Roman estaba tendido en la cama, pensando en Shanna. Aquella noche había sido maravillosa, pero, al mismo tiempo, exasperante. Había tenido que invertir demasiada energía en bloquear a las mujeres del piso de abajo. Dios, cuánto odiaba tener que mantener aquel harén. Ni siquiera sabía todos sus nombres. Nunca había pasado tiempo con ellas. Durante el sexo vampírico, simplemente, había imaginado que le hacía el amor al cuerpo de una mujer. Por muy satisfactorio que hubiera sido para las damas, el cuerpo que él había imaginado podía ser el de VANNA. No era real. No era ninguna de ellas.
Ni siquiera era Shanna. Y eso también le molestaba. La noche anterior, se había imaginado a Shanna, pero sabía que, realmente, no era ella. No sabía cómo era desnuda y, a esas alturas, su imaginación no era suficiente. Quería la realidad. Y creía que ella también. Mientras hacían el amor, Shanna se había quejado de que no podía acariciarlo ni abrazarlo.
Tenía que completar la fórmula en la que estaba trabajando. Si podía permanecer despierto durante el día, podría proteger a Shanna todo el tiempo. Y también podría estar a solas con ella, porque ningún otro vampiro podría entrometerse. Y, si era capaz de convencer a Shanna para que vivieran juntos, su capacidad de mantenerse despierto durante el día les permitiría tener un estilo de vida más normal para ella.
Se levantó de un salto y tomó una ducha caliente. Quería verla aquella noche, pero también necesitaba ir a Romatech.
El resto de la semana la tendría ocupada con la conferencia. Angus, Jean-Luc y él tenían que elaborar un plan para enfrentarse con los descontentos, sobre todo, sabiendo ya que Petrovsky era su líder. Y librarse de Petrovsky no solo serviría para convertir el mundo en un lugar más seguro para los vampiros respetuosos con la ley, sino, también, para Shanna.
Sonrió. Aunque la guerra entre facciones de vampiros estuviera tan cerca, no podía dejar de pensar en ella. Era tan distinta… tan franca y tan elemental con sus emociones… Mientras estaba dentro de su mente, había intentado detectar lo que sentía por él. Shanna se estaba adaptando bien al hecho de que fuera un vampiro, sobre todo porque tenía un corazón compasivo y bondadoso. Cuando la había llamado «cariño», lo había dicho en serio. Ella tenía una naturaleza dulce y sincera con la que él se había encariñado por completo.
Se rio suavemente mientras se secaba con la toalla. Shanna también podía ser muy temeraria y guerrera cuando se enfadaba. Eso también le encantaba de ella. Esperaba, con todo su corazón, que Shanna pudiera enamorarse de él. Eso sería perfecto, puesto que él ya se había enamorado de ella.
Se había dado cuenta al verla en el baile, vestida de rosa fuerte en un mar blanco y negro. Tenía la impresión de que, si ella podía amarlo y aceptarlo, aunque él tuviera el alma negra por el pecado, no estaría todo perdido.
Si había algo en él que merecía amor, podía esperar el perdón. Aquella noche, había deseado decirle que la quería, pero se había contenido. Para confesar algo así necesitaba estar con ella en persona.
Se inclinó para ponerse la ropa interior. Empezó a ver puntos negros a causa del hambre. Debería haber comido algo antes de ducharse, pero estaba distraído pensando en Shanna.
Vestido tan solo con los calzoncillos, salió a su despacho y sacó una botella de sangre de la nevera. Tenía tanta hambre que estuvo a punto de bebérsela fría.
Oyó cerrarse la puerta del despacho, y miró hacia atrás. Shanna. Con una sonrisa, desenroscó el tapón de la botella.
—Buenas noches.
Ella no respondió, y él se dio cuenta de que tenía las mejillas llenas de lágrimas y los ojos enrojecidos e hinchados. Estaba… furiosa.
—¿Qué te pasa, querida?
—¡Todo! ¡Me pasa de todo! No pienso más soportar esto.
—Eh… Bueno —dijo él, dejando la botella en la mesa—. Parece que he hecho algo mal, pero no sé qué es.
—¡Todo! ¡Lo has hecho mal todo! Está mal que tengas un harén. Está mal que me dejaras sola en la cama mientras hablabas con ellas. ¡Y es repugnante que todas quisieran unirse a nosotros para hacer una especie de orgía mental!
Roman se estremeció.
—Yo nunca lo habría permitido. Lo que hicimos juntos fue completamente privado.
—¡No es verdad! Ellas sabían que estábamos haciendo el amor, y no dejaban de llamar a la puerta para entrar.
Él gruñó mentalmente. Esas endemoniadas mujeres.
—Supongo que has estado hablando con las esas mujeres otra vez.
—Con tus otras mujeres, sí. Con tu harén. ¿Sabes que me han invitado a formar parte del grupo?
Por Dios…
—¿Y sabes por qué? ¡Querían que me uniera al harén para poder estar con nosotros la próxima vez! ¡Para hacer una gran fiesta de sexo psíquico! Oooh, hablando de tus múltiples orgasmos, ¡estoy impaciente!
—Ahora estás siendo sarcástica, ¿no?
—¡Aaarg!
Roman apretó los dientes.
—Mira, Shanna, he gastado muchísima energía en conseguir que lo que ocurrió entre nosotros fuera privado —dijo. Y aquel gasto de energía lo había dejado hambriento.
—¡No fue privado! Hasta los escoceses saben lo que estábamos haciendo. Tú sabías que todo el mundo lo sabía, pero, aun así, me hiciste el amor.
Él avanzó hacia ella, cada vez más irritado.
—Nadie oyó lo que ocurría entre nosotros. Fue privado. Solo yo te oí gemir y gritar. Solo yo sentí el temblor de tu cuerpo cuando…
—Ya basta. No debería haberlo hecho. Tú tienes un harén que está esperando poder unirse a nosotros.
Roman apretó los puños, intentando controlarse, pero le resultaba muy difícil, porque estaba hambriento.
—No puedo hacer nada con respecto a ellas. No sabrían cómo sobrevivir solas.
—¿Me estás tomando el pelo? ¿Cuántos siglos tienen que cumplir para hacerse adultas?
—Nacieron en tiempos en los que a las mujeres no se les enseñaba a hacer ningún trabajo. No tienen capacidades, y yo soy responsable de su bienestar.
—Pero… ¿las deseas de verdad?
—¡No! Las heredé cuando me convertí en maestro de aquelarre, en 1950. Ni siquiera me acuerdo de todos sus nombres. He pasado todo el tiempo construyendo Romatech y trabajando en el laboratorio.
—Bueno, pues si no quieres el harén, pásaselo a otro. Debe de haber muchos vampiros solitarios que se mueren por una mujer bien muerta para que les haga compañía.
Roman se enfadó.
—Da la casualidad de que yo también estoy bien muerto, como ellas.
Shanna se cruzó de brazos.
—Tú y yo somos distintos. No creo que esto vaya a salir bien.
—Pues anoche nos salió perfectamente —replicó él.
No pensaba permitir que lo abandonara. Y, en realidad, ellos dos sí se parecían. Shanna lo entendía como nadie más.
—No puedo… no estoy dispuesta a hacer el amor contigo otra vez, cuando hay un montón de mujeres que quieren unirse a nosotros. No tengo por qué soportar eso.
Él sintió una punzada de ira.
—No vas a convencerme de que no disfrutaste ayer. Sé que disfrutaste. Todo estaba en tu cabeza.
—Eso fue anoche. Ahora solo siento vergüenza.
Roman tragó saliva.
—¿Te avergüenzas de lo que hiciste? ¿Te avergüenzas de mí?
—¡No! Estoy furiosa porque esas mujeres puedan hacerte exigencias, porque piensan que tienen todo el derecho a estar con nosotros en el dormitorio.
—¡No se lo permitiré! Ellas no me importan, Shanna. Las bloquearé.
—No deberías tener que bloquearlas, porque no deberían estar aquí. ¿Es que no lo entiendes? Me niego a compartirte con ellas. ¡Tienen que marcharse!
A Roman se le cortó la respiración. Por Dios… Aquel era el verdadero problema.
No era que Shanna se sintiera avergonzada, ni que él no le importara. Él sí le importaba. Ella lo deseaba. Lo quería en exclusividad.
Shanna retrocedió, mirándolo con los ojos muy abiertos.
—Yo… no debería haber dicho eso.
—Pero si es cierto.
—No, no. Yo no tengo derecho a exigirte nada. Y no debería esperar que cambies todo tu estilo de vida por mí. De todos modos, seguramente, esta relación no puede funcionar.
—Sí puede —dijo él, acercándose a ella—. Tú me deseas. Deseas todo mi amor, toda mi pasión, solo para ti.
Ella dio otro paso atrás, y topó con la chaise longue de terciopelo.
—Debería irme ya.
—No quieres compartirme, ¿verdad, Shanna? Me quieres para ti sola.
—Bueno, uno no siempre consigue lo que quiere, ¿verdad?
Él la tomó por los hombros.
—En esta ocasión, sí lo vas a conseguir.
La levantó y la sentó en el respaldo curvo de la chaise longue.
—¿Qué…?
Roman le dio un suave empujón, y ella cayó hacia atrás.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Shanna. Intentó incorporarse, y consiguió apoyarse en ambos codos. Sus caderas quedaron un poco elevadas sobre el extremo más alto de la chaise.
Él le quitó las zapatillas de deporte y las dejó caer al suelo.
—Estamos solos, Shanna. Solos tú y yo. Nadie va a saber lo que estamos haciendo.
—Pero…
—Privacidad absoluta —dijo él. Le desabrochó los pantalones y se los deslizó por las piernas—. Como tú querías.
—¡Un momento! Esto es diferente. Esto es… real.
—Tienes toda la razón. Y yo ya estoy listo —dijo Roman. Se fijó en sus braguitas rojas. Dios… Sexo real.
—Esto tenemos que pensarlo —dijo ella.
—Pues piensa deprisa —respondió él, agarrando el encaje rojo—, porque voy a quitártelas.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos, con la respiración acelerada.
—Tienes… tienes los ojos rojos. Y te brillan.
—Significa que estoy listo para hacer el amor.
Ella tragó saliva, y clavó la mirada en su pecho desnudo.
—Sería un paso muy importante.
—Lo sé —dijo Roman, y pasó la yema del dedo pulgar por el encaje. Sexo real, sexo físico con una mujer mortal—. Si me dices que pare, lo haré. No quiero hacerte daño, Shanna.
Ella cayó sobre la chaise y se tapó la cara.
—Oh, Dios…
—¿Y bien? ¿Lo hacemos real?
Ella bajó las manos y lo miró directamente. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.
—Cierra la puerta con llave —le susurró.
Roman sintió una avalancha de emociones: excitación, deseo y, sobre todo, alivio. Shanna no lo había dejado. En un instante, se acercó a la puerta, la cerró y volvió junto a ella.
Al detenerse, su visión se llenó de puntos negros. Utilizar la velocidad vampírica le había costado mucha energía, y necesitaba lo poco que le quedaba para Shanna. Tomó uno de sus pies, y le quitó el calcetín. Después, hizo lo mismo con el otro. Aquello era la realidad, así que solo tenía dos manos. No podía hacer trucos mentales.
Sus pies eran un poco distintos a como los había imaginado. Eran más largos y más delgados. Su segundo dedo era tan largo como el dedo gordo. Aquellos detalles no habían figurado en su imaginación la noche anterior, pero, en aquel momento, le parecían muy importantes. Aquella era la Shanna verdadera, no un sueño erótico. Y ningún sueño podía compararse a ella en la vida real.
La agarró por un tobillo y le levantó la pierna. Era larga y tenía una forma muy bella. Pasó una mano, apreciativamente, por su pantorrilla. Su piel era tan suave como había imaginado, pero, una vez más, había detalles inesperados para él. Tenía unas cuantas pecas encima de la rodilla y, dentro del muslo, un pequeño lunar.
Aquel lunar atrajo a Roman como un imán. Presionó los labios sobre él. El calor de la piel de Shanna le sorprendió. Aquello era nuevo. Diferente. Los vampiros no generaban mucho calor, así que, durante los años en los que había mantenido relaciones sexuales vampíricas, nunca se había imaginado la calidez de un cuerpo. Ni su olor. La piel de Shanna tenía un olor limpio y fresco, a mujer y a… vida. A sangre vital. Una larga vena latía bajo su piel. Tipo A positivo.
Frotó la nariz contra el interior de su muslo, disfrutando de aquel olor rico y metálico.
¡Basta! Giró la cabeza y apoyó la mejilla contra su muslo. Tenía que parar, antes de que el instinto lo dominara y sus colmillos se prolongaran. De hecho, para prevenir cualquier problema, debería beber una botella de sangre antes de continuar.
Sin embargo, en aquel momento su nariz percibió otro olor. No se trataba del olor de la sangre, pero era igual de embriagador. Provenía del interior de sus braguitas. Excitación. Dios Santo, era un olor dulce. Él nunca hubiera imaginado una fragancia tan potente. Su entrepierna se hinchó contra los calzoncillos de algodón. Aquel perfume lo atrajo hasta que su nariz estuvo pegada a las braguitas de encaje.
Shanna jadeó. Todo su cuerpo se echó a temblar.
Roman se irguió entre sus piernas. Agarró la cintura de las braguitas y bajó la tela unos centímetros. Sus nudillos se detuvieron sobre una masa de vello rizado.
Él se quedó mirándolo fijamente. Debería haberlo imaginado. Después de todo, ella era el color. Clavó los ojos en la cara de Shanna.
—¿Eres pelirroja?
—Yo… supongo que sí —dijo ella, y se humedeció los labios—. Algunos le llaman a ese color rubio rojizo.
—Oro rojizo —dijo él, y frotó los nudillos contra aquel vello. La textura era distinta a la del cabello; era más duro, rizado y excitante. Roman sonrió—. Tenía que habérmelo imaginado. Tienes el carácter de una pelirroja.
Ella lo miró con sequedad.
—Tenía todo el derecho a estar furiosa.
Él se encogió de hombros.
—El sexo vampírico está valorado en exceso. Esto… —dijo, mirándose los dedos, entrelazados con el pelo rojizo de su sexo—. Esto es mucho mejor.
Deslizó un dedo en el interior de su cuerpo.
Ella se sobresaltó y jadeó.
—Oh, Dios, lo que me haces… —musitó, y se apretó una mano contra el pecho, como si quisiera calmar su propia respiración—. No me… no me haces reaccionar así, ¿verdad? Quiero decir que anoche, cuando estabas en mi cabeza…
—Yo puse esas sensaciones en tu mente. Tus reacciones eran tuyas —respondió él, y hundió más el dedo en aquel calor húmedo, hasta que rozó el pequeño nudo de carne resbaladiza.
Ella gimió.
—Tus reacciones son muy bellas —murmuró Roman.
Tenía el dedo mojado. La fragancia ascendía hacia él, embriagadora y rica. Él cada vez estaba más excitado, y su erección le urgía a llegar al final. Le deslizó las braguitas por las caderas y, después, por las piernas, hasta que las dejó caer al suelo.
Ella lo acogió entre sus piernas y le rodeó la cintura. Él estaba tan excitado que la erección le resultaba incómoda, pero, antes de hacer nada, quería verla. Se inclinó hacia delante y le apartó los rizos húmedos. Allí, allí estaba la carne dulce, hinchada y brillante por el rocío del deseo de Shanna. Deseo por él. Roman apenas podía soportarlo, pero controló su necesidad. Todavía no.
Antes, quería saborearla.
Le pasó las manos debajo de las nalgas y la elevó hasta su boca. Ella gimió de nuevo, y lo atrapó entre sus piernas. A cada roce de su lengua, tembló más y más. Él comenzó una exploración llena de ternura, pero, al poco tiempo, los pequeños gritos de Shanna lo urgieron a empujar con más fuerza y con más rapidez.
Ella le hundió los talones en la espalda y se retorció contra él. Él le sujetó las caderas y aplicó la velocidad vampírica a su lengua.
Shanna gritó, y su cuerpo se tensó. Una ráfaga de fragancia suave cubrió el rostro de Roman.
Ella estaba temblando, jadeando para poder respirar. Su sexo hinchado estaba apretado contra él, latiendo, lleno de sangre roja. Él volvió la cabeza, intentando escapar a la inevitable reacción. Sin embargo, su nariz se apretó contra el muslo de Shanna, y la sangre de su vena latió contra su piel.
El instinto de supervivencia se apoderó de Roman. Sus colmillos surgieron al instante, y él los clavó en la venta del interior del muslo. La sangre le llenó la boca. Su grito le llenó los oídos, pero no pudo parar. El hambre lo había cegado, y no recordaba haber probado nunca una sangre tan deliciosa. Ella gritó y luchó para apartarse de él. Roman se apretó la pierna de Shanna contra la boca y succionó un largo sorbo de sangre.
—¡Roman, para! —gritó ella, y le dio una patada con la otra pierna.
Él se quedó inmóvil.
Por Dios… ¿qué había hecho? Había jurado, hacía mucho tiempo, que no volvería a morder a un mortal. Sacó los colmillos de su carne. La sangre brotó de las perforaciones de su piel.
Ella se arrastró rápidamente por la silla para alejarse de él.
—¡No te acerques!
—Shan…
Roman se dio cuenta de que tenía los colmillos extendidos. Con los últimos vestigios de su energía, los obligó a retraerse. No querían obedecerle, y él estaba demasiado hambriento, demasiado débil.
Necesitaba llegar a la encimera, donde había dejado la botella de sangre sintética.
Algo le goteaba desde la barbilla. La sangre de Shanna. No era de extrañar que lo estuviera mirando con una expresión de horror. Debía de parecer un monstruo.
Era un monstruo.
Y había mordido a la mujer a la que amaba.