CRISTÓBAL DE CASTRO

 Corresponsal en la guerra ruso-japonesa 

Comparaba Manchuria con Sierra Morena y recordaba con terror su primer paseo por San Petersburgo, entre el frío y la fascinación. Las descripciones de Cristóbal de Castro eran singulares, amenas y de­senfadadas, aunque no faltaba la crítica moral e incluso el análisis político. Las páginas de su libro Rusia por dentro (1904), en las que incluyó una antología de los artículos publicados en el periódico La Correspondencia de España sobre la guerra ruso-japonesa, se leen hoy con la curiosidad de un documento de época.

Cristóbal de Castro nació en la localidad cordobesa de Iznájar en 1874. Después de estudiar en Granada se establece en Madrid donde pasaría a formar parte del mundo bohemio madrileño que basculaba entre los cafés literarios y las redacciones periodísticas, ese mundo que tan bien retrató el escritor sevillano Rafael Cansinos Assens en sus memorias La novela de un literato.

Castro se relaciona con los periodistas, folicularios, gacetilleros y reporters que convierten los comienzos del siglo en una edad de oro del periodismo con personajes como Julio Camba, Emilio Carrere, Pedro de Répide, Carmen de Burgos, Gómez de la Serna o el propio Cansinos, que dejó malévolos comentarios sobre Cristóbal de Castro en La novela de un literato: «Don Cristóbal, con su cara agria de campesino cordobés y sus pujos de dandy y Tenorio, y su estilo rebuscado y pedante».

A pesar de que Castro llegó a Madrid sin recursos y tuvo que vivir en sórdidas pensiones, con el tiempo se convirtió en un reputado periodista de prolífica obra que obtuvo merecida fama por sus trabajos como sus crónicas de la guerra ruso-japonesa, pero también provocó envidias malsanas. Por Madrid circulaba un epigrama perverso que hizo época: «Se cree que es muy listo / y de las letras un astro / me cago en Cristo- / bal de Castro / miserable criticastro».

Castro inició su viaje a Rusia enviado por La Correspondencia a los cuatro días de iniciado el conflicto. Esta guerra se inició por los deseos de Rusia de encontrar en el Este una salida al mar en puertos más cálidos, ya que su armada se encontraba presa del hielo en el Báltico.

El choque entre los dos imperios suscitó el interés de los lectores españoles. Tal y como ocurriría con la Primera Guerra Mundial años más tarde. Una España que no tenía nada que ver en el conflicto contemplaba con distancia el horror de una guerra para tomar parte de un lado u otro. Si en la Gran Guerra España se dividió entre germanófilos o aliadófilos, en 1904 los lectores españoles eran nipófilos o rusófilos. La posición de apoyo a Japón se identificaba con los sectores más progresistas, ya que era el país más orientado hacia la modernidad frente a una Rusia que se empeñaba en seguir mirando al pasado. Precisamente, la derrota en esta guerra crearía el clima propicio para la revolución de 1905 que desvelaba los anacronismos en que vivía el imperio.

A pesar de todo, Castro siempre se confesó rusófilo, en parte por su admiración a la cultura y, en especial, a la literatura rusa. De hecho, dedicó a Rusia algunos de sus libros como Un bolchevique: Escenas de la revolución rusa. Además tradujo a Gorki y escribió tres tomos dedicados al teatro ruso. En sus crónicas salva al pueblo ruso y también al zar –«solo, dolorido, triste en su candidez filial»– de los males de Rusia para condenar sin reservas a la aristocracia y los militares.

En Cahiers de civilisation espagnole contemporaine, la investigadora francesa Claire-Nicole Robin, advierte que para Castro «la guerra ruso-japonesa es una repetición del conflicto hispano-americano de 1898: una nación anticuada frente a un país moderno, el valor de los soldados españoles enfrentados a una potencia militar superior, a los que el heroísmo no consigue salvar».

Castro permaneció en Rusia algunos meses, pero tuvo que marcharse por problemas con la censura. El resto de artículos los elaboró en Madrid. Sin embargo, esta circunstancia provocó que años más tarde se desvelara un curioso episodio de supuesta superchería que los investigadores desmienten. En 1964, después de la muerte de Castro ocurrida en 1953, el comediógrafo Manuel Merino escribió en el Anecdotario Pintoresco de ABC que realmente Castro no había estado en Rusia y que todo había sido una estrategia comercial de La Correspondencia. Según Merino, Castro no debía pasar de la frontera ruso-polaca para luego regresar y rodearse de libros en casa y escribir las crónicas con gran imaginación. «A base de fertilidad de ingenio, un gran sentido del periodismo vivo y caliente y libros, ¡muchos libros!, Castro pergeñó una serie de artículos fechados en Rusia –sin haber estado en Rusia– preñados de visión política, impecables en detalles geográficos y en observaciones de orden castrense».

El investigador Manuel Galeote, profesor de la Universidad de Berna, ha estudiado concienzudamente los artículos de Castro en el volumen Bohemios, raros y olvidados y asegura que el fraude fue imposible. Parece desde luego poco probable que el pulso vivísimo de crónicas como «El Transiberiano y sus peligros», «El puñetazo del Zar», «Las últimas nieves y los primeros heridos» o «Las noches blancas» sean fruto de una ficción. Cristóbal de Castro fue así uno de los periodistas pioneros en la crónica de conflictos internacionales que anticiparía la brillantez de las crónicas de la Gran Guerra escritas años más tarde por Blasco Ibáñez, Carmen de Burgos o Valle-Inclán.

Aparece con retraso en el Gran Hotel de París en San Petersburgo, pero, a pesar de no tener su ropa de abrigo, ya que llega extraviado y con retraso, no se arredra: «Yo anhelaba ver toda Rusia de un solo golpe de vista». Y con los compañeros periodistas Georges Bourdon de Figaro y Marcel Iutin de Le Journal recorre las calles. «Nevaba si Dios tenía qué, y mi sangre andaluza, aterrada ante aquel frío polar, se alborotaba entre mis venas, como diciéndome: “¿Te has vuelto loco?”».

Por el tono de sus crónicas, Cristóbal de Castro es finalmente expulsado de Rusia. En una de ellas no duda en acusar al ejército: «La culpa es de hombres que como Alexeief siendo generales en jefe del ejército son al mismo tiempo sus contratistas de ropa, de calzados y de fusiles». En una nota de La Correspondencia acerca de lo que le había ocurrido a Castro para salir precipitadamente de Rusia se explica: «Las últimas crónicas de nuestro querido compañero han sido muy mal acogidas en los centros oficiales rusos y Cristóbal de Castro se ha visto precisado a optar por dos soluciones: o convertirse en cantor de las glorias rusas, o regresar a España para publicar sensacionales artículos con los datos que ha podido adquirir. (…) Cristóbal de Castro, que llegará dentro de pocos días a Madrid, nos anuncia que trae sensacionales apuntes y grandes deseos de comenzar la serie de artículos que le ha sido imposible escribir desde San Petersburgo, a menos de hacer méritos para una plaza de deportado siberiano». Quizás esa escritura del conflicto ya lejos de Rusia hizo crear la leyenda de que en realidad nunca había estado allí.