Shanna se incorporó y miró a su alrededor por la habitación.
—¿Roman? ¿Estás aquí?
«Estoy arriba, en mi habitación. Gracias por dejarme entrar».
¿Entrar? ¿Dónde? ¿En su cabeza? Debía de haber sucedido mientras ella dormía. Notó una punzada de dolor frío que le recorrió la cabeza, desde una sien a la otra.
«Shanna, por favor. No me eches».
La voz de Roman se fue debilitando, hasta que sonó como un eco al fondo de una cueva muy profunda.
Shanna se frotó las sienes doloridas.
—¿Yo estoy haciendo esto?
«Estás intentando bloquearme. ¿Por qué?».
—No lo sé. Cuando siento algo así, me resisto. Es un acto reflejo.
«Relájate, cariño. No voy a hacerte daño».
Ella respiró profundamente varias veces, y el dolor disminuyó.
«Así está mejor». La voz de Roman sonaba más cercana. Más clara.
A Shanna se le aceleró el corazón. No estaba segura de si quería que Roman permaneciera en su cabeza. ¿Cuántos de sus pensamientos podría leer?
«¿Por qué estás preocupada? ¿Me estás ocultando muchos secretos?».
Oh, Dios, Roman podía oír sus pensamientos…
—No tengo grandes secretos, pero hay cosas que prefiero que sigan siendo privadas.
Como, por ejemplo, lo guapísimo y sexi que… «Eres más feo que un sapo viejo».
«¿Sexi?».
Demonios. No era muy buena en aquello de la telepatía. El hecho de que él pudiera leerle la mente la empujaba a producir pensamientos extraños para desconcertarlo.
Un aire de diversión la rodeó como una cálida manta.
«Entonces, no pienses tanto. Relájate».
—¿Cómo voy a relajarme, si tú estás en mi cabeza? No me vas a obligar a hacer nada en contra de mi voluntad, ¿verdad?
«Por supuesto que no, cariño. No voy a controlar tus pensamientos. Solo voy a hacer que te sientas como si estuviera haciéndote el amor. Y, en cuanto salga el sol, tendré que irme».
Ella notó algo cálido y húmedo en la frente. Un beso. Entonces, unos dedos suaves que le acariciaban la cara. Le masajearon con delicadeza las sienes, hasta que el dolor desapareció por completo.
Ella cerró los ojos y notó aquellos dedos recorriéndole los pómulos, la mandíbula, las orejas. No sabía cómo podía conseguirlo Roman, pero las sensaciones eran reales. Maravillosas.
«¿Qué llevas puesto?».
—¿Ummm? ¿Importa eso?
«Quiero que estés desnuda cuando te acaricie. Quiero sentir todas tus curvas, los huecos de tu cuerpo. Quiero sentir tu respiración entrecortada junto al oído, tus músculos tensos de pasión, cada vez más tensos…».
—¡Suficiente! Me habías convencido a la primera frase.
Shanna se quitó el camisón y lo dejó caer al suelo. Después, volvió a acurrucarse entre las sábanas y esperó.
Y esperó.
—¿Hola?
Miró al techo, preguntándose qué estaba ocurriendo en el quinto piso.
—¿Hola? Tierra llamando a Roman. Tu compañera está desnuda y preparada.
Nada.
Tal vez estuviera tan cansado que se había quedado dormido. Magnífico. Nunca se le había dado muy bien mantener el interés de los hombres durante mucho tiempo. Y Roman… Roman iba a vivir para siempre. ¿Cómo iba a ser ella algo más que un entretenimiento pasajero para él? Aunque su relación durara unos años, sería como un abrir y cerrar de ojos para alguien que vivía toda la eternidad. Shanna gruñó y se tendió boca abajo. ¿Cómo iba a salir bien aquello? Eran polos opuestos, como la vida y la muerte. Cuando la gente decía que los opuestos se atraían, no quería decir que ocurriera de un modo tan extremo.
«¿Shanna?».
Ella alzó la cabeza.
—¿Has vuelto? Creía que te habías ido.
«Lo siento. Tenía una cosa que resolver».
Suavemente, Roman comenzó a darle un masaje con los dedos en los hombros.
Ella suspiró y se dejó caer sobre la almohada. ¿Una cosa que resolver?
—¿Dónde estás, exactamente? No estás en tu escritorio, ¿verdad?
La idea de que estuviera haciendo papeleo mientras estaba con ella le causó irritación.
Aquel hombre era tan brillante que, posiblemente, podría proporcionarle un orgasmo mental mientras respondía correos electrónicos.
Él se echó a reír.
«Estoy sentado en mi cama, tomando un refrigerio antes de acostarme».
¿Estaba bebiendo sangre mientras le daba un masaje mental en los hombros?
Uf. No era demasiado romántico.
«Estoy desnudo. ¿Eso te ayuda?».
Oh, Dios… Shanna visualizó su magnífico cuerpo… «Sapo viejo y feo».
Él le acarició la espalda con la delicadeza de una pluma. Aquello era maravilloso. Le aplicó presión con la palma de la mano, dibujando círculos lentamente. Corrección: aquello era el cielo.
«¿Puedes oír a otros vampiros?».
—No. Con uno ya es bastante, gracias.
Entonces, sintió que su presión era más intensa, más emocionada.
Estaba llena de orgullo. No, de algo más que eso… algo parecido a la posesión.
«Eres mía».
Claro. Solo porque pudiera oírlo, ¿ya quería tener los derechos de propiedad? Llevaba vivo más de quinientos años, y todavía pensaba como un cavernícola. Aunque lo que le estaban haciendo sus manos era absolutamente delicioso.
«Gracias. Para servirte».
Sus manos siguieron recorriéndole la espalda, deshaciendo todos los nudos de tensión.
«Conque cavernícola, ¿eh?».
Demonios, oía demasiado. Casi podía verle sonreír. Era toda una suerte que no supiera que se estaba enamo… «Sapo feo, sapo feo».
«Todavía no estás cómoda conmigo en tu cabeza, ¿verdad?».
Bingo.
Dos puntos para el demonio controlador de mentes. Notó un azote en el trasero.
—¡Eh! —exclamó ella, y alzó los hombros, pero él volvió a empujarla hacia abajo—. Me estás mangoneando —dijo, con la voz amortiguada por la almohada.
«Sí», dijo él.
¡Y tenía la frescura de decirlo con petulancia!
—Cavernícola —murmuró ella. Con un harén de mujeres—. Antes me dijiste que era algo bastante impersonal. A mí me parece muy personal.
«En esta ocasión lo es, porque solo estamos tú y yo. Estoy pensando solo en ti».
Ella notaba su presencia rodeándola, una presencia densa, llena de calor y de deseo.
Notó un cosquilleo en la piel. Él le pasó los dedos por toda la espina dorsal, hacia arriba, hasta llegar a su nuca. Allí, le apartó el pelo hacia un lado.
Shanna notó algo caliente en el cuello. Un beso. Se estremeció.
Era muy extraño recibir el beso de una cara invisible. Notó la respiración cálida de Roman en la oreja. Entonces, algo le hizo cosquillas en los dedos de los pies.
Shanna dio un respingo.
—Hay algo en la cama.
«Soy yo».
—Pero…
Era imposible que estuviera besándole el oído y haciéndole cosquillas en los pies al mismo tiempo. A menos que tuviera unos brazos de dos metros de largo. O que no fuera humano.
«Bingo. Dos puntos para ti, cariño».
Roman le acarició la nuca con la nariz, y le pellizcó los dedos de los pies. De los dos pies. Y continuó acariciándole los omóplatos.
—Espera un minuto. ¿Cuántas manos tienes?
«Todas las que quiera. Todo está en mi cabeza. En nuestra mente».
Le hundió los pulgares en los empeines. Le masajeó la espalda con la palma de la mano, dibujando círculos hacia abajo… y continuó besándole la nuca.
Ella suspiró en un tono soñador.
—Oh, esto es muy agradable.
«¿Agradable?».
Sus manos se detuvieron.
—Sí. Muy agradable, muy…
Shanna se puso tensa al notar cierta irritación en su mente. Se dio cuenta de que Roman era quien se había irritado.
«¿Agradable?», preguntó él, echando chispas.
Oh, vaya.
—Estoy disfrutando mucho, de veras.
Su voz le atravesó la mente como un silbido.
«Se acabó el señor Agradable».
Él la agarró por los tobillos y le separó las piernas. Otras manos le rodearon las muñecas. Shanna se retorció, intentando soltarse, pero él era demasiado fuerte y tenía demasiadas manos.
Ella se quedó atrapada contra el colchón, indefensa, con las piernas completamente abiertas.
Notó un aire frío en la parte más íntima de su cuerpo. Esperó así, expuesta y tensa. Notaba los latidos del corazón en los oídos.
Esperó.
La habitación estaba en silencio, salvo por el sonido de su respiración entrecortada. Tenía los nervios en punta, a la espera de un ataque inminente. ¿Dónde golpearía primero? No había forma de saberlo. Él era invisible a los ojos. Aquello era terrible. Aquello era… excitante.
Shanna esperó. Las cuatro manos todavía le sujetaban los tobillos y las muñecas. Pero él tenía un número infinito de manos y de dedos, tantos como quisiera imaginar. Shanna contrajo los músculos de las nalgas en un intento de unir las piernas. Se sentía tan expuesta… tan abierta a él… Un cosquilleo le recorrió todo el cuerpo. Él le estaba haciendo aquello. Estaba haciéndola esperar. Estaba haciendo que sintiera el dolor de la impaciencia. El anhelo. El deseo.
Y, entonces, se fue.
Shanna alzó la cabeza.
—¿Hola? ¿Roman?
¿Adónde había ido? Se sentó en la cama y miró el reloj de la mesilla.
Teniendo en cuenta lo afortunada que era, seguro que había amanecido y él hubiera muerto oficialmente aquel día. Sin embargo, era demasiado temprano para que hubiera amanecido. ¿Acaso Roman había decidido marcharse de repente? Los minutos pasaban…
Shanna se puso de rodillas.
—Demonios, Roman, no puedes dejarme así.
Pensó en lanzar algo contra el techo.
De repente, unas manos le rodearon la cintura.
—¿Roman? Más te vale que seas tú —dijo, y se giró para palpar el lugar donde él debería estar, pero no tocó nada, salvo el aire.
«Sí, soy yo».
Él le pasó las manos por las costillas, y llegó a sus pechos. Los sujetó con suavidad, mientras le mordisqueaba un hombro.
—¿Dónde… dónde estabas? —preguntó. Era difícil mantener una conversación mientras él la acariciaba con los dedos pulgares.
«Lo siento. No volverá a ocurrir».
Roman jugueteó con sus pezones. Se los pellizcó delicadamente, y cada uno de aquellos pellizcos tiró de una cuerda invisible que estaba conectada a su alma.
Shanna se desmoronó sobre la cama, y miró al techo.
—Oh, Roman, por favor.
Ojalá pudiera verlo. O tocarlo.
«Shanna, dulce Shanna», susurró él. «¿Cómo puedo explicarte lo que significas para mí? Cuando te vi en el baile, fue como si mi corazón comenzara a latir otra vez. Tú iluminaste la sala, brillaste en un océano de blanco y gris. Y yo pensé que… mi vida no ha sido más que una noche oscura e interminable, y tú has llegado como un arco iris y has llenado mi alma negra de colores».
—Oh, Roman. No me hagas llorar —dijo Shanna.
Se tendió boca abajo, y se enjugó las lágrimas con la sábana.
«Voy a hacerte llorar de placer», respondió él.
Acarició lentamente sus piernas, mientras otras dos manos le recorrían la espalda. Llegó a sus muslos, y a su cintura. Pronto, muy pronto, todas aquellas manos se reunirían en su sexo. Los músculos de sus nalgas se contrajeron. Entre sus piernas se formó la humedad del deseo. Su hambre se hizo más dulce, más caliente, más desesperada.
Shanna sintió su boca en el trasero, besándola. La punta de su lengua le recorrió una nalga y pasó a la otra.
—Me estás volviendo loca, Roman. No puedo más.
«¿Es esto lo que quieres?», le preguntó él, y sus dedos rozaron el vello rizado que protegía su sexo.
Ella se sobresaltó.
—Sí.
«¿Estás húmeda?».
Aquella pregunta provocó otro borbotón cálido de líquido.
—Estoy empapada. Calada. Compruébalo tú mismo.
Shanna se tumbó boca arriba, esperando verlo. Era desconcertante estar allí tumbada, con las piernas separadas para recibirlo en su cuerpo, y que no hubiera nadie.
—¿Roman?
«Quiero besarte».
Ella notó su respiración en el pecho, y él le succionó el pezón. Pasó la lengua alrededor de la aréola, y le lamió la punta con dureza.
Ella intentó abrazarlo, pero allí no había nada.
Él pasó a su otro seno.
—Yo también quiero acariciarte a ti. Quiero abrazarte —dijo Shanna.
Se sobresaltó al notar que él posaba la mano entre sus piernas. Sus dedos empezaron a explorarla.
«Estás empapada. Eres una belleza».
—Roman…
Ella intentó abrazarlo de nuevo, pero no encontró nada. Aquello era más que desconcertante: era exasperante. Tuvo que agarrarse con fuerza a la sábana y apretar los puños.
Él le acarició los pliegues resbaladizos, y los separó con delicadeza. Metió un dedo en su cuerpo y le acarició las paredes internas.
«¿Te gusta esto? ¿O prefieres esto?», le preguntó, y comenzó a dibujar círculos sobre su clítoris.
Ella gimió y retorció las sábanas. Anhelaba abrazarlo, pasar las manos por su pelo, sentir los músculos de su espalda y los de sus nalgas. Aquello era completamente desigual. Pero, tan delicioso…
Él introdujo dos dedos en su cuerpo. Al menos, Shanna pensó que eran dos dedos. Tal vez, tres. Oh, Dios, la estaba atormentando desde el interior al exterior. La acarició con los dedos, dibujó círculos, entró y salió de su cuerpo. Ella no tenía ni idea de cuántas terminaciones nerviosas poseía en aquella zona, pero parecía que él estaba empeñado en encenderlas todas. Frotó el botón duro e hinchado de su sexo cada vez más rápidamente. Ella clavó los talones en el colchón y alzó las caderas al aire. Más. Más.
Y él le dio más.
Shanna jadeó, intentando tomar aire. La tensión aumentó, pero era una tensión dulce que la hacía arder de necesidad. Ella empujó el sexo contra su mano, retorciéndose y, entonces, él la tomó en su boca.
Con el primer roce de su lengua, ella se hizo añicos. Sus músculos internos se contrajeron alrededor de los dedos de Roman. Gimió sin poder contenerse. Los espasmos le hicieron latir todo su cuerpo, hasta los dedos de los pies y de las manos. Con cada oleada de placer, la respiración se le entrecortaba, y los dedos se le crispaban en las sábanas. Los temblores continuaron, y ella alzó las piernas, uniendo los muslos y apretándolos con fuerza, deleitándose con aquellas sensaciones.
«Eres una belleza», repitió él, y le besó la frente.
—Y tú eres fantástico —dijo él, y se apretó una mano contra el pecho.
Tenía el corazón acelerado, y la piel ardiente.
«Ahora tengo que irme, cariño. Que duermas bien».
—No puedes marcharte. Quiero abrazarte —dijo ella. Sintió una punzada de dolor frío en el puente de la nariz, que pasó rápidamente.
—¿Roman?
Silencio.
Ella buscó su presencia, pero él se había ido.
—¡Eh, cavernícola! —le gritó al techo—. ¡No puedes amarme y dejarme!
No hubo respuesta, y ella se incorporó en la cama. El reloj de la mesilla marcaba las seis y diez de la mañana. Oh, de eso se trataba. Volvió a desplomarse sobre el colchón. Estaba amaneciendo. Era hora de que todos los vampiritos buenos se fueran a la cama. Eso, por supuesto, sonaba mucho mejor que la realidad. Durante las doce horas siguientes, Roman estaría muerto para el mundo.
Vaya… Para ser un cadáver, era un amante increíble. Shanna se tapó los ojos con un gemido. ¿Qué estaba haciendo, manteniendo relaciones sexuales con un vampiro? Aquello no tenía ningún futuro. Él estaba anclado para siempre en la edad de treinta años, condenado a ser joven, sexi e impresionante para toda la eternidad, mientras que ella envejecería.
Shanna gruñó. Su relación estaba condenada al fracaso desde el principio. Él siempre sería un príncipe bello y joven.
Y ella se convertiría en el sapo viejo y feo.
Shanna se despertó después del mediodía, y comió con Howard Barr y otros cuantos guardias del turno de día. Aunque eran guardias de seguridad, entre sus tareas también estaban las de limpieza. Después de todo, el ruido de las aspiradoras no iba a molestar a los muertos. Shanna se pasó una aburrida tarde lavando su ropa nueva y viendo la televisión. La Cadena Digital Vampírica sí retransmitía, pero casi todo el contenido era en francés e italiano. Era de noche en Europa. Los eslóganes aparecían en inglés: Bienvenidos a CDV. Emitimos 24 horas, los 7 días de la semana, porque siempre es de noche en algún lugar. CDV: Si no eres digital, no pueden verte. Ahora, aquellas palabras tenían más sentido.
Se dio una larga ducha antes del atardecer. Tenía ganas de estar muy guapa para Roman. Bajó de nuevo a la cocina, tomó algo de cena y presenció el cambio de guardia. Llegaron los escoceses. Cada uno de ellos le lanzó una sonrisa antes de pasar por el refrigerador y sacar una botella de sangre. Esperaron su turno para calentarla en el microondas, sin dejar de sonreírle y mirarla de un modo curioso.
¿Acaso tenía un trozo de lechuga entre los dientes? Al fin, los escoceses se marcharon a ocupar sus puestos de guardia. Connor se quedó en la cocina, enjuagando las botellas de sangre.
—¿Por qué está tan contento todo el mundo? —le preguntó, desde su sitio en la mesa de la cocina—. Después de la explosión de anoche, pensé que estaba a punto de estallar la guerra.
—Ah, sí, habrá guerra —respondió Connor—. Pero, cuando uno vive tanto tiempo como nosotros, pierde la sensación de urgencia. Ya nos ocuparemos de Petrovsky. Es una pena que no lo matáramos en la Gran Guerra.
—¿Es que hubo una Gran Guerra de vampiros?
—Sí, en 1710 —respondió Connor, mientras cerraba el lavaplatos. Se apoyó en la encimera y comenzó a recordar—. Yo estuve en ella. También Petrovsky, aunque no en mi bando, ¿sabes?
—¿Y qué ocurrió?
—¿Roman no te lo ha contado?
—No. ¿Él también estuvo?
Connor soltó un resoplido.
—Él la inició.
¿Era eso a lo que se refería Roman cuando decía que había cometido terribles crímenes?
—¿No me lo vas a contar tú?
—Bueno, supongo que no tiene nada de malo —dijo Connor, y se acercó a la mesa. Se sentó, y continuó hablando—. El vampiro que transformó a Roman era un tipo muy malo, llamado Casimir. Tenía un grupo de vampiros a su mando, y se dedicaban a destruir pueblos enteros, a violar y asesinar, a torturar por puro placer. Petrovsky era uno de los subalternos preferidos de Casimir.
Shanna se estremeció.
Roman había sido un monje bueno, que se dedicaba a curar a los pobres. Era horrible pensar que se hubiera visto inmerso en semejante maldad.
—¿Qué le pasó a Roman?
—Casimir estaba fascinado con él. Quería arrancarle hasta el último resto de bondad y convertirlo en pura maldad. Le… le hizo cosas horribles a Roman. Le planteó elecciones espantosas —dijo Connor, y agitó la cabeza con disgusto—. En una ocasión, Casimir capturó a dos niños, y amenazó con matarlos a ambos. Le dijo a Roman que podía salvar a uno de ellos si mataba él mismo al otro.
—Oh, Dios…
—Cuando Roman se negó a tomar parte en esa perversidad, Casimir se volvió loco de furia. Sus demonios y él fueron al monasterio de Roman y mataron a todos los monjes. Después, destruyeron los edificios.
—¡Oh, no! ¿A todos los monjes? ¿Incluso al padre adoptivo de Roman?
—Sí. ¿Sabes? Roman no tuvo la culpa, pero él se siente culpable de todas formas.
No era de extrañar que Roman pensara que Dios lo había abandonado, y que sintiera tanto odio por sí mismo. No había sido culpa suya, pero ella entendía por qué se sentía culpable. La muerte de Karen tampoco había sido culpa suya, pero ella se culpaba a sí misma sin poder evitarlo.
—El monasterio asolado… es el que está en el cuadro del quinto piso, ¿verdad?
—Sí. Roman lo tiene allí para recordar…
—Querrás decir para torturarse —dijo Shanna, con los ojos empañados. ¿Cuántos siglos pensaba seguir flagelándose por lo que había ocurrido?
—Sí —dijo Connor, asintiendo tristemente—. Al ver el monasterio destruido, y a todos sus queridos hermanos asesinados, Roman se hizo un propósito para su nueva y horrible existencia. Juró que iba a destruir a Casimir y a sus malvados seguidores. Sin embargo, sabía que no iba a poder hacerlo solo. Así pues, se escapó, viajó hacia el oeste, visitando campos de batalla donde encontraba a los heridos agonizando en la oscuridad. Encontró a Jean-Luc en 1513, en la batalla de Spurs, en Francia, y a Angus en Flodden Field, en Escocia. Los transformó, y ellos se convirtieron en sus primeros aliados.
—¿Y cuándo te encontraron a ti?
—En la batalla de Solway Moss —dijo Connor, con un suspiro—. En mi querida Escocia nunca hubo paz durante mucho tiempo. Era un magnífico lugar para encontrar guerreros agonizantes. Yo me había arrastrado hasta un árbol, para morir bajo sus ramas. Roman me encontró y me preguntó si estaba dispuesto a luchar por una causa noble. Yo estaba sufriendo tanto que no me acuerdo de casi nada. Debí de decir que sí, porque Roman me transformó aquella noche.
Shanna tragó saliva.
—¿Y tienes algún resentimiento por lo que te ocurrió?
Connor se quedó sorprendido.
—No, muchacha. Me estaba muriendo. Roman me dio una razón para existir. Angus también estaba allí. Él transformó a Ian. En 1710, Roman había reunido a un gran ejército de vampiros. Angus era su general. Yo era capitán —dijo Connor, sonriendo con orgullo.
—Y, entonces, ¿marchasteis contra Casimir?
—Sí. Fue una guerra cruel. Duró tres noches. A los que resultaban heridos y quedaban demasiado débiles como para moverse, el sol los freía al día siguiente. En la tercera noche, poco antes del amanecer, cayó Casimir. Sus seguidores huyeron.
—¿Y Petrovsky era uno de ellos?
—Sí. Pero vamos a liquidarlo muy pronto. No te preocupes por eso —dijo Connor. Se puso en pie, y se estiró—. Será mejor que me vaya a hacer mi ronda.
—Supongo que Roman ya se habrá despertado.
Connor sonrió.
—Sí, seguro que sí —dijo, y salió de la cocina. Su falda roja y verde se balanceaba alrededor de sus rodillas.
Shanna exhaló un gran suspiro. Entonces, Roman le había dicho la verdad sobre sus crímenes. Había matado a mortales y los había transformado en vampiros. Pero había transformado a mortales que ya estaban muriendo, y su propósito era noble. Había vencido a Casimir, el vampiro malvado que disfrutaba torturando a gente inocente.
Roman tenía un pasado violento, pero era un pasado que ella podía aceptar. Pese a que Casimir había intentado convertirlo en un ser vil, Roman había seguido siendo bondadoso. Siempre había defendido a los inocentes y había salvado a los mortales. Y, sin embargo, estaba lleno de remordimientos y pensaba que Dios lo había abandonado. Ella tenía que llegar a su alma y aliviar su dolor. Tal vez su relación personal estuviera condenada al fracaso, pero sentía algo por Roman, y no podía soportar que siguiera sufriendo.
Salió al pasillo y se encaminó hacia las escaleras.
—¡Oh, Shanna! —dijo Maggie, que estaba en el vestíbulo.
Las puertas del salón estaban abiertas de par en par, y Shanna vio a todo el harén dentro. Oh, Dios. Realmente, no quería ver a aquellas mujeres.
—Vamos, Shanna, ven —dijo Maggie. La tomó del brazo y la llevó al salón—. Eh, chicas, ¡mirad quién está aquí! Es Shanna.
Todas las chicas sonrieron.
¿Qué demonios tramaban? Shanna no se fiaba ni un pelo de aquellas muestras de amistad.
Vanda se acercó apresuradamente, con una sonrisa de disculpa.
—Siento mucho haber sido grosera contigo —le dijo, y le tocó un mechón de pelo—. Este color te queda muy bien.
—Gracias —dijo Shanna, y dio un paso atrás.
—No te vayas —le pidió Maggie, agarrándola del brazo—. Ven con nosotras.
—Sí —dijo Vanda—. Nos gustaría que te unieras al harén.
A Shanna se le escapó un jadeo de incredulidad.
—¿Cómo? No, no voy a unirme a vuestro harén.
—Pero… Roman y tú sois amantes, ¿non? —preguntó Simone, desde el sofá.
—No creo que eso sea asunto vuestro —respondió ella. ¿Cómo demonios se habían enterado?
—Vamos, no seas tan quisquillosa —dijo Vanda—. A todas nos gusta Roman.
—Oui —dijo Simone—. Yo he venido desde París para estar con él.
Shanna se enfureció. Sintió ira hacia Roman y hacia aquellas mujeres, pero, sobre todo, hacia sí misma. No debería haberse relacionado hasta tal punto con él mientras tenía a aquellas mujeres en aquella situación.
—Lo que pase entre Roman y yo es algo privado.
Maggie negó con la cabeza.
—No. Es muy difícil tener algo privado entre vampiros. Yo oí a Roman ayer, cuando te pidió que le dejaras hacerte el amor.
—¿Qué? —preguntó Shanna, con un nudo en la garganta.
—Maggie es muy buena captando pensamientos de los demás —explicó Vanda—. Cuando oyó a Roman, nos avisó a todas, y todas le pedimos que nos dejara unirnos a la diversión.
—¿Qué?
—Relájate —le dijo Darcy, con cara de preocupación—. Él no les permitió entrar.
—¡Fue muy maleducado! —protestó Simone.
—Fue horrible —dijo Maggie, cruzándose de brazos—. Hemos esperado mucho tiempo a que Roman volviera a interesarse por el sexo. Y, cuando por fin sucede, no nos deja jugar.
—Fue horrible —repitió Vanda—. Somos su harén. Tenemos derecho a compartir el sexo con él, pero él nos bloqueó.
Shanna se quedó mirándolas boquiabierta, con el corazón latiéndole ensordecedoramente en el pecho.
—De verdad —dijo la dama del Sur—. Nunca me había sentido tan rechazada.
—Vosotras… ¿Todas intentasteis uniros a nosotros?
Vanda se encogió de hombros.
—Cuando alguien inicia el sexo vampírico, cualquiera puede unirse.
—Así es como se supone que deben ser las cosas —explicó Maggie—. Le pedimos a Roman dos veces que nos dejara participar, pero él nos bloqueó.
—Incluso se enfadó con nosotras —dijo Simone.
—Hubo tanta discusión y tanto grito mental, que hasta los escoceses se metieron en la pelea y nos dijeron que dejáramos en paz a Roman.
Shanna gruñó en silencio. Claro, por eso los escoceses sonreían tanto aquella mañana. ¿Acaso todo el mundo en aquella casa sabía lo que habían estado haciendo Roman y ella? Se ruborizó.
—Vais a acostaros otra vez esta noche, ¿non? —quiso saber Simone.
—Por eso queremos que te unas al harén —dijo Maggie, con una sonrisa amistosa.
—Sí —dijo Vanda, sonriendo también—. Así, Roman nos hará el amor a todas a la vez.
—No, no —dijo Shanna, caminando hacia atrás—. ¡Nunca! —gritó, y salió corriendo antes de que todo el harén se diera cuenta de que se le caían las lágrimas.
¡Demonios! Ahora ya sabía por qué había desaparecido Roman dos veces la noche anterior. La había dejado esperando para poder responder al acoso mental de su harén. Todo el tiempo que había pasado haciéndole el amor a ella, había tenido que expandir su energía mental para bloquear a las demás mujeres. Era como hacer el amor con una multitud de mirones pugnando por asomarse a la ventana.
Subió corriendo las escaleras hasta el primer piso. El shock se convirtió en horror y, después, en puro dolor. ¿Cómo había podido meterse en un lío tan horrendo?
Cuando llegó al segundo piso, estaba llorando a lágrima viva. ¿Cómo había podido ser tan estúpida? No debería haber permitido que Roman entrara en su mente. Ni en su cama. Y, sobre todo, no debería haber permitido que entrara en su corazón.
Al llegar al tercer piso, su dolor se había transformado en ira. ¡Aquel maldito harén! Y aquel maldito Roman. ¿Cómo se atrevía a mantener un harén de diez mujeres y decir, al mismo tiempo, que ella significaba mucho para él?
En el cuarto piso, se dirigió a su habitación, pero se detuvo por el camino. La ira se había transformado en una furia incontenible, y decidió subir al quinto piso.
El guardia la miró con una sonrisita.
Ella tuvo ganas de borrársela de un bofetón, pero apretó los dientes y se contuvo.
—Me gustaría ver a Roman.
—Sí, por supuesto —dijo el escocés, y le abrió la puerta del despacho.
Shanna entró y cerró la puerta.
Roman había sobrevivido a la Gran Guerra de los Vampiros de 1710, pero estaba a punto de enfrentarse a un terror incluso peor.
Una mujer mortal enfurecida.