ANTONIO DE ULLOA

 El caballero del punto fijo 

Entre los personajes perdidos en la Historia están los marinos que protagonizaron algunas de las más sorprendentes expediciones científicas. Uno de ellos es el sevillano Antonio de Ulloa, quien junto al también teniente de navío Jorge Juan formó parte de un viaje que buscaba la medición exacta del meridiano, una de las obsesiones náuticas del XVIII para emprender con garantías científicas la navegación.

En realidad, la iniciativa de la empresa se debe a Francia, concretamente a la Academia de Ciencias de París, pero la importancia de los viajeros españoles fue fundamental para el éxito de la expedición. Además, la mirada observadora y científica del marino sevillano terminó por ser determinante puesto que, como resultado de la expedición científica, se publicó una voluminosa obra en la que Antonio de Ulloa aportó reveladores conocimientos sobre las tierras próximas al Ecuador.

La razón de que una empresa francesa estuviera participada por dos marinos españoles se debe a que el terreno explorado se encontraba en el virreinato del Perú y, por lo tanto, había que pedir la autorización al rey de España, por entonces Felipe V.

Felipe V, entusiasmado con la expedición, ordenó que dos oficiales acompañaran a los académicos franceses «para asistir a todas las observaciones que hiciesen». Esos oficiales fueron un alicantino y un sevillano, recién salidos de la Compañía de Caballeros Guardias Marinas, fundada en 1717 en Cádiz para recuperar esa perdida tradición de marinos, científicos y cosmógrafos de la Casa de la Contratación con cuyos tratados aprendió a navegar Europa. Esta escuela se convirtió en auténtica redención de la nobleza, que destinó a sus hijos como caballeros cadetes que aprendían con bagaje científico –que nada recordaba el de los antiguos pilotos de altura y escuadría de los dos siglos anteriores– los secretos de la navegación.

La elección de Antonio de Ulloa se debe, en realidad, a uno de esos azares del destino, ya que en un primer momento se decidió que fuera el guardiamarina José García del Postigo quien acompañara a Jorge Juan, pero al estar de campaña por ultramar, se optó por otro aventajado alumno. Así, el sevillano entra en la Historia protagonizando esta campaña geodésica.

Antonio de Ulloa había nacido en 1716 en Sevilla en la calle del Clavel, «en el caserón que hace esquina a la de las Armas», como dejó escrito. Teniendo sólo 13 años, su padre lo embarcó en un viaje por mar para que tomara gusto al medio. Luego ingresó en la Compañía de Guardias Marinas de Cádiz con resultados muy brillantes.

El viaje a las tierras de Ecuador se inició el 26 de mayo de 1735. Era en Cartagena de Indias donde tenían previsto el encuentro con los académicos franceses que se retrasaron en la llegada varios meses, tiempo que utilizaron los españoles para hacer estudios físicos y etnográficos de la ciudad.

Al ser la empresa de origen francés, la gloria se la llevaron los académicos galos, quedando los españoles en el olvido. Si Francia no difundió la labor que para la posteridad habían hecho Antonio de Ulloa y Jorge Juan, su propio país, España, tampoco se ocupó de hacerlo. Una constante más de las habituales desidias españolas.

Para luchar contra esta desmemoria, el escritor y marino Julio F. Guillén escribió un libro de desagravio: Los tenientes de navío Jorge Juan y Antonio de Ulloa y la medición del meridiano en el que pone en su lugar a los marinos españoles destacando además algunos episodios protagonizados por los franceses, como las discusiones, las intrigas y la falta de rigurosidad científica de algunas mediciones, sobre todo por parte del extravagante La Condamine.

Sin embargo, la mala fortuna hizo que este libro patriótico se cruzara con el estallido de la Guerra Civil. Julio F. Guillén tuvo que terminar el trabajo en el trágico verano de 1936 y, aunque pudo publicarse en septiembre, se perdió casi toda la edición salvo unos ejemplares que se encontraban en el Museo Naval. El libro no se pudo reeditar hasta el año 1972.

Pero volviendo a la expedición, los caballeros franceses llegaron por fin a Cartagena y pudo iniciarse el viaje a Quito, territorio elegido para las mediciones. Fue allí donde recibieron los instrumentos que eran un péndulo simple, varios anteojos de longitud, dos sextantes de reflexión y un cuadrante de radio. Todos realizados por el instrumentista Langlois.

El llano elegido para la medición era un lugar de nieves perpetuas que Ulloa relató en su Relación: «Estábamos envueltos en una nube tan espesa que no dejaba libertad a la vista para percibir ningún objeto a distancia de seis u ocho pasos».

Las vigilias de cálculos y las durísimas jornadas de observación requerían el esfuerzo de los científicos que, para hacer las mediciones, debían permanecer durante largas horas en el mismo lugar con el fin de que los cálculos fueran correctos. Ésta es la razón por la que comenzaron a ser llamados por los indios de las zonas cercanas como los caballeros del punto fijo.

Sobre esta circunstancia hubo no pocas anécdotas, ya que algunos los tomaban por locos al estar durante horas quietos en un mismo punto, mientras que otros consideraban que semejante esfuerzo se debía a que buscaban minerales preciosos por secretos artificios y magias. Incluso algunos indios se arrodillaban al paso de los geodestas.

Otro lugar escogido para las mediciones fue Cuenca, tres grados al sur de Quito, casi en plena equinoccial, donde Antonio de Ulloa, gran aficionado a la botánica, tomó muchos apuntes.

Sin embargo, cuando faltaba la medición en el mar, los marinos españoles tuvieron que ausentarse de la expedición. La razón fue que el virrey de Perú les encomendó la organización de las escuadras marinas ante la amenaza del almirante inglés Anson, que pretendía hostilizar las costas y el comercio de Chile y Perú, en el conflicto denominado Guerra del Asiento o de la Oreja de Jenkins.

Gracias a esta circunstancia, Ulloa visitará Lima, un lugar que le entusiasmó. Ulloa, al ver la catedral, la comparó con la de su ciudad natal: «Imita en su arquitectura interior a la que luce en la catedral de Sevilla, aunque no es de tanta capacidad». Además, fue en Lima donde se casó con la criolla doña Francisca Ramírez de Laredo y Encalada, hija de los condes de San Javier.

Entre otros episodios destacados de aquella expedición está que fuera Antonio de Ulloa quien describiera por primera vez el platino, aún desconocido en Europa y al que se tenía por residuo del oro fundido. Ulloa lo describió en su Relación histórica como una «piedra de tanta resistencia que no es fácil romperla ni desmenuzarla con la fuerza del golpe sobre el yunque de acero». Ningún viajero de la expedición lo había mencionado, ni siquiera La Condamine, que era químico. El platino lo estudiará el inglés Wood en 1741, poco después de la observación de Ulloa.

En el tornaviaje, Jorge Juan y Ulloa viajaron en navíos distintos para que, si naufragaban o eran apresados, no se perdieran las notas y cálculos. Circunstancia que ocurrió con el barco de Ulloa, que fue apresado por ingleses que, aunque finalmente lo liberaron, le confiscaron la documentación científica. Pero el marino español tuvo la previsión de arrojar antes la información comprometida al mar. Era una época en la que las expediciones científicas también encubrían misiones de espionaje ya que los datos e investigaciones sobre los territorios eran muy valorados por el enemigo. En Londres, fue presentado a mister Martin Folkes, presidente de la Royal Society, quien lo propuso como miembro del cuerpo.

Antonio de Ulloa regresó a Madrid el 25 de julio de 1746, después de un viaje de 11 años. Acababa de morir Felipe V y ahora reinaba Fernando VI estando como ministro el marqués de la Ensenada, que elogió el mérito de los españoles.

Ulloa y Jorge Juan terminaron de escribir su obra en 1747, que se editó de forma exquisita y se tradujo en varios países. Mientras, los académicos franceses publicaron varios volúmenes en los que se atacaban unos a otros intentando imponer cada uno su versión de la expedición y arrogándose el mérito de la empresa.

Sin embargo, Ulloa y Jorge Juan redactaron también otra versión o añadido a su relación, una especie de memoria confidencial que entregaron al rey y cuyo solo título desvela el delicado material que contenía: Noticias secretas de América. En el volumen se cuenta cómo los corregidores y curas practicaban la extorsión con los pueblos indios.

Ulloa protagonizó otros episodios pioneros como cuando elaboró el proyecto Estudio y Gabinete de Historia Natural que podría considerarse como el precedente de los actuales museos de ciencia. También realizó el proyecto de los canales de navegación y de riego de Castilla. Y en su curiosa biografía también hay otro viaje científico encargado por el ministro marqués de la Ensenada que en realidad escondía otra intención: la del espionaje industrial. El ministro envió a Jorge Juan a Londres y a Ulloa a París, Países Bajos y Escandinavia para que conocieran los secretos de la construcción naval de estos territorios. Toda una novela marítima de espionaje en medio de los océanos en guerra del convulso siglo XVIII.

La agitada vida de Ulloa continúa entre la asignación de importantes cargos por parte de la Corona y las conspiraciones políticas. Llegó a ser gobernador de Huancavelica en Perú; gobernador de Luisiana, que Francia había cedido en 1763 a España; almirante de la Flota de Nueva España o teniente general de la Armada. Y también sufrió consejos de guerra como cuando unos corsarios apresaron a naves españolas que estaban bajo su mando y se le acusó de haberse distraído haciendo observaciones científicas de un eclipse de sol. La crónica de estos hechos con la versión de Ulloa se guarda en los fondos de la Universidad de Sevilla.

La historia de Ulloa es el último episodio glorioso del poder marítimo español que entraría en decadencia en el siglo XIX. Murió en la Isla de León el 5 de julio de 1795 y fue enterrado en el Panteón de Marinos Ilustres junto a Jorge Juan, ambos protagonistas de una época en la que España aún gobernaba en los océanos. Ellos escribieron el epílogo.