CAPÍTULO 20

SEA TRANSFORMADO POR EL AMOR DEL PADRE

Cuando prediqué una serie de mensajes sobre el amor del Padre en mi iglesia, un joven, junto con varios otros, pasó al frente después de uno de los servicios para recibir a Jesús como su Señor y Salvador. No pude evitar notar que había cicatrices y costras de sangre reseca en la cara de ese hombre. Pensé que quizá estuviera sufriendo algún tipo de enfermedad médica, y por eso le dije a mi pastor de jóvenes que hablase con él en la sala para visitantes después del servicio.

En la sala, el joven se quitó su chaqueta y reveló un cuerpo cubierto de tatuajes. Compartió que tenía cortes en su cara porque había estado involucrado en muchas peleas de pandillas y también había entrado y salido de la cárcel numerosas veces. Entonces miró directamente al pastor de jóvenes y le preguntó seriamente: “¿Puede Dios perdonarme por todos los errores que he cometido?”.

El pastor de jóvenes le afirmó, diciendo: “En el momento en que pasaste al frente para recibir a Jesús en tu vida, tu Padre celestial te perdonó todos tus pecados y te hizo su hijo. En este momento, eso es lo que eres: su hijo amado”.

Más adelante aquel día el pastor de jóvenes recibió un mensaje de texto de este joven que expresaba lo que había sentido después de haberse ido: “No sé cómo explicarle esto. Ahora estoy experimentando una paz en mi corazón que nunca antes he sentido”.

Amigo, eso es lo que sucede cuando la carga de la culpa, el pecado y la condenación es quitada de sus hombros y puesta sobre Jesús. Cuando usted abre su corazón al amor incondicional del Padre, experimentará una paz que sobrepasa todo entendimiento.

La justicia es un regalo gratuito

A pesar de cuantas veces haya fracasado, cuántos errores haya cometido y lo terribles que crea usted que son sus pecados, el poder y la sangre limpiadora de su Salvador, Jesucristo, es mayor que todos ellos. Dios le hizo esta promesa en su Palabra: “Aunque sus pecados sean como la escarlata, yo los haré tan blancos como la nieve. Aunque sean rojos como el carmesí, yo los haré tan blancos como la lana” (Isaías 1:18, NTV). Ese es el poder de la cruz en su vida. En el momento en que cree en Cristo, todos sus pecados son limpiados una vez para siempre, y es hecho usted más blanco que la nieve. ¿Ha visto cómo la nieve resplandece bajo la luz del sol? Así es como su Padre celestial le ve en este momento, vestido con el resplandeciente manto de justicia.

Pero, pastor Prince, ¿qué he hecho para merecer este manto de justicia?

Bueno, ha oído la parábola del hijo pródigo. Permítanme preguntarle: ¿qué hizo el hijo para merecer el abrazo del padre? ¿Qué hizo él para merecer la mejor túnica que el padre ordenó que sus jornaleros le llevasen?

Absolutamente nada.

El “mejor manto” es una imagen del manto de justicia que su Padre celestial le dio cuando usted recibió a Jesús. Este manto de justicia es un regalo gratuito. No puede usted ganarlo, trabajar por él ni merecerlo. Por eso, todo lo que oímos sobre lo que el padre hizo para dar la bienvenida a casa a su hijo es una imagen de la sorprendente e incondicional gracia de nuestro Padre celestial.

Nuestra parte es tan sólo creer en su bondad y recibir sinceramente la abundancia de gracia y el regalo de la justicia de parte de Él para reinar victoriosamente sobre cada área de derrota en nuestras vidas.

Reciba y reine

Lo cierto es que no hay ningún otro modo de reinar en vida aparte de creer y recibir. Ya que la aceptación del Padre, su gracia y el regalo de la justicia no pueden ser ganados, el único modo de tenerlos es humillándose usted mismo delante de Él y diciendo: “Querido Papá Dios, sé que no he hecho nada para merecer tu amor y tus bendiciones en mi vida. Gracias por darme una gracia tan inmerecida. Recibo humildemente la abundancia de tu gracia y tu precioso regalo de la justicia”.

No hay ningún otro modo de reinar en vida aparte de creer y recibir.

¿Qué cree usted que requiere más humildad: trabajar por su propia justicia y ganársela, o recibir la justicia como un regalo de Dios? Le digo que los creyentes que intentan ganarse la aprobación de Dios, su aceptación y sus bendiciones mediante su servicio, sus oraciones y sus buenas obras, inadvertidamente caen en el orgullo.

En la parábola del hijo pródigo, el hijo menor quería regresar a su casa y decirle a su padre: “Hazme como uno de tus jornaleros”. Aunque estaba totalmente arruinado, aun así quería mantener su orgullo y ganarse su propio mantenimiento como jornalero en lugar de humillarse delante de su padre. Desde luego, sabemos que aunque él creía erróneamente y seguía estando enredado en el ensimismamiento, el padre derramó sobre él abundancia de gracia y el don de la justicia, y le recibió en su casa con una gran celebración.

La mentalidad del hermano mayor

En cuanto al hermano mayor en la parábola, se enfureció mucho cuando escuchó que el regreso a casa de su pecador hermano desvergonzado era la razón de que hubiera música y danzas en la casa de su padre. Su propio orgullo se llevó lo mejor de él, y se negó a entrar en la casa porque sentía que contrariamente a él, su hermano no había hecho nada para merecer tal honor.

El hermano mayor le dijo a su padre: “He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo” (Lucas 15:29-30, énfasis del autor).

Notemos que el hermano mayor estaba enredado en lo que él había hecho para “merecer” el becerro engordado que mataron para su hermano. Su respuesta también reveló lo que él creía sobre su padre. Se relacionaba con su padre como si su padre fuese un duro capataz. En lugar de sencillamente disfrutar de su posición como un hijo, estaba ocupado sirviendo a su padre, ocupado intentando ganarse su aprobación por medio de sus obras.

El hermano mayor creía que necesitaba ganarse las bendiciones del padre, y en su mente, él había rendido mucho mejor que su deshonroso y rebelde hermano menor. Por tanto, sentía que se merecía más recompensas de su padre y, por tanto, estaba indignado porque pensaba que a su hermano le estaban dando más. De hecho, la Biblia registra que el padre había dividido entre ellos su riqueza. Según la costumbre judía, el hijo mayor siempre obtenía una doble porción, ¡de modo que el hermano mayor ya había recibido mucho más!

Claramente, él no entendió en absoluto lo que significa ser un hijo. Sus ojos no estaban en la bondad de su padre, sino en sus propias obras. No había relación alguna con su padre. Tenía una mentalidad servil y trataba persistentemente agradar a su padre con su servicio y por el cuidado que se tomaba para no transgredir ninguna de las órdenes de su padre. Nunca entendió el corazón del padre. En palabras sencillas, nunca entendió la gracia.

¿Relación de amor o transacción de negocios?

Desgraciadamente, hay muchos creyentes hoy día que son como el hermano mayor. En lugar de recibir el perfecto amor del Padre y su aceptación por la gracia, quieren ser capaces de decir que se han ganado sus bendiciones.

¿Cree que eso causa gozo y alegría al corazón del Padre?

Imagínese usted que quisiera hacer un regalo especial a su hijo como expresión de su gran amor, y su hijo le dijera: “No, quiero trabajar por ello. Quiero ganármelo yo mismo”.

¿Cómo se sentiría si su hijo prefiriera ganarse su amor y sus bendiciones mediante sus propios esfuerzos en lugar de recibirlas? Ciertamente, hay momentos en que un hijo puede “trabajar” por algo como recompensa; puede ser recompensado por ir bien en la escuela o mantener ordenado su cuarto; pero no estoy hablando de recompensas. Algo anda muy retorcido si su hijo no puede recibir un regalo de usted sin intentar ganárselo; significa que su relación con él refleja una transacción de negocios.

Tristemente, así es exactamente cómo se comportan algunos creyentes en la actualidad. Tienen una mentalidad de hermano mayor cuando se relacionan con Dios. No quieren recibir nada de Él por la gracia. Como el hermano mayor en la parábola, quieren trabajar por ello, y su relación con Dios se vuelve como una transacción y un negocio. En lugar de disfrutar una relación de amor entre un Padre y su hijo, quieren regresar al modo en que era bajo el viejo pacto de la ley. Bajo el viejo pacto, si usted se comportaba correctamente, entonces Dios le bendecía; y si se comportaba erróneamente, era maldecido.

Es realmente bastante triste, porque inevitablemente terminarán estando resentidos y ofendidos con Dios cuando ven a sus hermanos que “no lo merecen” recibiendo bendición mediante la abundante gracia del Padre. Al igual que el hermano mayor, terminan enojados con Dios y diciéndole: “He aquí que todos estos años te he estado sirviendo; nunca quebranté tus órdenes en ningún momento, y sin embargo nunca me diste…”.

Los creyentes que aún viven bajo este velo de la ley son como el hermano mayor. Oyen la música y las danzas, y no lo entienden; oyen sobre la sorprendente gracia de su Padre, y no pueden comprenderla. Leen historias de vidas transformadas por la gracia, y no pueden aceptarlo. Para ellos, Dios se trata de guardar mandamientos, servir y obedecer. Las recompensas deberían distribuirse cuando se hace el bien, mientras que el justo castigo debería ejecutarse sobre todos aquellos que hayan transgredido.

Si eso lo describe usted, oro para que este velo de la ley sea quitado y que usted experimente la gracia del Padre de manera profunda y personal.

Todo lo que es de Dios ya es de usted

¿Sabe lo que el padre, que había abandonado la fiesta para encontrarse con su hijo mayor, dijo como respuesta a la queja de su hijo? “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas” (Lucas 15:31).

Amigo, que no se trata de su amor por Dios; se trata del amor del Padre por usted. Él es siempre el iniciador. Siempre se ha tratado sobre el amor de Él por usted. No viva la vida enojado, furioso, sintiéndose culpable y frustrado. Entre en la casa del Padre y encuentre reposo para su alma. No se trata de sus propios esfuerzos. Su Padre quiere que usted sepa que TODO lo que Él tiene ya es suyo; no por sus obras perfectas, sino porque usted es su hijo mediante la obra completa de Jesús.

Su Padre quiere que usted sepa que TODO lo que Él tiene ya es suyo; no por sus obras perfectas, sino porque usted es su hijo mediante la obra completa de Jesús.

Romanos 8:32 declara: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”. Papá Dios ya le ha dado con Jesús todas las cosas. Jesús es su aceptación; Él es su justicia, su santidad, su provisión y su sabiduría. Cualquiera que sea su necesidad en su vida, su Padre ya le ha dado por medio de Jesús.

Por tanto, regrese a casa y reciba su abrazo. Regrese a casa y reciba la gracia. ¡Regrese y únase a la música y la danza!

El poder transformador del amor del Padre

Es interesante notar que en la parábola del hijo pródigo, ambos hermanos querían ganarse su propio mantenimiento. Creo que eso nos demuestra que nuestra propensión carnal a querer merecer bendiciones de Dios es mucho mayor que nuestra capacidad de recibir de Él. Generalmente somos más inclinados a querer merecer su amor, su aceptación, su aprobación y sus bendiciones que a recibirlos mediante su favor inmerecido.

Verdaderamente es necesaria una revelación de la gracia para ver el amor del Padre y para recibir de Él. Y la Palabra nos dice que solamente al recibir de nuestro Padre su gracia y su justicia es como podemos reinar en esta vida. Quizá sea esa la razón por la que no vemos más creyentes reinando en vida. La clave radica en el modo en que perciben a su Padre celestial.

El poder para reinar en vida gira en torno a lo que usted crea sobre Dios.

¿Es Él un duro y rígido capataz para usted o un Padre amoroso y generoso? ¿Le permitirá que le vista con su justicia y que mediante su amorosa gracia ponga un anillo en su dedo y sandalias en sus pies? ¿O luchará usted para ganarse su propia justicia, merecer su propia provisión y ganarse sus propias posesiones mediante sus propias obras? El poder para reinar en vida gira en torno a lo que usted crea sobre Dios.

Pastor Prince, ¿está usted diciendo que todo es solamente por gracia y que podemos vivir de cualquier manera que queramos sin tener ninguna consideración por Dios? ¿Está usted diciendo que no tenemos que servirle?

Bueno, pregúntese esto: cuando alguien tiene un encuentro genuino con el amor del Padre, su favor y sus bendiciones de una manera que es totalmente inmerecida, ¿cómo cree usted que esa persona vivirá?

Tome unos momentos para ponerse en el lugar del hijo menor: ha malgastado usted la riqueza de su padre. Se ha quedado sin dinero y sin comida, de modo que decide regresar a casa porque sabe que incluso los sirvientes de su padre tienen abundancia de alimentos para comer. Pero cuando llega usted a su casa, en lugar de reprensión y condenación por parte de su padre y tener que rogarle que le haga como uno de sus jornaleros, él le ofrece una abundante recepción llena de abrazos y besos.

Hace tan sólo un par de días estaba usted muriéndose de hambre e incluso deseando la comida para los cerdos; pero ahora que está vestido con el manto nuevo y limpio; lleva el anillo de su padre, que le autoriza a realizar pagos en nombre de él. Y como si esto no fuera suficiente, su padre ha invitado a todos los vecinos, ha matado a un becerro engordado y están realizando una barbacoa de bienvenida con música y danzas en honor a usted.

Imagine que le ha sucedido todo eso; acaba usted de experimentar el cálido abrazo y el perdón de su padre. Ahora bien, ¿hace eso que usted quiera rebelarse otra vez contra su padre yéndose de casa y regresando a la granja de los cerdos, que quiera revolcarse en el barro y alimentarse de cosas que nunca le darán satisfacción? ¡Claro que no!

Existe un gran malentendido en que los creyentes que batallan con el pecado y lo satisfacen, y que aún están enamorados del mundo, lo hacen porque no aman lo suficiente a Dios. Eso es lo que oímos de muchos predicadores que les dicen a los creyentes que amen más a Dios, pensando que si las personas aman más a Dios, amarán menos el pecado y al mundo.

Pero un día Dios abrió mis ojos a la verdadera razón por la cual los creyentes siguen estando enredados en el pecado y el mundo. Nunca he oído a nadie predicar esto, así que es algo nuevo recibido del cielo. El apóstol Juan nos dice: “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15). Observemos que es el amor del Padre, no el amor por el Padre. Por tanto, las personas que aman al mundo y están atrapadas por caminos mundanos son en realidad personas que no conocen o no creen en sus corazones el amor del Padre por ellos.

Desgraciadamente, oímos los mensajes que hablan sobre nuestro amor por el Padre: “¡Tienen que amar más a Dios! ¡Tienen que amar más a Dios!”. Pero lo que realmente necesitamos es más predicación de que todo se trata del amor del Padre. Nunca será sobre nuestro amor por Él, sino del amor de Él por nosotros.

Si usted ha gustado y saboreado la gracia de su Padre celestial, no querrá vivir en el desierto del pecado nunca más.

Amado, cuando las personas llegan a conocer verdaderamente y creer en el amor del Padre por ellas y lo tienen ardiendo en sus corazones, ya no querrán salir y vivir como el diablo. Hay algo poderosamente transformador en la gracia. Si usted ha gustado y saboreado la gracia de su Padre celestial, no querrá vivir en el desierto del pecado nunca más.

Vivir de gracia en gracia

Sigamos hablando del hijo menor. Recibir perdón y gracia de su padre, ¿significa que él nunca volverá a fallar? Claro que no. Pero cada vez que falle, sabe ahora que no tiene que huir y ocultarse con culpabilidad y temor, porque conoce el corazón de su padre. Eso es lo que significa vivir de gracia en gracia; incluso si usted tropieza, es un tropiezo que le eleva. Eso usted consciente del hecho de que hay nueva gracia cada día, en una medida sobreabundante para tragarse todos sus fracasos. Esta es la bondad de Dios que le conduce al arrepentimiento (Romanos 2:4).

Algunas personas creen que el arrepentimiento debe implicar llorar hasta que los ojos se ven enrojecidos. He visto a personas hacer eso, pero regresan a casa y sus vidas no son cambiadas. Por el contrario, he visto genuino arrepentimiento cuando personas tienen un encuentro con la gracia de Dios al escuchar un mensaje o leer un libro como este, y no hay ningún dramatismo en ello; pero cuando regresan a su familia, uno se da cuenta de que algo en ellos ha cambiado a medida que pasan los días. Sus pensamientos y sus creencias han cambiado.

A su tiempo, eso produce un cambio completo en su estilo de vida, conductas, actitudes y acciones a medida que siguen creciendo en gracia. Adicciones comienzan a perder su poder sobre sus vidas; temores, dudas e inseguridades comienzan a disolverse, y ellos comienzan a experimentar favor y éxito en sus relaciones, carreras y ministerios. En lugar de envidiar la comida de los cerdos, ahora festejan en la mesa de abundancia del Padre. En lugar de vivir derrotados en pecado, ahora viven en la victoria del amor de su Padre. Eso es lo que produce creer correctamente en el amor del Padre.

Recibí un asombroso testimonio de Nathan, de veinticinco años y de Nueva York, que compartió sobre la victoria que experimentó cuando tuvo un encuentro con el amor del Padre por él. Contaba que desde los catorce años de edad su vida había girado en torno a las drogas, la pornografía, el sexo y la violencia de pandillas. Al crecer en tal ambiente, nunca tuvo una oportunidad de ver un modo de vida diferente; nunca disfrutó de una niñez adecuada y nunca experimentó amor y aceptación de sus familiares, que le consideraban nada más que una “máquina de guerra”. Sin ninguna figura paterna en su vida excepto un hombre con quien su madre se casó y que le golpeaba regularmente desde que tenía tres años, Nathan batallaba con su identidad, sus adicciones y su enojo.

Pero su punto crucial llegó cuando aprendió que su Papá Dios le ama. Él escribió:

Oí uno de sus sermones sobre ser el amado de Dios. Yo nunca había oído a alguien hablar sobre Jesús como alguien que murió por mis pecados porque me amaba mucho. Pensé que no había manera alguna de que nadie muriese por mí si supiera lo que yo había hecho. Pero el amor que sentí mientras escuchaba fue algo que nunca antes había experimentado.

Tenía que saber más, y por eso compré su libro Destinados para reinar, y las palabras del Señor por medio de su libro cambiaron mi vida… He dejado todo mal hábito, todo, en mi pasado y me he entregado al Señor Jesucristo. Cada día me parece nuevo, y ahora veo la vida bajo una luz diferente. Sé que tengo un Padre en el cielo que me ama y me acepta. Sé que Él oye mis oraciones y no será lento para responderlas.

Estoy muy contento de que Nathan tuviera una revelación de que a pesar de sus fracasos, su Papá Dios nunca ha dejado de amarle. Y finalmente al descansar en el amor de su Papá, ha sido hecho libre no sólo de sus adicciones, sino también del enojo y las dudas de sí mismo que le habían mantenido atado durante casi la mitad de su vida.

De la misma manera, oro para que usted tenga una revelación de que en este momento es amado por el Padre y está cerca de su corazón. De que Él siempre escucha sus oraciones y es más que capaz y está dispuesto de sacarle de cada pozo oscuro y situarle en su amor y su luz.

En la parábola del hijo pródigo, los dos hijos estaban lejos de su padre, incluso el hijo mayor, que técnicamente estaba en su casa con él.

¿Ha experimentado usted el amor de su Padre?

En este momento quiero que haga algo: cierre sus ojos y simplemente diga “Papá”.

Esa es una oración. De hecho, es la oración más profunda y más íntima que puede usted hacer.

Clame a su Papá Dios, porque Él le ama y se interesa por usted.

Clame a su Papá Dios, porque Él le ama y se interesa por usted. Nunca hizo usted nada para hacer que Él se enamorase de usted. Y amado, no hay nada que usted pueda hacer, nada que podría haber hecho, que le apartará jamás de su amor por usted.

Ya amado, ya calificado

Quiero que sepa que, como hijo de Dios, no necesita usted calificarse para obtener su amor de ninguna manera. Ya es usted su amado. Puede que sienta que está muy lejos de Él, pero su Padre le ve. Le ha estado observando y esperando a que regrese usted a casa, listo para salir corriendo hacia usted para abrazarle. Quiere derramar su amor abundante y sus besos sobre usted, una y otra vez.

No necesita ganarse el amor de su Papá. TODO lo que Él tiene ya es de usted. Él no le pide que le sirva a fin de ganarse sus bendiciones. TODO lo que Él tiene ya le ha sido dado de manera gratuita e incondicional.

Jesús dijo: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” (Mateo 6:26). Amigo, deje de esforzarse. Es usted un hijo de Dios. Es de más valor que muchas aves, y su Papá incluso tiene contados los cabellos de su cabeza (véase Lucas 12:7).

Él entregó a su único Hijo para morir una muerte atroz en la cruz a cambio de la oportunidad de que usted pudiera un día aceptar su amor.

Así que acérquese. Acuda al Padre. Acuda con todos sus fracasos, con todo su quebrantamiento, con todas sus incapacidades.

Acuda tal como es. A medida que usted entiende que es el objeto de su amor, oro para que cualquier cosa negativa o destructiva sea apartada de su vida y pueda experimentar victoria tras victoria como nunca antes.