ANTONIO DEL CORRO

 Un hereje por la Europa de la Reforma 

El 22 de diciembre de 1560 un auto de fe acababa con varios de los herejes protestantes descubiertos en Sevilla. En el quemadero del Prado de San Sebastián ardieron personajes como Julianillo Hernández, el arriero que traía de la Europa de la Reforma libros prohibidos ocultos en odres de vino de Borgoña. También las efigies del prófugo Juan Pérez de la Pineda y los cajones con los huesos exhumados de Juan Gil –el doctor Egidio– y Constantino Ponce de la Fuente, canónigo magistral de la Catedral de Sevilla. Y en un auto de fe anterior, el del 24 de septiembre de 1559, el quemadero del Prado de San Sebastián acabó con la memoria de buena parte de los monjes jerónimos del monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce, junto a las ruinas romanas de Itálica. Un cenobio al que había pertenecido Antonio del Corro como monje de una congregación que practicaba en secreto, tras los muros de un monasterio católico, la doctrina protestante. Sin duda uno de los episodios más curiosos de la silenciada memoria de la Historia de la Reforma protestante en España.

Desde su refugio en Francia, Antonio del Corro conoció la terrible noticia de la muerte de sus compañeros de fe en Sevilla. Hacía tiempo que recorría Europa huyendo de la amenaza de la Inquisición que había incluido sus obras en el Índice de Libros Prohibidos. Él era uno de los herejes sevillanos que consiguió escapar del Santo Oficio, pero que será quemado en efigie en otro auto de fe celebrado en 1562, ya que esa era la forma en la que el Santo Oficio borraba y convertía en maldita la memoria de los que habían logrado huir. En esa fecha en la que la Inquisición acaba con el brote de herejía protestante surgido en Sevilla, Del Corro es ya un reconocido pastor calvinista que incluso imparte clases de español y doctrina al que será el futuro rey Enrique IV de Francia.

La obra de Antonio del Corro es la de un humanista reformista, un lúcido hombre de fe cuyos libros impactaron en la Europa agitada de las luchas de religión. Su obra no pasó desapercibida sino que fue traducida a varios idiomas e influye en los hombres de su tiempo. Sin embargo, su memoria ha sido secuestrada en su país natal. Sólo poco a poco su figura está siendo rescatada e incorporada a la Historia de España.

Al abandonar Sevilla, Del Corro se embarcará hasta Génova y de allí viajará a Ginebra, la capital dominada por el terrible Calvino, personaje que representa el lado más oscuro de la Reforma. Y es que Del Corro tuvo que luchar contra la estricta observancia de la iglesia calvinista que en su intolerancia se asemejó mucho al Santo Oficio, como demostró Calvino convirtiendo Ginebra en ciudad de Dios con hogueras de libros y de hombres.

En realidad, Antonio del Corro fue un viajero a su pesar. Sus itinerarios por el continente son fruto de una huida constante, primero de la sombra de la Inquisición española y, más tarde, por otros lugares de la Europa protestante. De hecho, Del Corro llegó a decir que en la Iglesia reformada existía más tiranía que en la Inquisición española. Prueba de ello es que los múltiples problemas que tuvo con calvinistas como Cousin, de la congregación francesa y partidario de la observancia más rígida, le llevaron a renunciar al calvinismo y convertirse al anglicanismo, ya que por segunda vez fue acusado de herejía.

Del Corro estudió en la Academia de Lausane con el teólogo Teodoro de Beza y ejerció como pastor en varios centros hugonotes – nombre de los calvinistas franceses– como Burdeos, Toulouse y Orleans. Fue protegido por la reina Juana de Albret, dio clases al futuro Enrique IV de Francia y a Renata de Ferrara en Montargis para terminar en Amberes donde escribió la Carta a los pastores luteranos.

Finalmente, llegará a Inglaterra donde, tras un conflicto por culpa de unas cartas interceptadas por su enemigo Cousin, impartirá clases en las Inns Courts y en Oxford. Allí escribirá su The Spanish Grammer –primer diccionario anglo-español– y su relación con importantes personajes de la corte de Isabel I lo convertirá en destacado personaje de su tiempo. En Inglaterra editó también la obra de Alfonso Valdés, Diálogo de las cosas acaecidas en Roma, sobre el célebre Saco de Carlos V.

Otra de las obras más impactantes de Antonio del Corro fue la Carta a Felipe II, publicada en 1567 y que no se tradujo al castellano hasta 1902. En ella expone las claves de su pensamiento religioso e invita al monarca a apoyar la tolerancia. Asimismo, recuerda algunos de los hechos terribles sucedidos en 1557 en Sevilla, cuando es descubierta la herejía protestante.

En esa Inglaterra que lo acogió y donde pudo ejercer su doctrina y dar sus clases como catedrático de la Universidad de Oxford, murió en 1591 quien fue uno de los más brillantes y desconocidos anglófilos españoles. Ya en su estancia en Inglaterra recordaba con amarga melancolía sus años como monje en San Isidoro del Campo. Evocaba la memoria del prior Garci Arias –conocido como el doctor blanco por ser albino– que animaba a practicar en secreto la Reforma protestante leyendo los libros prohibidos que traía el arriero Julianillo Hernández de sus viajes a Europa y a rechazar costumbres católicas como el ayuno en Cuaresma, la mortificación con disciplinas, las indulgencias y el cumplimiento de algunos sacramentos, así como el rezo a las imágenes. Y todo en un monasterio de apariencia católica.

Compañeros de Antonio del Corro en el monasterio fueron otros grandes personajes de la cultura religiosa europea, como Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, que tras su huida de Sevilla se establecieron también en Europa y se convirtieron en los traductores de la Biblia del Oso, la primera traducción al castellano de los Libros Sagrados, ya que la Iglesia Católica condenaba la lectura de la Biblia en lenguas romances que había impulsado la Reforma.

Junto a los monjes de San Isidoro, el Santo Oficio descubrió también a una iglesia clandestina que se reunía en la casa de una dama llamada Isabel de Baena. Formaban parte de esa iglesia personajes de la alta aristocracia como Juan Ponce de León; el canónigo magistral de la Catedral, Constantino Ponce de la Fuente; el ilustre médico Cristóbal de Losada y hasta damas doctas como María de Bohórquez, que era versada en varias lenguas. Todos fueron quemados en el Prado de San Sebastián.

Antonio del Corro conoció la tragedia de sus compañeros y durante toda su vida en el exilio recordó lo sucedido en Sevilla antes de que se descubriera la herejía. Inglaterra fue su patria de acogida, el lugar donde ejerció con libertad su ministerio y su particular concepción del humanismo religioso en la intolerante Europa que le tocó vivir. La misma Inglaterra destino inevitable de ciertos personajes demasiado lúcidos, demasiado libres, demasiado osados como otros heterodoxos sevillanos, desde Blanco White al exiliado republicano Chaves Nogales. La tumba de Antonio del Corro se encuentra en Londres, en la iglesia de Saint Andrew’s by the Wardrobe.