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24

Shanna se puso de rodillas a su lado.

—¿Roman?

Le acarició la mejilla.

Estaba frío, sin vida. ¿Era aquel su estado normal durante el día, o se había matado de verdad al ingerir aquel fármaco experimental?

—¿Qué has hecho?

Posó la cabeza en su pecho para escuchar los latidos de su corazón. Nada. Sin embargo, él no tenía pulso de noche. ¿Y si no volvía a tenerlo nunca más? ¿Y si había muerto para siempre?

—No me dejes —susurró. Se sentó en el suelo, apretándose la cara con las manos. Había intentado convencerse, a toda costa, de que su relación no podía funcionar. Sin embargo, parecía que Roman estaba muerto, y eso la estaba matando a ella también.

—Roman…

Se inclinó hacia él, ahogada por la angustia. No podía soportar la idea de perderlo.

En la cafetería había gente que necesitaba su ayuda. Tenía que irse, pero no podía hacerlo. No podía dejar solo a Roman. El hecho de perder a Karen había sido muy difícil para ella, pero aquello… Shanna se sentía como si le estuvieran arrancando el corazón. Y, con aquel dolor, entendió la verdad.

No podía seguir diciéndose que una relación con Roman era imposible. Ya existía. Estaba enamorada de él. Le había confiado su vida. Había permitido que entrara en su mente. Había luchado contra su fobia a la sangre por él. Siempre había creído que era un hombre bueno y honorable. Porque lo quería.

Y Roman tenía razón: ella entendía sus remordimientos y su sentimiento de culpabilidad como nadie más podía entenderlo.

Los caprichos crueles del destino les habían hecho daño a los dos en el pasado, pero, en el presente, ambos podían superar el dolor y la desesperanza si se enfrentaban juntos al mundo.

Notó que algo la agarraba de la muñeca.

¡Estaba vivo! De repente, el pecho de Roman se hinchó con una bocanada de aire. Abrió los ojos. Estaban completamente rojos.

A Shanna se le escapó un jadeo. Intentó apartarse, pero él la sujetó con más fuerza aún. Oh, Dios, ¿y si se había transformado en el señor Hyde?

Él giró la cabeza y la miró.

Pestañeó una vez, dos veces, y, lentamente, sus ojos recuperaron su color dorado.

—¿Roman? ¿Estás bien?

—Sí, creo que sí —dijo él. Le soltó la mano, y se incorporó—. ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

—No… no lo sé. Me ha parecido una eternidad.

Roman miró el reloj de la pared.

—Solo han sido unos minutos. Te he asustado. Lo siento.

Ella se puso en pie.

—Temía que te hubieras causado un daño grave al beber ese compuesto. Ha sido una locura.

—Sí, pero ha funcionado. Estoy despierto, y el sol está en el cielo —respondió él. Se acercó al armario, y dijo—: Debería haber un botiquín aquí dentro.

Abrió la puerta y sacó una caja de plástico blanco.

—Vamos.

Corrieron por todo el pasillo. Las alarmas seguían sonando. La gente pasaba cerca de ellos con cara de terror. Algunos se quedaban mirando a Roman, y otros se sobresaltaban.

—¿Saben quién eres?

—Supongo que sí. Mi fotografía está en el manual del empleado —dijo Roman, mientras miraba a su alrededor con curiosidad—. Nunca había visto este sitio tan abarrotado de gente.

Torcieron la esquina hacia el pasillo que comunicaba el ala del laboratorio con la cafetería. Estaba lleno de gente, e inundado de luz diurna, que entraba a raudales por las tres ventanas orientadas al este. Cuando Shanna pasaba por delante de la primera, oyó un gemido de Roman. Se volvió a mirarlo, y vio que tenía una quemadura roja en la mejilla.

Ella lo agarró del brazo.

—El sol te está quemando.

—Solo se me ha quemado la cara. Tú debes de haber bloqueado el resto de los rayos. Quédate a mi lado.

Al pasar por la segunda ventana, Roman elevó el botiquín para taparse la cara, y el sol le quemó la mano.

—Maldita sea —dijo, flexionando los dedos abrasados.

—Deja que yo te sujete el botiquín —le indicó ella.

Tomó el maletín y se lo puso sobre la cabeza para aumentar su altura. La gente los miraba con extrañeza, pero pasaron por delante del último ventanal sin que Roman sufriera más quemaduras.

Al entrar en la cafetería, Roman señaló a un hombre.

—Aquel es Todd Spencer. Es el vicepresidente de producción.

Shanna apenas se dio cuenta. Se había quedado demasiado impresionada por lo que veía ante sí. Había heridos en el suelo. La gente iba apresuradamente de un lado a otro. Algunos estaban apartando escombros. Otros estaban encorvados sobre los heridos, poniéndoles vendas.

Había un enorme agujero en la pared, en el lugar de las columnas y la cristalera que había antes. Las mesas y las sillas estaban dadas la vuelta y retorcidas, y había bandejas de comida tiradas por todas partes. El silbido de los extintores ahogaba los gemidos de los heridos. Y Radinka no estaba por ninguna parte.

—Spencer —dijo Roman, aproximándose a su vicepresidente—. ¿Cuál es la situación?

Todd Spencer se quedó asombrado al verlo.

—Señor Draganesti, no sabía que estaba aquí. Eh… tenemos los incendios bajo control. Estamos ocupándonos de los heridos. Las ambulancias vienen hacia acá. Pero… no entiendo nada de esto. ¿Quién ha podido hacer algo así?

Roman miró a su alrededor.

—¿Ha muerto alguien?

—No lo sé. Todavía no hemos encontrado a todo el mundo.

Roman se dirigió hacia un lugar en el que se habían derrumbado el techo y la pared.

—Tal vez haya alguien ahí debajo —dijo.

Spencer lo acompañó.

—Hemos intentado levantar ese escombro, pero pesa demasiado. He mandado a alguien en busca de equipo especial.

Una de las columnas de cemento había caído sobre una mesa. Roman agarró un enorme fragmento y lo tiró hacia el jardín.

—Oh, Dios mío —susurró Spencer—. ¿Cómo lo ha hecho?

Shanna se estremeció.

Roman no se estaba molestando en disimular su fuerza vampírica.

—Puede que sea algo inducido por el trauma —dijo ella—. He oído que hay gente que es capaz de levantar coches después de un accidente.

—Puede ser —dijo Spencer—. ¿Se encuentra bien, señor?

Roman estaba inclinado hacia delante. Se incorporó lentamente, y se giró hacia ellos.

Shanna jadeó.

Su cercanía al jardín lo había dejado expuesto al sol. Tenía la camisa quemada, y salía humo de su pecho herido. Olía a carne quemada.

Spencer se encogió.

—Señor, no me había dado cuenta de que usted también está herido.

No debería estar haciendo nada de esto.

—Estoy bien —dijo Roman, y tiró otro pedazo de cemento al jardín—. Dejadme despejar esto.

Spencer se ocupó de pedazos de cemento más pequeños. Shanna fue apartando azulejos rotos. Al poco tiempo, consiguieron desenterrar una mesa. Por suerte, las sillas que había debajo habían impedido que quedara totalmente aplastada contra el suelo. Había un pequeño espacio bajo la mesa y, en él, había un cuerpo.

Era Radinka.

Roman apartó la mesa y las sillas.

—Radinka, ¿me oyes?

Ella parpadeó.

—Está viva —susurró Shanna.

Roman se arrodilló junto a Radinka.

—Necesitamos más vendas.

—Voy a buscarlas —dijo Spencer.

—Radinka, ¿me oyes?

Ella gimió y abrió los ojos.

—Me duele —murmuró.

—Sí, lo sé —dijo él—. Ya viene la ambulancia.

—¿Cómo puedes estar aquí? Debo de estar soñando.

—Vas a recuperarte. Eres demasiado joven para morir.

Radinka dio un resoplido.

—Todo el mundo es demasiado joven para ti.

—Oh, Dios… murmuró Shanna.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Roman.

Ella señaló el costado de Radinka, donde se le había clavado un cuchillo. Se estaba formando un charco de sangre. Shanna se tapó la boca y tragó con fuerza la bilis que se le había subido hasta la garganta.

Roman la miró.

—Vamos, nena. Puedes hacer esto.

Ella respiró profundamente, varias veces. Tenía que hacerlo. No iba a fallarle a otra amiga.

Un joven se les acercó con los brazos llenos de vendas hechas con cortes de los manteles.

—El señor Spencer me ha dicho que necesitaban vendas.

—Sí —dijo Shanna y, con las manos temblorosas, tomó un trozo de tela y lo dobló para formar un vendaje grueso.

—¿Lista? —preguntó Roman, tomando el cuchillo con el puño—. En cuanto lo saque, aprieta con todas tus fuerzas en la herida.

Entonces, Roman sacó el cuchillo, y ella apretó la venda contra el corte.

La sangre se le filtró entre los dedos. El estómago le dio un vuelco.

Roman tomó otro trozo de tela y lo dobló.

—Me toca —dijo, y apretó la venda contra la herida—. Lo estás haciendo bien, Shanna.

Ella dejó el trozo de venda ensangrentado en el suelo y dobló uno nuevo.

—¿Me estás ayudando mentalmente?

—No. Lo estás haciendo tú sola.

—Bien —dijo ella, y apretó la venda contra el costado de Radinka—. Puedo hacerlo.

Los médicos entraron apresuradamente, empujando camillas.

—¡Aquí! —gritó Roman.

Dos médicos llevaron una camilla junto a ellos.

—Nosotros nos hacemos cargo a partir de ahora —dijo uno de ellos.

Roman ayudó a subir a Radinka a la camilla.

Shanna caminó a su lado, sujetándole la mano.

—Vamos a decírselo a Gregori. Irá a verte esta noche.

Radinka asintió.

Estaba muy pálida.

—Roman, ¿va a haber guerra? No dejes luchar a Gregori, por favor. No tiene el adiestramiento necesario.

—Está delirando —murmuró uno de los médicos.

—No te preocupes —le dijo Roman a Radinka, acariciándole el hombro—. No permitiré que le ocurra nada.

Los médicos se la llevaron. Llegó la policía, y los investigadores forenses comenzaron a tomar fotografías de la escena.

—Maldita sea —dijo Roman, retrocediendo—. Tengo que marcharme de aquí.

—¿Por qué? —preguntó Shanna.

—No creo que eso sean cámaras digitales —respondió Roman. La tomó de la mano y se la llevó hacia la puerta.

Uno de los médicos se detuvo junto a él.

—Señor, tiene quemaduras graves. Debería venir con nosotros.

—No, estoy bien.

—Lo llevaremos al hospital en ambulancia. Venga por aquí.

—No voy a ir al hospital.

—Soy la doctora Whelan —intervino Shanna—. Este hombre es mi paciente. Yo me ocuparé de él, gracias.

—Muy bien, como quieran —respondió el médico, y corrió a unirse a los demás.

—Gracias —dijo Roman. Shanna y él salieron de la cafetería—. Vamos a la habitación de plata. Abrió la puerta de la escalera, y comenzaron a descender—. Esto es muy exasperante. Quiero ver las pruebas que descubre la policía, pero no me atrevo a quedarme con todas esas cámaras.

—¿No aparecéis en las fotografías tomadas con cámaras normales?

—No.

Roman abrió la puerta del sótano, y recorrieron el pasillo hasta la entrada de la habitación de plata.

—Mira, vamos a hacer una cosa —sugirió Shanna, mientras él marcaba el número en el panel de seguridad—. Te voy a ayudar a limpiarte las heridas y, después, voy a volver a la cafetería para ver qué puedo averiguar.

—De acuerdo —dijo él, mirando hacia el escáner de retina—. No me gusta dejarte sola, pero supongo que estarás a salvo ahí arriba, con la policía.

Roman abrió la puerta y le cedió el paso.

De repente, Shanna se irritó. ¿A él le preocupaba que ella estuviera segura, pero no se preocupaba en absoluto por su propia seguridad?

—Yo estoy bien. La cuestión es cómo estás tú. Tú eres el que tiene un fármaco extraño en el organismo. Ni siquiera ha sido probado.

—Sí, ya ha sido probado —replicó él, mientras buscaba con la mirada algo para aislar sus manos de la puerta de plata.

—Yo cierro —dijo ella. Empujó la puerta y echó los pestillos de plata. Después, puso la barra atravesada—. Todavía no sabemos si la fórmula es segura. No creo que sea aconsejable que salgas durante el día. Tienes muy mal aspecto.

—Vaya, gracias.

Ella frunció el ceño al ver la quemadura de su pecho.

—Estás herido. Será mejor que tomes un poco de sangre.

Se acercó a la nevera y sacó una botella.

Él enarcó las cejas.

—¿Me estás dando órdenes?

—Sí —respondió Shanna, y metió la botella en el microondas—. Alguien tiene que cuidar de ti. Te arriesgas demasiado.

—La gente necesitaba mi ayuda. Radinka nos necesitaba.

Shanna asintió, y se le empañaron los ojos al recordarlo.

—Eres un hombre heroico —susurró. Y ella lo quería mucho.

—Tú también has sido muy valiente —dijo Roman, y caminó hacia ella.

Se miraron a los ojos. Shanna quería abrazarlo y no soltarlo nunca.

El microondas pitó, y ella se sobresaltó. Sacó la botella de sangre.

—No sé si está lo suficientemente tibio.

—Sí, está bien —dijo Roman, y bebió un largo sorbo—. Hay otro tipo de comida en los armarios, por si tienes hambre.

—Estoy bien. Tenemos que curarte las heridas. Termina esa bebida y quítate la ropa.

Él sonrió.

—Están empezando a gustarme las mujeres autoritarias.

—Y vete a la ducha. Tienes que estar limpio —dijo Shanna, y entró al baño. Por supuesto, allí no había ningún armario con las puertas de espejo. Era de esperar. Rebuscó por los cajones hasta que halló un tubo de pomada con antibiótico.

—Ah, aquí. Cuando tengas la piel limpia, te aplicaremos esto —murmuró; se irguió y se dio la vuelta—. ¡Aaarg!

Dio un respingo tan brusco que el tubo de pomada se le cayó de las manos.

—Me has dicho que me quitara la ropa —dijo Roman. Estaba desnudo en el vano de la puerta, bebiendo su botella de sangre.

Ella se inclinó para recoger el tubo de pomada. Le ardían las mejillas.

—Pero no esperaba que lo hicieras tan rápido. Ni que te pusieras desnudo delante de mí —respondió Shanna, y se aproximó a la puerta. Él no se movió—. Disculpa.

Entonces, Roman se giró ligeramente para que ella pasara. Con dificultad. Shanna tenía fuego en las mejillas. Notó perfectamente lo que rozó con la cadera al salir.

—¿Shanna?

—Que disfrutes de tu ducha —respondió ella. Salió a la cocina y empezó a abrir armarios—. Tengo hambre.

—Yo también.

Él dejó la puerta del baño entreabierta.

Al instante, se oyó el ruido del agua que salía del grifo. Pobre Roman; las quemaduras le iban a escocer. Shanna se sirvió un vaso de agua y bebió. En realidad, no tenía hambre. Estaba muy estresada. Roman había dicho que ella era muy valiente, y que estaba superando su fobia a la sangre. Sin embargo, ¿qué ocurría con su otro miedo? Su miedo a que una relación entre ellos dos no pudiera funcionar.

Se paseó de un lado a otro mientras pensaba. ¿Cuántas relaciones funcionaban de verdad? ¿La mitad, más o menos? Nunca había garantía. ¿Acaso solo se trataba de que tenía miedo de perderlo? Había perdido a Karen. Había perdido a su familia. ¿Iba a renunciar a su oportunidad de ser feliz en aquel momento, solo porque cabía la posibilidad de que Roman la abandonara años después? ¿Debía permitir que las dudas destruyeran aquel sentimiento bello y poderoso que se había apoderado de ella?

Lo amaba con todo el corazón. Y él la quería a ella. El hecho de que se hubieran encontrado era un milagro. Roman la necesitaba. Él había sufrido durante cientos de años. ¿Cómo iba a negarle que experimentara la felicidad? Ella misma debería sentirse feliz por el hecho de proporcionarle alegría, aunque no pudiera durar para siempre.

Se detuvo en medio de la habitación, con el corazón acelerado.

Si fuera valiente de verdad, como creía Roman, entraría allí y le demostraría lo mucho que lo amaba.

Volvió a la cocina y bebió más agua. Bien, ella sí tenía agallas. Podía hacerlo.

Se sacó las zapatillas y miró hacia la cama. El edredón era grueso, y la funda tenía un dibujo oriental de colores rojo y dorado. Las sábanas parecían de seda dorada. Muy lujoso, para ser un escondite.

Miró hacia arriba. La cámara de vigilancia. Eso tenía que desaparecer. Tomó la camisa de Roman del suelo y se subió a la cama. Después de unos cuantos lanzamientos, consiguió que se enganchara en la cámara y la tapara. Bajó de la cama y volvió a colocar el edredón.

Cuando terminó de quitarse la ropa, tenía el pulso acelerado. Entró al baño, desnuda. A pesar del vapor, podía ver a Roman dentro de la cabina de la ducha. Él tenía los ojos cerrados y se estaba aclarando el pelo negro, que le llegaba por los hombros. Tenía el vello del pecho aplastado contra la piel mojada, y la marca de la quemadura le atravesaba el torso de un lado a otro. Ella quiso besársela para que se le curara. Bajó la mirada. Su miembro viril estaba relajado en medio de unos rizos negros. Ella quiso besárselo, para que… aumentara de tamaño.

Abrió la puerta de la ducha, y él se quedó asombrado. Shanna entró en la cabina, y el agua le mojó el cuerpo y el pelo.

Él pasó la mirada por su cuerpo, y volvió a su rostro. Sus ojos adquirieron un brillo rojizo.

—¿Estás segura?

Ella le rodeó el cuello con los brazos.

—Estoy muy segura.

Entonces, él la abrazó y la besó en los labios. Aquel fue un beso salvaje y hambriento. No hubo una dulce progresión, sino una pasión desatada y directa. Él exploró su boca, le tomó las nalgas con las manos y la estrechó, con fuerza, contra su miembro cada vez más hinchado.

Shanna le devolvió las caricias de su lengua y atrajo su cabeza hacia ella, notando su pelo resbaladizo y mojado en la palma de la mano. Se separó de sus labios y comenzó a cubrir de pequeños besos la quemadura que él tenía en la mejilla.

Roman deslizó una mano entre ellos y le acarició el pecho.

—Eres tan bella…

—¿Ah, sí? —dijo Shanna, y fue ella quien, en aquella ocasión, deslizó la mano por la planicie de su estómago hasta que llegó a la mata de vello negro. Curvó los dedos alrededor de su cuerpo.

—A mí me parece que tú eres una belleza —le dijo.

Él tomó aire bruscamente.

—Oh, Dios —musitó, y apoyó la espalda en la pared de azulejo de la ducha—. Shanna.

—¿Sí?

Shanna le pasó la mano, de arriba hacia abajo, por el miembro. Estaba muy endurecido, pero la piel era suave y flexible. Sobre todo, en el extremo.

—No sé cuánto más voy a poder aguantar esto —murmuró él.

—Lo conseguirás. Tú eres un tipo duro —respondió ella.

Entonces, se agachó y lo tomó en la boca.

Roman se puso rígido, y dejó escapar un gruñido. Su tamaño había aumentado tanto que ella apenas podía tomar toda su longitud. Rodeó la base del miembro con la mano y le acarició con la boca.

—Shanna —gimió él, y la agarró por los hombros—. Para. No puedo…

Ella se levantó y frotó su cuerpo contra el de Roman. Él la estrechó contra sí, con los ojos cerrados. Shanna siguió moviéndose contra él, y se puso de puntillas.

—Roman, te quiero.

Él abrió los ojos, que eran de un color rojo brillante. No pudo contener un jadeo mientras su cuerpo se convulsionaba. Ella notó un borbotón caliente en la cadera.

Se abrazó a él, deleitándose con los estremecimientos que hacían vibrar su cuerpo. Sí, Roman no iba a tener ninguna duda de que lo quería.

Su respiración fue calmándose poco a poco.

—Por Dios —susurró, y se inclinó hacia el chorro de agua. Dejó que le cayera sobre el pelo. Después, se retiró y cabeceó—. Vaya.

Shanna se echó a reír.

—No está mal, ¿eh?

Él le miró la cadera.

—Te he ensuciado.

—¿Y qué? Soy lavable, ¿sabes? —dijo ella. Se metió bajo el chorro de agua y se humedeció el pelo—. Pásame el champú, por favor.

Él lo hizo.

—¿Hablabas en serio cuando me has dicho que me quieres?

Ella se enjabonó el pelo.

—Por supuesto. Claro que te quiero.

Él la estrechó contra sí y la besó.

—Aarg. Tengo champú en la cara.

—Lo siento —dijo Roman, y volvió a ponerla bajo el chorro de agua. Ella arqueó la espalda para aclararse la melena. A los pocos segundos, notó la boca de Roman en el pecho. Ella se agarró a sus hombros. Él la tomó de las nalgas y la alzó. Shanna le rodeó la cintura con las piernas.

Sujetándola, Roman giró sobre sí mismo y le apoyó la espalda contra los azulejos.

—¿Me quieres?

—Sí.

La elevó aún más, para poder besarle los pechos. Ella disfrutó de cada uno de sus besos, de cada giro de su lengua, de cada pequeño tirón que le daba en los pezones. Y notaba agudamente que su sexo estaba aplastado contra el estómago plano de Roman. Quería más. Necesitaba que él penetrara en su cuerpo.

—Roman —jadeó—. Te necesito.

Él la sostuvo con un brazo, y metió una mano entre ellos. Cuando la acarició con los dedos, Shanna gimió y se estrechó contra él. Roman deslizó un dedo en su cuerpo, y ella se balanceó hacia él. Su piel húmeda resbalaba y resonaba al entrechocar.

Él se detuvo.

—Esto no es cómodo del todo, ¿verdad?

Shanna abrió los ojos. Los de Roman estaban completamente rojos, pero ella sonrió. Ya no le asustaba el hecho de que sus ojos pudieran cambiar de color. Al contrario, le encantaba que fuera tan descaradamente sincero. Roman nunca podría disimular el apetito que sentía por ella.

—Llévame a la cama.

Él le devolvió la sonrisa.

—Como quieras.

Cerró el grifo del agua y abrió la puerta de la cabina.

Shanna se agarró a sus hombros con los brazos, y mantuvo las piernas alrededor de su cintura. Mientras Roman salía del baño, agarró una toalla y le secó la espalda y el pelo.

Se acercó a la cama, y se echó a reír.

—Veo que has encontrado una utilidad para mi camisa —dijo, y la depositó sobre la cama. Ella empezó a cerrar las piernas, pero él la agarró de las rodillas para detenerla.

—Me gusta la vista —dijo.

Se arrodilló junto a la cama y atrajo las caderas de Shanna hacia el borde del colchón. Le besó el interior del muslo, y le besó la carne más íntima.

Shanna ya estaba demasiado excitada como para durar demasiado. Con el primer roce de su lengua, subió en espiral hacia lo más alto. Por suerte, él entendió su necesidad, porque fue maravillosamente agresivo. El ascenso fue rápido. Ella flotó sobre una meseta gloriosa y, después, todo aquel placer estalló en forma de largo estremecimiento.

Ella gritó.

Él se tendió sobre ella y la abrazó.

—Te quiero, Shanna —le dijo, y le besó la frente—. Siempre te querré. Voy a ser un buen marido —añadió, besándole la mejilla, el cuello.

—Sí —respondió ella, rodeándolo con las piernas. Su hombre dulce, anticuado y medieval sentía la necesidad de comprometerse con ella antes de entrar en su cuerpo, y eso la conmovió. Se le llenaron los ojos de lágrimas—. Te quiero mucho.

—El último voto —susurró él.

—¿Umm?

Él alzó su mirada roja y la clavó en sus ojos.

—Te he esperado mucho tiempo —dijo, y se hundió en su cuerpo.

Ella jadeó, tensándose inmediatamente bajo aquel asalto inesperado.

Él tenía la respiración entrecortada, y la cabeza contra su hombro.

—Shanna —susurró.

Ella notó que, al oír su voz, sus músculos se relajaban. Él se deslizó en su interior y la llenó. La voz de Roman continuó resonando, como un eco, en su mente. «Shanna, Shanna».

—Roman.

Lo miró a los ojos, y en ellos vio algo más que el brillo rojo de su pasión. Vio amor, reverencia, calidez y alegría. Todo lo que siempre había deseado.

Él se retiró lentamente, y volvió a hundirse.

«No sé cuánto tiempo voy a durar. Esto es tan…».

—Lo sé. Yo también lo siento.

Shanna lo atrajo hacia sí, hasta que su frente descansó sobre la de ella. Él estaba dentro de su cabeza y dentro de su cuerpo. Era una parte de su corazón. «Te quiero, Roman».

Sus mentes estaban tan unidas, que el placer de los dos se había convertido en uno que ambos compartían. En muy poco tiempo, ambos estaban agarrándose el uno al otro con fuerza, y acelerando el ritmo de sus movimientos. Él llegó primero al clímax, y su liberación estalló por el cuerpo y la mente de Shanna, prendiendo la mecha de su intensa respuesta.

Se quedaron uno en brazos del otro, recuperando el aliento.

Roman rodó por la cama y se tumbó a su lado.

—¿Te estaba aplastando?

—No —respondió ella, y se acurrucó contra él.

Él miró al techo.

—Tú… eres la única mujer a la que he amado. En persona, quiero decir.

—¿Qué quieres decir?

—Hice votos cuando me ordené en el monasterio. Prometí que no haría daño a nadie. Rompí ese voto. También hice voto de pobreza, y también lo rompí.

—Pero… si has hecho mucho bien a los demás. No deberías sentirte mal.

Él se colocó de costado y la miró.

—Hice voto de castidad. Y acabo de romperlo.

Ella recordó las extrañas palabras que le había dicho justo antes de que hicieran el amor.

—¿El último voto?

—Sí.

—¿Estás diciendo que eras virgen?

—En el aspecto físico, sí. Mentalmente, llevo practicando el sexo vampírico desde hace siglos.

—No puede ser cierto. ¿Nunca habías…?

Él frunció el ceño.

—Respeté mis votos mientras estaba vivo. ¿Esperabas menos de mí?

—No. Pero estoy asombrada. Es que… tú eres increíblemente guapo. ¿No se desmayaban las chicas del pueblo cuando te veían?

—Sí, claro que se desmayaban. Se estaban muriendo. Todas las mujeres a las que yo visitaba estaban enfermas, cubiertas de llagas y tumores, y…

—De acuerdo, me hago una idea. No eran exactamente atractivas.

Él sonrió.

—La primera vez que oí a alguien mantener relaciones sexuales vampíricas, fue por accidente. Pensé que la dama tenía problemas y necesitaba ayuda.

Shanna resopló.

—Sí, claro que necesitaba algo.

Él se tendió boca arriba y bostezó.

—Creo que el compuesto está perdiendo su efecto. Antes de quedarme dormido, quiero preguntarte una cosa.

Él le iba a hacer la gran pregunta. Shanna se sentó en la cama.

—¿Sí?

—Si alguna vez te atacan… Aunque yo no voy a permitir tal cosa, pero… —Roman la miró—. Si alguna vez te atacan, y te estás muriendo… ¿quieres que te transforme?

Ella se quedó boquiabierta. Aquello no era una proposición matrimonial.

—¿Quieres convertirme en vampiresa?

—No. No quiero condenar tu alma inmortal al infierno.

Vaya, todavía tenía aquella mentalidad medieval.

—Roman, yo no creo que Dios te haya abandonado. Tu sangre sintética salva miles de vidas cada día. Tú todavía podrías formar parte del plan de Dios.

—Ojalá pudiera creer eso, pero… —Roman suspiró—. Si las cosas salen mal con Petrovsky, quiero saber cuál es tu deseo.

—No quiero ser vampiresa —respondió ella, y se estremeció—. Por favor, no te lo tomes a mal. Yo te quiero tal y como eres.

Él volvió a bostezar.

—Tú eres todo lo bueno, lo puro y lo inocente de este mundo. No me extraña sentir tanto amor por ti.

Ella se estiró a su lado.

—No soy tan buena. Estoy aquí abajo, disfrutando, mientras la gente de arriba está enfrentándose a lo que ha ocurrido.

Roman frunció el ceño, mirando al techo. De repente, se incorporó.

—¡Laszlo!

—Ahora está dormido.

—Exacto —dijo Roman, tocándose la frente—. Estoy viendo puntos negros.

—Estás agotado —dijo Shanna, sentándose—. Tienes que dormir para que se te curen las heridas.

—No. ¿Es que no lo ves? En este momento, todos los vampiros están muertos. Es la ocasión perfecta para rescatar a Laszlo.

—Pero… si estás a punto de quedarte dormido.

Él la tomó de la mano.

—¿Recuerdas cómo llegar a mi laboratorio? Podrías traerme el resto del compuesto…

—¡No! No quiero que tomes otra dosis. No sabemos si puede hacerte daño.

—Si me hace daño, me curaré durante el sueño. Tengo que hacerlo, Shanna. En cuanto se despierte Petrovsky, puede matar a Laszlo. Y, si nosotros atacamos su casa, lo matará con toda seguridad. Vamos —dijo, y le dio un codazo—. Rápido, antes de que me quede inconsciente.

Ella bajó de la cama y empezó a vestirse rápidamente.

—Tenemos que pensarlo bien. ¿Cómo vas a entrar en casa de Petrovsky?

—Me voy a teletransportar a su interior. Buscaré a Laszlo y lo traeré de vuelta a casa. Es fácil. Creo que debería habérseme ocurrido antes.

—Bueno, es que estabas un poco distraído —dijo ella, mientras se ataba los cordones de las zapatillas.

—Date prisa —dijo él, y se sentó al borde de la cama.

—Sí —respondió Shanna, y abrió la puerta—. Voy a dejar esto entreabierto para poder entrar.

Él asintió.

—Bien.

Shanna corrió hasta la escalera más cercana y subió rápidamente. No estaba segura de que aprobara aquella idea. ¿Quién sabía si el hecho de tomar otra dosis podía tener un efecto negativo para Roman? El piso superior estaba lleno de gente, y ella se movió entre la multitud todo lo rápidamente que pudo. ¿Y si había guardias en casa de Petrovsky? Roman no debería ir allí solo.

Entró en el laboratorio, encontró el vaso lleno de líquido verde y lo tomó. Vio también su cartera. Era una pena que ya no tuviera la Beretta.

Se puso el bolso al hombro y volvió a la habitación de plata. Tal vez pudiera hacerse con otra pistola. Sin embargo, había una cosa segura: Roman no iba a llevar a cabo aquella misión solo.