DIEGO HURTADO DE MENDOZA

 ¿El embajador que escribió el ‘Lazarillo’? 

Poeta, diplomático, bibliófilo, militar, humanista y autor del Lazarillo de Tormes. Así podría definirse al granadino Diego Hurtado de Mendoza, fascinante personaje del Renacimiento español que recorrió las cortes europeas como embajador del emperador Carlos V y cuyos epistolarios permiten reconstruir la Europa de su tiempo.

Las investigaciones de la paleógrafa Mercedes Agulló al descubrir en un inventario un legajo de correcciones hechas para la impresión del Lazarillo han confirmado una hipótesis que se barajó durante siglos, la de que el autor de la famosa obra de la picaresca española fue el brillante e ilustrado viajero andaluz Diego Hurtado de Mendoza. El documento se hallaba entre los papeles del cronista López de Velasco, que era el albacea del granadino.

Una tesis que, por cierto, proponía desde la ficción el escritor almeriense Antonio Prieto en su novela El embajador, donde narraba la curiosa vida del granadino desde sus viajes de armas a Túnez hasta sus embajadas en la corte de Enrique VIII de Inglaterra, la de Venecia y la de Roma. Aunque existen otras hipótesis como la que defiende que el autor fue en realidad Alfonso de Valdés.

Diego Hurtado de Mendoza (Granada, 1503-Madrid, 1575) era hijo de Íñigo López de Mendoza, primer capitán general del reino de Granada, quien se ocupó de que su hijo gozara de una exquisita educación permitiendo que tuviera como maestro al humanista Pedro Mártir de Anglería. Hurtado de Mendoza aprendió latín, griego, hebreo y árabe, además de varias lenguas europeas.

Después de cumplir con las armas en la expedición de Túnez y sin olvidar nunca las letras, el emperador Carlos V le encomienda la embajada en la corte de Enrique VIII con un objetivo: negociar la boda de la princesa María Tudor –hija del rey y de Catalina de Aragón, tía del emperador– con don Luis, infante de Portugal. El príncipe portugués era el candidato de la corona española, mientras que el duque de Orleans era el de Francisco I de Francia, el gran enemigo de Carlos V.

Entre los banquetes e intrigas en el palacio de Hampton-Court, residencia de los Tudor, el granadino entabla relaciones con figuras como el poderoso Thomas Cromwell, los poetas sir Thomas Wyatt y Thomas Tusser o Chappuys, que llegaría a embajador imperial. Mendoza relataría los detalles sobre aquella corte en las cartas que enviaba a su amigo Francisco de los Cobos, secretario del emperador.

En la complicada corte inglesa, con Enrique VIII excomulgado y convertido en cabeza de la Iglesia Anglicana de Inglaterra, Mendoza también intentará influir en otra alianza matrimonial del monarca cuando, ya muerta su tercera esposa Jane Seymour, éste se plantea una nueva boda. La candidata de la corona española será la duquesa de Milán, Margarita, viuda de Alessandro de’ Medici y sobrina del emperador. Sin embargo, el rey optará finalmente por Ana de Cleves, hermana del protestante duque de Cleves, que se convierte así en un posible aliado en el caso de que Roma atacara a Inglaterra.

A partir de 1539, comienza una nueva etapa para Hurtado de Mendoza al ser enviado como embajador a Venecia, legación que mantendrá hasta el 23 de marzo de 1545. Miguel Ángel de Bunes Ibarra, del Centro de Estudios Históricos, ha reconstruido la embajada del granadino en Venecia a partir de sus epistolarios. «El nombramiento de don Diego como embajador se produce en uno de los momentos más complejos de la política exterior de Carlos V en el Mediterráneo. Su principal misión es impedir que Venecia abandone la Liga y controlar los movimientos de Francia para que no se vuelva a concordar con la Sublime Puerta (el imperio otomano)».

En ese periodo, el embajador se queja de la falta de dinero enviado por Carlos V que le impide pagar la amplia red de espionaje que necesita para mantener el equilibrio de conjuras, conspiraciones y juegos diplomáticos que permiten la llamada falsa guerra, ya que ninguna de las potencias deseaba aniquilar al adversario.

Gracias a los «avisos de Levante», que envía Mendoza desde Venecia, se conocen en la corte española los sobornos y los informes de espías franceses contrarios a los intereses de Carlos V en la Serenísima República como Antonio Rincón y Cesare Fregoso. Las cartas están actualmente dispersas en varios archivos: el de Simancas, el Archivo Municipal de Madrid, Viena, Bruselas, el Archivo de Palacio y la Real Academia de la Historia. A través de los despachos y las valiosas cartas del granadino podemos reconstruir la política imperial de aquellos años y conocer mejor a determinados personajes históricos.

Pero, además del intrigante diplomático hay otro Hurtado de Mendoza en Venecia: el mecenas y humanista que reúne en su palaz­zo en San Bernabé sobre el Canal Grande a poetas como el Aretino, Jacopo Sadoleto, Paulo Giovio, Lazzaro Bonomici, Benedetto Varchi o Alessandro Piccolomini. Junto a Boscán y Garcilaso de la Vega, Hurtado de Mendoza formará el triunvirato de poetas italianistas del Renacimiento español. Además el granadino se convertirá en el intermediario entre el emperador y Tiziano.

En Venecia reunirá una importantísima biblioteca mandando a especialistas como Nicolás Sophianus o Arnoldo Ardenio a los conventos griegos y de Asia para traer manuscritos. Estos valiosos documentos pasaron a su muerte a la Biblioteca de El Escorial.

En 1545 Hurtado de Mendoza parte como representante del emperador al Concilio de Trento y, poco después, comienza su embajada en Roma. En Trento se inician sus desavenencias con el papa Paulo III porque cuando muere asesinado Pedro Luis Farnesio, hijo del papa y duque de Parma y Piacenza, circula por Roma un manuscrito anónimo, el Diálogo entre Caronte y el ánima de Pedro Luis Farnesio, que se atribuyó a Mendoza por el tono sarcástico y burlesco. Una obra que rezuma ese humanismo mezclado con ironía que caracterizaría el Lazarillo.

Resulta muy tentador imaginar a Diego Hurtado de Mendoza sirviéndose de sus aventuras por la Europa de su tiempo para idear y nutrir las historias del pícaro de Tormes. ¿En qué paisajes del natural y en qué retratos de la condición humana mojaría su pluma para inspirarse?

Una prueba de que Hurtado de Mendoza tenía cierta predilección por esconderse tras un seudónimo es que ocultó su nombre bajo el de Bachiller de Arcadia en las cartas que envió al capitán Pedro de Salazar, autor de la Historia de la guerra de Carlos V contra los luteranos. El refugio de este nombre falso sirvió para no despertar sospechas y resguardar su identidad en una relación epistolar peligrosa por el contenido de las misivas, que podría considerarse material de espionaje diplomático. De la misma forma, es probable que Hurtado de Mendoza pensase en no desvelar su nombre como autor del Lazarillo al considerar que por su carácter diferente le podría ocasionar problemas a un personaje principal como él.

El granadino será nombrado finalmente embajador de Siena, pero en la hermosa ciudad toscana fracasará en una misión militar truncando así su carrera diplomática. Diego Hurtado de Mendoza regresará a España donde un incidente le hará perder el favor de Felipe II, el hijo de Carlos V, y tendrá que optar por el destierro en Granada. Allí asiste a la sublevación de los moriscos y la guerra de las Alpujarras, que reflejará en su obra Guerra de Granada. Otro libro nutrido por los episodios de su intensa biografía.