“El momento histórico era el siguiente: de los cuatro autores originales del Pacto Confederativo de 1831, tres de ellos (Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe) operaban activamente con las armas en la mano para obligar a Buenos Aires —la parte remisa en convocar al Congreso Constituyente— a cumplir su obligación.
Mientras, las diez Provincias del Interior aguardaban el resultado del duelo disputado en el Litoral, aunque colaborando con su pasividad a la derrota del miembro aislado. La Nación Argentina mostraba de manera práctica cuál era la política que anhelaba, por sobre el contenido de multitud de ceremonias, escritos e impresos —rosistas— que disfrazaban lo contrario a favor de uno solo de sus gobernadores: el de Buenos Aires.”
Isidoro J. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas II
“El ejército aliado había pasado el Paraná, uno de los ríos más anchos y caudalosos de América del Sud, por el único punto en que le era posible practicarlo, teniendo que pasar a nado más de cincuenta mil caballos; y había empleado diez y seis días en esta delicada operación, sin encontrar más obstáculos que los originados en dicha empresa.
Pero Rosas (…) a trueque de no alejarse de Palermo, dejó á Santa Fé (que le había pedido ayuda) abandonada a su suerte, y libres e indefensas las riberas del Paraná, que el ejército aliado no hubiera podido franquear, sin pérdida de muchas vidas y sin haber consumido algunos millares de cartuchos.”
César Díaz, Memorias 1842-1852
“Concluyó 1851 con la desgracia de estar todos los ciudadanos de Buenos Aires y su Provincia haciendo ejercicios militares, sin distinción de empleados, abogados, escribanos, jueces, etc., capaces de llevar las armas.
Hasta los niños de 12 años a los 16, los primeros para tambores, los segundos para soldados, habiéndoselos llevado de los pueblos, sin distinción de pobres ni ricos, que han tenido que abandonar sus casas de comercio, dejando a cargo de los establecimientos las mujeres, los viejos y los niños menores, por lo que la campaña se halla desolada, sin tener quien mire por los ganados y comercios, causando la ruina general.
Sólo los extranjeros no son molestados, pues siguen trabajando en sus negocios muy tranquilos.”
Juan Manuel Beruti (1777-1856), Memorias curiosas
“El Ejército Libertador —o Ejército Grande— pasó el 19 de enero el Arroyo del Medio y avanzó hacia Buenos Aires.
Con la llegada de esta noticia los ánimos se agitaron en la ciudad. Los partidarios de Urquiza, algunos recientísimos y cuyo número aumentaba cada día, exultaban de contento y, aunque esforzábanse por ocultar su frenesí, no podían evitar que algo trascendiese. Los partidarios de Rosas sudaban sangre.
El miedo, que en los más flojos era pavor, les hacía verse degollados, o desterrados, o en la cárcel, o perdidos sus bienes, su situación o su influjo. Y unos y otros, unitarios y federales, temían a la posible lucha en las calles de la ciudad, a la falta de alimentos, al saqueo.
Los rosistas que pensaban en acomodarse temían seguir hablando como hasta ayer, no saber decir las palabras que favorecieren la futura voltereta o el futuro perdón; los sinceros, los intransigentes, temían ganarse fusilamiento, perjudicar a sus familias. Los unitarios, aunque envalentonados a finales de enero, no creían imposible la derrota de Urquiza y evitaban exhibir su entusiasmo.
Todo esto, en cuanto a las clases superiores: estancieros, profesionales, jefes y oficiales del ejército, funcionarios del Estado, miembros del alto comercio. Podría agregarse los empleados, inclusive los de menor cuantía.
El pueblo, la plebe, los artesanos, los negros, los gauchos, continuaban fieles a Rosas y sentían rabia y odio contra Urquiza.”
Novela de Manuel Gálvez, Y así cayó don Juan Manuel…
“No le faltaban a Rosas ni recursos, ni soldados, ni jefes, ni armas; lo que le faltaba era una cabeza propia que fiase a manos expertas los elementos de la defensa. Había en él confianza ciega en la fuerza de su prestigio, desprecio de la del enemigo, creencia falsa en la supuesta debilidad de éste; ilusionismo, desorden, ausencia de plan, de unidad de comando competente.
Prefirió quedarse, creyéndose sin duda irreemplazable, porque así seguían diciéndoselo los cortesanos y protegidos, admiradores y favorecidos, cobardes y aterrorizados, aduladores y partidarios.”
Antonio Dellepiane, Rosas
“No era cómoda la posición de Pacheco como encargado de la defensa. Sujeto a la falta de directivas del Jefe Supremo —Rosas— su conducta estaba signada por la desconfianza que le profesaba a su principal subordinado, el coronel Lagos, a causa de las medidas poco definidas que recibían ambos de sus respectivos superiores.
Pero la lealtad hacia Rosas era firme, y sinceros sus sentimientos, pese a que criticaba (ante) el doctor Victorica la desmoralización que crecía ‘de manera pavorosa en sus filas por falta de operaciones exitosas’. Pacheco era el general más prestigioso de Buenos Aires, pero Rosas no requería su opinión y la situación empeoraba.
En la mañana del 1º de febrero el general Pacheco y el doctor Victorica fueron hasta la estancia de Monte Caseros y treparon por el mirador para observar los alrededores.
En tales momentos se presentaron los coroneles Pedro José Díaz, Mariano Maza y Martiniano Chilavert y le manifestaron que tenían instrucciones para inspeccionar el terreno pues allí Rosas pensaba dar batalla.
Éste inquirió a su vez si el Gobernador les había indicado que lo consultasen. Le respondieron negativamente. No obstante, Pacheco no excusó su opinión: ‘Aquí no hay campo suficiente: está lleno de poblaciones, de arboledas y maizales crecidos. Hubiera sido necesario estudiarlo y prepararlo, y formar el plan; pero de todos modos lo peor es que no haya agua. Los pozos de las charcas, que no son muchos, se agotarán en unas horas. Manifiéstenle a Su Excelencia que aún es tiempo de seguir los consejos que le di’.
Pacheco y su secretario se dirigieron a una chacra cercana, desde donde el primero despachó a uno de sus ayudantes para avisar a Rosas que se encontraba allí, pero el enviado no retornó.”
“Entre quienes no respondieron al llamado de Urquiza se contó el coronel Hilario Lagos, nacido en Buenos Aires pero que se desempeñaba como jefe de policía de Paraná: presentó su renuncia al gobernador de Entre Ríos y le pidió su pasaporte para dirigirse a su provincia invocando ‘los sagrados deberes en que estoy para con mi patria y con el gobernador Rosas, y porque así me lo imponen mis sentimientos y mi honor de americano’.
Urquiza le concedió lo solicitado y tras respetar su amistad y agradecer sus servicios, le expresó: ‘El tiempo y los acontecimientos le harán conocer a Ud. los poderosos motivos que tengo para ponerme al frente de los pueblos’.
Respecto al general Pacheco, fue considerado traidor por Lagos, ante la poca efectividad de su defensa de la Provincia. La versión, injusta y errónea, corrió hasta mucho después.”
Isidoro J. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, tomo 2
“La pertinacia de Rosas en disponer el repliegue en torno a la ciudad determina el alejamiento definitivo de Pacheco. Desatiende el dictador el parecer del valiente jefe, receloso ante las voces, sin mayor asidero, que lo sindican en connivencia con Urquiza. En las inmediaciones del puente de Márquez sobre el río de Las Conchas, dos mil quinientos hombres de caballería del coronel Hilario Lagos son batidos por la vanguardia del Ejército Grande. Lagos consigue unirse a Rosas.
Después del desastre, los jefes de Rosas procuran un arreglo decoroso en la noche del 2 de febrero. Contra la opinión de todos ellos, Rosas decide librar batalla inmediatamente. Elige el sitio aledaño al palomar de Caseros.
Urquiza estimula a sus fieles en la alborada del martes 3 de febrero ‘… y si la victoria por un momento os es ingrata, buscad a vuestro general en el campo de batalla, porque el campo de batalla es el punto de reunión de los soldados del ejército aliado, donde debemos todos vencer o morir. Éste es el deber que os impone a nombre de la Patria vuestro general y amigo’.
En la margen opuesta del arroyo, Rosas mismo maniobra al frente de un ejército de veintitrés mil hombres. Los suyos lo aclaman fervorosamente.
A las siete de la mañana Urquiza se adelanta a examinar las posiciones del adversario. Intuye de inmediato sus puntos vulnerables y cambia de plan. Dirigirá en persona el movimiento del ala derecha contra el centro y la izquierda de Rosas. Al promediar la mañana quince mil lanceros se precipitan sobre la caballería del coronel Lagos. El arrollador empuje de otro legendario paladín —Aráoz de Lamadrid— rebasa los lindes del campo.
Se combate con encarnizamiento hasta en el interior del edificio —el palomar de Caseros— cuya posesión decide la suerte de la jornada.
La última resistencia la deparan las brigadas de los coroneles Chilavert y Díaz, en medio de las cuales actúa Rosas. Una hora más tarde se pronuncia la derrota total. Los soldados rosistas arrojan las armas, dispersándose en distintas direcciones.”
Beatriz Bosch, Urquiza y su tiempo
“No podían compararse las fuerzas veteranas de Urquiza con los bisoños reclutas de Rosas. Urquiza era un modelo de experiencia y capacidad militar, mientras que Rosas, con todo su talento para la guerra irregular, no era un soldado profesional. Sus tácticas fueron en ese momento tan débiles como su estrategia; era evidente que no tenía planes y ubicó sus tropas en forma indiscriminada.
Urquiza atacó primero el flanco izquierdo de Rosas con su caballería y dispersó la caballada enemiga. Luego desplegó su infantería y artillería contra el flanco derecho de Rosas; en la casa de Caseros hubo más resistencia, pero también fue superada. De manera que pudo sobrepasar, rodear y dispersar a las tropas de Rosas, que huyeron en desorden derrotadas tanto por su falta de disciplina, experiencia y conducción como por la excelencia del Ejército Grande.
La caída de Rosas fue rápida y total, sufrió una ligera herida en la mano y cabalgó desde el campo de batalla, acompañado por un servidor, para dirigirse al Hueco de los Sauces, donde escribió su renuncia a la Sala de Representantes.
Urquiza le rindió un generoso cumplido: ‘Rosas es un valiente; durante la batalla le he estado viendo al frente mandar su ejército’ expresó.
Sarmiento registró qué fácil había sido todo al final: ‘La caída del tirano más temido de los tiempos modernos se ha logrado en una sola campaña, sobre el centro de su poder, en una sola batalla, que abría las puertas de la ciudad y cerraba toda posibilidad de prolongar la resistencia’.
Urquiza llegó enseguida a Palermo, donde estableció su cuartel general.”
John Lynch, Juan Manuel de Rosas
“Rosas cabalgó a Buenos Aires disfrazado de soldado raso, golpeó a la puerta de la casa del encargado de negocios británico y en ella fue admitido.
Al volver de los urgentes negocios de la ciudad en un día de pánico, el capitán Gore descubrió a su no invitado huésped, tendido en su cama y exhausto de fatiga.
A las cuatro y media de la mañana siguiente el general Rosas y su hija se encontraban a bordo de un barco británico que zarpó para Inglaterra. Rosas vivió veinticinco años más en una granja de los alrededores de Southampton, donde lo visitaban de vez en cuando amigos de los viejos tiempos que encontraban en él un anfitrión amable, sereno y hospitalario.”
H. S. Fern, Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX
“La batalla de Caseros, que destruye totalmente el formidable poder militar que había permitido a Rosas sujetar a su dominio la República durante casi veinte años, tuvo trascendencias políticas considerables. Con ella se marca el comienzo de la organización nacional, pues, eliminada de la escena política la personalidad que mantuvo sometido el país a sus designios, era posible trabajar en el sentido que él no había querido: el de constituir la nación, dando estabilidad y prestigio a sus instituciones y organizándola bajo el sistema federal, anhelo de todas las provincias, aunque no de todos los hombres.
El triunfo sobre Rosas permitió un mayor desahogo económico y un mejor vivir nacional, por las facilidades que se diera al intercambio comercial, especialmente porque Urquiza abre el Plata y sus afluentes a las provincias interesadas y a Paraguay, cerrados por Buenos Aires desde la emancipación —más de cuarenta años— a los mercados transatlánticos. La independencia de Paraguay es reconocida por el nuevo gobierno argentino.
En Buenos Aires fueron removidos casi todos los funcionarios públicos (civiles, militares y eclesiásticos), pero en el interior quedaron los más de los gobernadores.
La batalla de Caseros estaba ganada por los aliados antes de darse y los vencedores y hasta los vencidos en parte, tenían esa convicción anticipada.”
Félix Best, Historia de las guerras argentinas, tomo I
“Ésta es la última actuación guerrera del general Gregorio Aráoz de Lamadrid, quien fallece en 1857. Este oficial de caballería fue el símbolo del valor temerario; primero en el peligro; primero en las privaciones; primero en las fatigas; y primero en el cariño a sus hombres; éstos le siguen a donde los lleva.
Desconocía el miedo y tenía un arrojo fantástico y un ánimo siempre fogoso. Se lanzaba al combate ciegamente sin reparo en el número de los enemigos, pero sin acordarse a veces del mando de sus fuerzas. ‘No existe entre los patriotas ni entre los españoles un oficial que se le parezca’, dice un general español de la época.
No es sin embargo una figura cumbre de nuestras guerras, por su ilustración, sus concepciones estratégicas ni tácticas ni por la ejecución de ellas; en unas palabras no tiene las condiciones requeridas en un comandante en jefe. Por eso exprésase de él que no fue una cabeza, pero sí un brazo de pujante energía. Nunca se rindió en sus derrotas. Acribillado de heridas en Rincón de Valladares —Tucumán, 1827, contra las fuerzas de Quiroga—, delirando, exclamaba: ‘¡No me rindo!’.
Participó en más de cien combates entre los de la guerra de la independencia y los de las civiles.”
Félix Best, Historia de las guerras argentinas, tomo I
“Sarmiento se alojó en Santos Lugares; necesitaba palpar los íntimos recovecos de uno de los principales escenarios del gobierno depuesto. Sus conclusiones resultaron conmovedoras: ‘Algunos amigos fueron a visitar la tumba de Camila O’Gorman y oyeron del cura los detalles tristísimos de aquella tragedia horrible del asesinato de esta mujer. El oficial que le hizo fuego se enloqueció, y en la vecindad quedó el terror de un grito agudísimo, dolorido y desgarrador que lanzó al sentirse atravesado el corazón’.”
Eugenio Rosasco, Color de Rosas