Roman la había mordido.
Shanna lo vio alejarse, tambaleándose, hacia el bar, como si no ocurriera nada. ¿Nada? Tenía su sangre por toda la cara. Ella se miró los pinchazos que tenía en el muslo izquierdo. Gracias a Dios, Roman había parado antes de succionar toda su sangre. De lo contrario, en aquel momento estaría inconsciente, esperando a que él la transformara.
Oh, Dios… Shanna se tapó la cara con ambas manos. ¿Qué esperaba? Si uno jugaba con fuego, se quemaba… Sorprendentemente, aquello no quemaba. Ni siquiera picaba. El dolor había sido muy breve. Era la impresión lo que le había causado terror. El shock de ver sus colmillos prolongados, de sentirlos atravesándole la piel. Y de verlos, después, goteando sangre. Su sangre. Por lo menos, no se había desmayado. Su instinto de supervivencia lo había impedido.
Roman había perdido el control. En otras circunstancias, a ella le hubiera encantado la idea de que podía hacer perder la cabeza a un hombre durante las relaciones sexuales. ¿A quién no le gustaría tener tanto poder? Sin embargo, si Roman perdía la cabeza, el vampiro que llevaba dentro podía creer que ella era su desayuno.
Oh, Dios, ¿cómo iba a funcionar una relación así? Por mucho que su corazón anhelara a Roman, la única manera de estar a salvo con él era mantener las distancias. Podía aceptar su protección, por el momento, pero no su pasión.
Y eso le hizo daño. Le dolió mucho más que los pinchazos que tenía en el muslo. ¿Por qué tenía que ser un vampiro? Sería perfecto para ella, si no estuviera muerto. Miró al techo. «¿Por qué? Lo único que yo quería era una vida normal, ¡y Tú me das un vampiro! ¿Qué clase de justicia divina es esta?».
Su respuesta fue un golpetazo. Shanna se giró y miró hacia atrás. Roman se había desmayado y estaba en el suelo, a pocos metros del bar.
—¿Roman?
Shanna se levantó. Él estaba inmóvil, boca abajo, sobre la alfombra.
—¿Roman? —dijo, de nuevo, y se acercó a él lentamente.
Roman gimió y se puso boca arriba.
—Necesito… sangre.
Dios Santo, tenía un aspecto horrible. Debía de estar muerto de hambre. No podía haber tomado mucha sangre de ella. Shanna vio una botella en la encimera. Sangre. Una botella llena de sangre. Ay. No quería hacer aquello. Podría vestirse y decirle al guardia que estaba fuera que se encargara de todo. Miró a Roman; él tenía los ojos cerrados, y estaba muy pálido. No podía esperar. Ella era quien tenía que actuar, y rápidamente.
Se quedó inmóvil, con el corazón acelerado. Durante un segundo, se sintió como si estuviera de nuevo escondida detrás de una planta en un deli, viendo morir a Karen, sin hacer nada. Había dejado que su miedo le impidiera ayudarla. No podía hacer eso otra vez.
Tragó saliva y anduvo hacia la botella de sangre. Cuando llegó a la encimera, el olor le provocó recuerdos horribles. Su mejor amiga, agonizando en un charco de sangre. Giró la cabeza, tratando de no inhalar aquel olor. Ahora tenía otro amigo, y él la necesitaba. Tomó la botella. Estaba fría. ¿Debería calentarla para que tuviera sabor a sangre fresca? Al pensarlo, se le revolvió el estómago.
—Shanna.
Ella lo miró. Roman estaba intentando sentarse. Estaba muy débil, y era muy vulnerable. Tal vez no fuera tan sorprendente que la hubiera mordido, si necesitaba la sangre con tanta urgencia. Lo más sorprendente era que hubiera conseguido parar y alejarse de ella. Se había arriesgado mucho.
—Ya voy —dijo, y se arrodilló a su lado. Con un brazo, le sujetó por los hombros y, con el otro, le acercó la botella a la boca. Sangre. Notó el sabor de la bilis en la boca, y la mano empezó a temblar. Unas cuantas gotas se le resbalaron a Roman por la barbilla. Ella recordó la sangre que brotaba de la boca de Karen.
—Oh, Dios…
Su mano siguió temblando.
Roman la agarró para intentar detener el temblor, pero él también estaba temblando. Tomó un trago largo y profundo. Su garganta se movía cada vez que tragaba el líquido.
—¿Me estás ayudando a hacer esto? ¿Mentalmente? —le preguntó.
Él bajó la botella.
—No. No tendría fuerzas suficientes —dijo, y volvió a beber.
Así pues, estaba superando su fobia por sí misma. Todavía tenía náuseas al ver la sangre, pero no se había desmayado.
—Ya estoy mejor. Gracias —dijo él. Bebió una última vez, y apuró el contenido de la botella.
—Muy bien —respondió Shanna, y se puso en pie—. Entonces, me marcho.
—Espera —dijo Roman, y se puso en pie lentamente—. Deja que… —la tomó del brazo, y dijo—: Quiero curarte.
—Estoy bien.
Shanna no sabía si llorar o reír. Estaba allí, medio desnuda, con un par de agujeros en el muslo. Tal vez fuera el shock. Tal vez fuera la pena que, como una piedra negra y pesada, le aplastaba el corazón y le recordaba constantemente que su relación con un vampiro no podía funcionar.
—Ven —dijo él, y la llevó a su habitación.
Ella miró con tristeza la enorme cama de Roman. Ojalá fuera mortal. Por el aspecto de su habitación, era un hombre ordenado y limpio. Él la condujo hasta el baño y, sorpresa, incluso tenía la tapa del inodoro bajada. ¿Quién podía pedir más? Ojalá estuviera vivo.
Roman abrió el grifo del lavabo. Allí no había espejo, tan solo, un precioso paisaje al óleo. Colinas verdes, flores rojas y un sol brillante. Tal vez él echara de menos ver el sol. Sería duro vivir sin el sol.
Él humedeció una toalla y se inclinó para limpiarle la sangre del muslo. La toalla tibia le produjo una sensación calmante. De repente, Shanna tuvo ganas de dejarse caer al suelo.
—Lo siento mucho, Shanna. Esto no volverá a suceder.
No, no volvería a pasar. A Shanna se le llenaron los ojos de lágrimas. No habría más pasión, ni más ternura. Ella no podía permitirse el lujo de amar a un vampiro.
—¿Te duele?
Apartó la mirada, para que él no pudiera ver sus lágrimas.
—Supongo que sí —dijo entonces Roman, y se irguió—. No debería haber sucedido esto. Llevaba sin morder a nadie dieciocho años, desde que conseguimos la sangre sintética. Bueno, no… no es del todo cierto. Hubo una transformación de urgencia. Gregori.
—Radinka me lo contó. Tú no querías hacerlo.
—No —dijo Roman. Abrió un cajón, y sacó dos tiritas—. No quería condenar su alma inmortal.
Palabras de un verdadero monje medieval. A Shanna se le encogió el corazón. Obviamente, pensaba que su propia alma estaba condenada.
Él abrió las tiritas.
—El momento en el que los vampiros estamos más hambrientos es por la noche, al despertar. Yo estaba a punto de comer cuando tú has llegado. Debería haber tomado una botella antes de hacer el amor —dijo, mientras le ponía las tiritas sobre las heridas—. A partir de ahora, me aseguraré de haber comido.
No habría ningún «a partir de ahora».
—Yo… no puedo.
—¿No puedes qué?
Estaba tan preocupado… Y tan guapo… Su piel había recuperado el buen color. Tenía los hombros anchos y, en el pecho, una mata de vello negro que parecía suave y delicioso al tacto. La estaba observando fijamente con sus ojos castaños.
Shanna pestañeó para que no se le cayeran las lágrimas.
—No puedo… creer que tengas inodoro.
Era una cobarde, sí, pero no quería hacerle daño. No quería hacerse daño a sí misma.
Él se quedó sorprendido.
—Ah. Bueno, lo uso.
—¿Los vampiros lo necesitáis?
—Sí. Nuestro cuerpo solo requiere los glóbulos rojos de la sangre. El plasma y los ingredientes añadidos de Cocina de Fusión son innecesarios, y se convierten en desechos.
—Ah —murmuró Shanna. Aquello era, en realidad, más información de la que necesitaba.
Él ladeó la cabeza.
—¿Estás bien?
—Sí, claro.
Shanna salió del baño, consciente de que él le estaba mirando el trasero desnudo. No era una salida muy digna, realmente. Atravesó su despacho hasta la pila de ropa que estaba en el suelo.
Cuando él salió de su dormitorio, ella ya estaba vestida, sentada en la chaise longue, atándose los cordones de las zapatillas de deporte. Él sacó otra botella de la pequeña nevera y la metió al microondas. Estaba completamente vestido; llevaba unos pantalones negros y una camisa gris. Se había lavado la cara y se había peinado. Estaba increíblemente guapo, y parecía que todavía tenía hambre.
El microondas pitó, y él se sirvió la sangre tibia en una copa.
—Tengo que darte las gracias —dijo él. Le dio un sorbo a la sangre y caminó hacia el escritorio—. No tenía que haber permitido que mi hambre se hiciera tan intensa. Has sido muy buena al ayudarme… después de lo que he hecho.
—¿Quieres decir después de morderme?
—Sí —dijo él, con irritación, mientras se sentaba en su butaca—. Yo prefiero mirar el lado positivo de todo esto.
—¿Estás de broma?
—No. Hace pocas noches, te desmayabas con solo ver la sangre. Tuve que ayudarte durante todo el implante del colmillo, o te habrías caído al suelo. Sin embargo, esta noche tú me has alimentado con sangre. Estás venciendo tus miedos, Shanna, y debes sentirte orgullosa de ello.
Bueno, eso era cierto. Estaba haciendo muchos progresos.
—Y tenemos la prueba de lo excelente dentista que eres.
—¿Por qué?
—Me implantaste el colmillo, y funciona perfectamente.
Ella soltó un resoplido.
—Sí, es verdad. Tengo las marcas que lo demuestran.
—Eso ha sido un desafortunado error, pero es bueno saber que el colmillo está arreglado. Hiciste un buen trabajo.
—Oh, sí. Sería terrible que te hubieras quedado con un solo colmillo en funcionamiento. Tus amigos se habrían reído de ti.
Él enarcó las cejas.
—Supongo que estás enfadada. Y supongo que me lo merezco.
No, no estaba enfadada. Estaba dolida, triste y cansada. Cansada de intentar adaptarse a todas las cosas horribles que le habían sucedido durante aquellos últimos días. Una parte de ella solo quería meterse debajo de la cama y no volver a salir. ¿Cómo podía empezar a explicar lo que sentía?
—Yo…
Alguien comenzó a mover el pomo de la puerta, y la salvó de tener que continuar.
—¿Roman? —dijo Gregori, mientras tocaba la puerta con los nudillos—. ¿Por qué has cerrado la puerta con llave? Tenemos una cita.
—Demonios, se me había olvidado —murmuró Roman—. Discúlpame —dijo.
Se acercó a la puerta con velocidad vampírica, la abrió y, después, volvió como un bólido a su escritorio.
Shanna se quedó boquiabierta. La velocidad vampírica era muy desconcertante. Aunque, verdaderamente, era muy útil para las relaciones sexuales. Se ruborizó. No podía permitirse pensar en el sexo. No, cuando iba seguido de colmillos afilados y pérdida de sangre.
—Eh, hermano —dijo Gregori al entrar en el despacho. Llevaba un portafolio bajo el brazo. Iba vestido con un traje muy elegante, con capa incluida.
—Tengo la presentación de nuestra solución para el problema de los pobres. Eh, cariño, ¿qué tal? —dijo, mirando a Shanna.
—Hola —dijo ella, y se puso en pie—. Bueno, me marcho.
—No, quédate. A mí no me importa. De hecho, me gustaría conocer tu opinión —dijo Gregori.
Sacó algunas tarjetas grandes de la carpeta, y puso el taco, en pie, sobre el escritorio de Roman.
Shanna se sentó mientras leía la primera: Cómo animar a los vampiros pobres a beber sangre sintética.
Roman miró a Shanna.
—Nos está resultando difícil conseguir que los vampiros sin medios económicos compren la sangre sintética, cuando pueden conseguir toda la sangre fresca que quieran. Y gratis.
—Quieres decir que pueden acudir directamente a los mortales para alimentarse. A los mortales como yo —dijo ella, y lo miró con el ceño fruncido.
Él le devolvió una mirada que decía: «Vamos, supéralo ya».
Gregori miró a uno y, después, al otro.
—¿He interrumpido algo?
—No —dijo Shanna, y señaló las cartulinas—. Por favor, continúa.
Con una sonrisa, Gregori comenzó su discurso.
—La misión de Romatech Industries es convertir el mundo en un lugar más seguro para mortales y para vampiros. Sé que hablo por todos nosotros cuando digo que yo nunca querría hacerle daño a un mortal —dijo, y puso boca abajo la primera de las tarjetas, para que la segunda quedara a la vista.
Allí había dos palabras: Barata. Cómoda.
—Creo que estos dos factores son la solución para el problema de la gente pobre —continuó Gregori—. He hablado del factor del precio con Laszlo, y él ha tenido una idea brillante. Como solo necesitamos los glóbulos rojos para sobrevivir, Laszlo va a formular una solución de glóbulos rojos y agua. Su producción sería mucho más barata que la de la sangre sintética normal, o que la de alguna de tus bebidas de Cocina de Fusión.
Roman asintió.
—Y también tendría un sabor repugnante.
—Mejoraremos el sabor. Ahora, vamos con el factor de la comodidad —dijo Gregori, y mostró la siguiente cartulina de su presentación. Mostraba un edificio con una ventanilla de despacho.
—Esto es un restaurante para vampiros —dijo—. El menú incluirá las bebidas favoritas del público, como Chocolood y Blood Lite, pero también ofrecerá la bebida nueva y de precio más asequible. Las comidas se calentarán y se servirán rápidamente.
Shanna pestañeó.
—¿Un restaurante de comida rápida?
—¡Exacto! —respondió Gregori—. Y, con nuestra nueva mezcla de glóbulos rojos y agua, será muy barato.
—¡Un menú ahorro para vampiros! ¿Cómo le vais a llamar al restaurante? ¿El murciélago feliz? ¿El rey vampiro? —preguntó Shanna y, para su sorpresa, se echó a reír.
Gregori también se rio.
—Se te da muy bien.
Roman no se estaba riendo. Estaba mirando a Shanna con curiosidad.
Ella lo ignoró, y señaló la ventanilla de despacho del restaurante.
—¿Y no será peligroso tener esa ventanilla para despachar la sangre? Me refiero a que, si un mortal se puede poner a la fila, pensando que es un restaurante normal, y ve que en el menú solo hay botellas de sangre, ¿no se sabría vuestro secreto?
—Sí, en eso tiene razón —dijo Roman.
—Sé lo que hay que hacer —dijo ella, y alzó las manos, imaginándose el restaurante—. Podéis alquilar un piso superior, como por ejemplo, el décimo piso de un edificio, y poner allí la ventanilla. Así, los mortales no podrían ponerse a la cola.
Gregori se quedó confundido.
—¿En el décimo piso?
—¡Sí! Podría ser un servicio aéreo —dijo ella, y estalló en carcajadas.
Gregori y Roman se miraron.
—Pero… nosotros no volamos.
Roman se puso en pie y se dirigió hacia la puerta del despacho.
—Creo que tienes algunas ideas muy buenas, Gregori. Que Laszlo empiece a trabajar en la fórmula para la sangre económica.
Shanna se tapó la boca con la mano, pero todavía se le escaparon algunas risitas.
Roman la miró con preocupación.
—Y empieza a buscar un local adecuado para alquilar.
—Muy bien, jefe —dijo Gregori. Recogió las cartulinas de la presentación y las guardó en el portafolio—. Yo voy a salir con Simone esta noche. Para hacer un estudio de mercado, claro —añadió—. Voy a ir a los clubes más concurridos por los vampiros para ver qué es lo que mejor funciona.
—Muy bien. Intenta que Simone no se meta en ningún lío.
Gregori asintió.
—Sí, lo intentaré. ¿Sabes? Solo sale conmigo para intentar ponerte celoso.
De repente, a Shanna se le quitaron las ganas de reírse. Fulminó a Roman con la mirada.
Él se quedó azorado.
—Le he dicho bien claro que no estoy interesado.
—Sí, sí, ya lo sé —dijo Gregori, y se dirigió hacia la puerta. Se detuvo un instante, y añadió—: Ah, he pensado en organizar un test de producto mañana por la noche, en Romatech. Voy a invitar a un grupo de vampiros pobres para que prueben muestras de las bebidas y rellenen un cuestionario sobre el nuevo restaurante. Lo dejaré caer esta noche en las discotecas de los vampiros.
—Me parece bien —dijo Roman.
Gregori miró a Shanna.
—Eh, se te dan muy bien estas cosas. ¿Te gustaría ayudarme con el test de mañana por la noche?
—¿Yo?
—Sí. Sería en Romatech, así que estarías a salvo —dijo Gregori, encogiéndose de hombros—. Era solo una idea. Así tendrías algo que hacer.
Shanna pensó en la alternativa, que era quedarse en casa de Roman con el harén.
—Sí, me gustaría. Gracias.
—De nada —dijo Gregori, poniéndose el portafolio bajo el brazo—. Bueno, me marcho al centro. ¿Qué os parece esta capa? Bonita, ¿eh? Me la ha prestado Jean-Luc.
Ella sonrió.
—Estás impresionante.
Gregori siguió caminando hacia la puerta, cantando una canción sobre su irresistible atractivo y, moviendo la capa con elegancia, salió del despacho.
Shanna sonrió.
—Creo que le gusta ser vampiro.
Roman cerró la puerta y volvió a su escritorio.
—Es un vampiro moderno. Nunca ha tenido que morder para sobrevivir.
—¿Quieres decir que, como es tan joven, solo se ha alimentado con botellas de sangre?
Roman sonrió mientras se sentaba.
—Si alguna vez quieres molestarle, dile que la música disco ha muerto.
Shanna se echó a reír, pero, cuando miró de nuevo a Roman, la tragedia de su situación se hizo patente de nuevo, y la risa se le cortó bruscamente. ¿Cómo iba a poder funcionar una relación entre ellos? Ella envejecería, y él siempre sería joven. Dudaba que pudieran tener hijos, ni llevar la vida normal que tanto deseaba. Y no podía hacer el amor con ella sin desear morderla. Era imposible.
Roman se inclinó hacia delante.
—¿Estás bien?
—Sí, claro —dijo ella. Sin embargo, se le habían llenado los ojos de lágrimas, y tuvo que girar la cara.
—Has pasado por muchas cosas estos últimos días. Tu vida ha corrido peligro. Tu realidad ha quedado…
—¿Destruida?
Él se estremeció.
—Iba a decir «alterada». Ahora sabes que existe el mundo de los vampiros, pero el mundo de los mortales es igual que siempre.
No. Ya nada volvería a ser igual. Shanna intentó contener las lágrimas.
—Lo único que yo quería era tener una vida normal. Quería echar raíces en una comunidad y sentir que tenía un sitio en ella. Quería un trabajo normal, fijo. Un marido normal y sólido —dijo, mientras se le deslizaba una lágrima por la mejilla. Se la enjugó rápidamente—. Quería una casa grande, con un jardín grande, con un perro grande. Y… quería tener hijos.
—Son cosas buenas —susurró Roman.
—Sí —dijo Shanna, y se secó las mejillas, evitando mirarlo.
—Tú no crees que nosotros podamos tener un futuro, ¿verdad?
Ella cabeceó. Oyó que la silla de Roman chirriaba, y lo miró. Él se había inclinado hacia atrás, y estaba mirando al techo. Parecía que estaba calmado, pero ella se dio cuenta de que se le movían los músculos de la mandíbula porque estaba apretando los dientes.
—Debería irme ya —dijo ella, y se puso en pie. Le temblaban las piernas.
—Un marido normal —murmuró él. Se inclinó hacia delante, y la miró con enfado—. Tienes demasiada vida, demasiada inteligencia como para casarte con un hombre convencional y aburrido. Necesitas pasión en tu vida. Necesitas a alguien que suponga un reto para tu mente, que te haga gritar en la cama —dijo él, y se levantó—. Me necesitas a mí.
—No creo. Tengo un par de agujeros en la pierna que me dan a entender lo contrario.
—¡No voy a volver a morderte!
—¡No puedes evitarlo! —respondió ella, entre lágrimas—. Está en tu naturaleza.
Él volvió a sentarse en su butaca. Se había quedado pálido.
—¿Crees que está en mi naturaleza ser malvado?
—¡No! —exclamó ella, enjugándose las lágrimas con rabia—. Creo que eres bueno y honorable y… casi perfecto. Sé que, en una situación normal, no le harías daño a nadie. Pero, cuando estamos haciendo el amor, llega un momento en el que pierdes el control. Lo he visto. Se te ponen los ojos rojos, y tus colmillos…
—No volverá a suceder. Me tomaré una botella entera antes de hacer el amor contigo.
—No puedes evitarlo. Tienes… tienes demasiada pasión.
Él apretó los puños.
—Hay un buen motivo para eso.
—No puedes asegurarme que no vas a volver a morderme. Es solo… lo que tú eres.
—Te doy mi palabra. Toma —le dijo él y, con un lapicero, enganchó la cadena del crucifijo de plata, que seguía sobre su escritorio—. Póntelo. No podré abrazarte y, mucho menos, morderte.
Shanna suspiró y se colgó la cadena del cuello.
—Supongo que necesitaré también anillos de plata para los dedos de los pies, y un par de ligueros de plata. Ah, y un piercing en el ombligo y otros dos en los pezones.
—Ni se te ocurra hacerte perforaciones. Tienes un cuerpo precioso.
—¿Por qué no? Tú lo has hecho.
Él se estremeció.
Demonios. Ahora, era ella la que le estaba haciendo daño a él.
—Lo siento. No lo estoy encajando muy bien.
—Lo estás haciendo bien, Shanna, pero has pasado por muchas cosas últimamente. Todas esas risitas con Gregori… Me da la impresión de que estás un poco… alterada en este momento. Deberías descansar.
—Tal vez —dijo Shanna, y levantó el crucifijo para examinarlo—. ¿Cuánto tiempo tiene esta cruz?
—El padre Constantine me la regaló cuando me ordené.
—Es preciosa —dijo ella. Se la apretó contra el pecho y respiró profundamente—. Connor me contó lo que les ocurrió a los monjes. Lo siento muchísimo. Debes saber que no fue culpa tuya.
Él cerró los ojos y se pasó una mano por la frente.
—Me has dicho que somos diferentes, pero no es verdad. Somos muy parecidos. Tú sientes la misma culpabilidad por la muerte de tu amiga. Tenemos una conexión emocional y un vínculo psíquico muy fuerte, también. Eso no puedes ignorarlo.
Shanna estuvo a punto de ponerse a llorar otra vez.
—Lo siento. Quiero que seas feliz —le dijo—. Después de todo lo que te ha ocurrido, te mereces ser feliz.
—Y tú también. No voy a rendirme con lo nuestro, Shanna.
—No funcionará nunca. Tú siempre serás joven y guapo. Yo envejeceré, y mi pelo se volverá gris.
—No me importa. Eso no tiene importancia.
Ella sollozó.
—Claro que sí tiene importancia.
—Shanna —dijo él, rodeando el escritorio—. Seguirás siendo tú misma. Y yo te quiero.