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5.  La nave Revelación

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Desde la zona de la estación donde se encontraba el grupo se podía seguir el acercamiento de la astronave hasta situarse bajo el Cubo Universal. La amplia escotilla superior del pecio se acoplaría al lanzador que el Cubo poseía en su parte inferior para ser impulsada, en el momento decisivo, hacia el gigantesco agujero negro.

En la Revelación se habían suprimido todos los alerones, a fin de conseguir la forma más compacta posible, una forma adecuada para soportar las inmensas presiones a que iba a ser sometida. De ahí su diseño alargado y rectangular y el que las toberas se hubiesen reducido a una sola, en la parte posterior. Estaba conectada al motor de antimateria, aunque en la primera salida se utilizaría la impulsión por energía oscura procedente del Cubo. Dos poternas centrales a izquierda y derecha, empotradas en una forma circular más amplia, permitían la entrada y despegue de los cazas de apoyo. Otras puertas en la parte inferior se utilizaban para la salida al exterior del personal de la nave. En conjunto, La Revelación ofrecía una impresión de solidez y potencia que entusiasmó a Dárek, cuya excitación no pasó inadvertida para Demetrius.

—¿Se animará usted a viajar con nosotros? —preguntó el científico con intención de broma.

La respuesta le sorprendió bastante.

—Si la evaluación es positiva me gustaría ir. Pero eso no depende de mí, sino de la directora —aseguró Dárek sin dejar de mirar intensamente a Olga.

Esta se sentía desconcertada. ¿Pensaba en ella cuando hablaba de incorporarse al equipo o era afán de aventura? ¿La estaba chantajeando para que lo admitiese en el Proyecto a cambio de dar su visto bueno?

Entretanto, la nave había llegado ya bajo ellos y el acoplamiento al Cubo Universal se dejó sentir, pues el largo de la Revelación era de unos doscientos metros, el doble del Cubo que empezaba a sostenerla. La estación entera vibró unos segundos y se oyó un sonoro entrechocar de elementos metálicos acompañados de los siseos producidos por los motores auxiliares de posición.

Cuando todo quedó estable, Kirga animó a todos los presentes a bajar. Ahora tendrían la oportunidad de conocer la nave por dentro y saludar a parte de su tripulación. Tras un largo descenso por los ascensores y luego de pasar por la cámara de aislamiento, accedieron al puente de mando donde ya los esperaba la capitana, Felicia Salinas.

Félinar torció el gesto cuando Kirga comenzó con las presentaciones. Para él, que el mando de la nave Revelación estuviese a cargo de una mujer representaba otro elemento negativo reseñable en su evaluación. Dárek, sin embargo, había conocido a mujeres comandantes en su azarosa vida de proyectista y aquello le parecía completamente normal. La saludó con agrado, aunque Felicia en ningún momento dejó de ofrecer un semblante serio, atendiendo incluso a requerimientos momentáneos de su tripulación dando cuenta de los resultados del acoplamiento. Se notaba en ella su pasado como comandante de patrulla fronteriza y su entrega absoluta a las labores encomendadas.

Por fin, un poco más libre, pudo dedicarse a resolver las dudas de sus visitantes. El primero en hablar fue Félinar.

—¿Tiene su nave elementos de defensa, comandante? Quién sabe qué habrán de enfrentar si todo sale bien y logran cruzar, cosa poco probable...

Felicia respondió con un tono pausado y tranquilo.

—Esta no es una nave de guerra, sino científica. De todos modos, ya he comandado astronaves de patrulla y si llegara el momento, sabríamos utilizar nuestros elementos, aunque sean pocos.

—Y que son... —insistió el aislacionista.

—No tengo inconveniente en detallárselos —ofreció con calma la capitana —Algunos cañones láseres en cubierta y tres naves de combate biplaza, esencialmente, aunque una es de reserva. No podemos portar demasiada masa, y eso quiere decir que el número de viajeros y la tripulación no debe rebasar determinada cifra.

—¿Podemos hablar con esos pilotos? Quisiera echar un vistazo a esos cazas—preguntó ahora Dárek.

Felicia estuvo conforme y los llevó por una serie de pasillos y puertas automáticas hasta una de las poternas. Allí un personaje se ocupaba de engrasar y revisar algunas piezas de su caza espacial.

—Este es Burt Kane, un piloto muy experimentado y eficiente —presentó la capitana. El aludido hizo una inclinación de cabeza, se limpió las manos y estrechó una a una las del grupo que le visitaba.

—Es un modelo XZ-27 ¿no es cierto? Dos tripulantes: piloto y cañonero... —quiso confirmar Dárek.

—Exacto —repuso Burt—Mi compañero está ahora en Olinus, no tardará en volver. ¿Sabe usted de cazas de combate?

A Dárek se le veía muy animado cuando contestó.

—Un proyectista tiene que saber algo de todo, las situaciones peligrosas abundan en nuestra profesión. En una ocasión tuve que subirme a un caza B-15, ya sabe, esas pequeñas naves de combate monoplaza, y defender mi vida a cualquier precio. Pero estas de dos tripulantes... ¿cómo se dispara aquí?

Burt llevó al joven hacia el puesto del cañonero y le ayudó a subir por la escalerilla. Félinar hizo un gesto de fastidio y, dejando que su compañero siguiera la animada lección del piloto, se volvió hacia la capitana:

—Hay una cosa que necesito aclarar, comandante. Aunque veamos el círculo del agujero negro desde aquí con el diámetro de una persona, en realidad es muchísimo más grande y está a cerca de mil años luz. ¿Cómo va a cubrir su nave esa distancia en un periquete?

Dárek, aunque entretenido con el piloto, también seguía atento a la conversación y esa otra palabreja de Félinar le hizo soltar una carcajada, lo cual sorprendió a todos, que lo miraron extrañados. Él se disculpó con un movimiento de la mano y siguió desentrañando los misterios del cañón de iones. Félinar pudo entonces acabar su relato, mientras Olga sonreía divertida, con una expresión poco corriente en ella.

—Bien, dígame. Todos somos conscientes del límite de la velocidad de la luz...

Priyanka creyó necesario intervenir entonces.

—¿Cómo cubre usted la distancia entre Olinus y Fáristar, si no es por medio de un agujero de gusano? —le preguntó la joven física.

—Pero no hay ningún agujero de gusano entre Olinus y el agujero negro... —objetó Félinar.

—Lo habrá —terció Felicia—. La onda lo creará a través del Cubo y la nave cruzará por él esa distancia inmediatamente después.

—Todo muy cronometrado... —se burló Félinar.

—Pues parece un excelente trabajo de cálculo —aseguró Dárek, que volvía. Luego mirando a Olga, recalcó—: Solo me queda saber si el mecanismo de lanzamiento de la Revelación funciona bien, para dar por superada esta fase.

La directora pareció sentir un gran alivio y volvió a sonreír, agradecida. Felicia resolvió la duda del joven.

—Precisamente nos hemos acoplado al Cubo para la última prueba. Acompáñenme al simulador.

Todos siguieron a la comandante a una habitación en penumbras, semejante a un pequeño holocinema. Varias filas circulares de butacas rodeaban un espacio central donde se veía una holografía esférica de las proximidades galácticas.

—Siéntense y abrochen firmemente sus cinturones. —recomendó Felicia—. Las butacas están diseñadas para reproducir todas las sensaciones corporales y táctiles de la salida que nos aguarda. Evidentemente, la nave no se moverá de su sitio, el simulador reproducirá su viaje e informará de cualquier fallo en el desacoplamiento o el impulso. Podemos elegir cualquier estrella. Por ejemplo, voy a programar un viaje a Calesa. También está a mil años luz, como el agujero, pero en dirección contraria. Sólo utilizaremos una milmillonésima parte de la potencia del Cubo, es decir, la de un súper dicópter corriente.

Todos se aferraron a sus asientos, expectantes. Entonces, la capitana pulsó el mando del simulador y de inmediato la esfera transparente y estrellada del centro creció hasta llenar toda la habitación mientras los astros adoptaban la forma de largas líneas rectas luminosas y convergentes. Félinar sentía su cuerpo como en los peores cruces de gusano que había tenido que realizar y echó de menos el líquido verde contra el mareo. Todo su cuerpo temblaba e intentó quitarse el cinturón, pero se lo impidió la capitana con un movimiento enérgico de cabeza.

De pronto, las estrellas parecieron reducirse cada una a un punto excepto un globo llameante que se cernía como un coloso sobre ellos. El movimiento y la vibración de las butacas cesó.

—Hemos llegado a Calesa —observó Felicia—. Como ven en el resumen del hológrafo, todo ha ido bien, el desenganche, la partida, el impulso, y el tiempo de llegada, el correspondiente a un agujero de gusano que cubriese esta distancia.

Dárek estaba entusiasmado y felicitó tanto a la capitana como a Olga. Esta respiró mucho más aliviada. Ahora estaba convencida de tener el apoyo del joven y del Procurador y exultaba de ánimo.

Quien no lo estaba tanto era Félinar. El aislacionista decidió que era tiempo de hablar con Zéndar y empezar a tomar medidas más drásticas.

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Richo Gorgan era un terranio desahuciado que cargaba en sus espaldas delitos de todos los tipos imaginables: contrabando, robos de tesorerías planetarias, asalto a cargueros espaciales, "limpieza" de poblaciones no deseadas, tráfico de esclavos clandestino...

Había conformado una banda mercenaria con los desechos de un buen puñado de civilizaciones: sigures, rileanos, urugones sin patria, morelios, etc., y gobernaba una pequeña flotilla de cazas auxiliares, un transporte blindado y una nave nodriza, especie de acorazado mediano, descartado por la Confederación. Richo lo recuperó y le hizo una completa serie de modificaciones hasta convertirlo en una temible arma de combate. El líder de los mercenarios contaba en total con unos setenta y cinco combatientes repartidos entre las cuatro naves de su flota.

Zéndar confió a este equipo la tarea de destruir uno de los puestos de control del bloqueo edilón, una pequeña base espacial que albergaba dos o tres cazas, asentada en una de las lunas cercanas al agujero de gusano objeto de la disputa.

El distintivo confederado de la nave nodriza fue vuelto a colocar en su sitio y su armamento aderezado con algunos misiles de uso oficial, preparados a propósito para no estallar, y que fuesen hallados posteriormente cuando la zona arrasada fuese inspeccionada, con toda seguridad, por los especialistas edilones. Así estos achacarían el ataque a la Confederación de Sistemas.

Richo, con su flotilla agazapada tras un cinturón de asteroides, cerca de Edilón, solo esperaba una orden del asambleísta para entrar en acción. Y esa orden llegó cuando un rabioso Félinar comunicó a Zéndar que todas las esperanzas políticas se habían perdido pues la evaluación iba a ser positiva. Era preciso actuar con urgencia.

Y eso lo sabían hacer muy bien Richo y sus mercenarios. Como un vendaval surgieron desde detrás de las rocas espaciales y cayeron sobre los desprevenidos edilones de la luna Birna. Seguramente los pilotos estaban en la cantina mientras los cazas descansaban sobre las pistas. A ninguno le dio tiempo a llegar a ellos y ponerlos en el aire. La primera tanda de misiles iónicos arrasó con todas las naves que reposaban abajo y la segunda con casi todos los edificios auxiliares, los alojamientos y el almacén de municiones, el cual levantó un gran hongo de fuego. Solo dejaron intacto el centro de comunicaciones, teniendo buen cuidado de que sus operarios viesen la nave nodriza y el distintivo de la Confederación. Luego la flotilla mercenaria se retiró y Richo Gorgan contactó con el promotor de todo aquello para asegurarle la conclusión del trabajo.

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Olga Serkin había dispuesto espacios adecuados y suficientes en el Centro de Planificación para todo el personal que laboraba en él. Especialmente para quienes debían partir en el temerario viaje. También quedaba sitio para visitantes ocasionales, como ahora mismo eran los dos evaluadores o el acompañante de Milton en su vuelta, el maestro Wang Lin.

Acomodados ya estos dos en sus estancias, habían salido un momento a contemplar el atardecer de Olinus desde la terraza en lo alto del bello y casi aéreo edificio donde se alojaban. Sentados ante una sencilla mesa conversaban pausadamente cuando apareció alguien a quien también le gustaban los ocasos: Carla Zaprinsky.

—¡Ah, Carla! Qué grata sorpresa...Siéntese con nosotros —se apresuró Milton a ofrecerle un asiento.

Carla, con un poco de timidez, aceptó el ofrecimiento. Milton le sonrió para animarla y dijo:

—Voy a presentarle a mi maestro, Wang Lin... —este inclinó ceremoniosamente la cabeza—. Y aquí, Carla Zaprinsky, a quien debemos la heroica hazaña de instalar el segundo tensor...

Carla parecía muy interesada en la figura de Wang Lin.

—Entonces —le preguntó—¿también fue usted maestro de Rijna y de Líneker?

—En efecto —respondió Lin con una leve sonrisa—. Tuve ese honor. ¿Y usted qué tal se encuentra? ¿Se adapta a este mundo?

Ella sonrió un poco forzadamente.

—Poco a poco. Lo que más me cuesta es prescindir del cigarrillo...

—¿El cigarrillo? —preguntó Lin, quien no quería tocar la mente de la mujer—¿Qué es eso? No entiendo...

—No tiene mucha importancia —contestó ella—. Una especie de droga malsana con la virtud de calmar nuestros nervios...Ahora la he sustituido por este sucedáneo.

Y les mostró la cajita con los comprimidos que siempre llevaba consigo.

—¡Pero prometió dejar de consumir eso...! —comentó Milton sintiéndose un poco decepcionado.

—Y lo hago, amigo —repuso ella con un punto triunfal en la voz—. Hoy no he tomado ninguno todavía. ¿Y sabe qué? Tenía ganas de encontrarle, ¿dónde se ha metido estos días?

—Meditando con mi maestro, allá en el Monasterio, el lugar donde nos entrenamos los tres, ya sabe...Es un ambiente alejado de lo cotidiano, pacífico, hermoso, un ambiente parecido al del planeta de Kar y Lea.

—Prácticamente no sé nada de Kar y Lea —dijo ella—, aparte de que los acompañaron en el viaje y que tenían grandes capacidades. No hemos tenido mucho tiempo para conversar usted y yo... ¿Era el suyo un planeta hermoso?

—Sí, —contestó Milton—, aunque solo lo vimos cuando empezaba a caer la noche. Un planeta sembrado de girasoles...

Carla sintió que se ahogaba cuando escuchó aquello.

—¿Sembrado de girasoles? —dijo, temblándole la voz—. ¿Pertenecía quizá a un sistema binario, era un planeta con dos soles?

—Así es. Era hermoso contemplar esos dos soles al atardecer, reflejándose en el lago, bordeado con todos aquellos girasoles y.... Pero ¿qué le pasa? ¡Carla...!

Milton hubo de levantarse y acudir en ayuda de la joven pues estaba a punto de desvanecerse. Entonces, como un ramalazo, vino a su mente la imagen de la transformación de Lea, el vertiginoso fluir de rostros mientras se asentaba el definitivo, y la fugaz visión de la cara de Carla inmersa en esa colección. ¿Cuál era el vínculo que unía a Carla con aquella Lea multiforme?, se preguntó angustiado el Audaz, sin saber qué responderse.