LEÓN EL AFRICANO

 El sabio que viajó por el continente salvaje 

El granadino Juan León de Médicis –también llamado Hasan ben Muhammad al-Wazzan al-Fazi al-Garnati o popularmente León el Africano– fue un sabio viajero que recorrió el desconocido continente africano, adentrándose en las selvas y desiertos, describiendo curiosas costumbres y deslumbrando con un mundo diferente y salvaje. Un personaje de novela como bien descubrió el escritor libanés Amin Maalouf.

León el Africano es el autor de un libro revelador, Descripción de África (1550), una obra que marcaría muchos de los viajes del siglo XVI, época de hallazgos y descubrimientos con la excusa de las aperturas de rutas comerciales pero que llevaron al hombre occidental a abrir sus horizontes y repensar el mundo conocido. También fue el autor de un vocabulario arábigo-hebreo-latino y de unos rudimentos de gramática árabe.

León el Africano nació en Granada, justo en las vísperas de la reconquista de la ciudad por los Reyes Católicos. Poco después del establecimiento de los cristianos, su familia inicia el camino del destierro a causa de la traición a las promesas sobre tolerancia con la religión, cultura y costumbres que los nuevos señores habían hecho al establecerse en el antiguo reino andalusí. Así, la familia marcha al exilio al norte de África. Con una mirada nostálgica a Granada partirá León el Africano, una mirada europea que sólo renacerá años más tarde, cuando el joven exiliado regrese a la tierra olvidada.

El éxodo al norte de África se inicia en 1493. La educación del joven granadino será en Fez, ciudad que acogería a numerosos exiliados andalusíes. Su tío era embajador del sultán y con él inicia un viaje que será trascendental en su biografía. Recorre Marruecos en misiones comerciales y diplomáticas para el sultán de Fez, el wattasí Muhammad al-Burtugali, llamado El Portugués. El joven León asimila conocimientos, bebe paisajes, contempla pueblos, geografías y costumbres que le subyugan y que años más tarde recopilará en su fundamental tratado.

Repasando su interesante Descripción de África se descubre, además de descripciones puramente geográficas o de costumbres, una auténtica novela de aventuras. Es el caso de lo ocurrido en uno de los caminos del desierto. Después de la descripción sobre el territorio, el viajero se adentra en el peligroso desierto con amenazas de ladrones, saqueadores y, sobre todo, el calor y la sed. «Éste es un país casi todo de arena. Detrás de Numidia están los desiertos de Libia, tierras completamente arenosas, hasta la tierra Negra».

En este viaje, León el Africano partió con unos mercaderes de Fez en el monte Atlas donde comenzó a «caer nieve fría y espesa». El joven León recibe la propuesta de un grupo de árabes de abandonar la caravana para llegar a un buen alojamiento que ellos conocen. «Yo, no pudiendo rehusar la invitación y temiendo que se tratara de algún engaño, pensé en quitarme de la espalda una buena suma de dinero que llevaba conmigo».

Así, León el Africano finge la urgencia de necesidades naturales para retirarse y esconder su bolsa de dinero. «Me retiré aparte, bajo un árbol, y allí oculté lo mejor que pude mi dinero entre piedras y montones de tierra, señalando con presteza el árbol junto al cual lo había dejado. Hecho esto, me puse a seguir el camino de los otros y, habiéndoles alcanzado, cabalgamos reunidos en silencio hasta la media noche».

Tal y como había deducido el avezado viajero, los falsos mercaderes le preguntan por el dinero, y viendo que no lleva nada encima deciden mofarse de él obligándole a quitarse la ropa a pesar del frío de la noche. Luego, apresan a un judío que llevaba un cargamento de dátiles en la misma caravana y a él le roban el caballo y lo dejan abandonado a su suerte.

Otro de los peligros con los que se topa León el Africano es el riesgo de morir de sed en el desierto. En Numidia advierte al viajero de las mordeduras de escorpiones y serpientes; y, en Libia, «también país muy desierto, seco y arenoso», anuncia que no se encuentran fuentes ni ríos.

En el itinerario de Fez a Tombut explica que los mercaderes que hacen ese viaje en estación distinta al invierno pueden morir de sed por culpa de los sirocos o vientos meridionales que soplan, «los cuales levantan tanta arena que cubre los pozos de tal manera que no se distinguen señales ni pozos».

Una de las visiones más estremecedoras del desierto es, precisamente, la de los huesos desperdigados de mercaderes y viajeros que murieron de sed. Por ejemplo, en el desierto de Azacad describe dos sepulturas halladas en el camino en las que están grabados los nombres de dos hombres, «uno de los cuales fue un comerciante muy rico, el cual, atravesando el desierto con una sed extrema, y abatido al fin por ella, compró al otro, que era arriero, una taza de agua en la cantidad de diez mil ducados. Esto no obstante murieron de sed el mercader que compró el agua y el arriero que se la vendió».

No olvida León el Africano dar un consejo para salvar la vida: «Consiste en matar a un camello, exprimir el agua de sus intestinos y beber de ella, reservando la sobrante hasta que llegan a algún pozo o hasta que la muerte pone fin a la sed».

León el Africano visitó África del norte y parte de Asia. En sus expediciones, apunta el viajero las curiosas costumbres de los africanos de distintas tierras y también sus enfermedades. Los naturales de esas tierras explican que tienen tiña y que padecen de «dolor de estómago, al que llaman por ignorancia, dolor de corazón». Y, según asegura León el Africano, esto se debe a comer demasiadas aceitunas, nueces «y otros manjares groseros y pobres». Por eso «les nace con frecuencia la roña». Sin embargo, curiosamente parecían libres de la terrible peste: «En Numidia no suele aparecer sino cada cien años; en la tierra de los Negros no aparece jamás».

En Egipto remontó el Nilo en una barca desde El Cairo a Assuan, atravesó desiertos y recorrió Arabia pasando el mar rojo. En la isla de Gelves fue apresado por una escuadra cristiana, o por corsarios sicilianos según otras fuentes, pero su sabiduría sorprende tanto que sus captores deciden no convertirlo en un simple esclavo. Así, es conducido a Roma, y en 1517 se convirtió al cristianismo con el nombre de Juan León de Médicis. Su sabiduría y humanidad fueron tan célebres que hasta el propio papa León X procuró su amistad y permitió la traducción de algunos de sus escritos a la lengua italiana. A la muerte del pontífice, regresó a África renunciando al cristianismo y volvió a abrazar la fe islámica.

León el Africano murió en Túnez en 1554 recordando su fascinante vida. Como escribió Amin Maalouf en su novela: «Mi sabiduría ha vivido en Roma, mi pasión en El Cairo, mi angustia en Fez, y en Granada vive aún mi inocencia».