LOS DÍAS SE IBAN HACIENDO más largos y cálidos, y Trog se preparaba a fondo.
Por la mañana acudía a la cueva de Groo, donde ella y los otros niños repasaban las canciones que los acompañarían durante el Viaje. Después encendía el fuego con Ma, utilizando solamente dos trozos de madera, sin la ayuda de una brasa, una y otra vez. Por la tarde practicaba puntería con su arco nuevo junto a Pa, que, aunque no veía muy bien de lejos, no había perdido ni un poco de su pericia. Al caer el sol, seguía rastros con Rogl y Odi, a los que no se les daba nada mal, a pesar de ser unos holgazanes. Y cuando la oscuridad rodeaba la cueva, miraba al firmamento buscando las estrellas que le servirían de guía en su aventura.
Y así, una noche sin nubes en que la luna brillaba llena y formidable, los lobos salieron de sus cuevas por primera vez después de la Nieve y aullaron al cielo desde la llanura, anunciando que el momento había llegado.
Trog, que estaba en lo alto de la colina, se puso en pie y aulló también, uniéndose a ellos.
Antes de que saliera el sol, habría dado comienzo su Viaje.