JOSÉ CELESTINO MUTIS

 Un botánico gaditano en el equinoccio 

Sus restos reposan en la capilla del Colegio del Rosario en Bogotá y su memoria, como la de sus plantas, echó raíces en el Nuevo Mundo. José Celestino Mutis, el sabio gaditano, sigue presente en los herbarios, en los libros botánicos y hasta en los nombres de plantas como la Mutisia, una hermosa trepadora.

El sacerdote, botánico y matemático protagonizó una de las expediciones científicas realizadas durante la monarquía de Carlos III y, sin duda, una de las que generaron mayor número de informes, documentos y bibliografía: la Real Expedición Científica del Virreinato de Nueva Granada, en la actual Colombia.

La aventura ultramarina comienza a gestarse en la mente del gaditano desde su infancia. El Cádiz de 1732 –año en el que nace Mutis– es el puerto más importante de España, tras controlar el monopolio comercial con América desde 1717, cuando Sevilla pierde el privilegio. Cádiz es una ciudad rica, cosmopolita y lugar del que parten las expediciones científicas y exploradoras.

José Celestino Mutis era hijo de un librero que procedía de una familia de origen italiano. El joven Mutis estudia en el Colegio de Medicina y Cirugía en Cádiz y toma el Grado de Bachiller en Filosofía y en Medicina. Luego se trasladará a Madrid donde comienza a interesarse por los estudios botánicos. Las noticias de expediciones al Nuevo Mundo fascinan a Mutis que decide regresar a su ciudad natal y partir a América donde se embarca como médico.

El viaje a Nueva Granada lo narró en un Diario de observaciones en el que incluye descripciones de la flora y la fauna que va encontrando. Mutis había descubierto por fin su destino.

En Santa Fe de Bogotá, Mutis ejerce como médico y ocupa una cátedra de matemáticas en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario y otra de astronomía en el de San Bartolomé. Pero sus ratos libres los dedica a su verdadera pasión: el estudio de la flora y fauna de la nueva tierra.

A veces siente que observa un mundo del revés, con especies diferentes, que desprenden aromas desconocidos y presentan audaces formas fruto del capricho del clima equinoccial. En sus horas libres se dedica al estudio concienzudo de los nuevos territorios. «Determiné emplear en adelante todo el tiempo en aquellos días de diversión, en examinar las plantas de los terrenos donde nos halláramos», anota.

Paz Martín Ferrero narra en el libro Andalucía y las expediciones científicas en el siglo XVIII: la aventura botánica de Mutis que su idea era realizar «un estudio de la Historia Natural de América por lo que plantea dotar al Gabinete de Historia Natural de Madrid con muestras de seres vivos e inertes recogidas en los países del Nuevo Continente». Con esta intención, a partir de 1763 comienza a pedir a Carlos III que autorice una expedición y ayudas. Pero no lo consigue, así que continúa trabajando por su cuenta.

El botánico se lamenta de la desidia española, de la falta de interés, razones que tendrán que ver con la pérdida del imperio: «Mientras en España se iba perpetuando un profundo olvido sobre las empresas de esta naturaleza, todas las naciones, especialmente las que poseían algunos establecimientos en América, aspiraban a porfía a poseer igualmente el conocimiento de sus tesoros naturales y a la formación de gabinetes públicos y privados».

España respondía con el desdén, pero Celestino Mutis tenía fama de excepcional científico fuera de su país. Durante buena parte de su vida, Mutis mantuvo correspondencia con su buen amigo Carl von Linné a quien enviaba muestras botánicas. Mutis también era buen amigo de Humboldt, el naturalista más renombrado de su tiempo, quien incluso se desvió en su famoso viaje por tierras equinocciales para visitar al científico gaditano. Celestino Mutis compartió con ellos su casa y les ayudó en su viaje hacia el Pacífico. Habría que añadir que además lo puso en contacto con quien llegaría a ser uno de sus discípulos más importantes, Francisco José de Caldas.

Celestino Mutis tenía claro que los productos de América podrían ser clave para la economía española. Por ejemplo, la cascarilla, el bejuquillo, el guayacán, la cera de palma, la cochinilla, los aceites de palo y de María, el cativo de Mangle, el de Caraña, la cáscara de Guamocó o la quina. Precisamente, a la quina dedicaría el científico buena parte de su vida. A su muerte en 1808, gracias a la colaboración de su sobrino, se publicó Historia de los árboles de la quina y años más tarde El arcano de la quina.

Pero la suerte de Mutis cambiará con la llegada de un nuevo virrey a Nueva Granada, Antonio Caballero y Góngora, que lo lleva como asesor y envía recomendaciones al rey para la creación de lo que será la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada en 1783. Mutis es nombrado primer botánico y astrónomo para fomentar el comercio creando herbarios y colecciones naturales. La expedición abarcará unos 8.000 kilómetros cuadrados y seguirá el río Magdalena como referencia.

El grupo lo forman personajes como Eloy Valenzuela, fray Diego García, Pablo Caballero, Bruno Landete, Pedro Fermín de Vargas y Diego Camblor, que recogió objetos para el Gabinete de Historia Natural y pintaba a mano las láminas de la flora de Bogotá. Poco después se incorporaron nuevos dibujantes y pintores de la escuela quiteña. Las colecciones y láminas que se pintaron fruto de estas investigaciones se guardaron en una casa que se encontraba donde hoy están los jardines entre el Palacio de Nariño y el Capitolio en la capital colombiana.

Celestino Mutis retrasó el envío a España de estos tesoros científicos durante un tiempo con el fin de preparar dos ejemplares de cada especie y que así permaneciesen en Nueva Granada. Estas láminas son un excepcional trabajo que ilustra un curioso mestizaje entre el arte criollo o colonial y la botánica ilustrada europea. Ya no eran las descripciones exóticas o alegóricas que habían predominado en los trabajos científicos del siglo XVI o incluso del XVII. Ahora, la ciencia de la época exigía el dibujo exacto y preciso. El XVIII fue, sin duda, el Siglo de Oro de la botánica española.

En realidad, sólo había un trabajo de similar ambición en la Historia de España en América. Se trata de la expedición que realizó el médico Francisco Hernández, que fue enviado por Felipe II a Nuevo México con el fin de inventariar las plantas americanas. El fruto fueron también ilustraciones de artistas indígenas a medio camino entre el arte precolombino y el europeo de la época. Desgraciadamente, los dibujos se perdieron en el incendio que sufrió El Escorial en 1671. Sólo existen algunas copias incluidas en el Códice Pomar.

En 1817, en pleno proceso de independencia, sale de Nueva Granada parte del tesoro científico creado por el gaditano, un material que incauta el general Morillo, enviado a las colonias para sofocar las rebeliones independentistas. Son 104 cajones con cerca de 20.000 plantas herborizadas y más de 6.000 ilustraciones con los diarios manuscritos de Mutis.

En el puerto de Cádiz un ansioso Mariano Lagasca, director del Real Jardín Botánico de Madrid, espera la llegada de los valiosos materiales para llevarlos finalmente a la capital. El resultado de la vida del sabio gaditano regresaba así a su ciudad natal, la prodigiosa Cádiz que estrenaba ya el siglo XIX. Pero la patria volvería a traicionar a su hijo ilustre pues el material quedó olvidado durante años. Hasta 1954 no se publicó La flora de la Real Expedición del Nuevo Reyno de Granada. El sueño, aunque tarde, se había cumplido.