JUAN DÍAZ

 El cronista que llegó a Yucatán 

«Sábado, primer día del mes de mayo del dicho año –1518–, el capitán de la armada salió de la isla Fernandina (Cuba), de donde emprendió la marcha para seguir su viaje; y el lunes siguiente, que se contaron tres días de este mes de mayo, vimos tierra». Juan Díaz, el capellán de la expedición que capitanea Juan de Grijalva, recuerda aquel viaje extraño en el que bordearon la costa mexicana en busca de oro. Un itinerario en el que contemplaron extraños asentamientos, altares de sacrificio para ídolos sedientos de sangre e inquietantes avanzadillas de indios que ya veían con desconfianza a los hombres barbados con morrión y cuerpo metálico de armaduras.

«…Y por ser el día de la Santa Cruz llamamos así a aquella tierra». El capellán sevillano Juan Díaz recorrió una costa apenas descubierta y a lo largo de su vida conoció otras empresas y hazañas con Hernán Cortés y Pedro de Alvarado, a los que también sirvió como capellán.

Pero, sin duda, la gran obra de Juan Díaz fue el informe en el que relataba con detalle a Carlos V la expedición. Aunque existen otras hipótesis, parece que el clérigo sevillano fue el verdadero autor de aquel documento de tintes novelescos titulado Itinerario de la armada del rey católico a la isla de Yucatán, en la India, el año 1518, en la que fue por comandante y capitán general Juan de Grijalva. Escrito para Su Alteza por el capellán mayor de la dicha armada.

Juan Díaz (Sevilla, 1480-1549) era hijo de Alonso Díaz y Martina Núñez. Aunque existen muchas lagunas sobre su vida, se sabe que después de la expedición con Juan de Grijalva sirvió en las campañas de México y Guatemala. Y hay teorías que aseguran que murió martirizado por los indios de Quecholac. La tradición asegura que sus restos yacen en la catedral de Puebla.

La expedición que Juan Díaz relata con ese tono entre real y maravilloso que tenían las primeras relaciones de Indias, estuvo impulsada por Diego Velázquez, gobernador de Cuba, que había conocido por relatos orales que las nuevas tierras estaban llenas de oro y de piedras preciosas.

Las tierras conocidas como Santa María de los Remedios (Yucatán) y Cozumel forman parte del escenario de esta auténtica novela de aventuras que Juan Díaz detalla en su informe. Prueba de ese tono de fantasía y relato mítico que existe en estos documentos que describen por primera vez los nuevos territorios es el episodio referido a un extraño suceso: «Ese día ya tarde vimos un milagro bien grande, y fue que apareció una estrella encima de la nao después de puesto el sol, y partió despidiendo continuamente rayos de luz, hasta que se puso sobre aquel pueblo grande, y dejó un rastro en el aire que duró tres horas largas». El cronista no duda en asegurar que se trata de un aviso divino: «Y vimos además otras señales bien claras, por donde entendimos que Dios quería para su servicio que poblásemos en aquella tierra».

Entre los episodios más fabulosos está el de la descripción de un edificio en la que llaman Isla de los Sacrificios. Se trata de una especie de torre coronada por un león hecho de mármol «que tenía un agujero en la cabeza en que ponían los perfumes; y el dicho león tenía la lengua fuera de la boca y cerca de él estaba un vaso de piedra con sangre que tendría ocho días».

El cronista detalla el hallazgo macabro de unos cuerpos sacrificados «envueltos en una manta pintada». Y, alrededor del ídolo, huesos y cabezas así como «piedras anchas sobre las que mataban a los indios». Juan Díaz no olvida detalles escabrosos: «Los degollaban en esta piedra ancha y echaban la sangre en la pila, y les sacaban el corazón por el pecho, y lo quemaban y ofrecían a aquel ídolo; les cortaban los molledos de los brazos y de las piernas y se los comían; y esto hacían con sus enemigos con quienes tenían guerra».

Más de una batalla tienen que mantener los españoles con los indígenas. En uno de los poblados entran en combate mandando el capitán Juan de Grijalva que dispare la artillería. Mueren tres indios y uno de los españoles, así que éstos entran en el pueblo y queman las casas de paja. Por la tarde, los indios traen una máscara de oro y piden paz. Juan Díaz asegura que todos querían vengar «la muerte del cristiano», pero el capitán Grijalva «no quiso».

En la época en la que se realiza el recorrido, los viajeros ya conocen algunas cosas fabulosas halladas y descritas por anteriores expedicionarios. Así, en la costa de Yucatán encuentran una torre «que se dice ser habitada por mujeres que viven sin hombre; créese que serán de raza de Amazonas». En el viaje hallan además un pueblo de calles empedradas, con casas hechas con cimiento de piedra y lodo hasta la mitad de las paredes y luego cubiertas de paja: «Esta gente parece ser de grande ingenio; y si no fuera porque parecía haber allí algunos edificios nuevos, se pudiera presumir que eran edificios hechos por españoles», apunta el cronista.

Entre las descripciones asombradas que Juan Díaz va detallando en su Itinerario están las de algunos edificios que él compara con sus paisajes conocidos. Es lo que ocurre cuando llegan a la «isla de Yucatán»: «Corrimos el día y la noche por esta costa, y al día siguiente, cerca de ponerse el sol, vimos muy lejos un pueblo o aldea tan grande, que la ciudad de Sevilla no podría parecer mayor ni mejor, y se veía en él una torre muy grande».