PRÓLOGO

Éste es un libro que surge de una inquietud y cierta extrañeza. ¿Es posible que el relato de la modernidad sea un asunto exclusivo de las mentes del Norte? En Andalucía esta circunstancia es especialmente llamativa. Parece que sólo los viajeros visitantes hubieran sido los narradores del mundo del Sur, ese mundo pintoresco, de paisajes hermosos y personajes siempre al borde del exceso. Un lugar observado más que observador. Como si el destino de lo meridional hubiera sido el de ser escenario para que lo contaran los que llegaban de fuera y, por lo tanto, su realidad siempre estuviera condicionada por la mirada ajena; una mirada sesgada, superficial e incompleta.

Pero, ¿realmente no había un relato del Norte hecho desde el Sur? ¿De verdad no existía un Sur que no se hubiese limitado a ser un simple sujeto pasivo y que incluso se hubiera atrevido a analizar el mundo? ¿Nunca hubo andaluces que hubieran viajado para narrar lo que había más allá de sus fronteras?

Evidentemente una cosa es la historia oficial y otra la real. Después de muchos años de investigación y de rebeldía contra las narrativas oficiales, los clichés y los tópicos, decidí buscar a personajes andaluces que en diversas épocas hubieran mostrado una curiosidad por los horizontes ajenos. Andaluces más allá de Andalucía. El resultado fue una amplia galería de ilustres observadores que no sólo habían contado el mundo sino que además habían sido los primeros en hacerlo. Porque no deberíamos olvidar que los viajeros andaluces fueron pioneros a la hora de describir cómo eran las tierras, los frutos o los animales jamás vistos en Europa; esa Europa que, a fin de cuentas y al menos en la Edad Moderna, fue el continente sobre el que giró el mundo.

Es esta saga de viajeros del Sur la que a veces denomina los lugares, bautiza territorios e incorpora la nueva realidad a la civilización. Como hizo el malagueño Ruy López de Villalobos, por ejemplo, bautizando a las llamadas entonces Islas del Mar del Sur y de Poniente como Filipinas en honor al rey Felipe II. ¿Alguien lo recuerda?

Y el jiennense Pedro Ordóñez de Ceballos recorrió más de treinta mil leguas viajando por toda Europa, el norte y sur de África, Oriente Medio, América, Filipinas, Japón, China, India o Persia sufriendo naufragios, abordajes, emboscadas, inundaciones, apresamientos, duelos a espada, enfermedades o prisiones. En su autobiografía, El viaje del mundo (1614), este Odiseo andaluz relataba que renunció a la mano de la reina de la Cochinchina, y por lo tanto al trono de aquel lejano lugar, a causa de sus votos religiosos.

Los marinos andaluces habían encabezado además la historia de la conquista como hicieron los hermanos Niño, pertenecientes a una saga originaria de Moguer, que además de ser los propietarios de la carabela La Niña participaron en los viajes colombinos y más tarde descubrieron otros territorios.

No pocos fueron los andaluces que escribieron auténticas novelas épicas de ultramar, como Alonso de Santacruz, el cosmógrafo que dibujó el mundo y que además representaba a esos hombres que enseñaron a Europa a navegar por los nuevos mapas de un mundo sin certezas. O Cabeza de Vaca, que fue el primer europeo en realizar una crónica sobre las tierras que hoy forman los Estados Unidos.

Y después de las grandes aventuras de las expediciones de conquista de los siglos XVI y XVII llegarían los viajeros que se lanzaron a pensar el mundo a través de su ciencia. En el siglo XVIII hay personajes como el marino sevillano Antonio de Ulloa, descubridor del platino, que formó parte de la expedición que midió el meridiano además de ser un espía industrial de secretos navales en países en conflicto con la España dieciochesca. O Celestino Mutis, que en su aventura científica hizo un estudio de la flora y fauna de Nueva Granada que le granjeó la admiración y amistad del alemán Humboldt, el naturalista más renombrado de su tiempo.

Aunque, realmente, habría que remontarse en estas miradas pioneras a varios siglos antes, pues la curiosidad del Sur no se inicia con los viajes ultramarinos. Ahí están las embajadas andalusíes de la Edad Media o las peregrinaciones a Tierra Santa como la que protagoniza el caballero cordobés Pero Tafur, que con su libro Andanzas se convierte en pionero de los autores de libros de viajes con consejos y advertencias a los caminantes. Itinerarios que continúan aristócratas como don Fadrique Enríquez de Ribera, quien con su cruzada pacífica no traerá a Andalucía los rencores contra el infiel que ocupa los santos lugares sino un riquísimo bagaje con lo mejor del Renacimiento italiano. Un recorrido que también repetirá el gran músico Francisco Guerrero.

Estas travesías históricas rescatan el testimonio de los hombres adelantados, de los intelectuales y creadores que recorren el mundo por curiosidad y para seguir ampliando los horizontes de sus paisajes mentales. Hombres que en un mundo de intolerancia quieren seguir leyendo y aprendiendo, como Hernando Colón con su viaje libresco por las grandes imprentas de Europa para reunir su biblioteca. O el heterodoxo erasmista Antonio del Corro, nuestro primer britanista. O el lúcido Blanco White y su búsqueda incansable de la libertad de pensamiento. O el sefardita Miguel de Barrios llevando una doble vida en Ámsterdam y escondiéndose en cuadros de Rembrandt. Otro judío andaluz, Joseph de la Vega, también en Ámsterdam se dedicaría al comercio y las finanzas y es célebre por ser quien escribió el primer tratado mundial sobre la Bolsa, pero con gracejo andaluz, pues se trata de una sátira.

En estas travesías históricas encontramos a figuras contra corriente que sobreviven en los agitados momentos de la Historia, como el abate Marchena en la Revolución francesa; o Alejandro Aguado, marqués de las marismas del Guadalquivir, gran prestamista y amigo de Fernando VII, que en poco tiempo pasó de traidor afrancesado a mecenas en el París de Napoleón III.

Los andaluces, tan acostumbrados a que los viajeros los describan como perezosos, holgazanes, excesivos y poco racionales, tienen su descargo en figuras como los cultísimos escritores que describen las cortes del mundo. Son autores como Juan Valera, que desde su atalaya de caballero ilustrado se ríe de los bobos extranjeros cargados de prejuicios que esperan de él que cumpla con el arquetipo del andaluz bandolero, torero o bailaor pasional; esa leyenda forjada por los viajeros románticos del Norte sobre este trozo de Europa que se quedó supuestamente incivilizado. Extranjeros a los que tiene que aleccionar, cuando pretenden enseñarle a comer caviar, explicándoles que las huevas de esturión, que aparecen citadas en el Quijote, ya se comercializaban en la Sevilla del XVII.

En este emocionante viaje por la Historia no podrían olvidarse las jugosas biografías de diplomáticos. Ahí están las crónicas epistolares del granadino Diego Hurtado de Mendoza, posible autor del Lazarillo, con episodios de conspiraciones e intrigas en la corte inglesa de los Tudor y también en la veneciana. Y están los fríos sucesos finlandeses de otro granadino, el inspirador del regeneracionismo español Ángel Ganivet y sus melancolías suicidas en el río Dvina. O el embajador Santaella salvando a judíos en la Europa nazi desde una casa de la embajada española en Berlín.

Hay españoles del Sur injustamente olvidados que marcaron modas y fiebres culturales como Mariano Fortuny, que rescató el mundo grecolatino con sus diseños escenográficos y sus vestidos estilo Knosos o Delfos. Y la bailarina malagueña Pepita Oliva, hija artística de aquella Europa que quedó fascinada con los aires andaluces, cuyo nombre de pila se utiliza hoy como palabra checa para un tipo de tela –la tela pepita– con diminuto ajedrezado de color negro y blanco que ella solía utilizar en sus actuaciones.

Y hay personajes admirables como Emilio Herrera Linares, el piloto que proyectó un viaje a la luna que se truncó por el estallido de la Guerra Civil y que también realizó un diseño que inspiraría el futuro traje espacial. O el viajero sevillano Esteban Martínez, con sus fabulosos viajes por Alaska; o el almeriense Juan de Dios de la Rada, que dirigió el primer viaje impulsado por el gobierno en busca de colecciones artísticas y cuyas piezas se guardan en el Museo Arqueológico Nacional. Una travesía llena de dificultades; las dificultades eternas que toda empresa cultural ha tenido siempre en España.

Y no podríamos olvidar a otro gran andaluz, Juan León de Médicis, popularmente conocido como León el Africano, el sabio viajero que recorrió el desconocido continente y cuya Descripción de África (1550) marcaría muchos de los viajes del siglo XVI en busca de rutas comerciales que al final sirvieron para repensar el mundo conocido.

Además están las miradas narrativas de Carmen de Burgos sobre las atrocidades de la Gran Guerra; del duque de Rivas sobre la ascensión al Vesubio como moda de viajeros del XIX; de Pedro Antonio de Alarcón sobre los misterios de Italia, o del clérigo Diego Álvarez de Gálvez observando con sospecha y desprecio los paisajes del Rin. Exactamente con la misma soberbia chovinista que los viajeros del Norte solían proyectar sobre los paisajes pintorescos del Sur atrasado.

 

***

 

Y no debo ni quiero olvidarme del origen de este libro, surgido de las inquietudes investigadoras y divulgativas que siempre pensé que debería tener un buen periódico. Estos personajes comenzaron a aparecer en una serie de investigación cultural que se publicó en el diario El Mundo de Andalucía en sus buenos tiempos, cuando aún se creía que era posible hacer un periodismo de calidad. Ahora este libro se publica sin que exista la edición regional de ese periódico en el que nos embarcamos durante años varios periodistas andaluces que, como aquellos antepasados que aparecen en estas páginas, creímos que era posible contar el mundo desde el Sur. Este libro demuestra que sí, que se puede luchar contra las verdades oficiales y los olvidos intencionados.

Por eso quiero dedicar estas travesías históricas a todos los compañeros que formaron parte de aquel mítico barco que fue El Mundo de Andalucía, cuya crónica nadie podrá enterrar en el olvido.