coherencia. A veces los niños pueden jugar, y se formarán siempre dos partidos animados por una vigorosa competencia. O pueden unirse para realizar actividades prohibidas, marchándose a vivir en la manigua, robando de las huertas, cazando y cocinando su propia caza. Hacen todo esto muy raramente, pero cada niño recuerda con entusiasmo estas noches en la manigua y el gozo de la comida robada, apenas empañado por el temor que sienten hacia los marsalais del lugar.
El trabajo habitual de un niño consiste en ayudar a su madre o a algún pariente mayor —generalmente no se trata ni de su padre ni de su hermano— en la provisión de madera para construcción o para trabajar, o en la caza de palomas, en la tala de troncos de palma de sagú para hacer trampas, o en la recolección de la fruta del pan para una fiesta. Estas actividades son casuales e inconstantes y se ajustan a un plan sólo cuando se prepara una fiesta. Un adolescente puede pasar gran parte de su tiempo con algún muchacho, su cuñado, por ejemplo, durante varias semanas, hasta que un leve insulto los malquista y los que habían sido hasta entonces compañeros pueden llegar a separarse para siempre.
Las niñas de esta edad también están divididas según su experiencia; algunas están casadas y viven en la casa de sus suegras, otras han sido protegidas con éxito por los padres celosos y continúan en su casa. Las niñas comprometidas pueden tener el disgusto de que sus esposos sean demasiado jóvenes para copular con ellas, o demasiado viejos para ser deseables; las niñas no comprometidas se molestan porque sus padres las siguen a todas partes y las privan de toda intimidad. A veces forman uniones temporarias con el fin de buscar aventuras, pero la mayoría de las parejas mundugumor realizan sus acciones en un absoluto secreto. Las consecuencias que pueden derivarse de un asunto amoroso son demasiado peligrosas como para confiar en nadie. A despecho de todos los conflictos que ocurren entre los mundugumor, causados por los matrimonios establecidos, existe una preferencia violenta por la elección individual de cada cónyuge. Los niños, acostumbrados a luchar aun por las primeras gotas de leche, no aceptan con docilidad los matrimonios prescritos por las conveniencias de otras personas. Casi todas las muchachas, se hallen o no comprometidas, caminan con su cutis pulido y su alegre y estilizada falda de paja, atentas a cualquier amante, mientras los hombres y los muchachos las espían, atisbando el menor signo de favor. Los amores de los jóvenes solteros son súbitos y se hallan fuertemente cargados, caracterizándose por la pasión más que por el cariño o el romance. Unas pocas palabras musitadas con apuro, una cita murmurada al pasar por el camino, son a menudo la única relación que hay entre ellos después que se han elegido, y antes de que esta elección se exprese por el contacto sexual. El tiempo y el miedo a ser descubiertos son elementos que se hallan siempre presentes, aguijoneándolos hacia un encuentro lo más rápido posible. Las palabras con que un adulto experimentado aconseja a un muchacho dan el tono de estos encuentros: «Cuando encuentres a una muchacha en la manigua y copules con ella, ten la precaución de volver rápidamente a la aldea, y da explicaciones por tu desaparición; si tu arco está estropeado, di que se te rompió en una maleza. Si tus flechas están trizadas, di que se te engancharon y rompieron en una rama. Si tu taparrabo está rasgado, o tu cara rasguñada, o tu cabeza despeinada, ten pronto una explicación. Di que te caíste, que te agarraste un pie mientras perseguías la caza. Si no lo haces, la gente se reirá en tu cara cuando vuelvas». Una muchacha es aconsejada del mismo modo: «Si tus aros se han desprendido de tus orejas, si tu falda está desgarrada o manchada, y tu cara y los brazos rasguñados y con sangre, di que escuchaste un ruido en la manigua, que te asustaste y caíste al correr. Sino dirá la gente que te encontraste con un amante y te vilipendiará». El amor, en estos rápidos encuentros, toma la forma de un violento abrazo y una pelea a mordiscos, calculada para producir la máxima excitación en un mínimo de tiempo. Romper las flechas o la canasta del amado constituye un modo general de demostrar una pasión consumidora; lo mismo que el arrancar los adornos y destrozarlos lo más posible.
Antes del casamiento, una joven puede tener varias aventuras, caracterizadas todas ellas por la misma rápida violencia, pero esto resulta peligroso. Si el asunto se descubre, toda la comunidad sabrá que ella ha dejado de ser virgen, y los mundugumor aprecian la virginidad en sus hijas y novias. Sólo una virgen puede ofrecerse a cambio de otra, y una muchacha que se sabe que ha perdido su virginidad sólo puede ser cambiada por otra en las mismas condiciones. Sin embargo, si un hombre se casa con una mujer y descubre entonces que no es virgen, no dice nada al respecto, pues ahora está en juego su propia reputación y la gente se burlaría. A veces las citas en la manigua son trocadas por encuentros convenidos de antemano, en la canasta de dormir de la muchacha, por la noche. Si los padres lo desean, pueden dormir con sus hijas adolescentes hasta que se casen, y derecho similar poseen las madres con sus hijos. Ejercen este privilegio los padres especialmente celosos y las madres dotadas de un gran desarrollo del sentido de posesión. A menudo, sin embargo, se permite que dos muchachas duerman juntas en la misma canasta; cuando una de las dos se halla ausente, la otra es dueña temporaria de la canasta. Si recibe entonces a su amante, se arriesga no sólo a ser descubierta sino a resultar herida, pues un padre enojado al descubrir al intruso puede desatar la abertura de la canasta de dormir, y la pareja rodará por la escalera de la casa, que es casi perpendicular y está colocada a unos dos metros de altura. La canasta puede recibir, antes de ser abierta, un buen puntapié, o una pinchadura de lanza o flecha. En consecuencia, este tipo de entrevistas, recurso ocasional de amantes desesperados en la estación húmeda, cuando la manigua está inundada, no es muy popular. Los muchachos relatan con el aliento entrecortado las grandes desgracias acontecidas a sus mayores, infortunios tan ruidosos, humillantes e inconvenientes para el orgullo y la personalidad, que se han convertido en regocijantes leyendas. Mientras el amante de otra aldea pocas veces se arriesgará a dar una cita en una casa, a menudo se establecen de esta manera nuevas relaciones entre personas que se hospedan temporariamente en la misma choza, pues en este caso el riesgo es mucho menor.
Los mosquiteros representan un papel constante en la vida de los mundugumor. Cuando bebé, el niño es transportado dentro de la canasta, con su cabeza fuertemente sujeta debajo del brazo de la madre, por temor a que se le rompa el cuello. Más tarde, los niños asustadizos y los adultos de mal carácter se esconden en sus mosquiteros. Cuando los padres se enojan, arrojan a sus hijos de la bolsa protectora para hacerles pasar una noche fría y atormentada por los mosquitos. Los padres aseguran las aberturas de las canastas de sus hijas adolescentes con una lanza y fuerzan a sus hijos adolescentes a dormir sobre una plataforma sin protección alguna. Todas las ideas sobre secretos, ocultamientos de orgullo herido, lágrimas, enojo o delincuencia sexual se centran alrededor de los mosquiteros, que permiten un grado de intimidad poco usual en las sociedades nativas. Así como un encuentro en la manigua debe ser violento y atlético, una cita en una canasta debe ser silenciosa y comparativamente inmóvil, y es ésta una forma de actividad sexual que los mundugumor consideran como poco satisfactoria. Después de casados, los hombres activamente interesados en sus esposas las acompañan a la manigua, con la intención ostensible de ayudarlas en su trabajo, pero en realidad para copular con ellas, permitiéndose así, en estas condiciones de galanteo, que tenga lugar una batalla y ambos rueden por el suelo. Las delicias de estos encuentros en la manigua pueden ser acrecentadas por el hecho de copular en huertas ajenas, con lo que se arruinará la cosecha del ñame. Estas expediciones a la manigua, realizadas por parejas casadas, son una forma permitida de exhibicionismo; la gente dirá con un dejo burlón: «Oh, ha ido para ayudar a su mujer. Ayer también la ayudó». El tránsito de una reticencia extrema a una abierta franqueza es frecuente en toda la conducta mundugumor. En un momento, una mujer se negará a usar los adornos dados por su esposo e insistirá en llevar los que le ofreció su padre o hermano; en otra oportunidad, revelará a gritos un franco abuso y afirmará sus fuertes pretensiones personales sobre el marido, al dirigirse a una de sus coesposas. Un hombre acostumbrado a recibir como despedida, al abandonar un grupo ceremonial, la siguiente admonición: «No te detengas para copular con tu esposa. Apúrate, todos sabemos lo que quieres hacer», se enojará en cuanto descubra que dos niños pequeños están espiándolos, a él y a su mujer, desde detrás de un tronco. Puede enfurecerse tanto, que hasta intentará matar a los chicos con brujerías. Los cambios que tienen lugar entre un profundo sentido de la inviolabilidad personal y privada y las más burdas y rabelaisianas referencias a todas las actividades personales, resuenan continuamente al amparo de los chistes y bromas que deben constituir la forma obligatoria de tratar con cierta parte del parentesco. Como resultado de esto, toda conversación y, en especial, las concernientes al sexo, asumen el carácter de un juego explosivo. El objeto del juego es hacer el comentario más ofensivo que la víctima pueda soportar sin verse obligada a acudir a la lanza, la brujería, la destrucción de sus propias cosas o el suicidio. Previniendo estos públicos comentarios y estas diversiones francamente sádicas por parte de otras personas, los jóvenes amantes deben marchar cautamente, con sus coartadas listas para esgrimirlas ante cualquier golpe.
Durante el rápido y violento encuentro de los jóvenes, se desarrolla con prontitud, especialmente en la muchacha, el sentido de la posesión. El hombre casado tiene más aventuras que la mujer casada. El primer amante de una muchacha es, a menudo, un hombre casado. Ella intentará persuadirlo para que se fugue con ella, con frecuencia tomará el asunto en sus manos y huirá con él, pese a sus prudentes reparos. Muy raramente se dará el caso de que el padre de ella sea simpático y fácil de llevar, o que su amante tenga una hermana joven no comprometida, que pueda ser válida como mujer para entregar a cambio al hermano de ella. Cuando esto ocurre, la muchacha puede decir a su padre que ha elegido a determinado amante. El asunto podrá entonces arreglarse pacíficamente entre los padres de la pareja, y la joven irá sin muchas ceremonias a la casa de su amante. Puede llevarse la flauta sagrada cubierta de conchillas que constituye su dote, y que legará a su hijo. O bien la flauta le será entregada a la muchacha sólo cuando nazca el primer hijo. Si, en caso contrario, la muchacha está comprometida, o su amante no tiene hermanas para cambiar, es inevitable una pelea. Se establece el día para la huida, y el amante reúne a todos los parientes varones que pueda alistar. La joven huye hasta un lugar convenido y los hombres se encuentran allí para defenderla. Ella lleva consigo, si posee o si es capaz de hacerlo, una flauta sagrada, a pesar de que sus enojados parientes tratarán de guardarla. Sus parientes la persiguen y la batalla tiene lugar, variando la intensidad de acuerdo con las posibilidades del pago y en proporción con el celo del padre o del hermano con respecto a ella. Una tercera parte de los matrimonios mundugumor se inician de esta forma.
La tercera forma de casamiento es la de las uniones arregladas entre adolescentes muy jóvenes, arreglos que siguen a una de las dos formas de casamiento por elección, pero que a veces, si hay en alguna parte dos parejas de hermanos que se aproximen a la edad adecuada, forman parte de las ceremonias de paz entre los padres aludidos. Con un desesperado deseo de cambiar una hermana por un hermano, los mundugumor prestan poca atención a las edades relativas. Una hermana de dieciséis años se considera propiedad de un hermano de cinco. Cuando ella elige un marido, o cuando se arregla para ella un matrimonio de intercambio, se elige también la esposa del hermano, y ésta puede tener desde un año a catorce o quince. Si la joven que se ofrece a cambio está cerca de la adolescencia, se la envía casi de inmediato a la familia de su prometido, no para que aprenda a vivir allí con agrado, o para que la transición entre una familia y otra sea fácil y suave, sino para que su familia de nacimiento se descargue de la responsabilidad de una fuga, si llegara a ocurrir. Se lavan las manos de toda ulterioridad, y una vez que han pagado por la esposa de su hijo, ya no deben sobrellevar la responsabilidad. Rápidamente y sin ceremonias, conducen a la muchacha preadolescente hasta sus futuros parientes políticos.
La joven enviada para saldar la cuenta de sus hermanos entra en una situación bien definida culturalmente. Su marido es a menudo más joven que ella, y aunque sean casi de la misma edad está en el momento de sentirse más miserable y embarazado por tener una esposa. Ella no lo ha elegido, no espera necesitarlo para nada. Él la evitará, rezongando agriamente si se comenta que ella es su esposa, y sin embargo vigilará con celo cada paso de ella, educado continuamente por su madre que le destaca la necesidad de afirmar su derecho. Como es muy joven para poseerla sexualmente, esta nerviosa autoafirmación toma la forma de espionaje. Mientras tanto, los mayores se dividen. Podría ser que al desarrollarse la niña, interesara al padre o al hermano del joven marido. Entonces comienza una lucha en la familia, que depende primariamente de la fuerza de las diferentes personalidades y, en cierto modo, de la niña. Si ésta prefiere a un miembro de la familia en lugar de otro, su elección es a menudo decisiva; si, en cambio, odia a toda la familia considerándola un grupo de individuos que la han presionado, ella será apartada y sus deseos tendrán muy poco valor en el asunto, a menos que encuentre a un amante con quien huir. Si ningún hombre mayor de la familia la desea o considera que no hay peligro en intentar obtenerla, la atención de todos se concentra en custodiarla, y este cuidado resulta más rígido que el prodigado por su propia gente, pues las probabilidades de reclamarla o de obtener algo a cambio de ella son menores. De modo que el grupo afín trata de consumar el matrimonio lo más rápidamente posible. Creen, al par que los arapesh, que la precoz satisfacción sexual detiene el crecimiento de un niño, pero lejos de proceder como aquéllos, poniendo obstáculos para la actividad sexual, en realidad obligan al niño a ejercitarla. Una vez casado, puede unirse a su esposa, y ella puede permanecer con él en lugar de ser raptada; de este modo se evitarán grandes disgustos. Es así que se juntan en una canasta dos jóvenes malhumorados y hostiles. Si pelean, y uno de los dos es arrojado, nadie de la casa lo protegerá; él o ella dormirá entre los mosquitos. Si el muchacho huye con algún pariente y se niega a tener nada que ver con la chica, pierde su derecho a reclamar que su familia le dé una esposa. La familia ha cumplido con su obligación y él ha rehusado la esposa ofrecida. A veces huye el marido, otras la joven encuentra un amante. La muchacha, de todos modos, es a menudo demasiado joven e ingenua para hacer esto; frecuentemente los dos, casi de la misma edad, permanecerán juntos, por lo menos durante algunos años. El hombre tiene entonces una primera esposa a la que está unido por lazos de costumbre, más que por el deseo. Si ella queda preñada, él se enojará menos que si se tratara de la mujer elegida por su pasión. Joven, inútil, azorado y de mal humor, se encuentra con que es padre. Y la muchacha, cargada con un hijo, tiene menos probabilidades de escaparse, pues los hombres mundugumor pueden tener entreveros con mujeres casadas, pero no les interesa unirse a una mujer con niños. Estas jóvenes esposas tempranamente unidas a sus hijos, parecen, de adultas, más viudas que esposas. En efecto, en mis pensamientos me he referido continuamente a las madres de los muchachos adolescentes como a «viudas», aunque sean en realidad las primeras esposas de maridos sanos y vigorosos.
Ésta es la estructura de la sociedad mundugumor, en la cual los jóvenes crecen, se casan y tienen hijos. Se valoriza la virginidad, pero grupos de muchachos, vigorosos y muy sexuales, planean sus propios asuntos a pesar de una custodia restrictiva. Existe una regla social que prescribe que una hermana debe ser usada para pagar la esposa de su hermano, pero el padre, el hermano y el amante sin hermanas tratarán de burlarla, en su intento por obtener a la joven. Los matrimonios que llegan a estabilizarse algo son, en primer lugar, aquellos arreglados entre individuos muy jóvenes, que se mantienen porque los esposos todavía no tienen edad como para escaparse y, en segundo lugar, los matrimonios por elección, que duran hasta que la fuerte pasión que los motivó desaparece a causa de la preñez, pues cuando ésta ocurre, el marido se busca otra esposa, con las consiguientes peleas y celos. Finalmente, la muerte y la redistribución de las viudas crean ulteriores confusiones y peleas entre los herederos varones y discusiones dentro de las familias poligínicas, especialmente cuando una mujer trae consigo a un hijo o una hija desarrollados a medias. Mientras que el rapto de una mujer interesa a toda la comunidad, las peleas dentro de la familia son frecuentes y tienen pocas repercusiones fuera de ella. Un hombre puede pegar a su mujer hasta que ella se ponga pintura blanca de duelo y se siente lejos de la casa, lamentándose de acuerdo con las formas ceremoniales a fin de que todos la vean. La gente puede detenerse con curiosidad, pero ni siquiera participarán en el asunto de sus propios hermanos. No se trata de una sociedad en la cual se ve a la mujer como algo frágil y necesitado de la protección masculina. Cuando las mujeres son intratables, el esposo y los hermanos pueden unirse para hacerlas entrar en razón. Aunque los trastornos que causan son a menudo de distinto orden de los que provocan los hombres y se hallan más bien limitados a la esfera de las relaciones personales, se las considera plenamente responsables de sus acciones y no como personas necesitadas de protección o guía. Dado que la niña es, a menudo, más madura que el niño, ya sea por las condiciones determinadas por el intercambio de mujeres, o porque ha dado el primer paso en un encuentro en la manigua, muchos matrimonios entre jóvenes están dominados por la esposa, más agresiva y madura. Cuando ella envejece un poco, el marido se hace más consciente de su propio poder y está listo para ejercitar su iniciativa cortejando, en lo posible, a mujeres más jóvenes. La agresiva esposa continúa con su conducta típica, operando ahora sobre su hijo. No es ésta una sociedad en la que alguien se retira por su voluntad. Abuelas que se han quedado recientemente viudas y se han vuelto a casar solicitan con insistencia la atención de su marido, contando con la novedad de sus encantos.
Los padres no pueden sentirse unidos en cuanto a los intereses de los hijos; éstos, más bien, son un factor de separación, y se les utiliza en casos de conflictos entre los padres. Existe un antagonismo sexual fiero y específico tan fuerte en una familia establecida con varios hijos adolescentes, como en un matrimonio joven. Y en toda esta lucha, se considera a la mujer como un hábil adversario, algo en desventaja, es cierto, pero nunca débil.