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CON LA PRIMERA LUZ DE LA MAÑANA, antes de emprender la marcha, Trog le regaló su flauta a los Hombres de Barro, que habían vuelto a vestirse con su traje de lodo y sus pinturas terroríficas y la habían acompañado hasta los límites de su territorio.

–Estoy segura de que le daréis buen uso. Además, podéis fabricar otras si hacéis los mismos agujeros en un hueso de buitre.

–¡Trog! –contestaron al unísono, pues tampoco se había inventado aún otra forma de dar las gracias.

–Me gustaría que estos objetos te acompañaran en tu camino –le dijo el niño mago Kirikiri tendiéndole un guijarro blanco–. Esto es una Piedra de la Sed traída de los confines del Mundo. Ten cuidado con usarla si no tienes agua cerca. Mira, pruébala.

Trog la tocó con la punta de la lengua y notó un sabor intenso y agradable.

–Nosotras queremos que lleves contigo estas semillas saltarinas –dijeron las niñas Azules, ofreciéndole un extraño fruto formado por un sinfín de pepitas amarillas apretadas en forma de piña alargada–. Pueden aguantar muchas lunas sin estropearse. Cuando quieras comerlas, acércalas al fuego y las verás saltar.

–Sigue el rastro de flores moradas para salir del páramo sin que te atrapen las arenas carnívoras –dijo Uur–. Que los espíritus te acompañen en tu Viaje y te ayuden a regresar sana y salva con los nuestros.

Y dicho esto, los Hombres de Barro se dieron la vuelta y emprendieron su deambular por la ciénaga, en busca de enemigos que combatir o niños que salvar.

Trog miró sus doce figuras tambaleantes mientras desaparecían en la niebla y retomó su camino.

Poco después del mediodía, la bruma se aclaró y el paisaje fue llenándose de desniveles y de vegetación más alta, lo que indicaba a Trog que había alcanzado los límites del páramo. Las flores moradas que crecían sobre la tierra seca y firme ahora salpicaban el suelo abundantemente, haciendo imposible orientarse.

Preguntándose si habría seguido el camino equivocado, trepó un montículo en busca de alguna señal. Pero al llegar a la cima se borraron todas sus dudas: ante su vista se alzaba majestuosa y descomunal la Montaña Que Toca El Cielo, con su cabeza cubierta de nieve, quieta y callada, como si llevara esperando a la niña desde el principio de los tiempos.