FRANCISCO GUERRERO

 El compositor de Tierra Santa 

En las prensas de Venecia publicó su célebre libro de Canciones y Villanescas Espirituales en el que recopilaba buena parte de las composiciones más populares de su tiempo. Francisco Guerrero, el maestro de capilla de la Catedral de Sevilla, conocía bien esa ciudad. No sólo porque allí se habían estampado algunos de sus libros, sino porque desde la Serenísima decidió cumplir con su sueño: viajar a Tierra Santa.

Francisco Guerrero forma parte del gran triunvirato de la música polifónica del Renacimiento español junto a Tomás Luis de Victoria y al también sevillano Cristóbal de Morales, del que fue discípulo en Toledo. Gozó de prestigio en vida y, probablemente, fue uno de los músicos más viajeros emulando así a otro grande, Juan del Enzina, que también recorrió los lugares sagrados décadas antes acompañando al marqués de Tarifa don Fadrique Enríquez de Ribera en su Cruzada Pacífica.

El libro de Francisco Guerrero, Viage de Hierusalem (El viaje de Jerusalén), impreso en Sevilla por Juan de León en 1592, tuvo hasta veinte ediciones entre los siglos XVI y XVII, ya que el relato de esta aventura de peregrinación se hizo muy popular entre curiosos y devotos. El éxito de la obra –era una breve relación– se debe a su grato estilo literario y a que respondía muy bien a las necesidades de su siglo. Por un lado, era época de asombros y descubrimientos de nuevas tierras y, por otro, la expansión de la Reforma protestante obligaba a la Europa de la Contrarreforma a impulsar y animar itinerarios devocionales de este tipo en los que se subrayaban las creencias y doctrinas católicas como el culto a las reliquias. Además habría que resaltar que Guerrero describe el itinerario con gran apasionamiento. «Este viaje es tan santo y gustoso que yo les certifico que, cuando lo hayan andado, no truequen el contento de haberlo visto por todos los tesoros del mundo», escribió. También hay que añadir que en los recorridos por Belén o Jerusalén con el Monte Sión, Cedrón y el Valle de Josafat, el Calvario y el Santo Sepulcro, el músico aporta consejos prácticos a los peregrinos acercándose así a la moderna y práctica guía de viajes.

Dos imágenes nos quedan de Francisco Guerrero: la que pintó Francisco Pacheco en su Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones y una figura que existe en el medallón de bronce que adorna el facistol del coro de la Catedral de Sevilla. Según Francisco Pacheco, Guerrero fue hombre de gran entendimiento, «de escogida voz de contralto, afable y sufrido con los músicos, de grave y venerable aspecto, de linda plática y discurso». El gran Francisco Guerrero era llamado El Dulce por sus muchas virtudes en el trato así como por su elocuencia, que demostraba en las tertulias de las academias sevillanas donde a veces interpretaba –sobre todo en sus tiempos mozos– obras de carácter madrigalesco.

Habría que imaginarlo recorriendo la ciudad e inspirándose en el ambiente de las calles, atravesando bulliciosos mercados, escuchando el viento rozando el río y los vencejos de las torres. Y así llegar a la catedral y refugiarse en la frescura oscura de sus capillas y anotar lo escuchado antes en el callejero de la ciudad. Pero siempre tocado a lo divino, que era tan característico de Guerrero, capaz de transformar las alegres músicas profanas de la época en auténticos cuadernos místicos.

Las obras de Francisco Guerrero se imprimieron en Venecia. El maestro de coro de la catedral de Sevilla –también ejerció el magisterio en la de Jaén–, de la capilla de música, de los ministriles y de los organistas debía acompañar al arzobispo y gran mecenas Rodrigo de Castro en un viaje a Roma para entrevistarse con el papa Sixto V. Sin embargo, el viaje del arzobispo se retrasó y Guerrero pidió la venia para acercarse a Venecia con el fin de encargar la impresión de algunas de sus composiciones.

Relata Julio Alonso Asenjo en el libro Maravillas, peregrinaciones y utopías: Literatura de viajes en el mundo románico que Guerrero supo que el trabajo de impresión llevaría unos meses. «Concertado y dejado el encargo al cuidado de su amigo Josepo Zarlino, aprovechó la temporada favorable, y emprendió su ansiado viaje a Jerusalén entre el 14 de agosto de 1588 y el 19 de enero de 1589».

El compositor había consultado en muchas ocasiones la biblioteca de Hernando Colón y era consciente de la importancia de que las obras quedaran impresas. Por esta razón acude a las imprentas europeas para controlar la publicación de sus obras en hermosas ediciones romanas, venecianas o flamencas.

Fue el compositor de su tiempo que más se ocupó de publicar sus obras. Viajó en audiencias privadas con Carlos V, Sebastián de Portugal, Felipe II, el papa Gregorio XIII y acompañó al arzobispo de Sevilla Gaspar de Zúñiga a Laredo para recibir a la princesa Ana de Austria que venía para casarse con Felipe II.

Del viaje de Guerrero por Jerusalén sorprende el apasionamiento con que describe la visita a los sagrados lugares, fruto de una aventura espiritual anhelada durante toda su vida. Sus descripciones son muy emocionales, toca con fascinación las piedras tan cargadas de historia y queda admirado por detalles como la huella del pie de Jesús sobre una losa del Monte de los Olivos o los hoyos donde se clavaron las tres cruces en el Calvario.

En especial, el compositor queda hechizado en Belén. En la gruta del Nacimiento relata cómo entraron en un pasaje angosto hasta la Capilla del Nacimiento, «que parece que entráramos en el Paraíso». Habría que recordar que ese tema sagrado había sido muy tratado en sus músicas por Guerrero, puesto que era un célebre compositor de villancicos. La llegada al río Jordán también es narrada con pasión: «Aunque no fue por esta parte el bautismo de Cristo, por ser el mismo río, fue grande la alegría y devoción que nos dio su vista. Apeámonos todos (…) y llegamos con grande ansia al agua, y bebiendo cuanta se pudo beber».

En el viaje, Guerrero sufrió no pocos peligros, ya que, a pesar de que los itinerarios jerosolimitanos estaban a esas alturas del siglo bastante popularizados, el peregrino aún asumía muchos riesgos. De hecho, fue secuestrado a su regreso poco antes de llegar a España, pues el Mediterráneo estaba lleno de corsarios y saqueadores. Finalmente se pagó un rescate y fue liberado.

Francisco Guerrero, que era un gran tañedor de vihuela de siete órdenes, arpa, corneta y otros instrumentos, además de maestro en el arte del contrapunto, no fue el único que viajó. Mucho más lo hizo su música, que se hizo muy popular en el Nuevo Mundo. Sus piezas se interpretaron en vida en las catedrales de México, Guatemala y Lima. Según explica el musicólogo granadino Juan Ruiz Jiménez en Semblanzas de compositores españoles (Fundación Juan March), en América convirtieron su Liber vesperarum, publicado en Roma en 1584, «en el repertorio central cantado en la hora de Vísperas». Además, en 1601, dieciséis ejemplares de este impreso fueron embarcados al Nuevo Mundo, alcanzando lugares tan alejados como la colonia portuguesa de Goa en la India.

Sin embargo, a pesar de su prestigio y popularidad, Guerrero sufrió un revés a su regreso a Sevilla. Y es que a causa de las deudas contraídas en la edición y publicación de sus obras en agosto de 1591 se dictó un auto de prisión. Los huesos de Guerrero, en su tiempo llamado El Dulce, conocieron las miserias y horrores de la cárcel de Sevilla. Una prisión por cierto en la que terminaron no sólo Guerrero sino varios de los ingenios de la época como Cervantes o Mateo Alemán. Finalmente, el Cabildo de Sevilla pagó sus deudas y fue liberado.

Ya fuera de la cárcel es cuando Francisco Guerrero escribe el relato de su viaje animado por las peticiones de numerosos devotos. En su memoria quedaba el recuerdo feliz del viaje en el que el músico se recrea con gusto. Se comprueba, por ejemplo, en los hermosos pasajes dedicados a la ciudad de Damasco: «Descúbrese muy bien por ser muy torreada, asentada al pie del monte Lybano. Tiene una grandísima vega donde se siembra en grande abundancia. (…) Es tan abundante de todo lo necesario, así de cosas de comer como de mercaderías, sedas, brocados, lienzos y telillas. Hay el mejor pan que yo jamás he comido y frutas cuantas hay en el mundo, y una que se dice musa de muy buen sabor». Y la inevitable comparación con la ciudad natal: «Esta ciudad será de población poco más o menos que Sevilla».

Un 8 de noviembre de 1599 Sevilla quedó suspendida en un inquietante silencio. Cesaron motetes, villancicos y canzonetas. La peste arrasaba la ciudad y la Desnarigada comenzó a tañer la vihuela interpretando al gran maestro, que en ese mismo momento moría. Francisco Guerrero está enterrado en la capilla de la Virgen de la Antigua de la catedral junto a Francisco de Peraza, famoso organista sevillano. Un lugar en el que a veces es posible escuchar melodías polifónicas de tiempos remotos interpretadas con dedos de ultratumba.