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MIENTRAS LA LLEVABAN A SU ESCONDITE, Uur le contó que se había perdido en aquel territorio durante su Viaje.

Tras varios días alimentándose exclusivamente de musgo y liquen, había perdido el conocimiento, exhausto. Despertó tres noches después al calor de un fuego, rodeado de otros niños, en una cueva que no conocía, y así descubrió que los Hombres de Barro nunca habían existido.

Además de Uur, el grupo lo componían dos niñas de la Gente Roja, una tribu que vivía al pie de la Montaña Que Toca El Cielo; un niño Risueño, que a Trog le extrañó porque Groo decía que eran calvos desde que nacían y aquel era rubio como un rayo de sol; cuatro hermanas Azules, aunque todavía ninguna de ellas medía dos metros ni sabía volar; un niño mago de los Kirikiri, y tres niños que no recordaban a qué tribus habían pertenecido.

Cada uno tenía una historia diferente, pero todas acababan igual: incapaces de orientarse en el páramo, habían sido rescatados por los Hombres de Barro.

–Pero entonces, ¿quién fue el primer Hombre de Barro? –preguntó Trog, confusa.

–Nadie lo sabe –dijo Uur encogiéndose de hombros–. El Risueño es el que más lunas lleva aquí, y de los Hombres de Barro que él encontró no queda ninguno ya.

–¿Qué les pasó?

–Se hicieron mayores y regresaron a sus tribus.

–¿Y vosotros por qué no habéis vuelto con vuestras familias? Pensábamos que te habían comido los caníbales.

–Porque todos los niños que son rescatados por los Hombres de Barro se convierten en uno de ellos, y solo vuelven a sus tribus justo antes de que caiga su quinta Nieve en el páramo. Así es como devolvemos el favor. Además, que aquí no se vive tan mal, sin padres ni jefes.

–¡Yo no quiero pertenecer a los Hombres de Barro! Con todos los respetos, necesito continuar mi Viaje.

–Tranquila, Trog: a ti casi te hemos dado caza, pero no te hemos rescatado. Puedes dormir en nuestro refugio y partir mañana mismo, si lo deseas.

–Si regreso, le diré a tus padres que estás vivo. Te echan mucho de menos.

–No, te pido que no lo hagas. Ahora que conoces nuestro secreto, tendrás que guardarlo tú también. Solo estamos a salvo porque los demás creen que somos una tribu de fieros caníbales. No te preocupes por mi familia: volveré con ellos dentro de no muchas lunas.

–Así lo haré –respondió Trog mirando a las calaveras que le sonreían desde lo alto de los postes, enterradas en la bruma.