Capítulo 8

Un mes más tarde...

Paige apagó el despertador, haciendo un esfuerzo para sentarse en la cama. Cada día parecía amanecer antes y durante las últimas dos semanas le costaba un mundo despertarse. Y no era el jet lag. Habían vuelto a Dallas un mes antes y el jet lag se le había pasado en unos días.

Pero estaba cada día más cansada, como si necesitara una descarga de cafeína en las venas para poder moverse. Tomaba varios cafés por la mañana, pero a mediodía ya estaba cansada de nuevo. Y cuando llegaba a casa, lo único que le apetecía era meterse en la cama.

Nada había sido igual desde que volvió de Rusia. Había encontrado trabajo en un bufete la semana anterior, gracias a Mavis, que también se había negado a trabajar para Alexei Voronov después de pasar tantos años con Chad y su padre. El sueldo no era tan bueno como en la empresa Russell, pero podría arreglárselas.

Paige encontró fuerzas para saltar de la cama y ponerse un albornoz, pero antes de ducharse necesitaba una taza de café.

–Qué mal aspecto tienes –dijo Emma cuando entró en la cocina.

–Gracias –murmuró Paige, irónica.

Su hermana tampoco estaba precisamente en su mejor momento, pero por una razón bien diferente. Desde que volvieron a Texas apenas había visto a Chad, que estaba en Alaska, haciendo negocios con unos amigos de su padre. Había puesto su fortuna personal en la compañía Russell y cuando la empresa se declaró en quiebra, también él tuvo que hacerlo.

De modo que la boda entre Emma y Chad había sido pospuesta y, en su opinión, no había visos de que fuese a tener lugar. Por eso oía llorar a Emma todas las noches en su habitación. Paige odiaba a Alexei Voronov por muchas razones, pero ésa era la principal.

Suspirando, tomó un sorbo de café, pero el sabor la hizo sentir arcadas y dejó la taza sobre la encimera.

–¿Qué haces despierta tan temprano?

Emma frunció el ceño.

–Tengo exámenes finales. ¿Qué te pasa, estás enferma?

Paige se llevó una mano al estómago. Llevaba semanas haciéndose esa pregunta.

–No lo sé.

–Estás muy pálida, deberías quedarte en casa.

–No puedo, soy nueva en el bufete y no quiero tener problemas.

–Pero no estás bien. Si quieres, yo llamaré a Mavis.

Paige hizo un gesto con la mano.

–No, por favor. Se me pasará en cuanto me duche.

Pero después de ducharse no se sentía mejor en absoluto, al contrario. Sentía náuseas y tuvo que inclinarse sobre el inodoro para vomitar.

Tal vez Emma tenía razón, tal vez era algún virus.

Paige se puso un pantalón oscuro y un jersey azul y se dirigió al bufete, sin desayunar. Pero la mañana fue una tortura. Intentó comer un donut que le había llevado Mavis pero, de nuevo, tuvo que ir al baño dos veces a vomitar, aunque no había comido nada.

Cuando volvió a su escritorio, Mavis la miró con cara de sorpresa.

–¿Qué te pasa? Estás muy pálida.

Paige se dejó caer sobre la silla, con una mano en el estómago.

–No lo sé. Debe ser una intoxicación alimentaria o algo así. Tengo el estómago fatal.

–Podría ser –asintió Mavis, colocándose un lápiz en el pelo– pero llevas unas semanas muy cansada y con mala cara. ¿Has vomitado?

–Desde esta mañana no paro de hacerlo.

–¿Qué síntomas tienes?

–Estoy muy cansada y me cuesta mucho levantarme de la cama.

Mavis hizo una mueca.

–No tendrás novio, ¿verdad?

Paige negó con la cabeza.

–Ya sabes que no. ¿Por qué lo dices?

–Porque si tuvieras novio te preguntaría cuándo fue la última vez que tuviste la regla y sugeriría que te hicieras una prueba de embarazo.

–¿Qué? –exclamó Paige.

–Pero como no puede ser eso porque no tienes novio –siguió Mavis– deberías ir al médico. Tal vez tengas la gripe o una de esas gastroenteritis que hay por ahí. Aunque me recuerdas a mi hija cuando se quedó embarazada de los gemelos. La pobre no podía comer nada y estaba todo el día en la cama.

Paige experimentó un escalofrío de aprensión. Pero no podía ser. Alexei había usado preservativo y sólo lo habían hecho una vez. ¡Era imposible que estuviese embarazada!

Sin embargo, su cerebro trabajaba a toda velocidad haciendo las cuentas...

El teléfono sonó en ese momento y Mavis contestó, evitándole tener que seguir hablando del asunto. Mientras ella hablaba, Paige se quedó pensativa. No recordaba la última vez que tuvo el período, pero eso no significaba nada. Podría ser el estrés del viaje a Rusia, algún retraso sin importancia... sí, tenía que ser eso: estrés y un virus estomacal.

Aunque lo mejor sería comprobarlo porque la preocupación significaba más estrés. Y la única manera de solucionarlo era pasar por la farmacia para comprar una prueba de embarazo.

Paige intentó concentrarse en el trabajo, aunque no dejaba de darle vueltas a la cabeza. Afortunadamente, media hora después el señor Ramírez, uno de los socios del bufete, le dijo que podía irse a casa.

Media hora después se sentía un poco mejor, pero el paquetito que llevaba en el bolso podría cambiarlo todo.

Paige lo sacó, con el corazón acelerado. ¿De verdad era necesario? ¿Sería posible?

Cualquier cosa era posible, por supuesto. Y cuando la prueba diese negativo, pediría cita con su médico. Tal vez era alérgica a algo o había contraído un extraño virus en Rusia.

Veinte minutos después, y una vez leídas las indicaciones atentamente, las siguió al pie de la letra y, mientras esperaba, fue a la cocina porque tenía el estómago vacío.

Con un yogur en la mano, volvió al cuarto de baño para revisar la prueba. Sólo había pasado un minuto, pero la ventanita digital ya tenía una respuesta.

La cuchara que tenía en la mano cayó en el lavabo y Paige tuvo que hacer un esfuerzo para sujetar el yogur.

Embarazada.

Nerviosa, tomó la barrita para mirarla de cerca. Tal vez había visto mal... pero no.

¡Estaba embarazada! Iba a tener un hijo con un príncipe ruso.

No le parecía real, no le parecía posible. Y, sin embargo, la prueba no mentía.

Paige pudo llegar al sofá antes de caer al suelo porque las piernas no la sostenían. ¿Qué iba a hacer?, se preguntó, llevándose una mano al abdomen. ¿De verdad había una vida dentro de ella? ¿Un hijo de Alexei?

Podría terminar con el embarazo y nadie lo sabría nunca. Podría gestar al bebé y darlo luego en adopción. O podría tener a su hijo.

Paige apretó las manos sobre su abdomen en un gesto posesivo. Sabía lo que iba a hacer, quería a aquel niño con una fuerza que la sorprendía. Tendría a su hijo y lo criaría sola. No sería fácil, especialmente ahora que su sueldo se había visto reducido, pero ella ya sabía lo difícil que era. Ya sabía lo que era trabajar a todas horas para criar a un niño porque lo había hecho con su hermana.

No sería fácil, pero se acostumbraría.

Pero ¿y Alexei?

Paige se mordió los labios. ¿Debía ponerse en contacto con él? No, Alexei era un hombre frío y cruel que había fingido ser algo que no era.

Había fingido ser solícito, amable y había fingido un interés por ella que en realidad no sentía con el propósito de sacarle información sobre la empresa Russell. Cuando ya no necesitaba esa información la había descartado como si fuera un estorbo y no había vuelto a ponerse en contacto con ella desde entonces.

Alexei había encontrado a Emma cuando estaba en la habitación de Chad, de modo que si hubiera querido encontrarla a ella en Dallas lo habría hecho. Pero, sencillamente, no quería encontrarla.

De hecho, aunque le dolía reconocerlo, probablemente no había vuelto a pensar en ella. Desde que la dejó en la puerta del hotel, la había borrado de su mente.

Lo sabía porque había visto una fotografía de Alexei en un reciente estreno de Hollywood. Iba con una actriz guapísima que se agarraba a su brazo y le sonreía como si fuera el centro del universo.

Paige experimentó una punzada de celos que intentó controlar de inmediato. La actriz descubriría pronto lo cruel que podía ser el príncipe Voronov. Era uno de los hombres más deseados del mundo, pero sólo para quien no lo conocía.

Y cuando pensó en su hermana, su odio por Alexei aumentó.

No, no se pondría en contacto con él. Alexei había dejado claro lo que pensaba sobre esa noche. Era algo que ya había olvidado y era ella quien tendría que lidiar con las consecuencias.

Alexei se decía a sí mismo que, sencillamente, quería devolverle los guantes que había olvidado en el palacio. Y el abrigo, el pañuelo y el gorro de piel que había dejado en el hotel dentro de una bolsa, con órdenes de que la llevaran a su oficina.

Debería haberlo esperado. Paige era orgullosa y obstinada y era previsible que hubiera querido decir la última palabra.

Se preguntó entonces por qué había conservado los guantes. Los había encontrado el fin de semana siguiente, sobre la mesilla de la habitación, donde alguna criada debía haberlos dejado porque recordaba perfectamente que Paige se los había quitado para tocarlo.

Alexei cerró los ojos. Para tocarlo...

Esa noche, en el palacio, le había hecho el amor con una intensidad que lo dejó sorprendido.

Y no había vuelto a estar con una mujer desde entonces. Había pensado hacerlo, incluso había salido con una preciosa actriz recientemente, pero la noche terminó cuando la llevó a su casa y se despidió con un casto beso en la puerta.

Sencillamente, no lo excitaba como Paige.

Paige Barnes, que llevaba gafas y trajes aburridos y que lo había besado como si necesitara sus caricias para respirar.

Había querido volver a verla y ya que estaba en Dallas para explorar su reciente adquisición, no tendría que esperar más. La vería y le devolvería el maldito abrigo.

La empresa Russell era suya por fin y, aunque había pensado que sentiría un gran placer al entrar en las lujosas oficinas como propietario, no había sido tan dulce como esperaba. Por un momento, mientras estaba en el despacho en el que Tim Russell le había negado su ayuda, se sintió más vacío que nunca.

¿Por qué?

La limusina que había contratado lo llevó a su hotel, a las afueras de la ciudad, en una zona residencial con grandes mansiones y jardines bien cuidados.

Paige había mantenido su palabra y se había ido de la empresa, pero sabía que trabajaba en un bufete y que a aquella hora estaría en su casa. Había pensado ir a verla a la oficina, pero decidió que sería mejor hacerlo en privado.

¿Qué diría cuando volviese a verlo? ¿Volvería a ver un brillo de deseo en sus ojos o lo miraría con odio? Quería lo primero y esperaba, por ella, que fuese lo último.

Porque, aunque no debería, seguía deseándola como loco. Y aunque acostarse con ella sería placentero, no tenía más que darle y no le arrebataría nada más... aunque no hubiese podido evitar llevarle el abrigo en persona.

Por fin, el coche se detuvo frente a una casa de piedra marrón con un porche cubierto. Era una casita agradable y el jardín parecía bien cuidado.

Alexei tomó la bolsa y llamó al timbre. Había una mujer de pelo gris en el porche de la casa de al lado, mirándolo fijamente. Cuando le sonrió, ella entró en la casa a toda prisa. Aunque no le pasó desapercibido que seguía fisgoneando desde la ventana.

Y, por fin, la puerta se abrió. Alexei no sabía lo que había esperado que ocurriera cuando volviese a verla, pero desde luego lo que no había imaginado era sentir aquella pulsación en la entrepierna.

–Hola, Paige –la saludó, mirándola de arriba abajo.

Llevaba un pantalón corto que dejaba al descubierto sus bien torneadas piernas y un top que se ajustaba a sus generosos pechos. Su pelo oscuro estaba sujeto en la típica coleta... y no parecía precisamente contenta de verlo.

–¿Qué haces aquí? –le espetó ella.

Alexei levantó la bolsa.

–Devolverte tu abrigo.

Paige se agarró al quicio de la puerta.

–No lo quiero, príncipe Voronov. Gracias por venir, pero márchese, por favor.

–Qué formal... considerando lo que ha habido entre nosotros.

Le encantó ver que se ponía colorada. Tan sensual, tan inocente a la vez. Eso era lo que recordaba, lo que anhelaba.

–Yo... –de repente, el rostro de Paige se volvió de una tonalidad casi verdosa–. Perdona... –fue lo único que pudo decir antes de entrar corriendo en la casa.

Alexei cerró la puerta y, dejando la bolsa sobre una silla, la siguió hasta el baño, donde la encontró vomitando.

–¿Qué te pasa, estás enferma? ¿Quieres que llame a un médico?

–No –respondió ella desde el otro lado–. Me sentiré mejor cuando te vayas, así que vete. ¡Y llévate el abrigo!

–Como tú quieras –dijo Alexei. Aunque no tenía la menor intención de hacerlo.

En lugar de eso, entró en la cocina y se sentó en un taburete. Desde allí se veía el cuarto de estar con un enorme sofá, un par de sillones y un televisor. No era suntuoso pero sí hogareño, acogedor.

Tras la muerte de su padre, él había vivido en una casa no mucho más grande que aquella. Lo único que heredaron fue una pequeña cantidad de dinero y una finca que todo el mundo pensaba que no valía nada. Pero a él le encantaba esa finca de niño. No tenían mucho dinero, pero Katerina y él jugaban durante horas en el bosque, por el que pasaba un riachuelo. Nadaban, correteaban y se subían a los árboles como monos...

Eran muy felices. A los niños les daba igual que hubiese dinero en la casa mientras tuvieran comida en la mesa y alguien que los quisiera de verdad.

Más que nada, Alexei soñaba con devolverle a su madre el estilo de vida que había disfrutado cuando era la princesa Voronov. Y había trabajado sin descanso para conseguirlo, pero el éxito le llegó demasiado tarde.

Había recuperado el palacio familiar y otras casas en varios países, pero en ninguna de ellas tenía la sensación de estar en su hogar, esa sensación que recordaba de la infancia. En aquella casa, sin embargo, sí experimentaba esa sensación.

Un hogar era algo más que un montón de ladrillos y muebles, era una sensación indefinible. Alexei anhelaba tenerlo y, sin embargo, era algo que la vida le había negado durante muchos años.

Y que seguiría negándole, pero ya estaba acostumbrado. Cuando a uno no le importaba nada ni nadie, cuando no se tenía una sensación de hogar, no te lo podían arrebatar. Y él sabía por experiencia que era mejor así.

La puerta del baño se abrió y Paige salió al pasillo, tambaleándose. Pero al verlo, se quedó inmóvil.

–Has dicho que te ibas.

–He mentido.

Paige entró en la cocina y sacó de la nevera una botella de agua mineral.

–Eso se te da bien, ¿verdad?

–Yo nunca te he mentido.

–No, sencillamente no me contaste la verdad –dijo ella, antes de tomar un sorbo de agua.

–En realidad, sí lo hice. Te dije por qué querría tenerte cerca si trabajaras para mí.

–Ésa no era la verdad –replicó Paige, haciendo una mueca de desdén–. La verdad era: Paige, no me siento atraído por ti, pero quiero que lo creas y así me contarás los secretos de Chad Russell. Y luego le robaré la empresa y os dejaré a todos sin trabajo.

En sus ojos oscuros veía la rabia y el odio que había esperado. ¿Pero el miedo?

¿Por qué le tenía miedo?

–Yo no he robado nada –Alexei suspiró–. Lo que hice fue comprar una compañía. Y la atracción que sentía por ti no era una mentira.

Paige se llevó una mano a la frente.

–Muy bien, no robaste nada y de verdad te sentías atraído por mí. Te creo –le dijo–. Y ahora, por favor, ¿te importaría marcharte?

Alexei frunció el ceño.

–Deberías sentarte.

–Lo haré cuando te vayas.

–No voy a irme ahora mismo. Ven, siéntate en el sofá.

Paige lo miró, con los ojos muy abiertos.

–No lo puedes evitar, ¿verdad? Chascas los dedos y esperas que todo el mundo haga lo que tú quieres. Pues lo siento, pero ésta es mi casa y si no te marchas llamaré a la policía.

–Si te sientas, me iré –dijo Alexei. La amenaza de llamar a la policía no significaba nada para él, pero estaba claro que su presencia la alteraba.

Había hecho lo que tenía que hacer y no había razón alguna para quedarse. No había nada para él allí, nada para ninguno de los dos.

–Muy bien, de acuerdo –Paige entró en el salón y se dejó caer en el sofá–. Ya puedes irte.

–Necesitas un médico –dijo Alexei, preocupado al ver que seguía muy pálida. –Estoy bien. He tenido la gripe últimamente, pero me estoy recuperando.

–Entonces, me marcho. He dejado el abrigo y lo demás en la entrada. Haz lo que quieras con todo eso, pero no me lo devuelvas.

El teléfono empezó a sonar entonces pero Paige, pálida y con los ojos cerrados, no se levantó para contestar. Alexei no quería marcharse, pero ella no lo quería allí...

Cuando se volvía hacia la puerta saltó el contestador y en cuanto la persona que llamaba empezó a hablar, Paige se levantó del sofá.

Pero no fue lo bastante rápida. –Llamo de la consulta del doctor Fitzgerald para confirmar la ecografía de mañana. Tiene que traer...

Paige sentía que le daba vueltas la cabeza cuando colgó el teléfono. No había pensado que fueran a llamarla de la consulta del ginecólogo para recordarle una cita que había hecho el día anterior. ¿De verdad creían que iba a olvidarla?

Cuando levantó la mirada, sabía lo que iba a ver y lo temía al mismo tiempo.

Alexei tenía los ojos brillantes, el ceño fruncido.

–¿Por qué vas a hacerte una ecografía? –le preguntó con un tono helado que la hizo sentir un escalofrío.

Podría mentir, pero no se le ocurría una sola razón para hacerse una ecografía, aparte de un embarazo. Sabía que debía haber otras razones, pero en aquel momento tenía la mente en blanco.

–¿Por qué suelen hacerse ecografías las mujeres, príncipe Voronov?

¿Qué importaba que se lo dijera? La había seducido para conseguir información, sin pensar para nada en sus sentimientos. ¿Por qué iba a importarle un niño?

–No puedes estar embarazada.

Menudo arrogante.

–¿Por qué no? ¿Porque eso no era parte del plan? Pues te aseguro que puedo. Pero no te preocupes, no espero nada de ti.

Alexei permaneció en silencio durante un minuto.

–Estás mintiendo –dijo por fin–. No puedes estar embarazada.... usé preservativo.

Paige lo miró, desafiante.

–Por supuesto que no puedo, porque el gran príncipe Voronov ha decidido que es imposible. Haz el favor de marcharte, no te necesitamos.

En ese momento experimentó una oleada de náuseas. Intentó disimular, hacerse la fuerte para que se fuera. Pero, por su expresión, no estaba funcionando.

–¿Qué ocurre? Dime qué te pasa.

Paige intentó apartarse, pero Alexei la sujetó del brazo.

–Estoy embarazada, maldita sea. ¡Y si no me sueltas en este mismo instante, te vomitaré en el traje!

Él la soltó por fin y Paige corrió al cuarto de baño. Le habría gustado cerrar la puerta, pero no tenía fuerzas para hacerlo.

Notó que Alexei se sujetaba el pelo mientras se inclinaba sobre el inodoro para vomitar. Agradecía el gesto, debía admitir, pero al mismo tiempo le daba miedo porque le recordaba al Alexei que le había llevado a dar un paseo en latroika, el hombre que le había hablado de su familia con ese brillo de tristeza en los ojos. El Alexei amable, al que hubiese amado si fuera real y no una mentira.

Pero ¿no era parte de él ese otro Alexei?

No, no debía pensar eso.

Sólo quería que se fuera y no volviese nunca para no recordar. Había sido su primer amante de verdad y esa noche había sido mágica, preciosa...

Pero todo era mentira. Alexei había arruinado a Chad, había arruinado la felicidad de Emma y lo odiaba por ello. ¿Por qué pensaba en él sintiendo algo que no fuese desprecio?

Porque era el padre de su hijo y sentía una conexión con él. Una conexión profunda, misteriosa, que los uniría para siempre.

Pero ¿por qué él precisamente?, se preguntó.

Cuando terminó de vomitar, Alexei la ayudó a incorporarse y la tomó en brazos para llevarla al sofá. Paige no esperaba nada pero debía admitir que se sentía aliviada al haberle contado la verdad. Había hecho lo que debía y, al menos, su madre estaría orgullosa de ella.

Aunque Emma seguramente no volvería a dirigirle la palabra. Desde que descubrió que estaba embarazada el día anterior había temido contárselo a su hermana. No quería revelarle quién era el padre, pero temía no poder ocultarlo.

–Necesitas un médico –dijo Alexei, sacando el móvil del bolsillo. –No me pasa nada, las mujeres embarazadas tienen náuseas, es normal.

–Necesitarás un médico en el avión.

Campanitas de alarma empezaron a sonar en su cabeza.

–¿Qué avión? –preguntó Paige–. Yo no pienso ir a ningún sitio. Emma está a punto de llegar y pensábamos ver una película esta noche...

–Me marcho a San Petersburgo en dos días –dijo Alexei, inexpresivo–. Y tú vendrás conmigo.

Paige intentó levantarse, pero volvió a sentir una ola de náuseas.

–Yo no pienso ir a ningún sitio contigo. Mi vida está aquí, en Dallas.

–No, ya no. Si ese niño es hijo mío, tu vida está conmigo.