HERNANDO COLÓN

 Memorial de los libros naufragados 

En el fondo del mar reposan desde hace siglos los libros que compró Hernando Colón, el hijo del almirante, el bibliófilo que recorrió toda Europa adquiriendo ejemplares. Aquellos volúmenes forman parte de un sueño de Hernando Colón, que quedó anotado en uno de sus libros de registro donde apuntaba detalles sobre cada ejemplar adquirido y que tituló Memorial de los Libros Naufragados.

Estos títulos los compró durante sus viajes europeos, pero decidió embarcarlos en una carraca que partió de Venecia y que desgraciadamente se hundió. Durante toda su vida Hernando Colón tuvo la intención de volver a comprar los volúmenes que había perdido, por eso guardó el valioso libro-registro con las obras naufragadas.

Los viajes librescos de Hernando Colón (Córdoba, 1488-Sevilla, 1539) son una parte poco conocida de su biografía pero reconstruida por investigadores como Klaus Wagner o Juan Guillén siguiendo la huella de las compras que el hijo del almirante había hecho por diversas ciudades europeas.

Este Hernando Colón europeo, que llega a comprar hasta doscientos libros en un solo día en Venecia y mil en apenas un mes en Colonia, va anotando trozos de su biografía y también de la Europa de su tiempo en los volúmenes que va adquiriendo y que hoy se encuentran –los que se salvaron del tiempo y la destrucción parcial de la colección– en la Biblioteca Colombina en Sevilla.

Entre estas estampas de la Europa de su época, estarían momentos como su encuentro con Erasmo de Rotterdam en Lovaina, adonde viajó con la corte de Carlos V, al que servía. La visita se produce el 7 de octubre de 1520. Erasmo cuenta entonces con 53 años y Hernando Colón con 32. El gran humanista le regala un ejemplar de su última obra impresa, Antibarbarorum. En el ejemplar aparece la dedicatoria autógrafa de Erasmo. Hernando añadió de su puño y letra: «En Lovaina el domingo siete de octubre del año 1520, el mismo Erasmo escribió con su propia mano las dos primeras líneas».

Estas anotaciones o apostillas son muy reveladoras para seguir el rastro de los viajes europeos. Frente a los viajes de epopeya de su padre, Hernando Colón realiza itinerarios con intenciones bibliófilas, para comprar libros, su gran pasión.

Las apostillas aparecen en los márgenes, en las guardas, en las páginas en blanco. Se trata de advertencias o ideas que le surgían mientras leía o que incluso consideraba que podían servir a lectores futuros. Este hábito lo heredó de su padre, Cristóbal Colón. Explicaba Juan Guillén en Hernando Colón. Humanismo y Bibliofilia, que se adelantó en siglos a la moderna bibliotecnia, ya que «construía un registro de obras con fichas bibliográficas. Al dorso de la última página o de la guarda final, aludía a otros detalles curiosos: lugar y fecha de la compra, el precio en la moneda nacional y su equivalencia en ducados españoles». Una auténtica biografía o historial de cada libro.

El primer viaje europeo del cordobés fue a Roma en 1512. En la ciudad italiana residió hasta octubre de 1516 con intervalos en los que regresaba a su casa de Sevilla, un palacio que había construido sobre una zona que había sido muladar y que convirtió en un retiro humanista en el que seguía el lema renacentista del ocio cum litteras (con libros).

La biblioteca de Hernando Colón contaba con alrededor de 15.000 volúmenes bibliográficos y unas tres mil estampas de los mejores grabadores europeos del momento, pertenecientes a las más importantes escuelas artísticas, en cuyos mercados se nutrió a lo largo de sus múltiples viajes.

De Alberto Durero, al que había conocido en uno de sus viajes a los Países Bajos, poseía una importante colección de grabados cuyo paradero actual se desconoce. Como los libros, las estampas también estaban recogidas y anotadas en inventarios cuidadosamente diseñados que constituyen la primera clasificación sistemática de libros y de estampas. El manuscrito que describe las estampas es el único inventario conocido de una colección de este tipo de la primera mitad del siglo XVI, época en que la producción y el coleccionismo de estampas se hallaban todavía en sus inicios. En esa Sevilla libresca tiene así lugar un importante episodio del más exquisito coleccionismo privado europeo.

Uno de los grabados más famosos que poseía era el famoso rinoceronte de Durero. Aquel rinoceronte era el que Manuel I de Portugal envió como regalo al papa León X. El extraño animal había provocado la curiosidad de varias cortes y la gente se agolpaba en las costas para contemplar el inquietante y sorprendente animal. Pero una tempestad hizo que naufragara el barco. El rinoceronte, que iba amarrado por cadenas, se ahogó en las profundas aguas de la costa de Liguria como ocurrió con los libros naufragados del bibliófilo.

Durero lo pintó intuyendo cómo sería e inventando lo que no podía confirmar. El rinoceronte de Durero parece en verdad un autómata o un engendro de leyenda. Aquel tesoro se guardó en la casa-biblioteca de Hernando Colón, en la antigua Puerta de Goles. Otros dos grabados célebres de Durero que poseía en su casa son La Melancolía, todo un tratado de alquimia, y El caballero, la muerte y el diablo, en el que asoman todos los terrores del aún cercano Medievo.

Pero salgamos de la biblioteca de Hernando Colón que olía al moho dulce de los libros para recorrer con él la Europa de los grandes impresores. Nos habíamos quedado en Roma. Allí se hospeda en un convento de franciscanos observantes llamado de los Españoles. Por una anotación en una obra que compró sobre el comentario de Juan Britannico a las Sátiras de Juvenal se sabe que asistió a un curso en Roma: «Yo don Hernando Colón oí exponer este libro a un cierto maestro mío en Roma desde el día 6 de diciembre hasta el 20 de este mismo mes».

Y es que la vida del bibliófilo está escrita en las tripas de sus libros, el único lugar donde queda su memoria. Una memoria tan precisa que es posible saber que en el viaje a Viterbo adquiere una curiosa guía para turistas titulada Vida de Santa Rosa y que la comenzó a leer en Sevilla el 12 de octubre de 1519. O qué es lo que hizo por ejemplo el sábado 6 de marzo de 1518. Leamos: «Comencé a leer las Tragedias de Séneca y a pasar las notas de él en el índice, en Valladolid». Es de imaginar que interrumpiría su tarea para tomar alguna vianda mientras que disponía a algún sirviente para que continuara la lectura en voz alta y así no perder el tiempo en menesteres que no fueran el mundo de lo libresco. Qué duda cabe de que Hernando Colón era, además de bibliófilo, un auténtico bibliófago. Y quién sabe si en algún lugar de sus memorias podría anotarse el instante en el que decide probar una sopa de misales aromados a la tinta o los panecillos a la vitela con lomos platerescos.

Pero continuemos con ese 6 de marzo de 1518. Ya es por la tarde y Hernando Colón confiesa el retraso en la lectura de la obra de Séneca, que no pudo concluir hasta el domingo 8 de julio de 1520 en Bruselas, ya que le habían distraído sus muchas ocupaciones y viajes.

Otro viaje que Hernando Colón nos desvela en sus anotaciones en los libros es el que hizo en octubre de 1520 acompañando a Carlos V para su coronación en Aquisgrán como emperador. El historiador Klaus Wagner aseguraba que Carlos V quiso que acudiera con él a la cita histórica «en calidad de geógrafo y consejero».

De aquí viajó con la corte a Colonia y a Worms, adonde el emperador abrió las sesiones de la famosa dieta donde hicieron comparecer a Lutero para que se retractara de sus tesis. Tras el fracaso de las conversaciones con Lutero, Carlos V regresó a Flandes y Hernando Colón inicia un largo periplo libresco. Viaja y compra libros en Spira, Estrasburgo, Schlettstadt, Basilea, Milán, Pavía, Génova, Cremona, Ferrara y Venecia, adonde llega el 9 de mayo de 1521.

En una nota en la guarda final de la obra de Conrado Thuricense, Magnus Elucidarius omnes hystorias et poeticas fabulas, que compró en Gante en agosto de 1520, escribe: «Comencé a leer y anotar este libro en Bruselas el 29 de agosto de 1520; la mayor parte del mismo lo leí en Worms, ciudad de Alemania, hasta finales del mes de enero de 1521. Lo demás lo leí en diversos lugares y ocasiones».

También acompañando al emperador Carlos V, el hijo del almirante visita Inglaterra. El emperador quería ver a sus tíos, los reyes Enrique VIII y Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos.

En sus Noticias para la vida de don Hernando Colón, Eustaquio Fernández de Navarrete escribió sobre los hábitos del bibliófilo en Londres: «Mientras los caballeros se entretenían en saraos y festejos, don Hernando, poco dado a estos pasatiempos frívolos, es de creer que aprovechase la ocasión para aumentar el caudal de su saber, visitando las oficinas de los libreros y recorriendo monasterios y abadías en busca de obras impresas y códices olvidados».

En 1521 estuvo residiendo en Venecia durante algún tiempo. Por supuesto no paró de comprar libros, y hasta tuvo que pedir un crédito de doscientos ducados al banquero genovés Octaviano de Grimaldo a quien además pidió que embarcara los libros que había comprado en la primera parte de su viaje. Él seguiría adquiriendo títulos por otras ciudades europeas antes de regresar a Sevilla.

El cargamento de libros se hizo a la mar en Venecia con destino a Cádiz y después a Sevilla. Pero la carraca naufragó y los libros se hundieron en aguas mediterráneas. En el memorial del bibliófilo se lee: «Todos los libros contenidos desde el número 925 hasta aquí son los que yo dejé en Venecia a miser Octaviano de Grimaldo que los enviase y se anegaron en la mar». Aún reposan en el fondo del mar, guardados en cajas como un tesoro bibliográfico que nadie ha logrado rescatar.