PEPITA DE OLIVA

 Aires andaluces en los teatros de Europa 

En las vitrinas de varios museos aún se muestran grabados de una bailarina muy famosa en su tiempo bailando la cachucha o la danza llamada Olé. Y en galerías y en tiendas de antigüedades repartidas por Centroeuropa es posible encontrar muñecas con castañuelas en porcelana que llevan el nombre de Pepita de Oliva, delicados bibelots que reproducían en serie la gracia de la bailarina malagueña que recorrió los mejores teatros de Europa.

La travesía de la malagueña Pepita de Oliva, llamada Josefa Durán y Ortega (1830-1871) atraviesa toda la Europa de su época, desde Inglaterra a Noruega pasando por París, Alemania y las ciudades del imperio austrohúngaro. Viena acogió sus andanzas, en Berlín August Conradi, autor del Berliner Couplet, le dedicó la Pepita Oliva Polka y en tierras húngaras y bohemias dejó una profunda huella.

Pepita de Oliva es hija artística de aquella Europa que se fascinó con los aires andaluces. Fruto de las crónicas y relatos de los viajeros románticos, lo español se incorporó al imaginario cultural europeo marcando toda una época. Ésa es la razón de que repasando la prensa del siglo XIX se descubra el éxito de los bailes españoles en los principales escenarios europeos.

El investigador Gerhard Steingress lo ha estudiado bien en su obra Y Carmen se fue a París: un estudio de la constitución artística del género flamenco 1833-1865. Junto a Pepita de Oliva aparecen otras bailarinas españolas que causaron furor, como Petra Cámara, que elogió el mismísimo Gautier en uno de sus poemas, Émaux et Camées; Lola de Valencia, que aparece en una cuarteta de Baudelaire y pintada por Manet, gran amante de todo lo español; Dolores Serral, Manuela Perea La Nena o Josefa Vargas, aclamadas en Londres y París, o Adela Guerrero, también inmortalizada en un lienzo de Courbet.

La estirpe de Pepita de Oliva y las bailarinas españolas llevó incluso al poder sugestivo de la imitación, como ocurrió con Lola Montes y la austriaca Fanny Elsser, que aprendió a bailar la cachucha –ese baile inventado en el Cádiz asediado por las tropas napoleónicas– y que llevaría a América. O Marie Guy Stéphan que se hizo célebre interpretando las boleras de Cádiz y que incluso hizo una gira por España entre 1846 y 1848 con los aires andaluces que se habían reinventado en los escenarios franceses. Un curioso viaje de ida y vuelta.

Repasando las litografías sobre Pepita de Oliva dispersas por el mundo, se descubren los modelos típicamente españoles que mostraba en sus bailes. La historiadora Rocío Plaza, en Historia de la moda en España dedica un apartado especial a estos aires llevados a Europa y que también tuvieron especial relieve por la influencia que la granadina Eugenia de Montijo proyectó en Francia gracias a su matrimonio con el emperador francés.

Las basquiñas de satén, los volantes de encaje negro, los amplios escotes realzando el pecho, las mantillas, las cinturas imposibles gracias a las torturas del corpiño, más los cabellos recogidos y entrelazados con una flor se convirtieron en la marca española que artistas como Pepita de Oliva llevaron por el mundo.

Uno de los lugares donde quedó una huella más profunda del paso de Pepita de Oliva fue Bohemia. El investigador Pavel Stepánek hace un curioso apunte en Las andanzas de la bailarina española Pepita de Oliva por Europa Central recordando sus actuaciones en Praga, Brno y Opava en 1857.

Pepita de Oliva solía vivir en el hotel del Ángel de Oro en Praga y, al parecer, asistía a sesiones de espiritismo durante su estancia en la ciudad, según contaba Karel Hádek en Lecturas sobre la vieja Praga. «En sus representaciones públicas en Praga despertó pasiones que se llamaban delirium Pepitatorum. Y cuando regresaba al hotel, la policía apenas lograba protegerla ante las frenéticas muestras de simpatía», explica Pavel Stepánek.

Lo más curioso es que su nombre de pila se utiliza hoy día como palabra checa que designa un tipo de tela con diminuto ajedrezado de color negro y blanco, y que es el que ella solía utilizar en sus actuaciones. Las telas de estas características se llaman ahora pepita o pepito y suelen utilizarse, sobre todo, para pantalones masculinos y para los trajes enteros de dama. También en polaco –pepitka– y en alemán –der/das pepita–, es posible encontrar la huella de la bailarina andaluza y su curiosa indumentaria. «En Europa central se difundió la tela pepita por ejemplo en forma de mantel, pero mucho más entre carniceros y cocineros llegando a ser base de su vestido profesional», asegura Pavel Stepánek.

El nombre de Pepita de Oliva también apareció en las crónicas rosas de su época. Fue a raíz de su romance con el diplomático sir Lionel Sackville-West, con el que tuvo varios hijos ilegítimos estando casada aún con su maestro de baile, Juan de Oliva, del que tomó el nombre artístico. El caso Sackville llegó a los tribunales cuando murió la bailarina y sus hijos reclamaron la paternidad del diplomático inglés.

Su nieta Vita Sackville-West, baronesa de Sackville (1862-1936) dedicó una monografía a su abuela titulada Pepita. La nieta de la bailarina andaluza vivió en el señorío de Knole House en Kent y se casó con el diplomático Harold Nicolson, pero en realidad se hizo famosa por las relaciones lésbicas que mantuvo con las escritoras Violeta Trefusis y Virginia Woolf. Parece que en un viaje a París que hizo con Violeta Trefusis se travistió de hombre y se hacía llamar Julien. Su historia inspiró a Virginia Woolf la ambigüedad sexual del personaje de Orlando.

Pepita de Oliva apenas es recordada ahora más que en viejas memorias teatrales. Su nombre se borró de los programas de mano, pero repasando viejos álbumes del XIX resurge su figura bailando una cachucha o el célebre Olé y llevando cierta idea de Andalucía por los teatros del mundo.