FRANCISCO DE SAAVEDRA

 El diarista de ultramar 

En las páginas del diario había restos de hierbas cortadas, manchas de las frutas exóticas que probaba, papeles envejecidos por el salitre y letras con tinta algo desvaída por no haber dado tiempo de secar a causa de la urgencia con la que anotaba los hechos. Francisco de Saavedra repasa, ahora que se enfrenta a las últimas páginas del diario de su vida, el cuaderno en el que había escrito las aventuras y reflexiones de su misión en las Indias.

Francisco de Saavedra, viajero, luego intendente de Caracas y hasta ministro de Hacienda, primer ministro de la Corona, regente del Reino y presidente por seis días de la Junta de Sevilla, contempla ahora su biografía desde la atalaya de los años.

No hay duda de que este sevillano nacido en 1746 vivió años épicos y un tiempo en el que acababa una época: la de la colonización y de los imperios de ultramar. En las páginas de sus diarios está radiografiada la América que pronto se rebelará por su independencia, una América ya cansada del colonialismo y que no disimula su ira. Con su certera mirada, este viajero que visitaría México, Cuba, Jamaica o Venezuela desentrañó en sus páginas memoriales una América convulsa, señalando los males y añadiendo remedios que nadie quiso escuchar.

Ese caballero que recorría América en litera y que Goya retrató en un lienzo conocido es uno de esos personajes perdidos en la Historia. En el estudio introductorio de la edición que el Centro Superior de Investigaciones Científicas hizo del diario del viajero, el americanista Francisco Morales Padrón apunta que esas páginas «constituyen un ejemplar único en la historiografía española de entonces. No es un informe oficial sino la visión personal de un político-viajero observador y detallista».

Francisco de Saavedra, aunque nacido en Sevilla, hará sus estudios en el colegio granadino del Sacromonte y realizará oposiciones a lectoral de la Catedral de Cádiz. El ambiente de ultramar que se respira en Cádiz transformará la vida de Saavedra que decide emprender la aventura americana. Tras ingresar en el Ejército y obtener el grado de teniente, se embarca a América en agosto de 1780 con una misión: capturar Panzacola –que se encontraba bajo soberanía inglesa–, remitir a España caudales, enviar ayuda a Guatemala y reconquistar Jamaica.

Precisamente mientras navega de Cumaná a Cuba es apresado por los ingleses que lo recluyen en Jamaica. Sin embargo, no perderá la ocasión de seguir observando y describiendo los territorios como buen viajero. Repasará la geografía, el estado militar, la situación política, la población, la trata negrera, la organización colonial británica e incluso hará curiosas narraciones sobre los llamados picarones o corsarios españoles.

Finalmente, es liberado y llega a La Habana donde realiza varios viajes que le permiten analizar con detalle la situación de la colonia al igual que México, que incluye como parte de su travesía. Al concluir la misión es designado en 1783 intendente de Caracas y fomentará la agricultura, establecerá un jardín de aclimatación, ordenará realizar una estadística del país, liberalizará el comercio y construirá cuarteles y edificios para los oficios reales y la Audiencia. A su regreso a España en 1788 tras los años americanos, se le concederá una plaza en el Supremo Consejo de Guerra.

El Diario de Francisco de Saavedra, como su otra gran obra Los decenios: Autobiografía de un sevillano de la Ilustración, también anotada y editada por el profesor Morales Padrón, es un relato de las Indias que en multitud de ocasiones alcanza un trepidante tono novelesco.

Sin embargo, como documento histórico lo que sorprende es la preclaridad del viajero para descubrir algunos de los errores de la colonización y su interés en remediarlos. Todo un ejemplo del interés por la reforma que inspiraría el Siglo de las Luces. Es el caso de la radiografía que hace de La Habana. Por ejemplo, señalando que los navíos estaban sucios y pendientes de carenar, que faltaban hospitales, que el erario no tenía más allá de un millón de pesos o que había ausencia de víveres. Aunque también da su visión positiva de otras cosas: «A la tarde estuve a ver el Morro. Esta fortaleza construida en tiempo de Felipe II por el famoso Antoneli está muy bien situada para defender el puerto. Los ingleses la tomaron en el año 63 por sorpresa, después de haber perdido mucha gente en su ataque. Después de aquel desgraciado suceso se han aumentado las defensas de esta fortificación, y en el día parece inexpugnable a las fuerzas con que puede ser embestida».

En México estuvo en Veracruz, México y Puebla. De estas ciudades le sorprende su planificación, las calles anchas y rectas, aunque critica la suciedad o la mala situación de Veracruz por la insalubridad que ya otros viajeros habían definido como auténtica «tumba abierta». En su diario anota detalles sobre la Casa de la Moneda cuyo «edificio no corresponde a la riqueza interior»; la Casa de la Acordada «con más de 20.000 dependientes en todo el reino»; la Casa del Apartado, donde se separan el oro de la plata; la Catedral «copia de la de Sevilla, algo menos grande», el santuario de Guadalupe o la Fábrica de Tabaco donde le impresionan «seis mil hombres en cueros haciendo cigarros».

Pero descubre un mal mayor, el soterrado malestar que existe entre los criollos. En aquellos días, llegaban correos con noticias sobre las provincias peruanas rebeladas, una amenaza que décadas más tarde terminaría convirtiendo América en un polvorín en busca de su independencia de España.

En la época de Saavedra aún parece posible el remedio. Y él, como hombre ilustrado, propone fórmulas para salvar las colonias. En una de sus comisiones de Indias, apunta estas reflexiones: «La América puede estar todavía siglos bajo el dominio de España o perderse en breve tiempo. Su suerte depende del método de su gobierno». Sabía bien que los criollos se habían ilustrado y que la introducción de los libros franceses «de que allí hay inmensa copia» estaba haciendo «una especie de revolución en su modo de pensar».

Por supuesto no sólo achacaba a las ideas francesas las rebeliones inminentes, también destacaba –con esa característica reflexión autocrítica que tuvieron los ilustrados– que el error estaba en el sistema de gobierno. «Generalmente están persuadidos los americanos que España tiene formado proyecto de sacar cuanta sustancia pueda de aquellas posesiones y mantenerlas siempre en un estado de debilidad. Se confiaron en esta idea al ver las tiranías y latrocinios que ejercen la mayor parte de los gobernadores».

Lástima que las propuestas visionarias de Francisco de Saavedra no se tuvieran en cuenta. Finalmente, tal y como él sospechó, las colonias de ultramar terminaron rebelándose y consiguieron en unos años la independencia. Francisco de Saavedra, ya recluido en Sevilla, asistió a ese momento contemplándolo desde la distancia y doliéndose de haberlo advertido sin que nadie lo escuchara.

El brillante tratadista será autor de otros reveladores diarios, los que escribe durante la Guerra de la Independencia. Son unos diarios de operaciones de la Junta Suprema de Sevilla desde la que se gobernaba el país cuando Madrid había caído por la invasión napoleónica. Los diarios de Saavedra se mueven entre el anecdotario y la gran Historia. Se relatan sucesos que cambiaron el curso de la guerra y, al mismo tiempo, la microhistoria, detalles de la vida cotidiana como el comportamiento de los sevillanos en aquellos difíciles años. Repasando este diario casi es posible oír el cañón llamado Maniobrero fundido en Sevilla, «arsenal inmenso», y que se probó en la llanura de Tablada. Un sonido de lejanísimas guerras antiguas.

 La rebelión de las provincias en España. Los grandes días de la Junta Suprema de Sevilla (1808-1810) permite al lector asomarse a lo ocurrido hace dos siglos. Al mismo tiempo, se lee como una obra actualísima, contemporánea, casi un work in progress por la minuciosa relación día a día de la guerra contemplada desde la ciudad y, sobre todo, de los preparativos del ejército de la Junta de Sevilla que hizo posible la victoria de Bailén el 19 de julio de 1808. Bailén, que representa lo que más de un siglo después sería la batalla de Stalingrado –la primera derrota nazi, el principio del fin del Tercer Reich–, o la batalla de Valmy que fundó la nación francesa durante la Revolución.

Saavedra, a pesar de los años, continuaría intentando cambiar las cosas y narrando su época con pasión y lucidez. Así hasta que muere en noviembre de 1819 y es enterrado en la iglesia de la Magdalena. En el muro de la parroquia se realizó una inscripción que es un aviso para curiosos: «Aquí yace el Excmo. Sr. Doctor D. Francisco Arias de Saavedra, caballero gran cruz de la real orden de Carlos III, ministro de Estado y de Hacienda, profundo conocedor de la ciencia administrativa que practicó en ambos mundos con utilidad política. Sevilla lo aclamó presidente de la Junta creada en 1808 para defender la independencia nacional contra el emperador de los franceses…». Mientras, sus diarios siguen oliendo a un ultramar ya perdido.