ALEXEI notó el cambio en ella. Un minuto antes estaba llorando desconsoladamente, al siguiente se había puesto de puntillas para devolverle el beso.
Y era una tentación. Más que eso. Alexei dejó que lo besara, luchando contra su propia reacción. Sabía a la sal de sus lágrimas y a tristeza y, no sabía por qué, quería ayudarla.
Era su mayor defecto, aquel deseo de proteger y consolar a quienes lo necesitaban. Había pasado años luchando por su familia, años que habían sido una carga...
Pero no había nada que pudiera hacer por aquella chica. Aunque sería muy fácil aceptar lo que le ofrecía, tan fácil tomarla entre sus brazos y llevarla a su dormitorio, no iba a hacerlo.
No estaba besándolo porque lo desease. Estaba haciéndolo para demostrarse algo a sí misma. Y a Alexei no le apetecía ser el objeto en el que descargara su rabia y su desilusión.
Su reacción ante la noticia de que su hermana y Russell eran amantes no había sido la que él esperaba. La había creído una mujer fría y calculadora realizando una misión para su amante. No se había parado a pensar que tal vez estaba preocupada de verdad o que no sabía que su hermana no estaba perdida sino en la habitación de Chad Russell.
No le gustaba lo que le habían hecho sentir sus lágrimas, pero la desesperación de aquel beso lo había conmovido.
Porque le recordaba cosas que quería olvidar. Recuerdos de una mujer pálida y triste en la cama de un hospital, los labios resecos y una solitaria lágrima deslizándose por su mejilla mientras susurraba que lo quería mucho...
La última persona que lo había amado en este mundo había muerto y él no había podido salvarla porque, aunque era un príncipe, entonces estaba arruinado y no había podido pagar el mejor tratamiento para la leucemia. Tras la muerte de Katerina, había jurado por su memoria que no volvería a ser pobre el resto de su vida. Y que se vengaría del hombre que se lo había robado todo antes de volver a Estados Unidos con la escritura de las tierras que su madre había malvendido y el petróleo que había en ellas.
Tim Russell los había dejado en la ruina y, aunque para ayudar a Katerina sólo necesitaría una minúscula fracción de la fortuna que había amasado con sus tierras, se había negado a ayudarlo.
Alexei había reunido dinero para viajar a Dallas y suplicarle por la vida de su hermana, pero se había encontrado con un frío desdén por parte de Tim Russell. Aún se recordaba a sí mismo en la oficina, en uno de los rascacielos de la ciudad, atónito y enfermo al ver tanta ostentación. Él había querido esa vida para su familia y lo ponía enfermo pensar que la habrían tenido si aquel hombre no se la hubiera robado.
Una vez que Katerina murió, Alexei creó Prospecciones Voronov gracias a su coraje y a su título de ingeniero por la universidad de Moscú. Anhelaba más que nada en el mundo recuperar todo lo que había perdido y destruir a Russell en el proceso.
Había tardado años, pero estaba en la cima del éxito y tenía la victoria sobre los Russell cada vez más cerca. Si pudiera dar marcha atrás en el tiempo y salvar la vida de su hermana, devolvería todo su dinero y abandonaría la idea de vengarse...
Pero no había marcha atrás. La vida seguía adelante por mucho dinero que uno tuviese. El dinero no había ayudado a Tim Russell cuando llegó su momento y no ayudaría a su hijo cuando Alexei por fin consiguiera el control de la empresa Russell.
Alexei apartó suavemente a Paige y, por un momento, pensó que iba a ponerse a llorar de nuevo. Pero no lo hizo; se abrazó a sí misma y lo miró con los ojos llenos de dolor.
Era imposible no sentir compasión por ella. Esas lágrimas habían sido reales, fuera cual fuera la razón por la que estaba allí.
Y tal vez, sólo tal vez, podría utilizar su furia contra Russell a su favor. Era su secretaria y debía tener información sobre el negocio.
Una información que él podría utilizar.
–Estás dolida y triste, lo entiendo. Pero mañana lo lamentarías –le dijo, apartándole un mechón de pelo de la frente.
–Da igual. Paige se encogió de hombros, como si no importara. Sin embargo, él sabía que importaba y mucho. –Creo que deberías dormir. Mañana, todo te parecerá más sencillo.
¿Cuántas veces le había contado esa mentira a Katerina? Los dos sabían que lo era, pero necesitaban mentir para salir adelante.
–Tengo que estar de vuelta en el hotel a las ocho. Chad... mi jefe tiene una reunión muy importante.
–Lo sé.
–¿Por qué lo sabes?
Alexei sonrió. Era un riesgo, pero si no era sincero con ella, Paige no confiaría en él. Y quería su confianza ahora que Russell la había traicionado. Era vital para su nuevo plan.
–Porque va a reunirse conmigo.
Ella lo miró, con los ojos abiertos de par en par. Por primera vez desde que la conoció, de verdad creía que no sabía quién era y eso redobló su propósito. Destruiría la empresa Russell gracias a aquella mujer.
–¿Tú eres el señor Valishnikov?
–No, soy la otra V.
Paige se quedó boquiabierta.
–Dios mío... ¿tú eres el príncipe Voronov?
Estaba nevando mientras el Mercedes atravesaba la ciudad. Gruesos copos cubrían el pavimento, convirtiéndolo todo en un paisaje blanco. Paige miraba por la ventanilla del coche. Nunca había visto tanta nieve... ¡y en el mes de abril!
En Dallas hacía calor en esa época del año y en Atkinsville, en la costa del golfo, donde había crecido, siempre hacía buen tiempo.
Quería volverse hacia el hombre que iba con ella para darle las gracias por llevarla al hotel tan temprano, cuando la reunión no tendría lugar hasta dos horas más tarde, pero no podía mirarlo.
Alexei Voronov. Un príncipe. Había besado a un príncipe. Había intentado seducirlo al descubrir que su hermana se acostaba con Chad Russell... y él la había rechazado.
Bueno, claro, era lógico. No sólo era un príncipe ruso, también era un hombre guapísimo y multimillonario. No era la clase de hombre que se interesaría por una chica como ella.
Paige se puso colorada al recordar cómo lo había besado en la Plaza Roja, cómo se había apretado contra él, cómo la deliciosa presión de su cuerpo había estado a punto de provocarle un orgasmo.
Un juego, pensó. Algo que habían hecho para salvarse de esos borrachos violentos.
Pero el hombre que la había rescatado no era sólo un príncipe. Era el príncipe Voronov y Chad lo odiaba a muerte. Según Chad, el príncipe estaba decidido a absorber la empresa Russell y podría hacerlo si compraba las tierras de Valishnikov.
Si lo conseguía, la empresa Russell dejaría de existir.
Se perderían puestos de trabajo... gente como ella misma se quedaría sin empleo. Podría encontrar otro trabajo, pero con los problemas económicos que atravesaba el país, ¿cuánto tiempo tardaría en hacerlo? ¿Y cómo pagaría el alquiler, la luz, el gas, el teléfono hasta entonces?
Y algo mucho peor, ¿encontraría trabajo a tiempo para pagar la universidad de Emma?
La noche anterior había tenido tiempo para pensar, mientras daba vueltas y vueltas en la cama de la habitación de invitados a la que Alexei la había llevado, y se dio cuenta de que, aunque estaba dolida, no todo era culpa de Emma.
Ella nunca le había contado que estaba enamorada de Chad y no era justo enfadarse con su hermana.
Emma no podía evitar ser una chica alegre y llena de vida; era lógico que Chad se hubiera sentido atraído por ella.
–Estás muy callada.
Paige volvió la cabeza para mirarlo. ¿Vería compasión en sus ojos?, se preguntó. Le gustaría que hubiese olvidado que se había echado en sus brazos cuando le contó que Chad y Emma estaban juntos en su habitación del hotel. Le gustaría desaparecer, hacerse invisible, pero como eso no iba a pasar, se obligó a sí misma a poner buena cara.
–Estaba pensando... en Dallas no nieva en el mes de abril.
La sonrisa de Alexei le aceleró el corazón.
–Ah, claro, vives en un clima tropical.
–No, no es un clima tropical.
–Comparado con Moscú, sí –bromeó él.
Paige tragó saliva. Era tan guapo, tan agradable a la vista... ¿qué habría pasado si no se hubiera apartado?, se preguntó.
–Sí, eso es verdad.
–Deberías ver mi casa en San Petersburgo –siguió él–. Es una vieja finca que tiene cientos de años. La nieve es inmaculada, tan blanca que te ciega. Hay lobos que aúllan durante la noche y las estrellas brillan tanto que no te lo puedes creer. Es un sitio perfecto para dar un paseo en troika.
Parecía la imagen de una película: una pareja envuelta en una manta de piel, atravesando un paisaje nevado en un trineo tirado por caballos. Tan romántico, aunque por supuesto Alexei no lo había dicho con esa intención.
–Debe ser preciosa.
–Tal vez puedas verla algún día.
El corazón de Paige se volvió loco. ¿Estaba flirteando con ella?
No, imposible. Aquel hombre debía salir con estrellas de cine y modelos, no con secretarias tan ingenuas y apocadas que sólo podían admirar a un hombre desde lejos.
–No veo cómo, aunque es muy amable por tu parte. Nos vamos dentro de unos días y san Petersburgo no está en nuestro itinerario.
–¿Piensas volver con tu amante después de lo que te ha hecho?
–Chad Russell es mi jefe, no mi amante –respondió Paige, sorprendida.
–¿Ah, sí?
–Sí.
Alexei tomó su mano para llevársela a los labios y ella se quedó tan sorprendida que no la apartó.
–Entonces, él se lo pierde. Pero para mí es estupendo.
–No sé por qué. Anoche tuviste una oportunidad y no la aprovechaste –dijo Paige.
¿Lo había dicho en voz alta?
La risa de Alexei fue totalmente inesperada.
–Cuando te haga mía,maya krasavitsa, no será mientras lloras por otro hombre.
Ella se puso colorada hasta la raíz del pelo.
–No estaba llorando por Chad.
Su expresión decía que no la creía y Paige volvió la cabeza para mirar por la ventanilla de nuevo. Maldito fuera por ser tan perceptivo, pensó.
Alexei no era nada para ella a pesar de la atracción que sentía por él y cuando la dejase en el hotel no volvería a verlo.
–Creo que tal vez estás enamorada de Chad Russell, aunque no sea tu amante. Y creo que estás amargamente decepcionada al saber que ha elegido a tu hermana y no a ti.
Paige se volvió de nuevo, sorprendida y furiosa.
–¡No sabes de qué estás hablando!
–No soy ciego.
¿Tan transparente era? ¿También lo sabría Chad?, se preguntó.
–Déjeme en paz, príncipe Voronov.
–Alexei, por favor –dijo él, irónico.
–Agradezco tu ayuda, pero eso no te da derecho a diseccionar mi vida para divertirte. Tú no sabes nada sobre mí, así que ahórrame las especulaciones.
El coche se detuvo pero Paige no podía apartar la mirada de aquel hombre. Sus ojos grises no eran fríos como esperaba sino cálidos, como si pudieran ver dentro de su corazón.
–Entonces te pido disculpas –dijo él, después de lo que le pareció una eternidad–. No quería hacerte daño.
La puerta se abrió y Paige se dio cuenta de que habían llegado al hotel. Pero le costaba trabajo apartarse.
La próxima vez que lo viera sería en una reunión de trabajo. Alexei no se fijaría en ella... y ella no quería que lo hiciese.
Si Chad supiera que había pasado la noche con el príncipe Voronov, aunque no hubiera habido nada entre ellos, se subiría por las paredes.
Y ella se quedaría sin trabajo.
–Gracias por tu ayuda –volvió a decir, intentando sonreír–. Bueno, supongo que tenemos que despedirnos.
–Ah, pero esto no es una despedida. Volveremos a vernos, Paige Barnes. Nos veremos a menudo, te lo prometo.
Paige bajó del coche y entró en el vestíbulo del hotel sin mirar atrás. Le ardía la cara a pesar del frío y tuvo que quitarse el abrigo cuando subió al ascensor.
¿Por qué Alexei Voronov la inquietaba tanto? Sí, se habían saltado un par de pasos durante ese encuentro nocturno en la Plaza Roja, pero un beso sólo era un beso, ¿no?
No, definitivamente no lo era. Pero eso no significaba que sus besos fueran extraordinarios. Y además, ¿cómo iba a saberlo ella? Desde luego, no tenía mucho en lo que basarse.
Paige sacó la tarjeta magnética y entró en la habitación que compartía con Emma, intentando disimular su angustia.
–¿Dónde has estado? Estaba preocupadísima por ti.
Paige cerró la puerta y se volvió para mirar a su hermana.
–Lo siento, cariño. No podía dormir y salí a dar un paseo –la mentira salió de su boca con total naturalidad, aunque ella no estaba acostumbrada a mentir. Pero eso era más fácil que contarle la verdad.
Y más seguro, ya que Emma era una charlatana. Sin darse cuenta, le contaría a todo el mundo que había pasado la noche con el presidente de Prospecciones Voronov y ése sería el final de Paige Barnes en la empresa Russell. Estaría en el próximo avión con destino a Dallas, sin referencias y sin trabajo.
Y ni siquiera quería pensar en las repercusiones para Emma y su romance con Chad.
Emma apartó su gloriosa melena rubia, haciendo un puchero de esos a los que Paige estaba acostumbrada.
–Podrías haberme dejado una nota.
–¿Por qué? Tú nunca despiertas antes de las ocho.
Su hermana tuvo el buen juicio de mostrarse arrepentida.
–Pero hoy he despertado antes y, al ver que no estabas en la cama, he estado a punto de llamar a Chad para salir a buscarte.
Déjà vu.
Paige dejó su abrigo sobre el sofá, agradeciendo a la suerte haber vuelto cuando lo hizo. Lo último que necesitaba era que Chad fuese a buscarla.
–Estoy aquí ahora, así que puedes dejar de preocuparte.
–Llevas la misma ropa que ayer –señaló su hermana.
Paige se puso colorada.
–Cuando desperté... volví a ponerme la ropa que me había quitado por la noche. Y ahora tengo que ducharme antes de ir a la reunión –casi había llegado al cuarto de baño cuando se volvió para mirarla–. Tú no volviste anoche a la habitación. ¿Dónde estabas?
Su hermana sonrió. Era típico de Emma no preocuparse por nada. Sencillamente, no se le ocurrió que a ella le hubiese preocupado su ausencia. Esperaba que Paige siempre estuviera a su lado, pero no parecía pensar que ella debía hacer lo mismo.
–Estaba con una persona... y creo que estoy enamorada. Paige tuvo que hacer un esfuerzo para mostrarse calmada, aunque su corazón latía a mil por hora. –Qué rápido, ¿no? Si lo has conocido en Moscú, no puedes saber nada de ese hombre.
–Paige... –empezó a decir Emma, su rostro brillaba de felicidad–. No iba a contártelo de momento porque sabía que te preocuparías, pero es Chad.
Ella parpadeó.
–¿Estás enamorada de Chad? Pero si apenas lo conoces... –Llevo un mes saliendo con él. Paige se dejó caer sobre un sillón. Un mes. Un mes
de mentiras, de engaños. Ahora entendía por qué Chad no le había pedido que enviase flores y regalos como de costumbre.
Y empezaba a entender por qué la había invitado a comer: para hablar de su hermana.
–No tenía ni idea –dijo por fin.
Emma se arrodilló frente a ella, tomando su mano.
–Lo siento mucho, pero Chad pensaba que tú podrías llevarte un disgusto. Queríamos mantenerlo en secreto hasta que supiéramos lo que sentíamos el uno por el otro.
Paige tenía las manos heladas en contraste con las manos cálidas de Emma. Una hermana se llevaba todo el calor mientras la otra estaba fría y vacía. No le parecía justo.
–¿Y un mes te parece tiempo suficiente para saber si estás enamorada? La sonrisa de Emma dejaba claro que estaba convencida.
–A veces, una sabe esas cosas.
A pesar del dolor que eso le producía, Paige se alegraba al verla tan feliz porque siempre había querido lo mejor para ella. Aunque sólo se llevaban cinco años, a menudo se sentía más como una madre que como una hermana.
Pero la beatífica sonrisa de Emma la preocupaba.
–Yo llevo dos años trabajando para Chad Russell, cariño, y te aseguro que en ese tiempo ha salido con infinidad de mujeres.
–Lo sé, él mismo me lo ha contado. Pero me quiere y está dispuesto a casarse conmigo.
El corazón de Paige se rompió en mil pedazos. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que había vivido para Emma. ¿Qué haría cuando su hermana se fuera?
¿Y qué podía decir en aquel momento? Emma la miraba con los ojos llenos de esperanza, pero Paige no podía dejar de preocuparse. ¿Iría Chad en serio? ¿De verdad olvidaría sus días de playboy para hacer feliz a Emma o sencillamente quería un romance y no tenía intención de casarse? Era un hombre muy rico y se movía en un círculo social completamente diferente al de su hermana. ¿Aquello sería real o una simple aventura?
–¿Habéis fijado una fecha para la boda?
Emma negó con la cabeza.
–Lo haremos cuando volvamos a Dallas. Ahora mismo está muy preocupado por ese contrato.
El corazón de Paige dio un vuelco dentro del pecho. Pero no sabía si era por la preocupación sobre las intenciones de Chad o sobre el contrato del que dependía el futuro de la empresa Russell. Porque cuando pensaba en las razones por las que estaban en Moscú, también pensaba en Alexei.
Alexei Voronov la había ayudado cuando lo necesitaba, la había abrazado mientras lloraba y la había besado de tal forma que casi le suplió que la llevase a su cama...
Pero no era sólo un hombre, era el príncipe Voronov y estaba decidido a destruir la empresa Russell. Y si lo conseguía, también destruiría el futuro de Chad y Emma.
Paige se levantó para abrazar a su hermana.
–Me alegro de que seas feliz y espero que Chad se dé cuenta de la suerte que tiene. Porque si no es así... me lo cargo.
Emma rió, devolviéndole el abrazo.
–No te preocupes por mí. Si hace falta, me lo cargaré yo misma.
–No tengo la menor duda –dijo Paige–. Y ahora, tengo que arreglarme para ir a la reunión.
Mientras se desnudaba para meterse en la ducha no podía quitarse de encima un extraño presentimiento. Seguía dolida por la noticia de que Emma estaba enamorada de Chad, pero no era eso.
Era el príncipe Voronov quien la inquietaba porque intuía que era un hombre muy peligroso.
Y no sólo para la empresa Russell sino para ella misma. Deseaba verlo otra vez, aunque lo mejor sería que la ignorase en la reunión, como si no la conociera de nada.
Pero sabía que no lo haría. Lo que no sabía era por qué eso la hacía feliz.