Capítulo 33
Buenos Aires, 2008
Emilia llevaba diez días en Argentina instalada en su departamento y ya casi tenía todos los trámites listos para emprender su vuelta a Italia. Este día le confirmarían desde la aerolínea si podía adelantar el vuelo para regresar cinco días antes. Claro que no se lo diría a Fedele, le quería dar la sorpresa de llegar antes y que la encontrara instalada en la casa. Qué tremendo era el amor, estaba dispuesta a dejar en suspenso toda la vida que tenía acá, para recuperar aquella precaria que había armado en solo unos meses junto a Fedele en Florencia, porque en Argentina tenía su familia, su departamento, su trabajo, sus amistades y todas sus cosas; y en Italia, sólo a él y un lugarcito en esa casa llena de historia que compartía el patio con Buon Giorno, muy cerca del puente Vecchio. Sólo por eso estaba dispuesta a atravesar el océano y dejar todo atrás.
Con su padre habían llegado a un acuerdo; ella, ahora, se iba, pero en cuanto estuviera cumpliendo los siete meses de embarazo, él y Vilma irían a visitarla y se quedarían con ella hasta que el bebé naciera. Querían estar presentes cuando eso sucediera y pasar tiempo con ella y con el italiano. Le había dicho: quiero asegurarme de que sea tan bueno como decís vos. Incluso, hasta se barajaba la posibilidad de que su tío y su hermano Matías viajaran a Florencia, aunque no por tanto tiempo.
A Emilia el plan le había encantado. Le gustaba pensar que sus dos queridos mundos de afectos se podían unir. Aunque lo cierto era que el futuro estaba plagado de incertidumbre. Tener un hijo, vivir en Florencia junto a un hombre que pocos meses atrás no conocía, era una montaña rusa, pero ella ya no era la misma de antes y no le tenía miedo a las alturas, ni a los cambios de dirección.
Con Manuel se habían reunido varias veces y todavía tenían pendiente una última charla telefónica porque un par de días atrás él había partido hacia la Arizona State University. Y por más que habían hablado, no habían llegado a ningún acuerdo. Por su persistencia, sólo había quedado claro que él quería que Emilia pensara en la posibilidad de una segunda vuelta, que concretarían, claro, cuando él terminara su beca, regresara de Estados Unidos y naciera el bebé. Le había dicho: «Soy capaz de buscarte por Florencia, si me decís que vaya». Ella no le insistió más con que había conocido un italiano y así logró dejarlo más tranquilo. De esta manera, él no la volvió loca con insistentes llamados de hombre despechado y ella entrevió que no los unían el amor, sino los celos.
Eso sí: había un gesto que había que reconocer en él, un esfuerzo que hacía, o más bien que había hecho, porque por más que Manuel ya no estaba en el país, a ella, día de por medio, le llegaba de la florería un gran ramo de rosas blancas.
Sus valijas —esta vez, eran tres— ya estaban armadas sobre el piso del cuarto; se llevaba mucha ropa y cosas queridas. ¿Se quedaría a vivir para siempre allá? ¿También por siempre se llevarían bien con Fedele? Eran algunas de las preguntas que se hacía mientras miraba los libros que tenía cargados para llevarse. Se tocó la panza. A este bebé también lo embarcaba en su aventura por amor. Ojalá sus decisiones fueran buenas, no sólo por ella, sino también por él; poco a poco se descubría pensando como madre.
Estaba eligiendo qué camisones agregaría cuando sonó el teléfono. Era Sofi; seguramente tenía alguna noticia sobre el alquiler del departamento; ella le había dicho que se encargaría personalmente.
—¡Emilia, no sabés…!
—¿Qué pasó?
—¡Me habló Manuel desde Estados Unidos!
—¿A vos?
—Sí, me pidió que lo ayude a convencerte para que te quedes y no te vayas con el italiano. Me lo dijo así, tal cual.
—Es un desubicado… Pide eso y él se va. ¿Por qué no se queda, si eso es lo que quiere?
—Lo mismo le dije yo, pero escuchá, que hay más… Me dijo que apenas termine la beca, si vos seguís en Italia, él se va para allá a buscarte.
—No creo…
—Me lo dijo superdecidido. Pensá que es su hijo.
—Es verdad; puede ser.
—Preparate, que en un par de meses lo tenés por allá rogándote amor o exigiendo pasear al bebé… ¡O quién sabe qué!
—Esa será otra etapa; ahora tengo demasiadas cosas en qué preocuparme.
—Ya sé, pero tenías que saberlo. Además, me dijo que hoy te hablaba de nuevo, que quería decírtelo él mismo.
—Este Manuel…
—Dice que lo estuvo pensado mucho entre ayer y hoy, que el saber que vos te vas, le había movido el piso.
Emilia escuchaba a su amiga y no sabía si ponerse contenta, triste o preocuparse.
Hablaron un rato más y quedaron en verse a la noche. Sofi y Pablo, su marido, la invitaron a cenar en su departamento. Les quedaba poco tiempo para compartir y querían aprovecharlo al máximo. Su amiga y el esposo ahora tenían una razón poderosa para concretar el plan de visitar Italia, pero tenían que evaluar cuándo podrían hacerlo. Europa podía estar más lejos de lo que uno creía.
Cuando cortaron, Emilia aún no se había levantado del sofá y el teléfono ya estaba sonando. Era de la aerolínea; le avisaban que el cambio de vuelo para cinco días antes había quedado firme. Emilia sonrió; era lo que quería.
Ya no le quedaban llamadas importantes por hacer o recibir; lo fundamental ya había sido resuelto, pensó, mientras cerraba una de las valijas; sin imaginar que Manuel en sólo unos pocos minutos la estaría llamando y le diría lo que ella esperaba desde el día en que se fue a Italia llorando. Las paredes del departamento escucharían en breve:
—Te amo, vivamos juntos. Organicémoslo para cuando yo regrese.
—Manuel…
—No me digas nada. Si no aceptás, yo voy a buscarte cuando sea el nacimiento de nuestro hijo… ¿Qué digo…? ¡Voy antes, apenas termine de rendir! Ni siquiera me quedo para el cierre del curso, apenas termine, voy.
—¿Se puede saber qué te pasó?
—Lo pensé. Sólo eso: lo pensé.
Emilia no sabía si ponerse a llorar o dejar ese teléfono sin responder nada, absolutamente nada.
Manuel, en ese momento, con la firme decisión de viajar, se transformaría sin saberlo en una pieza fundamental del engranaje que a cada minuto marcaba el destino de Emilia, de Fedele, del hijo que venía en camino, del cuadro de Camilo Fiore, de Adela y de Benito Berni, quien, en la otra punta del mundo, atrapado por la venganza, masticaba los sinsabores que ella le traía. Tres hombres, Manuel Ruiz, Fedele Pessi, Benito Berni, tres vidas, tres modos distintos de enfrentar las adversidades y las decisiones: vacilación para el argentino, optimismo para el hombre joven, amargura para el mayor. Las tres maneras tocándose en los márgenes sin saberlo. Porque en la vida todo tenía que ver con todo. Porque las personas estaban unidas más allá de su conciencia. La magia de la vida otra vez movía sus hilos invisibles.