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LA BATALLA PERDIDA
Prepárate para una historia triste. Todo comenzó en un laboratorio de calorimetría avanzada en la Escuela de Medicina de la Universidad de Colorado, Denver. Los investigadores querían saber si tanto las personas con buena condición física como las que están fuera de forma eran capaces de quemar calorías adicionales después de haber terminado la actividad física. Al parecer, el ejercicio debería incinerar calorías incluso después haber concluido. Nadie puede negar que hacer ejercicio es difícil y cansado. Sin embargo, los científicos no habían estudiado este fenómeno a fondo y en condiciones controladas con el fin de determinar si este proceso ocurría o no. Por eso, decidieron reclutar grupos conformados por distintos tipos de personas. Algunos sujetos eran delgados atletas de alto rendimiento; otros también eran delgados, pero principalmente sedentarios; el resto, francamente, eran gordos y llevaban una vida bastante inactiva. A lo largo del experimento, cada uno de los voluntarios aceptó pasar varios periodos de 24 horas dentro de una habitación especial en el laboratorio: un calorímetro de cuerpo completo, que mide los gases que una persona inhala y exhala y, de ese modo, determina el número de calorías quemadas. Por medio de diversos cálculos, los investigadores también pudieron identificar si las calorías utilizadas provenían de grasa o de carbohidratos, las dos fuentes principales de combustible en nuestro cuerpo.
Evidentemente, para perder peso es deseable quemar grasa antes que carbohidratos, pues la grasa proviene en su mayoría de los depósitos adiposos del cuerpo. No existe una persona, ni siquiera la más delgada, que no cuente con suficientes de ellos. No obstante, la cuestión más general sobre cómo y cuándo quemamos grasa es sorprendentemente compleja, sobre todo si consideramos también al ejercicio. En el transcurso de los años, la ciencia ha establecido de manera bastante definitiva que entrenar regularmente con el fin de desarrollar mayor resistencia incrementa la habilidad del cuerpo para utilizar la grasa como combustible durante el ejercicio. Los músculos prefieren consumir carbohidratos, su fuente de energía favorita, pero es posible enseñarles a utilizar la grasa para el mismo fin y con la misma eficacia. Para ello, es necesario realizar actividad física intensa como correr, nadar y andar en bicicleta por largas distancias y con cierta frecuencia. Los maratonistas, por ejemplo, necesitan utilizar un poco de su grasa, pues ningún individuo puede almacenar los carbohidratos suficientes para proporcionar el combustible necesario para tres horas o más de ejercicio sin interrupciones. Asimismo, es importante desmentir la creencia popular de que el ejercicio lento quema más grasa que los episodios largos e intensos. Incluso si 100% de la energía utilizada en una caminata tranquila de 30 minutos proviniera de los depósitos de grasa (lo cual es imposible; siempre hay un porcentaje de combustible derivado de carbohidratos), se quemarían menos calorías de grasa de las utilizadas al correr 90 minutos. Eso sería cierto incluso si la persona en cuestión también quemara una gran cantidad de carbohidratos.
Regresemos al laboratorio de calorimetría, donde los investigadores pretendían responder una primera pregunta relacionada con la manera en la que los cuerpos dividen y utilizan las calorías, no sólo durante, sino también después del ejercicio. ¿Es verdad que los atletas, o cualquiera de los otros voluntarios, son capaces de quemar calorías adicionales después de ejercitarse? Éste es un fenómeno conocido entre los deportistas como afterburn (aunque el término se usa con mayor frecuencia en los libros de dieta y acondicionamiento físico).
Muchas personas creen que el metabolismo se acelera después de una sesión de ejercicio, es decir que “el cuerpo incrementa la quema de grasa adicional durante el día”, dice el doctor Edward Melanson, profesor de endocrinología de la Universidad de Colorado y uno de los autores del estudio. Si se comprobara la existencia del afterburn, significaría que podríamos seguir perdiendo peso incluso si reemplazáramos las calorías utilizadas durante la sesión de ejercicios. En este sentido, si te comieras un chocolate media hora después de hacer una hora de caminadora, seguirías quemando calorías sin tener que hacer ejercicio. Esta creencia dio origen al proverbial concepto del almuerzo gratis, pero no hay nada gratis en esta vida.
Todos los sujetos de Melanson pasaron 24 horas de reposo dentro del calorímetro, durante las cuales no desempeñaron ninguna actividad física planeada. Este primer periodo fue seguido de otras 24 horas que incluyeron una hora de bicicleta estacionaria. Este ejercicio se realizó a un ritmo relativamente ligero (cerca de 55% de la capacidad aeróbica predeterminada de cada persona), con la esperanza de que la baja intensidad de la actividad propiciara una quema moderadamente alta de calorías provenientes de la grasa almacenada en el cuerpo. Todos los participantes ingirieron tres comidas normales al día.
Al final, los investigadores compararon el patrón de quema de calorías registrado en el calorímetro, para saber si los sujetos habían quemado más calorías de grasa durante las horas posteriores al ejercicio. La respuesta fue un rotundo no. Ninguno de los grupos, ni siquiera el de los atletas, experimentó el famoso afterburn; no quemaron grasa adicional el día que realizaron ejercicio. De hecho, la mayoría de los sujetos quemaron un poco menos de grasa durante el periodo de 24 horas en el que se ejercitaron que durante el día de reposo. Esto quizá se deba a que habían quemado calorías de carbohidratos durante la sesión de ejercicio y no tantas cuando estuvieron sentados tranquilamente.
“El mensaje de nuestro trabajo es simple”, dice el doctor Melanson; aunque tal vez no sea muy agradable escucharlo. “La quema de calorías no es casual.” El ejercicio, o al menos el moderado, no acelera el metabolismo; no hay truco para convertirte en una máquina quemagrasa por el resto del día. La quema de calorías adicional termina al mismo tiempo que la sesión de ejercicio. Entonces, si te comes un chocolate después de tu rutina, probablemente habrás recuperado las calorías que acabas de quemar (o incluso más). “Todo se reduce al balance de energía”, dice el doctor Melanson, o, como quizá ya has adivinado, el balance entre las calorías consumidas y las quemadas. Las personas “sólo queman entre 200 y 300 calorías” en una sesión estándar de 30 minutos de ejercicio, señala. “Basta comer una galleta para reemplazarlas.”
“Ejercitarse es inútil”
¿Por qué el ejercicio no hace que las personas sean inevitablemente delgadas? Ésta es una de las preguntas más fascinantes y molestas de la fisiología. Sin embargo, un sinfín de estudios, salvo raras excepciones, han probado que simple y sencillamente eso no sucede. En uno de ellos, un reporte realizado en Australia, 58 hombres y mujeres obesos completaron 12 semanas de entrenamiento aeróbico supervisado sin cambiar su dieta. Los participantes perdieron en promedio tres kilos, mucho menos de lo esperado según la cantidad de calorías que gastaron durante el ejercicio. Muchos de los sujetos perdieron apenas la mitad. De hecho, algunos incluso subieron de peso. Todo esto es muy común. De acuerdo con una revisión exhaustiva de décadas de estudios sobre la pérdida de peso y los programas de ejercicio aeróbico supervisado, los participantes sólo perdieron un tercio del peso esperado por los investigadores de cada estudio. En casi todos ellos, había voluntarios que terminaban más gordos. “Por lo general, hacer ejercicio sin dieta es poco útil si se quiere perder peso”, dice el doctor Eric Ravussin, profesor del Centro de Investigaciones Biomédicas de Pennington y experto en el tema.
Muchos conocemos la dura realidad. “Dudo que exista un científico del deporte que no haya sido acorralado en algún punto por una persona que quiere saber por qué, si va al gimnasio de manera religiosa tres o cuatro veces a la semana, no ha logrado adelgazar”, dice el doctor Barry Braun, profesor de kinesiología de la Universidad de Massachusetts, Amherst, y director del Laboratorio de Energía y Metabolismo, quien ha estudiado el asunto del ejercicio y la pérdida de peso de manera exhaustiva.
Se trata de una pregunta sensata. ¿Por qué el ejercicio no disuelve los kilos de más? Después de todo, quema calorías, incluyendo las que provienen de la grasa, de eso no hay duda. “Caminar, incluso a un ritmo ligero, significa que quemarás entre tres y cuatro calorías por minuto; más de lo que consumirías si no te pararas de la silla”, dice el doctor Dan Carey, profesor de fisiología del ejercicio en la Universidad de St. Thomas, en Minnesota, quien se ha dedicado a estudiar el mecanismo de quema de grasa. En general, las matemáticas asociadas a la pérdida de peso, ya sea mediante el ejercicio o por cualquier otro medio, son poco complicadas. Sólo hay que saber restar. “Si consumes menos calorías de las que quemas, entrarás en un balance de energía negativo y, al final, perderás peso”, explica el doctor Braun, quien ha llevado a cabo múltiples estudios sobre el ejercicio y la pérdida de peso durante muchos años. El déficit calórico puede generarse al reducir la cantidad ingerida o incrementar la cantidad quemada (es decir, aumentar el nivel de actividad), o ambas. A tu cuerpo no le importa cuál de las dos elijas, ni notará la diferencia. Este hecho fue comprobado en un estudio reciente realizado por el doctor Ravussin y sus colegas, en el cual un grupo de adultos con sobrepeso emprendieron un programa de pérdida de peso durante seis meses. Algunos de los sujetos redujeron 25% el número total de calorías ingeridas diariamente. Otros redujeron en 12.5% el consumo calórico y también aumentaron en 12.5% su actividad física. De este modo, ambos grupos tenían el mismo balance negativo de energía: -25%. Al término de los seis meses, los científicos no encontraron diferencias importantes (sólo menores, en los dos casos) entre la pérdida de peso de ambos grupos, lo cual parece alentador. No obstante, es necesario responder algunas preguntas relevantes, como qué tan posible sería sostener el programa de ejercicios durante un periodo más largo —o qué tanto funcionaría si los investigadores no supervisaran la mayoría de las sesiones, como lo hicieron durante el estudio—. La “dosis” de ejercicio requerido es de casi una hora al día, cinco veces a la semana, a intensidad moderada, “y representa mucho más de lo que la mayoría de la gente puede o está dispuesta a hacer, en particular si no hay una persona encargada de su monitoreo”, dice el doctor Ravussin. “Al parecer, la idea de que es posible caminar hacia la salud es un mito.”
De hecho, en muchos casos, mientras más intentos hace una persona, mayores son las probabilidades de que subestime su propio esfuerzo. En un revelador estudio reciente, los investigadores les pidieron a más de 400 mujeres de mediana edad que comenzaran una serie de rutinas de ejercicio divergentes. Algunas de ellas realizaron actividades ligeras, como caminar o pedalear en una bicicleta estacionaria, durante un total de 72 minutos a la semana, alrededor de la mitad del tiempo recomendado para obtener beneficios. Otras cumplieron con la guía nacional de recomendaciones de salud vigente y se ejercitaron por lo menos 136 minutos a la semana. El último grupo se ejercitó 50% más de lo sugerido en la guía, es decir, casi 45 minutos al día cinco veces a la semana (aunque algunas los agruparon en dos sesiones largas a la semana). Todas las participantes mantuvieron sus hábitos alimenticios, aunque su dieta no fue supervisada. Cuando los seis meses terminaron, tanto el grupo de actividad de baja intensidad como el que había cumplido con las recomendaciones actuales habían perdido peso, tal como los investigadores anticiparon a partir de su quema de energía. Sin embargo, todo este esfuerzo no se tradujo en una gran pérdida de peso; en los seis meses las mujeres del primer grupo sólo se deshicieron de 1.3 kilos en promedio. A pesar de que los científicos habían calculado una pérdida promedio de 3.5 kilos para el tercer grupo, cuyos miembros habían realizado la mayor cantidad de ejercicio, estas mujeres perdieron todavía menos peso que las del primero: menos de un kilo. El grupo que más se había ejercitado había perdido la menor cantidad de peso. “Nuestros descubrimientos representan un excelente ejemplo de la compleja naturaleza de la relación entre consumo y gasto de energía”, dijeron los autores, como si no se tratara de una explicación insuficiente.
La dieta de la compensación
¿Cómo explicar lo anterior? ¿Por qué el ejercicio influye tan poco en la pérdida de peso de la mayoría de la gente? Lo más probable es que la respuesta sea, en palabras de muchos estudios recientes, “multifactorial”. Uno de los factores que inciden en ello, quizá el más extraño y decisivo de todos, es que como especie somos increíblemente eficaces para recuperar las calorías perdidas o, dicho con la jerga científica, para compensar.
“El organismo de las personas es muy bueno para reconocer el momento en el que el balance energético se torna negativo, y lo es más para hacer algo al respecto —explica el doctor Ravussin—, lo cual suele involucrar recuperar el peso perdido.”
La compensación puede suceder de muchas formas, pero en el contexto del ejercicio y el sobrepeso, nada es más engañoso que el fenómeno conocido como “inactividad no volitiva inducida por el ejercicio”. En ocasiones, cuando una persona confía en el ejercicio para quemar calorías, sin saberlo comienza a moverse menos durante el resto del día. Esa persona poco a poco se vuelve sedentaria; en lugar de permanecer de pie o caminar por su casa, decide sentarse. Al reducir el consumo de alimentos, sucede una dinámica similar. El cuerpo intenta mantener su peso a toda costa. En un estudio con ratas obesas, los científicos redujeron el contenido calórico de su alimento entre 50 y 60% durante cuatro meses. Los animales se volvieron notablemente menos activos, incluso después de que regresaron a la abundante dieta de siempre. Las ratas holgazaneaban en la esquina de su jaula siempre que les era posible, con excepción de cuando era hora de acercarse al plato de comida. En dos meses, las ratas recuperaron su peso inicial.
Los estudios con humanos han producido resultados similares, aunque un poco menos perturbadores. En uno de ellos, 34 mujeres con sobrepeso completaron un programa de ejercicio de ocho semanas que consistía en 150 minutos semanales de bicicleta estacionaria a ritmo moderado. Todas llevaron un diario en el que detallaban sus actividades y dieta. El registro comenzó una semana antes del inicio del programa. Al final, sólo 11 habían perdido la cantidad de peso esperada (alrededor de un kilo). Las otras 23 no lo consiguieron y una incluso ganó más de dos kilos. Cuando los investigadores analizaron minuciosamente los diarios de las participantes, descubrieron que muchas de ellas habían comido más de lo normal (a pesar de la indicación de mantener la misma dieta), y otras habían comenzado a moverse menos. La cantidad de pasos que daban al día disminuyó de manera constante. Sin embargo, no se trataba de un acto consciente. Curiosamente, las 11 mujeres que cumplieron las expectativas de pérdida de peso en promedio realizaron más actividad física fuera de las sesiones de ejercicio de lo que acostumbraban antes de iniciar el programa. No obstante, la pereza no es la única arma con la que nuestro cuerpo puede minar los esfuerzos por perder peso; también es capaz de recalibrar el apetito.
La injusticia de la leptina
No hace mucho tiempo, el doctor Braun supervisó un estudio en el que 18 hombres y mujeres con sobrepeso caminaron en una cinta durante múltiples sesiones. Después del ejercicio, los sujetos debían comer la misma cantidad de calorías que habían quemado, o menos (o sea, entraban en un balance energético negativo). El experimento desató alteraciones importantes, aunque esperadas, en el nivel de ciertas hormonas en la sangre de los voluntarios, las cuales se encargan de controlar el apetito. Por lo general los mecanismos que rigen el apetito y el balance de energía en el cuerpo humano son regulados con mucha precisión. “La meta del cuerpo es lograr la homeostasis”, dice el doctor Braun. El organismo prefiere mantener el peso al que está acostumbrado. Es por eso que los pequeños cambios en el balance energético pueden producir alteraciones hormonales rápidas, las cuales se asocian principalmente con el apetito, en particular la ghrelina acilada, conocida por incrementar el deseo de comer, así como la insulina y la leptina, hormonas que afectan la manera en la que el cuerpo quema combustible.
Después de cada sesión, los investigadores sacaban muestras de sangre de los voluntarios para medir los niveles de hormonas del apetito. En general, los hombres mostraron cambios mínimos en las hormonas encargadas de regular la energía y el apetito, hubieran alcanzado el balance energético negativo o no. Sin embargo, las mujeres mostraron un aumento en la concentración de ghrelina acilada en la sangre, así como de insulina, después de las sesiones en las que comieron menos de lo que habían quemado. Su cuerpo les pedía reemplazar esas calorías inmediatamente.
En términos fisiológicos, estos resultados fueron “consistentes con el paradigma de que los mecanismos para mantener la grasa corporal son más efectivos en las mujeres”, escribieron el doctor Braun y sus colegas. En pocas palabras, está científicamente comprobado que la vida es injusta. El cuerpo femenino hace todo lo posible para aferrarse a cada molécula de grasa, seguramente por “la necesidad biológica de mantener energía almacenada para facilitar la reproducción”, dice el doctor Braun. En muchas mujeres (y algunos hombres) el ejercicio inevitablemente aumenta el deseo de comer.
Arde, nena, arde
Por supuesto, existen excepciones, las cuales, como probablemente habrás observado, tienden a presentarse a partir del ejercicio intenso y repetitivo. No hay muchos maratonistas regordetes en el mundo. La ciencia más actual sugiere que el ejercicio prolongado o dolorosamente intenso puede reprimir, o por lo menos no iniciar, el incremento de apetito. Incluso puede afectar la quema de calorías posterior al ejercicio.
Una revisión reciente de docenas de estudios sobre los efectos del ejercicio intenso en el apetito concluyó que, en general, ejercitarse más de 60 minutos o a una intensidad suficientemente alta como para quemar 800 calorías disminuye el apetito, sobre todo en hombres. Según dicho análisis, este tipo de rutinas tiende a incrementar la concentración de leptina en la sangre, la cual “promueve la reducción de masa corporal al actuar como receptor dentro del hipotálamo con el fin de disminuir el consumo de alimentos”. Este descubrimiento fue revelado por un estudio reciente, que se presentó en la reunión del Colegio Americano de Medicina del Deporte. En éste, un grupo de hombres jóvenes, saludables y en forma corrió vigorosamente durante una hora y media en una caminadora. Al finalizar, los científicos midieron la concentración de ghrelina acilada en su sangre y comprobaron que había disminuido. Por otro lado, sus niveles de leptina se habían incrementado y la comida resultó poco atractiva para los sujetos durante el resto del día. El ejercicio había calmado su apetito. Para las personas delgadas y ágiles resulta muy fácil volverse más delgadas y ágiles.
Según al menos un estudio, incluso el fenómeno casi quimérico conocido como afterburn puede activarse si se logra sudar lo suficiente. Cuando la Universidad de Carolina del Norte completó la construcción de la cámara de pruebas metabólicas más novedosa de Estados Unidos, los fisiólogos locales no tardaron demasiado en monopolizarla para realizar experimentos sobre los efectos del ejercicio en el metabolismo. (Los fisiólogos suelen ejercitarse con regularidad y les interesa analizar la influencia que el ejercicio tiene sobre el cuerpo.)
Uno de estos científicos fue el doctor David C. Nieman, profesor de la Universidad Estatal de Apalaches y autor de incontables estudios sobre el ejercicio. Nieman solía expresar escepticismo ante el fenómeno conocido como afterburn. En las ediciones anteriores de su famoso libro de texto, Exercise Testing and Prescription, había escrito que la evidencia sugería que el ejercicio, sin importar su intensidad, generaba poca amplificación metabólica, si es que acaso generaba alguna.
Sin embargo, después de que él y sus colegas obtuvieran acceso a la nueva cámara metabólica de la Universidad de Carolina del Norte, estas nociones arraigadas se tambalearon. Nieman y otros investigadores reclutaron a un grupo de hombres jóvenes y saludables de entre 22 y 33 años. Ninguno de los sujetos calificaba como atleta, aunque algunos mostraron resistencia superior a la promedio durante las pruebas básicas de condición física. Algunos de ellos tenían sobrepeso. “Queríamos realizar el experimento con un rango amplio de niveles de resistencia y tipos de cuerpo”, explicó Nieman. Los voluntarios acudieron dos veces para completar sesiones separadas de 24 horas dentro de la cámara metabólica. Como estaban en sus propias habitaciones, los sujetos pasaron las primeras sesiones en estado de reposo, vieron televisión, leyeron y se ocuparon de otras actividades de baja intensidad. Durante todo ese tiempo, la cámara estuvo trabajando y recolectando los gases expirados con el fin de calibrar la salida de energía.
En la segunda sesión, los sujetos se ejercitaron durante 45 minutos en una bicicleta estacionaria computarizada. El ritmo fue intenso y agotador: se aproximó al 75% de la resistencia máxima de cada voluntario. A esa intensidad, las personas sudan, respiran con dificultad y “se sienten bastante incómodas”, dijo el doctor Nieman. “No obstante, todos los sujetos, incluso los que tenían sobrepeso, fueron capaces de completar la rutina, así que cualquiera podría lograrlo.”
Al terminar, todos los voluntarios recibieron la instrucción de consumir comida adicional para reemplazar las calorías quemadas durante la actividad física —en promedio 519 por cabeza— y les pidieron que descansaran por el resto del día. Luego volvieron a medir las calorías utilizadas durante su estancia de 24 horas. Al final, los científicos compararon el gasto calórico total de cada sesión.
Para sorpresa del doctor Nieman, estos hombres habían quemado calorías adicionales después del episodio de ejercicio. De hecho, seguían quemando calorías 14 horas después de la sesión de ciclismo; su metabolismo permaneció sobreestimulado, incluso algunas horas después de que se fueran a dormir. Al término de las 14 horas, los hombres habían quemado, en promedio, 190 calorías adicionales en comparación con la sesión en la que no realizaron actividad física. Ninguno de ellos se movió más durante las horas de reposo posteriores al ejercicio. Sin embargo, su metabolismo, al parecer estimulado por el pedaleo, consumió una mayor cantidad de energía.
Las implicaciones de este descubrimiento son emocionantes, pero también extremadamente limitadas. “Creo que estos datos representan una buena noticia en términos de su efecto potencial en el ejercicio”, en la pérdida y control de peso, dijo el doctor Nieman. En conjunto, las 519 calorías quemadas durante la sesión de ciclismo y las 190 calorías adicionales “representan una cantidad suficiente” como para generar pérdida de peso a la larga, siempre y cuando no sean reemplazadas de inmediato y, por supuesto, no se consuma una cantidad mayor, lo que, como bien sabemos, sucede con mucha frecuencia. Las 190 calorías quemadas sin esfuerzo en el afterburn son menos de las que contiene una botella de un litro de Gatorade, o una barra de chocolate Milky Way. Además, el doctor Nieman y sus colegas les pidieron a los voluntarios recuperar las calorías perdidas durante la rutina de ejercicio. ¿El resultado habría cambiado si no lo hubieran hecho? Es imposible saberlo con seguridad, pero siempre existirá la posibilidad. Si el cuerpo teme que la desaparición repentina de energía signifique hambruna, el metabolismo puede bajar el ritmo y aumentar la producción de ghrelina acilada, o encontrar alguna otra manera de sabotear el arduo esfuerzo.
Existen otras preguntas evidentes e importantes que no tienen respuesta, en particular las relacionadas con el género. “Este estudio no nos dice nada sobre los efectos del ejercicio en otras personas” que no sean jóvenes, saludables o del sexo masculino, dice el doctor Braun. “No podemos saber si las mujeres, por ejemplo, experimentarían este elevado ritmo metabólico postejercicio” después de pedalear intensamente hasta el agotamiento. Aun así, esta información puede ser útil. La conclusión aparente es que, si buscas beneficios relacionados con la pérdida de peso mediante el ejercicio, es necesario llegar al límite. “Cuando se trata de ejercicio, Estados Unidos es un país de debiluchos”, dice el doctor Nieman. “Demasiada gente no se molesta o teme agotarse durante el ejercicio. Quizá la única manera de perder peso con ejercicio sea aumentar la intensidad.”
La esperanza muere al último
Por suerte, la ciencia sí ofrece información alentadora con respecto a cómo el ejercicio puede ayudar a combatir la acumulación de grasa, incluso para mujeres y personas que, de entrada, no son atletas en potencia. Por una parte, según datos obtenidos recientemente, la actividad física regular puede prevenir un potencial futuro de gordura. Hace algunos años los investigadores descubrieron que algunas personas poseen ciertas variaciones de un gen conocido como “gen de la masa grasa” o “gen asociado a la obesidad”, comúnmente llamado FTO, las cuales generan un riesgo exponencial de desarrollar obesidad en algún punto de su vida. Cerca de un tercio de los estadounidenses con ascendencia europea alojan este gen. No obstante, de acuerdo con un estudio europeo a gran escala que aún no concluye, la actividad física que se inicia durante la adolescencia parece “contrarrestar el efecto” de ser portador del gen FTO. En este estudio, los científicos pesaron, midieron y encuestaron a un grupo de adolescentes cuyo genotipo poseía una versión de este gen, con el fin de saber más sobre sus actividades diarias. Los sujetos que declararon llevar a cabo actividad física por lo menos una hora la mayoría de los días de la semana tenían un índice de masa corporal significativamente menor que los jóvenes portadores del gen FTO que dijeron no ejercitarse. Muchos de estos últimos estaban encaminados a la obesidad.
El ejercicio también reduce la probabilidad de que los alimentos altos en grasa se conviertan en muslos celulíticos o, aún más importante, aunque menos notorio en términos estéticos, en arterias tapadas por la acumulación de grasa. Un estudio reciente a gran escala, llevado a cabo en la Universidad Johns Hopkins, sugiere de manera convincente que el ejercicio es esencial para cualquier persona que haya elegido llevar una dieta tipo Atkins, es decir, baja en carbohidratos y rica en grasa.
Varias investigaciones han demostrado que este tipo de dietas pueden ser efectivas para perder peso. “De acuerdo con nuestra investigación, los sujetos con una dieta rica en grasa tardaron menos tiempo en bajar cinco kilos” que las personas cuya dieta era alta en carbohidratos, baja en grasa y diseñada a partir de las recomendaciones de la Asociación Americana del Corazón, dice el doctor Kerry J. Stewart, director clínico y de investigación sobre fisiología del ejercicio en la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins y autor principal de este reporte. Las personas que seguían la dieta de la Asociación del Corazón requerían en promedio 70 días para perder alrededor de cinco kilos. Por otro lado, aquellos cuya dieta era rica en grasas alcanzaban la misma meta en un promedio de 45 días. Sin embargo, existe una preocupación única asociada al régimen rico en grasa y bajo en carbohidratos, el cual surgió en los años setenta, cuando la dieta Atkins original estaba en su apogeo. Comer alimentos grasosos de manera repetida puede bloquear tus arterias y generar enfermedades cardiacas. Algunos estudios anteriores con personas bajo el régimen Atkins establecieron que éstas eran más propensas a desarrollar enfermedades cardiovasculares que las personas que seguían otras dietas.
En un estudio particularmente revelador se encontró que las personas sedentarias practicantes de una dieta estilo Atkins baja en carbohidratos perdían mucho peso durante las primeras seis semanas. Sin embargo, los kilos perdidos no provenían del torso; su cintura no se había reducido y, de acuerdo con Shane Phillips, profesor de la Universidad de Illinois en Chicago, encargado de este estudio, la consecuencia aparente era que comenzaban a mostrar signos tempranos de insuficiencia en los vasos sanguíneos tan sólo un mes después de seguir el régimen rico en grasas. Cabe mencionar que sus sujetos no realizaban actividad física.
Los investigadores de la Universidad Johns Hopkins reclutaron un grupo de 46 hombres y mujeres saludables pero con sobrepeso, con el fin de determinar si acompañar el consumo de grasa con el sudor puede modificar el riesgo de enfermedades cardiacas. Los voluntarios fueron asignados de manera aleatoria a uno de dos grupos; el primero debía seguir una dieta rica en carbohidratos y baja en grasa aprobada por la Asociación Americana del Corazón, la cual consistía en frutas, granos, vegetales y carne baja en grasa. Al resto de los sujetos, 23 voluntarios, se les asignó una dieta rica en grasas, la cual consistía en abundantes quesos y carnes, además de alimentos untables con alto contenido de grasas y bajos en carbohidratos. Cerca de 55% de lascalorías consumidas se derivaban de grasas; sin embargo, la dieta evitaba la ingesta de grasas trans. Ambos regímenes redujeron el consumo calórico diario, recortando alrededor de 750 calorías de su dieta normal.
Al mismo tiempo, los voluntarios comenzaron un programa moderado de ejercicios, que comprendía caminata intensa o trote y una rutina con pesas. Las sesiones tenían al menos 30 minutos de duración y se llevaban a cabo tres veces a la semana bajo la supervisión de los científicos.
Antes de comenzar el experimento, todos los voluntarios tenían vasos sanguíneos saludables, tal como los científicos constataron con una prueba de presión arterial. La prueba consistía en apretar una banda alrededor del brazo de los voluntarios para luego soltarla y medir el trayecto de la sangre acumulada hacia las puntas de los dedos. Durante este flujo, los vasos sanguíneos saludables se dilatan o relajan. Por el contrario, los vasos que no están en buenas condiciones se endurecen y estrechan, impidiendo el paso de la sangre. Esto último es una señal de una posible enfermedad cardiaca incipiente.
Los investigadores se sentaron a observar y esperar a que cada participante perdiera alrededor de cinco kilos. Después de haber cumplido dicha meta, fueron sometidos a la prueba con la banda por segunda vez. No resultó sorprendente cuando el grupo que había llevado la dieta aprobada por la Asociación Americana del Corazón mostró el mismo flujo de sangre, normal y saludable. Sin embargo, el segundo grupo obtuvo resultados similares, a pesar de que sus miembros habían consumido una gran cantidad de carne grasosa. Sus arterias se dilataban con tanta normalidad como en la primera prueba, igual que las del grupo con la dieta baja en grasa. “No se encontró evidencia de que hubiera efectos vasculares negativos causados por la dieta baja en carbohidratos”, explicó el doctor Stewart.
Lo mejor fue que los voluntarios mejoraron su condición física durante el experimento, lo cual aumentó su resistencia física. Este cambio por sí mismo suele asociarse con un menor riesgo de desarrollar enfermedades cardiacas. A diferencia de los voluntarios de los primeros estudios con personas sedentarias bajo el régimen Atkins, los participantes de este experimento también perdieron peso del torso. Por supuesto, el estudio monitoreó el estado de las arterias durante pocas semanas. “Es verdad que ninguno de los sujetos mostró el impacto negativo de la dieta rica en grasas después de 45 días” si la acompañaban con actividad física, dijo la doctora Dena Bravata, internista de la Universidad de Stanford, quien ha dirigido estudios sobre el impacto de distintos tipos de dieta en la salud. “No obstante, ¿qué pasa después de cinco o 10 años con la misma dieta? ¿Basta trotar tres veces a la semana para mitigar los efectos negativos de ingerir porciones abundantes de mantequilla y carne roja? Hasta ahora, nadie lo sabe.
De cualquier forma, incluso los resultados preliminares sugieren de manera contundente que, si planeas adoptar una dieta alta en grasas, debes ejercitarte. Por su parte, el doctor Stewart ha reunido evidencia convincente a partir de anécdotas y experiencias personales con el fin de sustentar esta hipótesis. Hace varios años, durante un pequeño estudio piloto que llevó a cabo antes de su experimento, el doctor Stewart fungió como su propio conejillo de indias y decidió seguir un régimen bajo en carbohidratos y rico en grasas. Al mismo tiempo comenzó su primera rutina constante de ejercicios. A partir de ese momento, ha mantenido tanto la dieta como el ejercicio. Hoy pesa 18 kilos menos y, según dice, aún pasa la prueba de salud arterial con honores.
Incluso las personas como yo, cuyas incursiones en dietas ricas en grasa son esporádicas, pues sucumben cada año ante la tentación de las galletas de navidad o ante una buena porción de filete Wellington, pueden reducir las probabilidades de sufrir las consecuencias negativas si por lo menos logran ejercitarse antes del desayuno. Cuando científicos en Bélgica reclutaron a un grupo de hombres activos y saludables para atiborrarlos durante seis semanas con una dieta tan abominable que te dejaría con la boca abierta —50% grasa y 30% más calorías de las que acostumbraban consumir—, la mayoría de estos valientes (y quizá un poco imprudentes) voluntarios ganaron peso. Muchos también des arrollaron resistencia a la insulina y grasa intramuscular, ambos signos de mala salud. Esto sucedió a pesar de que realizaron ejercicio intenso todas las tardes. Sin embargo, un pequeño subconjunto de voluntarios llevó a cabo su rutina de ejercicio muy temprano, antes del desayuno. Estos sujetos (que corrieron o pedalearon 90 minutos a gran intensidad) casi no ganaron peso ni mostraron signos de resistencia a la insulina. Como su torrente sanguíneo carecía de los carbohidratos de la primera comida del día, su cuerpo había recurrido a las abundantes grasas de su dieta para obtener combustible. Según los autores del estudio, “los datos actuales indican que el ejercicio en ayuno es más efectivo para estimular la tolerancia a la glucosa, incluso cuando una persona lleva una dieta hipercalórica y rica en grasas”. En otras palabras, si no pretendes dejar de comer mal, el ejercicio puede ser un paliativo. Parece justo que por lo menos tengas que levantarte de la cama más temprano para hacer ejercicio, y sin siquiera poder darle una mordida a tu pan dulce.
De hecho, por lo general, el ejercicio parece ser uno de los pocos métodos confiables para evitar la acumulación de peso adicional. Aunque no sirva de mucho para bajar de peso, es muy útil para su control. Por ejemplo, en un estudio precautorio reciente los investigadores monitorearon a un grupo de casi 5 000 hombres y mujeres jóvenes en el transcurso de 15 años. La mayoría de los participantes, que tenían entre 18 y 30 años al inicio del experimento, ganaron cerca de medio kilo al año (lo cual desafortunadamente se ha convertido en el estándar estadounidense). Sin embargo, las personas que salían a caminar con regularidad, sobre todo si caminaban más de 15 minutos al día, tendían a engordar menos. Los mayores beneficios fueron para las personas más pesadas al inicio del estudio. Los adultos obesos que caminaron más de 15 minutos al día ganaron menos kilos a lo largo de los 15 años del estudio que las personas que en un principio se encontraban dentro de los estándares normales pero habían llevado una vida sedentaria desde entonces.
Los investigadores de la Universidad de Harvard descubrieron algo similar al examinar el historial de cambios de peso de más de 34 000 participantes de un enorme estudio a largo plazo sobre la salud de las mujeres. La conclusión fue que el ejercicio era de gran ayuda para el control y mantenimiento del peso corporal. Las mujeres en cuestión se inscribieron en este proyecto cuando estaban en la mediana edad, es decir, la mayoría de ellas tenía entre 45 y 55 años. Los científicos las monitorearon durante 13 años. Durante ese periodo el grupo subió casi tres kilos en promedio. Algunas subieron un poco más. Sin embargo, una pequeña minoría de mujeres se mantuvo en un rango muy cercano al peso con el que habían arrancado el estudio. Estas mujeres reportaron una hora de actividad física casi todos los días. El ejercicio no había sido muy intenso, sino el equivalente a una caminata moderada (aunque algunas mujeres nadaban, hacían bicicleta o iban a clases de baile). No obstante, todas ellas habían sido constantes. El ejercicio “no fue algo que estas mujeres comenzaran y abandonaran”, dice la doctora I-Min Lee, profesora de la Escuela de Salud Pública de Harvard y directora de este estudio. “De hecho, realizaron estas actividades durante años y, evidentemente, estaban cosechando sus beneficios. No subir de peso tanto como otras mujeres es un beneficio notable.”
Para siempre, adiós
De muchas maneras que apenas comienzan a hacerse claras, el ejercicio también es esencial para mantener el peso perdido una vez que hayas logrado deshacerte de los kilos de más. “Al analizar los resultados del Registro Nacional de Control de Peso”, dice el doctor Braun, “es importante notar que el ejercicio ha sido la constante más crucial” entre las personas que han logrado mantener el peso perdido. Cerca de 90% de las personas inscritas en este registro que han triunfado en no recuperar su peso anterior dicen ejercitarse de manera regular. Este mismo resultado ha sido comprobado en incontables estudios. En un experimento representativo, casi 100 mujeres saludables pero con un ligero sobrepeso comenzaron una dieta estricta de 800 calorías, la cual siguieron hasta que perdieron en promedio 12 kilos cada una. A algunas de las participantes se les asignó un programa de trote ligero o un régimen de entrenamiento con pesas, y el resto recibió la instrucción de no ejercitarse. A todas les permitieron comer tanto como quisieran.
Al cabo de un año todas habían recuperado peso. Sin embargo, aquellas que se habían apegado a alguno de los dos programas de ejercicio todo el año sólo recuperaron la mitad de los kilos perdidos. Aún más importante, no habían acumulado grasa en su torso, a diferencia de las mujeres que no se ejercitaron. Es bien sabido que la grasa abdominal (también conocida como visceral) es particularmente peligrosa, pues contribuye al desarrollo de problemas metabólicos, diabetes y enfermedades cardiacas. “Se trata de una muy buena noticia; al parecer el ejercicio no sólo reduce la recuperación de peso, sino que también mantiene el aumento de grasa visceral prácticamente en cero”, dice el doctor Gary Hunter, profesor de ciencias del ejercicio en la Universidad de Alabama y director de este estudio.
Los científicos aún no están completamente seguros de cómo y por qué el ejercicio es tan importante para el mantenimiento del peso perdido. No obstante, en los experimentos con animales, el ejercicio parece remodelar de manera significativa las secuencias metabólicas que afectan la manera en la que el cuerpo almacena y utiliza la energía obtenida de los alimentos. En un estudio fascinante realizado recientemente en la Universidad de Colorado, en Denver, el doctor Melanson y sus colegas engordaron a un grupo de ratas macho. Los roedores tenían una predisposición genética a engordar y, gracias a un régimen alto en grasa al estilo “todo lo que puedas comer”, alcanzaron dicho destino genético. Después de 16 semanas de comer como cerdos (o más específicamente, como ratas insaciables) y permanecer en reposo dentro de sus jaulas, las ratas alcanzaron la obesidad, para estándares de roedores, claro. Entonces los científicos las sometieron a una dieta baja en grasa y de consumo calórico controlado. Las ratas bajaron de peso, aunque de manera un tanto reticente, pues disfrutaban mucho su comida y mientras más calórica fuera, mejor. En promedio, perdieron 14% de su masa corporal.
Al final, las ratas entraron a una dieta muy estricta diseñada para mantener su pérdida de peso. La mitad de ellas fueron obligadas a correr en una pequeña caminadora por 30 minutos al día. La otra mitad permaneció en un sedentarismo absoluto. A las ratas corredoras se les permitió comer un poco más que a las otras, para asegurar que no siguieran perdiendo peso. Durante ocho semanas, las ratas mantuvieron su peso más bajo, que, de este modo, se estableció como el nuevo peso base.
A partir de ese momento comenzó la diversión. Durante los dos meses restantes del experimento, los científicos les permitieron a las ratas comer todo lo que quisieran; es decir, podían recaer en todos sus malos hábitos alimenticios anteriores. Las ratas que no habían corrido consumieron su alimento golosamente. La mayoría de ellas regresó al peso original e incluso ganaron más peso. No obstante, la historia fue diferente para las ratas corredoras.
Gracias a un complejo proceso, el cerebro y los músculos de estas ratas comenzaron a mandar señales al estómago para indicar que estos animales estaban satisfechos mucho antes que las ratas sedentarias. Decidieron comer menos a pesar de tener la posibilidad de comer todo lo que pudieran. Quizá lo más importante fue que, cuando midieron el consumo de combustible de su cuerpo, los científicos descubrieron diferencias en la metabolización de calorías entre ambos grupos. Las ratas corredoras tendían a quemar grasa inmediatamente después de comer, mientras que las ratas sedentarias utilizaban los carbohidratos del alimento. Las calorías de grasa de la comida se almacenaban en el cuerpo. Aunque los roedores activos sí recuperaron un poco de su peso original, no recayeron en los malos hábitos de manera tan extrema. El ejercicio “reestableció la estabilidad del estado homeostático entre el consumo y el gasto de energía, lo cual les permitió mantener el peso perdido”, concluyeron los autores del estudio. La actividad física cambió el metabolismo de los roedores, de tal modo que optaron por comer menos.
Gordo, delgado, y todo
lo de en medio
Quizá el impacto más profundo y permanente del ejercicio sobre los programas de pérdida o control de peso es que mejora la salud. En el estudio australiano en el que los voluntarios alcanzaron una perdida de peso mucho mayor que la esperada, también acumularon otros beneficios muchas veces imperceptibles. Los sujetos incrementaron de manera significativa su capacidad aeróbica y, al mismo tiempo, redujeron su presión sanguínea y ritmo cardiaco durante el estado de reposo. Los autores también reportaron un “incremento de buen humor inducido por el ejercicio”; es decir, los sujetos se volvieron más felices, aunque no necesariamente más delgados. “Es posible obtener beneficios considerables y significativos para la salud incluso cuando la pérdida de peso no cumple las expectativas de un individuo”, escribieron los autores. Recuerda eso cuando te subas a la báscula.
Otros científicos descubrieron que la buena condición física, esté o no acompañada de gordura, implica una vida más larga y saludable. En un estudio parteaguas, publicado en 2006, los investigadores de la Clínica Cooper, en Dallas, reportaron que, de un grupo compuesto de más de 11 300 mujeres que fueron examinadas en la clínica y luego monitoreadas durante décadas, el 20% que ocupaba los últimos lugares en condición aeróbica tenía más probabilidades de una muerte prematura que el resto de ellas, sin importar su peso. En las primeras etapas de prueba, los investigadores encontraron la misma curiosa relación entre la condición física, la gordura y la mortalidad entre decenas de miles de hombres. “Sin importar a qué categoría de sobrepeso pertenecieran”, dijo el doctor Stephen Farrell, investigador líder de este estudio. “El riesgo de muerte prematura disminuye si estás en forma.”
Esto no significa que no deberías seguir intentando perder algunos kilos si tienes sobrepeso, incluso si ya corres, nadas o realizas algún otro tipo de actividad física. Una buena condición física puede mitigar, aunque no solucionar, las consecuencias desafortunadas de ser robusto. Cuando los científicos reunieron datos de casi 40 000 mujeres inscritas en el masivo Estudio de la Salud de las Mujeres de 2009, descubrieron que aquellas cuyo índice de masa corporal era más alto, incluso si eran activas, tenían mayor riesgo de desarrollar enfermedades coronarias que las mujeres activas con peso normal. Las células de grasa no son benignas, señalaron los autores de este estudio, pues pueden liberar moléculas inflamatorias, las cuales incrementan las probabilidades de diabetes y enfermedades cardiacas. Además, también interfieren con la función muscular.
Muchos de nosotros probablemente debemos tomar decisiones relativas a nuestra posición en el espectro de salud y obesidad. Desafortunadamente, la ciencia no ofrece mucha certeza con respecto a estos asuntos. “Este debate alcanza niveles increíbles de complejidad”, dice el doctor Timothy Church, director del Laboratorio de Medicina Preventiva en el Centro de Investigaciones Biomédicas de Pennington, quien durante años se ha dedicado a estudiar el ejercicio y la pérdida de peso. “Pero sí sabemos una cosa y es que, no importa nuestro peso, es importante conocer nuestro perfil metabólico” para buscar síntomas incipientes de resistencia a la insulina o algún otro trastorno metabólico. “Si la circunferencia de la cintura es mayor a 100 centímetros en hombres y 88 en mujeres, no es una buena noticia. Quizá, si te encuentras en ese rango, necesites perder algunos kilos —dice el doctor Church—. Más allá de eso, ¿cómo se define lo normal o ideal? Yo no lo sé y he dedicado mi vida a ello.”
El doctor Ravussin, quien ha colaborado con el doctor Church en numerosas ocasiones, está de acuerdo en ese punto. “Evidentemente, siempre es mejor estar en forma que estar gordo”, dice, “pero es mejor tener una buena condición física, aunque también se tenga sobrepeso. Todos lo sabemos, aunque muchas veces no queramos aceptarlo. Si quieres perder peso, debes entrar en un balance de energía negativo; es decir, comer menos o ejercitarte más, o ambas cosas” (lo que, como vimos, no es importante en términos de dicho balance). “Sin embargo, el ejercicio conlleva beneficios para tu perfil metabólico, lo cual representa una ventaja. Lo importante es no salir a atiborrarte después del ejercicio para compensar. Es así de simple.” Pero eso puede ser más difícil de lo que parece para muchos de nosotros.
Maneras de utilizar el ejercicio
para controlar el peso
1. Aprovecha la utilería
Numerosos de estudios han probado que llevar un diario detallado de lo que comes y cuánta actividad física realizas al día puede ayudarte a reducir lo primero e incrementar lo segundo. Además, es útil para evitar el reflejo de compensar las calorías perdidas. Los podómetros son una gran herramienta para esto, pues registran la cantidad de pasos que se dan en un día. Muchas personas dejan de caminar después de perder peso, incluso cuando siguen una estricta rutina de ejercicios. También solemos sobreestimar cuánto caminamos al día, tal como se constató en un estudio en el que las personas debían calcular la distancia caminada durante un día normal. Los sujetos declararon caminar más de seis kilómetros, sin contar sus rutinas de ejercicio. Sin embargo, cuando fueron sometidos al inclemente escrutinio del acelerómetro (un podómetro avanzado), resultó que la mayoría de ellos caminaban la mitad de lo que creían.
2. Entiende la zona de quema de grasa
Muchos hemos escuchado de la existencia de una zona de quema de grasa. Durante la actividad física moderadamente intensa, tu cuerpo recurre a los carbohidratos almacenados para obtener combustible. Sin embargo, cuando el ejercicio es menos intenso —por ejemplo si realizas una caminata en lugar de trote—, tu cuerpo quemará una cantidad mayor de calorías de grasa. Según el doctor Carey, esto no significa que perderás peso. Hace poco, Carey publicó una serie de fórmulas en el Journal of Strength and Conditioning Research, las cuales establecían los ritmos cardiacos en los que una persona maximiza la quema de grasa. “El ritmo cardiaco de entre 105 y 134 latidos por minuto representa la zona de quema de grasa”, explica el doctor Carey. El problema de hacer ejercicio en esta “zona” es que en realidad no estarás quemando muchas calorías. La carga de trabajo es demasiado ligera. Si quieres incinerar tantas calorías como lo harías con un ejercicio más intenso, debes ejercitarte por un periodo de tiempo más largo. Muchos de nosotros no somos capaces. Además, las calorías de grasa suelen venir de la comida más reciente, no de tus lonjitas. Así que no te engañes, no lograrás mucho con una caminata ligera y breve. “Probablemente la mejor opción sea ejercitarte al ritmo máximo dentro de dicha zona —sugiere el doctor Carey—; de este modo quemarás más calorías en general.”
3. Llega a tu límite
Al parecer, el ejercicio intenso es la única manera de incitar el afterburn o la quema de calorías posterior al ejercicio. Se trata de un fenómeno en el que el metabolismo se mantiene activo durante varias horas después de la actividad y sigue quemando calorías sin necesidad de hacer esfuerzo adicional. Múltiples estudios han mostrado que el ejercicio ligero no genera afterburn. Sin embargo, existe evidencia de que el ejercicio largo y dolorosamente intenso genera recompensas a corto plazo, pues incrementa el ritmo metabólico casi de inmediato. Este tipo de ejercicio no es para los débiles de corazón (o para aquellos que no cuenten con la aprobación de su cardiólogo). “La indicación es que el ejercicio debe ser vigoroso y prolongado”, dice el doctor Nieman, quien dirigió el estudio antes mencionado sobre el afterburn. “Caminar es un ejercicio maravilloso”, dijo. “No quiero desalentar a las personas que caminan. Los beneficios para la salud general son impresionantes”, pero si esperas que genere una quema amplificada de calorías posterior, “prepárate para la decepción”. ¿Qué aconseja? “Para sacarle mayor provecho al ejercicio”, en términos de pérdida de peso, “aumentar la intensidad es la mejor opción”. En vez de caminar, corre, o “carga una mochila con peso mientras subes y bajas escaleras”. Aunque te parezca terriblemente doloroso, sáltate el helado de celebración, a menos que seas de esas personas que se preocupan por mantener su peso actual. En ese caso, puedes guardarte tus problemas.
4. Ejercítate antes del desayuno
Quizá te resulte desagradable pararte de la cama ponerte de inmediato los zapatos deportivos, pero muchos estudios confiables han demostrado que hacer ejercicio en ayuno, incluso si se trata de actividad intensa, genera una mayor quema de grasa que si se hace después de consumir alimentos. Recuerda, mucha de la grasa quemada proviene de las comidas recientes, no de los depósitos del cuerpo. Sin embargo, este método ha demostrado ser efectivo para evitar el aumento de peso, incluso con una dieta rica en grasa. Además, el perfil metabólico mejora, lo cual hace del ejercicio al amanecer un asunto mucho más aceptable. Cuando por fin llegue la hora de desayunar, procura comer huevo. Otra investigación demostró que cuando las personas saludables comen huevos en el desayuno, disminuyen el consumo de calorías durante el resto del día a comparación de los días en los que optan por un emparedado o algún otro alimento rico en carbohidratos.
5. Levántate y anda
“Cierta evidencia emergente sugiere que, a diferencia de los episodios de actividad intensa, la ambulación de baja intensidad, permanecer de pie, etc., pueden contribuir al gasto diario de energía, lo cual evita el efecto de la compensación calórica”, escribió el doctor Braun en un boletín reciente publicado por el Colegio Americano de Medicina del Deporte. Esto significa que es posible perder peso mientras lees este libro, siempre y cuando permanezcas de pie. Durante una investigación en el laboratorio del doctor Braun, los voluntarios pasaron todo un día sentados en una silla de ruedas. En otra sesión permanecieron parados “sin realizar alguna actividad en particular”, evitando saltar, correr o hacer ejercicio de cualquier tipo, dijo el doctor Braun. Sólo estuvieron parados. La diferencia en el gasto de energía de la misma persona durante las dos sesiones fue notable y se tradujo en “cientos de calorías”, dijo Braun, y los voluntarios no mostraron incremento alguno en los niveles de hormonas estimulantes del apetito. Los parados quemaron calorías sin sentirse motivados a comer más. Si deseas perder peso, explica el doctor Braun, “salir a correr no es la única opción. Sólo deja la silla de lado”.