Prólogo

El presente libro –si es que ha logrado alcanzar el carácter definitivo que justificaría tal designación– ha tenido un lento crecimiento. Hace quince años, en mi primera visita al Prado, se despertó en mí una curiosidad que aún no dejaba adivinar qué caminos iban a ser los elegidos para mis pesquisas. En los cuadros de Velázquez y Goya, y no menos en la colección de El Bosco y Bruegel, reunida ya en el siglo XVI, se reflejaba el mismo inquietante y desconcertante fenómeno. Pero también las obras literarias parecían igualmente haberlo albergado; y así, con ese sentimiento encontrado que supone la alegría en la confirmación de algo que habíamos imaginado junto al pesar de no haber sido los primeros en descubrirlo, fue como me encontré con la observación de la Vorschule der Ästhetik (Introducción a la estética), de Jean Paul, según la cual a los españoles e ingleses se les atribuye una especial capacidad para expresar lo grotesco (naturalmente él no usaba ese término en su pasaje). Pronto fueron agregándose algunas manifestaciones del fenómeno en la pintura y literatura alemanas y extranjeras, hasta que finalmente un cada vez más sistemático seguimiento de la historia de lo grotesco así como una más certera comprensión de su concepto constituyeron un cauce creciente de material para el trabajo.

No obstante, no fue posible alcanzar un final. Lo que aquí se propone no pretende ser una historia de lo grotesco, porque una historia tal sería tan difícil de completar como una historia de lo cómico y de lo trágico en las artes, y esto supondría el conocimiento de las literaturas y las artes plásticas de todos los tiempos y de todos los pueblos. Asimismo, sería imprescindible sumar a ello la familiaridad con un campo que ni siquiera ha sido contemplado aquí: la música. Con algo de disgusto se ha renunciado a ella, puesto que los Grotesques de Ravel, el Wozzek de Alban Berg, algunos destacados pasajes de las obras Richard Strauss o los Carmina Burana de Orff siempre me tentaban a un seguimiento del fenómeno. Y cuánto material no hubiera podido suministrar el cine…: Arsénico por compasión o El quinteto de la muerte son dos ejemplos en los que lo grotesco tiene una realización estilísticamente diáfana.

Lo que aquí se procura es una definición precisa de lo grotesco en su generalidad a partir del, por cierto bastante flojo, hilo que nos suministra la historia del término. De este modo fue posible establecer algunas restricciones tanto en el aspecto material como en el temporal: el espacio de tiempo comprendido entre el siglo XV y la actualidad, aunque tal restricción temporal no es asumida como unidad en el sentido de desconsiderar la noción de historia. Interesa igualmente la expresión individual de lo grotesco en su contexto histórico. En el caso de que fuera lograda una más precisa y segura comprensión de una obra en su devenir histórico a partir de su reflejo en la estructura atemporal de lo grotesco, nuestro intento adquiriría un cierto significado como método. Porque me interesaba que los resultados obtenidos a partir de los modernos métodos estructurales contribuyeran a una más fructífera consideración histórica. Desde luego, las interpretaciones que ordenan sus objetos en hileras de vivero se están volviendo cada vez más aburridas; queremos regresar a los bosques.

Sin embargo, mi extendida dedicación a lo grotesco no era consecuencia de una insoslayable inclinación por tal materia de estudio. Debo reconocer que me resultaría familiar el gesto de rechazo de un lector hacia ciertos capítulos del libro o el hecho de que sencillamente se limitara a hojear el anexo de ilustraciones. Lo que siempre me empujó a continuar con el trabajo fue lo novedoso del análisis del fenómeno, el estímulo metodológico de descubrir la singularidad dentro de la continuidad, lo fructífero de una mirada conjunta a la literatura y la pintura, la posibilidad de husmear en terrenos de análisis aún desconocidos y, finalmente, el enriquecimiento en nuestra apreciación de obras conocidas: dramas del Sturm und Drang, novela corta y novela del periodo romántico, cuentos de Keller e historias ilustradas de Wilhelm Busch, así como obras muy discutidas del siglo XX.

Pero había algo aparte de esos estímulos exclusivamente subjetivos: Serenus Zeitblom, el narrador que aparece en el Dr. Faustus de Thomas Mann, puede bien apartar con desaprobación su mirada de los paisajes «grotescos» de una naturaleza ambigua y de un arte inarmónico para detenerse solo en el noble reino de los «humaniora», donde uno se halla «a salvo de semejante aquelarre», sin embargo el historiador no cumpliría con su misión si obviara la plenitud de obras del pasado que se alinean dentro de este extraño dominio. Como contemporáneo que es, le está vedada una exclusión así. El arte actual muestra una afinidad con lo grotesco como acaso no haya existido en ninguna otra época anterior. Resultaría imposible mencionar todos los nombres; los relatos y las novelas están totalmente poblados por el fenómeno, las corrientes pictóricas lo reconocen de una forma expresa y un dramaturgo de la talla de Dürrenmatt contempla como única forma legítima de nuestro presente la comedia trágica, la tragicomedia, esto es, el grotesco:

La tragedia supone la representación de la culpa, la miseria, la medida, la síntesis, la responsabilidad. Pero en la indolencia descuidada de nuestro siglo y en la liquidación acometida por la raza blanca no existe ni la culpa ni la responsabilidad. Todos son inocentes y no es deseo de ninguno que las cosas sean como son. No es trascendente el cada uno. Todo es arrastrado y se queda enganchado de algún rastrillo. Todos somos culpables de un modo demasiado colectivo. Y en ese exceso de colectividad nos tendemos sobre los pecados de nuestros padres y antepasados. Tan solo alcanzamos a ser nietos. Esta es nuestra desgracia, no nuestra culpa: la culpa solo existe como exigencia personal, pero no como acto religioso… A nosotros solo nos puede dar caza la comedia. Nuestro mundo ha desembocado en lo grotesco y en la bomba atómica; y del mismo modo son también grotescos los cuadros de Hieronymus Bosch. No obstante, lo grotesco no es sino una expresión física, una paradoja física, la presencia de una no-presencia, el rostro de un mundo privado de rostro. Y al igual que, como parece, nuestro pensamiento ya no puede entenderse sin la idea de la paradoja, así también ocurre con nuestro arte, con nuestro mundo, que solo existe porque existe la bomba atómica, por miedo a ella. (Hojas de El Teatro Alemán en Hamburgo, 1956/57, cuaderno 5: La visita de la vieja dama).

Acaso el estudio de lo grotesco en el pasado y la comprensión conceptual del fenómeno pueda resultar de ayuda para acceder al arte moderno e incluso sirva para ensayar una posición más firme en orden a comprender nuestra contemporaneidad.

En el libro solo fueron tratadas algunas cuestiones del presente inmediato. Y aún así, se hizo –como ocurre con el resto de capítulos– sin probar una interpretación y discusión del espíritu del tiempo. Me he conformado con un esclarecimiento del fenómeno en su conjunto y de los problemas de sus diferentes figuraciones. Entendería que se dijera que a menudo no se procede a una explicación de los fenómenos tratados. Pero es que dentro de ese intento de cientificidad y como realización del mismo lo deseable sería una continuidad en el diálogo interpretativo y que la aportación de unos fundamentos más firmes supusiera en realidad tan solo el estímulo para una reflexión capaz de abrir nuevas vías de análisis.

Debo especial gratitud al profesor Tintelnot y a los alumnos que tomaron parte en los seminarios que tuve la oportunidad de ofrecer junto a él. Su entusiasmo investigador me ayudó especialmente a aventurarme en nuevos campos de estudio. También debo agradecer al profesor Rosemann y a sus colaboradores en los seminarios de Historia del Arte de la Universidad de Göttingen su frecuente ayuda y asesoramiento. En lo que se refiere a cuestiones técnicas correspondientes a las ilustraciones, siempre encontré el amable apoyo del doctor Guldan. Otra expresión de agradecimiento debe estar dirigida en cierto modo a una entidad anónima: los oyentes de una conferencia sobre lo grotesco que condensaba las ideas del libro y que tuve la oportunidad de dictar en muchos lugares de dentro y fuera de Alemania. En repetidas ocasiones, conversaciones ulteriores me proporcionaron más referencias sobre el tema y más motivación. Por último quisiera traer con agradecimiento al recuerdo el año de amable hospitalidad pasado en la Universidad de Harvard que me obsequió con el tiempo preciso para la redacción de una buena parte del manuscrito.

Göttingen, junio de 1957