Escuché una historia de un ministro de Oregón a quien le asignaron dar consejería en una institución mental estatal. Su primera tarea fue en una celda acolchada que tenía pacientes dementes, semidesnudos. El hedor de excremento humano llenaba la sala. Ni siquiera pudo hablar con los pacientes, y mucho menos darles consejería; las únicas respuestas que obtuvo fueron gruñidos, gemidos y risas demoniacas.
Entonces el Espíritu Santo le dirigió a sentarse en medio de la sala y cantar durante toda una hora el famoso himno infantil que dice: “Cristo me ama, bien lo sé; su Palabra me hace ver, que los niños son de aquel, quien es nuestro amigo fiel”. Nada ocurrió al final de ese primer día, pero él persistió. Durante semanas se sentaba y cantaba la misma melodía, cada vez con mayor convicción. “Sí, Cristo me ama. Sí, Cristo me ama. Sí, Cristo me ama. La Biblia dice así”.
Con el paso de los días, los pacientes comenzaron a cantar con él uno a uno. Sorprendentemente, al final del primer mes, treinta y seis de los pacientes gravemente enfermos fueron trasladados desde el ala de alta dependencia a otra ala donde cuidaban de sí mismos. En un año, todos menos dos fueron dados de alta de la institución mental.1
Estas sencillas palabras, “Cristo me ama, bien lo sé”, se escribieron por primera vez como parte de un poema de Anna Bartlett Warner, una escritora estadounidense nacida en 1827 en Long Island, Nueva York. En 1862, el prolífico compositor de himnos William Batchelder Bradbury puso las palabras a la melodía que hoy tan bien conocemos y añadió el coro: “Sí, Cristo me ama”. La popularidad del himno se extendió rápidamente por toda América y hasta cada continente del mundo. Se ha traducido a muchos idiomas, y se convirtió rápidamente en uno de los himnos más populares y queridos de todos los tiempos.
La continua popularidad del himno reside en su elegancia sucinta al desvelar el corazón de Jesús. Nos atrae a reconocer que no importa los retos, fracasos y fechorías con las que uno pudiera estar lidiando, el amor de Jesús permanece constante.
No importa los retos, fracasos y fechorías con las que uno pudiera estar lidiando, el amor de Jesús permanece constante.
“Cristo me ama, bien lo sé”.
¿Cómo es posible?
“La Biblia dice así”.
Tan sencillo y a la vez tan poderoso.
Lo sintamos o no, el constante amor de Jesús por nosotros descansa en la verdad y sobre el cimiento de su Palabra invariable. Proclama que su amor por usted y por mí está basado total y completamente en Él. En sus promesas, su obra y su gracia.
¿Cree que Dios le ama hoy? No importa cuántos errores haya cometido en su vida, estoy aquí para decirle que sin ninguna duda Dios le ama. Le ama con un amor eterno. Ahora mismo, independientemente de los retos que pueda estar atravesando, quiero animarle a verse caminando bajo un cielo abierto, rodeado del favor inmerecido de Él. Espere cosas buenas en su futuro. Crea en su amor por usted. Crea con todo su corazón que usted es la niña de sus ojos y el deleite de su corazón. Crea que tiene un gran favor ante Él, ¡que ha sido grandemente bendecido y profundamente amado!
El amor de Dios por usted es incondicional. Es un amor muy puro, impoluto y maravilloso. No tiene nada que ver con su desempeño, y todo que ver con quién es usted a ojos de Dios: su amado. El énfasis del antiguo pacto de la ley se trataba de su amor por Dios, mientras que el énfasis del nuevo pacto de la gracia está en el amor de Dios por usted. La suma total de la ley bajo el antiguo pacto es: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:5, véase también Mateo 22:37, 40).
Seamos sinceros aquí. ¿Alguna vez ha conocido a alguien que pueda amar a Dios así? Claro que no. Incluso David, a quien la Biblia describe como un hombre conforme al corazón de Dios, no amó a Dios con todo su corazón, toda su alma, toda su mente y todas sus fuerzas. Es humanamente imposible. La ley estaba diseñada para mostrarnos que no somos capaces de amar a Dios perfectamente.
Sabiendo que el hombre no era capaz de cumplir el mandamiento de Dios de amarle con todo su corazón, toda su alma, toda su mente y todas sus fuerzas, ¿sabe lo que hizo Dios? Demostró que sólo Él podía amarnos con todo su corazón, toda su alma, toda su mente y todas sus fuerzas cuando envió a su amado Hijo Jesucristo a redimirnos de todos nuestros pecados con su propia sangre. Por eso el nuevo pacto se trata enteramente del amor de Dios por usted y no de su amor por Él. Bajo la gracia, Dios no quiere que usted centre sus pensamientos en: “¿Realmente amo a Dios?”. Ese no es el enfoque del nuevo pacto. Bajo la gracia, Dios quiere que se enfoque en el amor de Él por usted. Por tanto, las preguntas que debería hacerse son:
“¿Sé cuánto me ama Dios hoy?”
“¿Realmente creo que Dios me ama en este mismo instante?”
Tiene que recordarse a sí mismo del amor de Dios especialmente cuando acaba de fallar. ¿Cree que Él le ama cuando ha cometido un error? Aquí es donde está la verdadera prueba. Después de fallar, es cuando lo que realmente cree acerca del amor de Dios por usted es probado. ¿Realmente cree que su amor por usted es verdaderamente incondicional? ¿O el amor incondicional de Dios se ha convertido meramente en un tópico que ya no es real para usted? Veo esto continuamente. Oigo a personas decir: “¡El amor de Dios es incondicional!”. Pero en el momento en que fallan, de repente el amor que antes decían que era incondicional se convierte en un amor que depende de su conducta.
Muchos creen que Dios les ama cuando hacen las cosas bien, pero deja de amarles en cuanto hacen algo mal. ¡Voy a hacer pedazos esa creencia errónea con la verdad de la Palabra de Dios!
Aunque nuestro amor por Dios puede fluctuar, su amor por nosotros siempre es constante. Su amor por nosotros está basado en quién es Él y no en lo que nosotros hacemos. Me encanta lo seguro y enfático que es el apóstol Pablo cuando dice: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39). En la Nueva Versión Internacional, dice: “Pues estoy convencido…”.
Aunque nuestro amor por Dios puede fluctuar, su amor por nosotros siempre es constante. Su amor por nosotros está basado en quién es Él y no en lo que nosotros hacemos.
¿Está usted seguro y convencido como lo estaba el apóstol Pablo de que como hijo de Dios, nada, ni siquiera sus pecados, fallos y errores, pueden separarle del amor de Dios? No se deje llevar por lo que siente, piensa o incluso le han enseñado. La Palabra de Dios proclama en términos ciertos que nada puede separarle de su amor. Nada, significa ¡nada! Su amor por usted no depende de su inmaculada conducta. Él le ama incluso en sus errores. ¡Por eso se llama gracia! Es el favor inmerecido, gratuito, no ganado de Dios. Si usted puede merecer la gracia de Dios, entonces deja de ser gracia.
La verdad es que si usted es capaz de recibir el amor de Él de una manera fresca siempre que cometa un error, tendrá el poder de vencer ese error en su vida. Imaginemos una situación en la que acaba de perder los nervios con su esposa por una situación familiar. En su frustración y enojo, quizá dijo algunas palabras hirientes que sabe que no debería haber dicho, y como resultado se produjo un acalorado intercambio de palabras duras y desagradables. Se produce una guerra fría en el hogar, y sus hijos corren buscando refugio. Ahora usted se siente terriblemente culpable por lo que comenzó, y su conciencia le condena:
¿Cómo puedes hablarle así a tu esposa?
¿Qué tipo de creyente eres?
¡Qué ejemplo tan terrible estás dándoles a tus hijos!
Cuanto más habita usted en la culpa, peor se vuelve y más enojado se siente con su esposa: por su culpa ahora se siente tan terrible y culpable. Por causa de ella, usted cree que ahora ha sido apartado del amor de Dios. Cree, de forma totalmente errónea, que Él está enojado con usted porque usted se enojó con su esposa. ¿Por qué? Porque quizá sabe acerca del amor incondicional de Dios en su mente, pero realmente no cree en su corazón que su amor por usted es totalmente incondicional.
Querido amigo, si tan sólo pudiera ver la verdad de que aún en su enojo, Dios sigue amándole de manera perfecta. Si pudiera ver que la sangre de su Hijo ya ha lavado el pecado de su vida. Si pudiera entender el hecho de que incluso con toda su fealdad, Él le sigue viendo como alguien justo y le llama su amado. Lo cierto es que si en verdad supiera la forma tan maravillosa en que ha sido perdonado, y la forma tan incondicional en que es usted amado, le resultaría muy difícil seguir enojado con su esposa y no ponerle fin a la guerra fría. De hecho, ocurrirá lo contrario.
Cuando se alimente del hermoso amor del Señor y su abundante perdón incluso cuando sienta que menos lo merece, terminará haciendo lo que sea necesario para reconciliarse con su esposa. No sólo eso, sino que cualquier cosa que le decepcione se convierte también en algo infinitamente menor cuando permite que su corazón reciba el abrazo de la grandeza del amor de Dios. No es de extrañar que la Palabra diga: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25, énfasis del autor). Usted no puede amar a su esposa a menos que primero haya experimentado el amor incondicional de Cristo en su propia vida.
Del mismo modo, la Biblia exhorta a las esposas a que “estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor” (Efesios 5:22, énfasis del autor). ¿No le encanta lo práctica que es la Biblia? Podemos enojarnos fácilmente con las cosas más pequeñas que surgen en las pequeñas cosas de la actividad diaria doméstica. Y cuando creemos y nos sometemos al amor de Dios, es cuando permitimos que su amor disuelva nuestras vanas frustraciones por las batallas que en verdad no merece la pena luchar, y encontramos la fuerza para amar, someternos y vivir en paz con nuestro cónyuge.
¿Se da cuenta? Nuestros contratiempos son como una gota de agua en el vasto océano azul o un grano de arena en un inmenso desierto cuando los comparamos con el amor de Dios. Su amor consume todo su enojo, frustraciones, decepciones y dolor. Su perdón envuelve todos sus pecados, fracasos y errores. Su gracia le da la victoria y el poder para vencer todo pecado, atadura y adicción. Por eso creer correctamente en el amor incondicional de Dios por usted es tan vital para su relación con Él.
Su amor consume todo su enojo, frustraciones, decepciones y dolor. Su perdón envuelve todos sus pecados, fracasos y errores.
Amado, usted está completa e irrevocablemente perdonado. Debido a su amor por usted, Jesús ya llevó el castigo de sus pecados. Por eso puede recibir de nuevo el amor de Dios aún cuando falla y cada vez que falle. Él le ha perdonado. ¡Es la hora de que usted también se perdone! No crea ni por un instante que Él quiere que usted siga sintiendo culpabilidad cuando falla. La verdad es que cuanto más culpabilidad sienta, más estará predispuesto a cometer ese pecado. Desgraciadamente, hay algunas personas religiosas que creen que cuando la gente falla o cae en pecado, uno tiene que hacerles sentir muy mal con ellos mismos y cubrirles de culpa y condenación hasta que se arrepientan de su error.
Pero esta enseñanza es errónea. De hecho, cuanto más se queden las personas en la culpa y la condenación, más continuarán en su pecado. No tiene que enseñar a las personas a sentirse condenadas y culpables. Su conciencia les condena siempre que fallan. Pero hay buenas noticias: Dios ha provisto una respuesta para la conciencia que persistentemente reclama el pago de todas nuestras transgresiones. Él envió a su Hijo para rescatarnos con su propio cuerpo y sangre.
Puede recibir de nuevo el amor de Dios aún cuando falla y cada vez que falle.
Hoy, cuando su conciencia le condene y pida justicia cuando fracase, véase limpio, lavado y justificado por la sangre de Jesús. Active su fe para verse justo a ojos de Dios por la preciosa sangre de Jesucristo. La conciencia, que reclama un castigo cada vez que usted falla, ha sido acallada por la sangre del Cordero de Dios, quien fue castigado y juzgado en lugar de usted. Cada vez que su conciencia le condene, saque y enséñele el recibo de su pago: ¡la cruz de Jesús! Siga viendo sus pecados lavados por su preciosa sangre. La culpa y la condenación se detienen donde ha sido derramada la sangre de Jesús.
Por eso cuando falle, no se revuelque en culpabilidad y condenación. Eso sólo le llevará por una resbaladiza espiral descendente hacia la derrota, la depresión y la destrucción. Jesús no murió en la cruz para que el culpable fuera más culpable. No murió en la cruz para darle más enfermedades al enfermo. No murió en la cruz para que el mundo condenado fuera más condenado. ¡Absolutamente no! Jesús no se sacrificó en la cruz para justificar a los perfectos y piadosos.
La Palabra de Dios nos exhorta claramente a dejar a un lado nuestros propios esfuerzos por ser justificados y creer en Aquel “que justifica al impío” (Romanos 4:5). Asegúrese de entender bien esto. ¿A quién justifica Dios?
¿Murió Dios para justificar al justo o al impío? Querido amigo, Él vino para justificar al impío: a todos aquellos que han fallado, los que se han quedado cortos, los que han cometido errores y han pecado. ¿Ha fallado usted? ¿Ha cometido errores? ¿Se ha quedado corto? Estupendo, porque eso significa que usted ¡es apto para que Él le justifique! ¿No le aporta esta verdad esperanza y fe a su corazón?
La culpa y la condenación se detienen donde ha sido derramada la sangre de Jesús.
Anímese por saber esto hoy: sus fallos le hacen apto para recibir el amor, el perdón y la justificación de Jesús. Jesús no vino para salvar a los perfectos (a sus propios ojos); Él vino para salvar y redimir a los que son imperfectos e impíos. Y cuando crea simplemente que Jesús justifica al impío, su fe “le es contada por justicia” (Romanos 4:5). Esto significa que en el momento en que cree correctamente, Jesús le hace justo con su sangre. Qué fundamento tan seguro es este comparado con tener una justicia que depende de que usted actúe correctamente. ¡Qué salvador tenemos en Cristo!
Amado, recuerde esto la próxima vez que falle: Jesús no murió para que el culpable fuera aún más culpable. Murió para liberar al culpable del tormento de la culpa, para sanar a los enfermos y para hacer justos para siempre a los que han sido condenados. Este es el evangelio. Y no nos disculpemos ni nos avergoncemos del evangelio, ¡porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree (véase Romanos 1:16)!
Jesús murió para liberar al culpable del tormento de la culpa, para sanar a los enfermos y para hacer justos para siempre a los que han sido condenados. Este es el evangelio.
¿Cree en un Dios que justifica al impío? ¿Ha estado escuchando el verdadero evangelio de su asombrosa gracia? ¿O ha estado alimentando su mente con conjeturas humanas basadas en traiciones e ideas de hombres acerca de Dios que no proceden de su Palabra? Lea los Evangelios. Los corruptos recaudadores de impuestos, las prostitutas, los malhablados pescadores, los cojos, los ciegos y los enfermos que encontraron el amor de Jesús fueron todos ellos perdonados, transformados, liberados y sanados. Él nunca hizo sentir a ninguno de ellos más culpable, más avergonzado y más condenado de como sabía que ya se sentían.
Tenemos el relato de una mujer en la Biblia a quien se describe como una “pecadora” (Lucas 7:37). Muchos creen que era una prostituta. Cuando acudió a Jesús, que estaba comiendo en casa de Simón el fariseo, Jesús permitió que ella se acercase a Él y le adorase con una vasija de alabastro llena de perfume. El amoroso Salvador sabía quién era, pero no la expulsó de su presencia, la humilló o condenó por sus pecados. Tampoco le dijo fríamente que arreglara su vida antes de atreverse a volver a presentarse ante su santa presencia.
El Jesús de la Biblia tuvo compasión de ella y supo lo culpable y profundamente condenada que ya se sentía. Al acercarse a Jesús, se derrumbó en su presencia y comenzó a llorar. Con amor, lavó los pies de Jesús con sus lágrimas y los enjugó con su cabello. Reverentemente besó sus pies y los ungió con el precioso perfume que había llevado. Se dice que ese perfume le habría costado el salario de todo un año, pero sin dudarlo un instante, lo vertió sobre los pies de Jesús y le adoró.
Al ver eso, el fariseo se llenó de indignación. Se dijo para sí: “Si este fuera el verdadero Jesús, sabría que esta mujer es una gran pecadora. ¿Cómo puede permitirle acercarse a Él, y mucho menos tocarle?” (véase Lucas 7:39). Se disgustó por lo que estaba viendo en su propia sala. (Tristemente, los cristianos legalistas de hoy día se parecen mucho a este fariseo).
Aunque Jesús dio la bienvenida a esta pecadora y le permitió adorarle y tocar sus pies, los fariseos religiosos no tuvieron ni una pizca de compasión por esta mujer que lloraba incesantemente, abrumada por el amor y el perdón de Jesús hacia ella. Su vergüenza y sus lágrimas no significaron nada para él. En cuanto a él, esa mujer merecía ser condenada; y si él hubiera podido hacerlo, ni tan siquiera le habría permitido entrar en su casa.
Se puede ver en este relato bíblico que Jesús es la antítesis de cualquier persona o cosa religiosa. Su corazón rebosa de amor y compasión por los que han fallado. Esto no era un secreto. Todo aquel que se encontró a Jesús y le escuchó, supo de este amor. Esta palabra se extendió por toda Jerusalén y Galilea, razón por la cual los pecadores iban a buscarle en lugar de evitarle y alejarse de Él.
Los creyentes que han sido comprados con la sangre de Jesucristo deberían ser valientes, confiados y osados para hablar con Dios acerca de sus fallos.
¿No es triste que hoy haya creyentes que han fallado y se están alejando y escondiendo de Dios cuando los pecadores de los tiempos de Jesús tenían la confianza de buscarle para recibir perdón, restauración, sanidad y liberación? ¿No cree que algo anda mal aquí? Los creyentes que han sido comprados con la sangre de Jesucristo deberían ser, de entre todas las personas, valientes, confiados y osados para hablar con Dios acerca de sus fallos, y acordarse de que siguen siendo justos en Cristo aún cuando han fallado.
Sigamos con la historia (véase Lucas 7:40-46). Jesús, al percibir los pensamientos de Simón el fariseo, le hizo una pregunta: “Imagina que había un acreedor que tenía dos deudores. Uno le debía un millón de dólares, y el otro le debía cien dólares. El acreedor perdonó a ambos. Ahora, ¿cuál de los dos crees que amará más al acreedor?”.
Incrédulo ante la simplicidad de la pregunta, Simón respondió: “¡Supongo que al que más se le ha perdonado!”.
Entonces Jesús dijo: “Tienes toda la razón. Yo entré en tu hogar, y no me diste agua para mis pies. Esta mujer ha lavado mis pies con sus lágrimas y los ha secado con su cabello. No me diste un beso, y esta mujer no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite, y esta mujer ha ungido mis pies con un perfume precioso y costoso”.
Ahora preste atención a lo que dijo Jesús después: “Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama” (Lucas 7:47). Lo que Jesús estaba diciendo es que los que conocen y creen lo mucho que Dios les ama y cuánto les ha perdonado, terminarán amando mucho a Dios. Dicho de manera simple, a los que les han perdonado mucho, aman mucho. A los que les han perdonado poco, aman poco. Por eso el énfasis del nuevo pacto no se trata de su amor por Dios, sino del amor de Dios por usted. Si sabe lo mucho que Dios le ama y que ha perdonado todos sus pecados, terminará amando a Dios: al que se le ha perdonado mucho, ¡ama mucho!
Si sabe lo mucho que Dios le ama y que ha perdonado todos sus pecados, terminará amando a Dios: al que se le ha perdonado mucho, ¡ama mucho!
¿Ve lo que estoy diciendo? Su amor por Dios en el nuevo pacto nace de una relación auténtica y genuina con Él. No es una servil muestra que nace del temor al castigo o la obligación religiosa. Bajo la gracia, podemos amar a Dios porque Él nos amó primero. Por eso las personas bajo la gracia se convierten en las personas más santas que jamás conocerá. No son santos por temor al castigo o por su compromiso a dos frías tablas de piedra. ¡Su santidad fluye de su relación de amor con Jesús! Han experimentado su amor incondicional por ellos de una forma íntima y personal. El amor les transforma. Sólo quieren vivir vidas que glorifiquen y honren el nombre de Jesús. Lo que la ley no pudo hacer para transformar al pueblo de Dios desde dentro hacia fuera, Dios lo hizo enviando a su propio Hijo, Jesucristo.
Amigo, a todos nos han perdonado mucho. El problema es que muchos no saben y no creen esto. Deje de esforzarse por ser justo. Deje de intentar vencer sus propios fallos, errores, adicciones y ataduras. Sea como la mujer con el frasco de alabastro con un perfume precioso. Cuando falle, no se aleje y se esconda. Acuda a la amorosa presencia de Él. Jesús ya conoce la culpa y la condenación que le están atormentando. Vaya con valentía y confianza como lo hizo esta mujer. Siéntase libre de llorar en su dulce presencia y simplemente adórele. Derrame todo lo que haya en su corazón ante Él. No se preocupe, pues Él no depositará más culpa, vergüenza, juicio y condenación sobre usted. Él le mostrará sus manos traspasadas y le recordará la cruz. Le dirá: “Tus pecados ya han sido perdonados. Yo ya he pagado el precio por tus pecados en el Calvario. Descansa en mi perdón y mi amor por ti”.
Recibí una carta de un hombre, al que llamaré Patrick, que había batallado con adicciones sexuales durante más de diez años. Sabía que estaba mal, pero no podía liberarse de esas adicciones a pesar de haberlo intentado muchas veces. Su conciencia no dejaba de enviarle recordatorios de sus pecados cada vez que intentaba leer la Palabra. Eso alimentó su creencia de que no era lo suficientemente bueno para Dios y que Dios no quería nada con él debido a sus adicciones.
Este hombre había vivido en este ámbito de autotortura día tras día. Entonces un día leyó uno de mis libros, Destinados para reinar. A través del libro, llegó a descubrir y creer en la obra consumada de Jesús en la cruz. Él dijo: “Decidí descansar en la obra consumada de Jesús, su perdón, su victoria, su gracia y su amor, y la pornografía y la masturbación ahora no tienen ni poder ni dominio sobre mí. Verdaderamente es asombroso, especialmente porque había intentado durante más de diez años conseguir la victoria, y lo único que tuve que hacer fue conocer la verdad y descansar en la obra consumada de Jesús. ¡A Dios sea toda la gloria!”.
Yo no sé con qué culpa pueda estar usted luchando hoy, pero Dios sí lo sabe. No tiene que seguir viviendo bajo los dictados de su conciencia, la cual le condena cada vez que no da en el blanco. Vea la sangre de Jesús limpiando su corazón, y sea libre de la prisión de culpabilidad para experimentar la victoria como este precioso hermano.
Mi querido lector, el amor de Dios no es un concepto teológico. El amor es una emoción. Dios nos creó a su imagen con emociones, y una de las mejores maneras de experimentar su amor es simplemente abandonándose a Él y adorándole. La Biblia nos dice que “los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado” (Hebreos 10:2). Cuando usted ya no tiene un sentimiento de condenación, cuando cree que la sangre de Él ha limpiado sus pecados, se convierte en un adorador cautivado con su amor.
Le animo a llenar su corazón con salmos, himnos y cantos espirituales que estén llenos del amor y la gracia de Dios. Cuando su corazón esté lleno de Jesús, las creencias erróneas comenzarán a ser reemplazadas por creencias correctas. Las adicciones destructivas serán reemplazadas por nuevos hábitos positivos. El temor, la vergüenza y la culpa comenzarán a disolverse en el calor del perfecto amor de Él por usted. Su amor no es un ejercicio intelectual. Se tiene que experimentar.
El salmista clama: “Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él” (Salmos 34:8). ¿Confía usted en el amor de Dios por usted? Dios quiere que usted no sólo tenga un conocimiento mental de su amor, sino que también crea y guste su amor por usted. No puede quedarse sólo en su mente o en el ámbito cerebral de la lógica; lo tiene que experimentar en su corazón.
No importa cuántos errores haya cometido, ¡Él no se ha cansado de usted!
Hoy, crea con todo su corazón que Dios le ama. Él está de su lado. No importa cuántos errores haya cometido, ¡Él no se ha cansado de usted! El primer factor clave para creer correctamente es creer en su amor incondicional por usted. Eche todos sus errores a los pies de Él. Siéntase libre para llorar en su amorosa presencia. Comience a ver sus temores, culpa, disfunciones y trastornos desvanecerse a medida que se abandona a su amor, y adórele con estas simples palabras:
Cristo me ama, bien lo sé,
su Palabra me hace ver,
que los niños son de aquel,
quien es nuestro amigo fiel.
Sí, Cristo me ama.
Sí, Cristo me ama.
Sí, Cristo me ama.
La Biblia dice así.