Brasilia, palacio presidencial, 8 de enero de 2004. En los contornos de la sala, rostros radiantes de todas las edades y de todas las razas se alternan con el eslogan «Una renta básica para todos». Las cámaras se ponen en movimiento, los ministros se levantan, Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de la República Federal del Brasil, hace acto de aparición junto con su esposa y el jefe de su gobierno. Veinte minutos y dos discursos más tarde, se levanta entre aplausos para firmar una ley que instaura una renta básica para todos los brasileños. Cierto es que el texto afirma que se empezará por los más necesitados y que su generalización gradual al conjunto de la población queda sometida a una condición de factibilidad presupuestaria. Pero la ley ilustra, precisamente allí donde menos se hubiera esperado, la manera en que una propuesta poco tiempo atrás juzgada fantasiosa puede inspirar y motivar a los actores políticos y contribuir así a dar forma a la realidad.
Es imposible, en efecto, concebir, a día de hoy, el porvenir de la protección social, en Europa como en el resto del mundo, sin tomar en consideración la propuesta de la renta básica, es decir, la idea de asignar a todos los ciudadanos, sin condición alguna, un ingreso de base al que se pueda acumular cualquier otro tipo de ingreso.
Esta propuesta tan sencilla ha vivido una historia intelectual y política sorprendente. Formulada por vez primera en las postrimerías del siglo XVIII, fue discreta y casi fortuitamente instaurada en Alaska en 1981. Desde mediados de la década de 1980, ha sido objeto en Europa de un debate cada vez más nutrido que en la actualidad ha alcanzado ya otros continentes. A lo largo de este tiempo, ha contado con el apoyo de curiosas coaliciones, ha suscitado feroces rechazos, tanto en la derecha como en la izquierda, y ha estimulado, por parte tanto de sus partidarios como de sus detractores, la elaboración de argumentaciones sólidas y complejas que apuntan al corazón del funcionamiento de nuestra economía y a la esencia de los valores que deben regir la marcha de nuestra sociedad.
Para algunos, la renta básica constituye un remedio decisivo para numerosas calamidades, empezando por la pobreza y el paro. Para otros, no es más que una absurda quimera, económicamente impracticable y éticamente repugnante. Sin embargo, sea en el empeño de defenderla, sea en el de desarmarla, la necesidad de reflexionar alrededor de ella se impone, en lo sucesivo, a cualquiera que se esfuerce en repensar en profundidad las funciones del Estado social frente a la «crisis» multiforme a la que éste se enfrenta, a cualquiera que busque el medio para reconfigurar la seguridad económica con miras a dar respuesta a los desafíos de la mundialización, a cualquiera que alimente la ambición de ofrecer una alternativa radical e innovadora al neoliberalismo.
El objetivo central de este libro es contribuir a que esta controvertida propuesta pueda ser objeto de un debate sereno y bien informado. El primer capítulo reconstruye, de Tomás Moro a la Renta Mínima de Inserción (RMI), de Thomas Spence a la BIEN, la prehistoria y la historia de la idea. El segundo capítulo especifica los diversos aspectos de la renta básica, explora las variantes de la misma y clarifica sus relaciones con ciertas ideas próximas a ella. El tercer capítulo examina los principales argumentos invocados en su favor y las principales objeciones de las que es objeto, sintetizando de este modo un vasto debate cuyos componentes económico, sociológico y filosófico se hallan íntimamente entrelazados. Por último, el cuarto capítulo aborda, sobre este telón de fondo, la cuestión de la factibilidad política de la medida.
Los autores de este libro no pretenden ser neutrales. Si estiman importante contribuir a alimentar la reflexión acerca de la idea de la renta básica, es porque están convencidos de que ésta señala una dirección en la que nuestros sistemas de protección social deben avanzar. Pero este libro no está concebido como una simple proclama. En su esfuerzo por proporcionar una visión nítida y documentada de un debate multidimensional, a menudo confuso, a veces emocionalmente cargado, pretende ofrecer al lector una base sólida para que pueda dar forma a sus propias convicciones, disipando de paso un buen número de malentendidos que sustentan bloqueos inútiles y una gran cantidad de ilusiones que nutren esperanzas desmedidas.
El dispositivo convencional de renta mínima garantizada, del que la renta mínima de inserción francesa (RMI), creada en 1988, constituye una modalidad especialmente generosa, presenta varios rasgos comunes con la renta básica. Las prestaciones que componen los programas tanto de la RMI como de la renta básica son conferidas:
— en metálico;
— sobre una base regular;
— por parte de los poderes públicos;
— sin que sean reservadas a personas que hayan cotizado.
Pero este dispositivo convencional se diferencia de la renta básica en tres rasgos cruciales: sus prestaciones:
— son reservadas a los más pobres (control de recursos);
— toman en cuenta la situación familiar de los beneficiarios;
— están condicionadas a un esfuerzo de inserción o a una disposición a trabajar.
La renta básica, en cambio, se atribuye:
— a todos, ricos y pobres (sin control de recursos);
— sobre una base individual;
— sin ninguna exigencia de contrapartida.
La ausencia de control de recursos conlleva naturalmente (pero no implica lógicamente) la posibilidad de combinar la renta básica con otras rentas sin supresión ni reducción de la primera (véase § II.4).