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SU FAMILIA SALIÓ de entre la multitud y la llenó de besos y de abrazos. Un murmullo de asombro y aprobación fue recorriendo la tribu.

–¡Trog! ¡Trog! –exclamaron algunas mujeres con admiración.

–¡Una mujer en el Consejo! –gritó alguna con emoción, seguida por los aullidos de otras.

Groo, imperturbable y en silencio como siempre, le dedicó una mirada llena de orgullo y afecto, que la niña recibió y comprendió. A su lado, Vern notaba que la atención que por fin estaban prestando al holgazán de su hijo estaba volviéndose hacia Trog, y habló así:

–Conseguiste regresar, niña. La última de todos los que partieron, eso sí. Pero ¿dónde está el fruto de tu cacería? Veo que solo traes un montón de piedras y un lobo vivo. ¿No te atreviste a matarlo y esperas que lo hagamos nosotros?

Todo el mundo calló ante la voz del jefe. Trog respondió con decisión:

–¡Nadie hará daño a Gris! Él me salvó la vida y ahora somos amigos. –Agarró la camilla y volcó sus piedras ante los pies de la tribu–. Yo no traigo una sola presa, sino todas estas, con las que no llenaremos nuestras tripas, sino nuestros espíritus.

Todos los Invisibles se inclinaron hacia delante para observar con detenimiento qué criaturas podía haber entre aquellas piedras, y entonces vieron que cada una de ellas contenía un dibujo: los dieciocho dibujos de animales más fieles y perfectos que habían visto jamás. Un murmullo de asombro recorrió la cima de la colina.

Rnar, en lo alto del oso, hervía de rabia. Rojo de ira, bramó:

 

¡Regresa y ofrece una buena presa

Que tus propias manos hayan cazado

Si no cumples con esta promesa

De los Invisibles serás desterrado!

 

Trog no aguantó más.

–¡Entonces, tú también deberías ser expulsado! ¡Ni siquiera mataste tú mismo a ese oso!

–¡Oooooooh! –dijo toda la tribu boquiabierta, antes de quedarse absolutamente callados.

–¡Trog! Esa es una acusación muy grave –dijo Pa preocupado, y añadió en un susurro–: Y más si se trata del hijo del jefe.

–¡Niña! –dijo Vern enfurecido–. Será mejor que tengas pruebas de lo que dices.

Trog dio un paso adelante y señaló el cuerpo de la bestia negra y peluda. Todos observaban con atención, ojipláticos.

–Si Rnar ha cazado realmente este animal, quizá pueda explicarnos dónde están sus colmillos.

–¡Oooooooh! –repitieron todos sin salir de su asombro.

Groo se acercó al oso, agarró su hocico y levantó los labios con cuidado, mostrando al resto de la tribu una boca llena de dientes amarillos y afilados, pero en la que faltaban, como había anunciado la niña, los cuatro caninos.

–Efectivamente, a este animal le faltan los colmillos. ¿Qué tienes que decir a esto, Rnar?

El hijo de Vern seguía rojo como un pimiento, solo que ya no era de rabia, sino de la más profunda vergüenza.

Comenzó a balbucear una respuesta. Pero antes de que consiguiera decir algo coherente, Trog metió la mano en su piel de mamut, rebuscó unos instantes y finalmente arrojó al suelo, donde todos podían verlos, los cuatro colmillos del oso de las cavernas.