“Tanto don Manuel López como su hijo Victorio quedaron presos en sus domicilios.
El 5 de mayo de 1852, se les condenó a pagar un empréstito forzoso y el 9 eran embargados sus bienes. Se ordenó fueran desocupadas las propiedades que habían sido confiscadas en 1841 y concedidas, en aquella época, a adictos al gobierno de López.”
Efraín U. Bischoff, Historia de Córdoba
Al desembarcar en Buenos Aires, notaron muchos cambios —negocios nuevos, bien puestos y atractivos, cierto aire de bienestar—, pero sobre todo, que no había letreros amenazadores ni las divisas punzó. Lo que más los emocionó fue ver en varias partes flamear la bandera azul y blanca, la de Belgrano, que por veinte años había estado prohibida.
Luz, Jeromita y Martín volvieron a alojarse en el antiguo hotel de Faunch, donde nuevamente contaron con la ayuda de Gracia.
Allí fue a verla la madre de Manuela —Teressa, la mujer del mazorquero—, que les había ayudado a sacar unitarios a través del río. Le contó que a su marido lo habían matado poco después de Caseros: lo encontraron acribillado a balazos detrás de un tapial. También le contó que Urquiza, al enterarse por uno de los beneficiados de que ella los había ayudado a huir, determinó que le dieran una pensión.
Luz le dijo que los parientes de Cosquín que debían ir por Manuela nunca se presentaron, pero que la chica estaba contenta en Córdoba, aprendiendo a encuadernar, lo que podía ser un oficio remunerativo. Se despidieron quedando en comunicarse a través de Gonzalo o de Gracia.
Aquel día, Murray entregó a Luz una carta de Sebastián, llegada mientras estaban en Gran Bretaña. Su hermano se interesaba en el viaje, se preocupaba de su estado de ánimo y le contaba los sucesos de Córdoba:
…Si crees que la paz se ha hecho entre nosotros, estás equivocada; ya voy temiendo que éste sea el sino del país: un constante discutir por el poder, maltratar al rival, hacer tratos políticos contra natura para derrocar a uno, y después traicionar a tus nuevos amigos. Es desesperante.
Con Fernando aconsejamos a don Manuel que renunciase a la gobernación de Córdoba, pero fue inútil. Carlitos, que está muy cerca de él, cree que Victorio lo tiene mal aconsejado.
Los López no han comprendido el cambio político, y el hecho de que Urquiza respetara a los gobernadores les hizo creer que las cosas seguían como antes. Confundieron, como dijo Olmos, la federación nacional, como base de la unidad deseada por los patriotas, con la “Santa Federación” que ideó el tirano, en nombre de la cual inundó el país en sangre.
La ciudadanía, cansada de ellos, quería que se retiraran y los conspiradores de siempre armaron una revolución. Te sorprenderán los apellidos: el doctor Garzón, De la Peña, Cáceres, Del Campillo, Allende, los Zavalía y otros. Los más activos han sido los Pizarro, que bien se la tenían jurada, y no por pocas afrentas: hubo sangre de por medio, propiedades perdidas, contribuciones forzosas… En fin, ya sabes.
De modo que, cuando fue evidente que Quebracho estaba atornillado al cargo, el 27 de abril, apenas dos meses después de Caseros, entre uniformados y políticos asaltaron la gobernación y luego la casa familiar; por desgracia, se perdieron vidas: las de los más leales a tu padrino.
Recordarás al joven Guzmán, con el que te encantaba conversar de política; bien, José Victorio lo había nombrado ministro, pues es un buen federal y además, hombre de Urquiza. Tuvo que refugiarse en la iglesia de San Francisco, con muchos otros, temiendo las barbaridades de los sublevados. Pero, calmados los ánimos, fueron a buscarlo y lo nombraron gobernador provisorio, elección que complació a todos. Pero te aseguro que si José Victorio está vivo, se lo debe al menor de los Pizarro; cuando estaban a punto de matarlo en la sala de gobierno, este muchacho se interpuso, y haciendo escudo de su cuerpo discutió con sus parientes y otros resentidos, asegurándoles que tendrían que matarlo a él junto con Victorio, pues no pensaba retirarse. Fue el heroísmo propio de una mente sana y joven y eso hizo que desistieran de herir al prisionero.
Hay otra explicación que a las mujeres les gusta más: dicen que el héroe estaba enamorado de la hija del doctor Gordon, con la que José Victorio se había casado hacía poco, y no quiso que pareciese venganza de su parte, o no quiso romper su corazón.
En fin, aunque Quebracho estaba enfermo, lo sacaron de su casa de mal modo y metieron a ambos en una celda, donde los tuvieron varios días en malas condiciones. No supe qué pasó con el otro hijo, pero el odio público cayó sobre ellos. Por suerte, ahora les han dado prisión domiciliaria.
Como hallaron las arcas del gobierno vacías, decidieron despojarlos de sus caudales y propiedades y allí cayeron los “intocables”: ¡nada menos que sus yernos, José Agustín Ferreyra y Antolín Funes! A Quebracho le incautaron 2.000 onzas de oro, a Victorio y a Funes 2.000 pesos fuertes a cada uno, y a Ferreyra nada menos que 10.000 pesos.
Recordarás que doña Santos cayó enferma. Después de estos malos ratos se entregó a Dios, dejando a don Manuel entristecido. Esa señora, tan discreta siempre, antes de morir hizo un enorme favor a nuestra ciudad: consiguió, con cartas y admoniciones, que muchos de los comandantes de la frontera con Santa Fe, leales a muerte de su marido, desistieran de marchar sobre Córdoba.
Por suerte Fernando andaba por el Río Quinto, así que no se vio involucrado, pero Lucián se había embanderado con ellos, y no lo culpo.
Ha habido indultos y los adeptos a Quebracho se hicieron oír en la Sala de Representantes, de modo que las injustas medidas contra la familia López han quedado, de momento y esperamos que para siempre, sin efecto.
Ahí no terminaron nuestros problemas. Urquiza, nervioso por aquel conato de revolución, nos envió dos personajes al frente de diferentes tropas. Uno de ellos, la viva representación de los rosistas de horca y cuchillo, que no bien llegar anunció que venía a degollar “a los asquerosos unitarios que habían hecho la revolución contra López”.
Querida hermana: nunca me sentí tan orgulloso, como amigo y cordobés, como del gobernador Guzmán. Con una carta explícita y muy bien redactada, enviada a Urquiza antes de tomar medidas, sacó con cajas destempladas a este energúmeno, custodiado hasta la frontera por Fernando, entre otros.
¿Por qué me enorgullezco? Porque, Luz, es la primera vez desde 1831, en que asumió José Vicente Reynafé, que respondía al caudillo de Santa Fe como a su patrón, hasta el 27 de abril de 1852, que un gobernador de Córdoba se resiste a ser invadido, a aceptar virreyes porteños o de donde vengan, interviniendo en nuestras decisiones.
Urquiza no me decepcionó, pues entendió las razones de Guzmán (avaladas por el otro representante, que tuvo que dejar también la provincia) sobre el deleznable comportamiento de este personaje: el rosismo no ha muerto; sobrevive, esperando una oportunidad.
Pero te diré lo que me contó nuestro sobrino Lucián. Parece que Fernando iba arreando al títere del que te hablé con un estoicismo raro en él hasta que, llegando a la frontera, lo encaró echándole el caballo encima y le dijo que se callara, porque a él no le costaría mucho dejarlo mudo para siempre. Y como el otro, temeroso pero encocorado, le mentara las represalias de Urquiza, el Payo le respondió: “Si algo distingue al general Urquiza de los idiotas como usted, es la inteligencia. Y pierda cuidado, el Jaguar de las Cuchillas sabe muy bien que la Argentina puede gobernarse sin muchas de sus provincias, pero jamás sin Córdoba. Así que, dígame usted, ¿a quién cree que respaldará?”.
El fin de la historia: Guzmán ha conseguido calmar los ánimos pidiendo que se forme una comisión que investigue y exija la rendición de cuentas de los López durante su larga administración, para que no corran más infundios sobre ellos, si es que mantuvieron las manos fuera del erario público.
La familia de Quebracho se ha trasladado a Santa Fe, pero el “gaucho viejo”, como han dado en llamar a tu padrino, y José Victorio no se rinden y maquinan un golpe tras otro, todos desbaratados. Temo que a sus enemigos se les termine la paciencia, ya que en este país estamos acostumbrados a acabar con los problemas derramando sangre, y eso es lo que Guzmán quiere evitar.
Hablando de cosas más gratas, la familia bien, para estas fechas, con un nuevo vástago: Ignacia y Fernando han tenido una niña en julio, a la que han bautizado con un bello nombre, Deidemia Leonor; a Laurita le falta muy poco. Según Cora, será un varón.
Y una noticia inesperada: finalmente, Saturnina se ha rendido al acoso de Zavalía y se ha casado con él. Dicen unos que a su anciano confesor el coronel le aseguró que iba a invadir los claustros de las carmelitas (impensable, ningún soldado lo seguiría) y a sus tías les dijo que si ella no accedía pensaba suicidarse. Por el carácter de Saturnina, sospecho que esta última versión es la verdadera.
Te extrañamos, y tía Francisca está preocupada por tu demora en regresar. ¿Qué nos dices?
Luz plegó la carta, deseando llegar a su casa cuanto antes. El hijo de Laura, se enteró después, ya había nacido y se llamaba Roberto, aunque no fuese un nombre muy común en la Argentina.
Días después, Gonzalo y su esposa se reunieron con ellos. En confianza, Luz reconoció que no tenía decidido qué hacer con sus bienes. Tras intercambiar ideas hasta quedar rendidos, la joven Casey, que no había intervenido mientras ellos discutían el tema, dejó su bordado a un lado y se aclaró la voz:
—Si Mrs. Harrison me permite…
—Lucy, no creo… —comenzó Gonzalo, pero Luz lo contuvo con un ademán.
—Te escucho, querida —le aseguró.
Lo que Lucy proponía era muy simple: por el momento, no debían tomar medidas drásticas; lo prudente sería esperar que los herederos —Tristán y Amanda— crecieran y decidieran, junto con William, si querían o no mantener las propiedades y los negocios en el país.
—En los planes de Tristán y Amanda no figura regresar a Buenos Aires —la interrumpió Luz.
—Por ahora —replicó Lucy—. Ignoramos lo que puede ocurrir en tres o cuatro años; quizás luego lamenten haberse desprendido de tantos bienes.
—Es verdad. ¿Qué propones?
—No estoy intentando beneficiar a mi esposo, pero él es indispensable para lo que he pensado —y al ver que la escuchaban, continuó—: Nosotros podríamos rentarle la casa con todos los enseres, salvo lo que usted desee retirar. Para un matrimonio que recién comienza es muy difícil poder adquirir la vajilla, los muebles y el menaje, y su casa cuenta con ellos. Me atrevo a hacerle esta proposición, Mrs. Harrison, porque noto que por ahora usted no quiere regresar a ella…
Y como los hombres la observaran, pasmados, continuó:
—Su casa sería nuestra casa de la ciudad, pero arrendaríamos el campo y administraríamos la estancia. El contrato será renovado cada tantos años, los que determinen los abogados de los herederos, siempre con la opción de hacer una oferta de compra de nuestra parte.
Juntando nerviosamente las manos, tomó aliento:
—El negocio de ultramarinos podría ser supervisado por Marriott Donovan, si a él le interesa quedarse un tiempo en Buenos Aires. Otra posibilidad sería que enviaran a su sobrino William para ayudar a los Murray y usted, Mrs. Harrison, podrá trasladarse a Córdoba, como sospecho es su deseo. Todo se dejaría en contratos firmados y revisados por los abogados de ambas partes…
Con el rostro arrebolado, Lucy los miró, expectante. Gonzalo —comprendió Luz— temía que creyera que querían aprovecharse de las circunstancias, pero la propuesta era tan realista, tan adecuada, que se puso de pie y dio a la joven una palmada en la mano.
—Querida Lucy, me recuerdas a mí, recién casada y discutiendo con mi padre por Los Algarrobos —le dijo.
Ella, ruborizada, reconoció que, siendo adolescente, cuando su padre viajó a Australia por asuntos de negocios, había ayudado a su abuelo a administrar la estancia familiar.
—Gonzalo apenas tiene idea de lo que vales —sentenció Luz. Y volviéndose hacia sus primos—: Por mí, es la solución perfecta. ¿Qué opinan ustedes?
La escritura y los documentos les llevaron más tiempo del que pensaban, pero Luz se sintió aliviada: tendría meses, quizás unos años, para tomar decisiones. Gracia se encargaría de recoger las cosas de su estudio, sus labores, sus libros, lo poco personal que quedaba de su familia.
En una de las habitaciones del piso superior se guardarían ciertas cosas hasta encontrarles destino. El retrato de Luz fue enviado a Inglaterra, para que sus hijos decidieran qué hacer con él.
Owen y Gracia, viendo que ahora tendrían otros patrones, prefirieron hacerse cargo de la herencia que les dejara Harrison —en la que venían trabajando en sus días libres— e independizarse.
Al resto de los empleados, Martín y Gonzalo, con Donovan, fueron ayudándolos a encontrar nuevos destinos y, en algunos casos, volviendo a contratarlos.
A finales de 1853, Luz, Jeromita y Martín partieron hacia Córdoba, en coche, seguidos de dos carretas y algunos de los hombres de Harrison que quisieron hacer con ellos ese último viaje.
Era para los viajeros —los que quedarían, los que volverían— el inicio de una nueva vida que los tenía a la vez expectantes e inquietos.