42

 

VERN MIRÓ A SU HIJO, decepcionado y cada vez más furioso.

–¿No has tenido bastante con avergonzarnos a tu madre y a mí, que además quieres humillar a Trog, quien sin duda merece mejor lugar entre los Invisibles que tú? ¡Desaparece de mi vista ahora mismo!

Rnar se escabulló cabizbajo y Vern se acercó a la niña. La cogió en brazos y la alzó sonriente, mostrándosela al resto de la tribu.

–¡Trog!

–¡Trog! ¡Trog! ¡Trog! –respondieron los Invisibles con aullidos y pataleos, celebrando su regreso y el final del Viaje.

Aquella noche hubo una gran fiesta. Bailaron y cantaron canciones viejas y canciones nuevas, como la que les enseñó la niña sobre los Hombres de Barro. Las flautas y los tambores sonaron sin parar alrededor de la hoguera, y todos se hartaron a comer oso de las cavernas a la parrilla.

Los más valientes se aproximaban a Gris, que nunca había visto tantos humanos juntos y tan curiosos; ni ellos, un lobo tan de cerca.

Trog les contó cómo la había salvado en la Montaña Que Toca El Cielo y cómo, a cambio, ella le había dado un nombre. Groo encontraba fascinante la amistad de la niña y el lobo, y se preguntó si podría establecerse con otros animales.

A lo largo de la noche, todas las mujeres se fueron acercando a Trog. Las más pequeñas, para preguntarle cosas acerca del Viaje, que pronto harían ellas también, y las mayores, para decirle que estaban muy orgullosas de ella y recordarle algunos temas que habría que tratar en el Consejo.

–¡Pero aún faltan muchas Nieves para que me dejen participar! –decía ella entre risas.

La niña les contó todas sus aventuras, aunque guardó silencio acerca de los Hombres de Barro, como le había prometido a Uur y a los demás. Para protegerlos, se inventó que había pescado un pez y que dentro de su vientre había encontrado la Piedra de la Sed y las semillas saltarinas.

Para mostrar la magia que encerraban, las colocó cerca del fuego, como le habían dicho las niñas Azules. Todos miraron el objeto amarillo conteniendo el aliento.

De repente... ¡Pop! ¡Pop! ¡Pop!

Las semillas comenzaron a explotar en la mazorca, convertidas en unas diminutas nubes esponjosas que saltaban por todas partes.

–¡Oooooooh! –dijo por tercera vez la tribu, y todos empezaron a meterse en la boca aquellas cosas tan sabrosas.

Todos menos Rnar, al que le asustaba tanto la magia que, al oír las explosiones, salió corriendo a esconderse en su cueva hasta el día siguiente.

«Al fin en casa», pensaba Trog abrazada a su familia, mientras los Invisibles bailaban a su alrededor.

–¿Sabes una cosa? –dijo su padre–. Se acabaron las cebollas. A partir de ahora, podrás ir todas las mañanas a cazar la comida que más te guste.

–¿Me acompañarás alguna vez, Pa?

–Claro que sí, hija.