ESPERÓ TANTO que pasó el día. El sol había desaparecido tras el gran muro de piedra de la montaña y el frío se había acentuado. Estaba a punto de desistir cuando oyó que algo chillaba y se agitaba.
Rápidamente, saltó con el cuchillo en una mano y su piel de mamut en la otra. En la trampa se revolvía asustada una criatura peluda y gris, con las orejas oscuras y la nariz rosa, que la miraba con sus ojillos negros, presa del pánico. Trog le arrojó la piel por encima y la redujo. Con mucho cuidado, agarró al animal por el cuello y anudó sus patas con otra liana, inmovilizándolo, mientras este lanzaba dentelladas como un desesperado.
Recuperó el aliento mientras esperaba que la criatura se calmase. Entonces sacó la Piedra de la Sed que le habían regalado los Hombres de Barro y se la acercó con cuidado al hocico. Desconcertado pero curioso, el animal primero la olfateó y después la probó tímidamente con su lengua diminuta. Trog vio cómo los ojos se le abrían como platos y se lanzaba a lamerlo con deleite. ¡Le había encantado!
Un rato después, el bicho se hartó y dejó de chupar. Comenzó a jadear y a relamerse sediento, afectado por el efecto de la piedra mágica.
La niña dejó que la sed creciera mientras anudaba lianas para fabricar una cuerda lo más larga posible. Ató un extremo al cuello de la presa y enroscó el otro en su muñeca. A continuación, aflojó las ataduras de las patas y, en cuanto se vio liberado, el animal pegó un brinco y huyó entre las rocas a la velocidad del rayo.
Trog le seguía a la carrera agarrando la cuerda con fuerza, pues si perdía a su pequeño guía, todo el esfuerzo habría sido en vano.
Entonces tropezó con una piedra, las lianas pegaron un tirón y se quebraron con un chasquido, liberando al roedor. Cayó de bruces y, antes de chocarse de cara contra el suelo, tuvo tiempo de ver cómo la criatura desaparecía saltando tras unas rocas.
Se levantó y se sacudió el polvo de encima, furiosa. Tensó una flecha en su arco y, de dos zancadas, se plantó sobre las piedras tras las que había perdido de vista al animal.
Y allí lo encontró un poco más abajo, peludo y rechoncho, saciando su sed a grandes tragos en la orilla de la laguna más limpia y cristalina que había visto jamás.