Capítulo 4

HE VENIDO para hablar de los términos y las condiciones –dijo Marco al entrar en el apartamento de Elaine sin esperar a que ella lo invitara a pasar.

–Te dije que mi abogado se pondría en contacto contigo.

No quería tener a Marco en su apartamento. Era su santuario, el refugio del ritmo frenético que llevaba en su vida. Tenerlo allí no le parecía adecuado. No lo había visto desde el anuncio de su falso compromiso.

–Supongo que tienes redactado el contrato.

–Así es –contestó ella mirando su cartera.

Lo había redactado en cuanto se había dado cuenta del vacío legal del contrato de su padre.

Él sonrió con ironía.

–Es necesario que dejemos claro lo que cada uno pretende obtener de esta unión antes de que firmemos nada –dijo él sonriendo con ironía.

–De acuerdo –dijo ella lentamente–. Podemos trabajar en esa mesa –añadió señalando la mesa baja que había en medio del salón.

Marco estudió la distribución del pequeño apartamento. Había papeles por todas partes. Había un desorden organizado: todo estaba apilado perfectamente. La cocina y el salón le servían de despacho y, dado que rara vez tenía visitas, solía dejar todo fuera en vez de guardarlo en sus carpetas.

Elaine se agachó, recogió un montón de documentos y los dejó en un armario metálico que había en un rincón. Cuando volvió, Marco estaba hojeando una de las carpetas que había dejado sobre la mesa.

–¿Es éste tu plan de negocio? –preguntó mirándola y, al ver que asentía, continuó–: Tienes buenas ideas –añadió dejando la carpeta en su sitio.

Un estremecimiento recorrió su cuerpo.

–Sí, creo que puedo duplicar los beneficios en un par de años implantando tecnología básica. En los últimos años no ha habido avances en Chapman. Mi padre no es un hombre muy moderno.

–Eso tengo entendido –dijo Marco sonriendo.

Elaine continuó como si él no hubiera dicho nada.

–Quiero crear una página web para vender por Internet. También creo que se puede mejorar el servicio por teléfono para una mejor eficiencia y un ahorro de costes.

Su corazón latía más rápido como solía ocurrirle cada vez que hablaba de la compañía. Aquel hombre que estaba sentado en su sofá no tenía nada que ver en aquello.

–Eso está muy bien –dijo él sin mostrarse demasiado sorprendido.

–Gracias, pero no soy tonta –dijo poniéndose a la defensiva–. Acabé el instituto dos años antes y fui la primera de mi clase en Harvard.

–Fíjate en todo lo que tienes para presumir.

–¿Es eso un insulto? –preguntó ella entornando los ojos.

–Sólo si no te sientes a gusto con lo que tienes para presumir.

–Así que te gusta bromear.

–Sé cuando emplear mis cualidades.

–Ya sabes que hacer lo que a uno se le da bien es la clave del éxito.

Él asintió y se puso serio.

–Eso y la perseverancia.

No creía que Marco de Luca hubiera tenido que practicar la perseverancia. Parecía la clase de hombre que lo había tenido todo fácil en la vida, sobre todo teniendo en cuenta que había mucha gente incapaz de negarle nada. Y aunque fueran lo suficientemente valientes para hacerlo, era un hombre con mucho carisma. La gente se sentía atraída por él. Estaba segura de que se le daba muy bien conseguir lo que quería.

–¿Qué es lo que esperas sacar de nuestro acuerdo? –preguntó Marco.

–Quiero lo que te he dicho. Quiero la compañía de mi padre, ni más ni menos.

–Eres una mujer ambiciosa, Elaine. Me cuesta creer que te conformarás con la compañía de tu padre pudiendo obtener mucho más.

–¿Por qué? ¿Crees que porque soy una mujer mi objetivo principal es casarme con un hombre rico y pasar el día de compras? Me estimo demasiado como para que mi felicidad dependa de un marido.

Su madre había sido así de patética. Había ido tras los hombres en un intento de llamar la atención de un marido indiferente, buscando algún tipo de aceptación en los demás. Elaine estaba siguiendo su propio camino en busca de su propio éxito. Desde luego que no estaba dispuesta a convertirse en la misma clase de mujer que su madre.

Se había esforzado mucho para alejarse de aquel comportamiento. Era una ironía que aquel rumor sobre su jefe en Stanley Winthrop y ella hubiera echado por tierra aquel trabajo. Marco tenía razón sobre las reputaciones: era difícil ganárselas, pero muy fácil destruirlas.

Un comentario malicioso de un compañero de trabajo con el que había estado saliendo y que se había sentido molesto porque no se hubiera querido acostar con él, había corrido como la pólvora. Se había sentido enferma al enterarse. El rumor había consistido en que había tenido sexo con su jefe, un hombre casado.

Había sido muy doloroso enterarse de que alguien por quien había sentido algo había dicho cosas tan horribles sobre ella. Aquel hombre había decidido hacerle la vida imposible sólo porque no había querido acostarse con él. Desde entonces, había evitado a los hombres. No había tenido citas, aunque lo cierto era que antes de aquello tampoco había tenido tantas, motivo por el cual seguía siendo virgen a los veinticuatro años. No le parecía mal y el despertar de las hormonas no parecía haberle afectado hasta hacía poco.

Marco se acomodó en el sofá, con sus ojos oscuros fijos en ella.

–Me alegro de que pienses así porque no tengo ningún interés en verme atado a una esposa.

–Al menos, estamos de acuerdo en una cosa.

Tenía la sensación de que iba a ser lo único en lo que estuvieran de acuerdo esa noche.

–También tenemos que estar de acuerdo en otra cosa: no puedes quedarte embarazada. En caso contrario, perderás los derechos sobre la compañía. Y puedes olvidarte de cualquier pensión económica por mi parte. No quiero una esposa y mucho menos un problema de pañales.

Ella parpadeó, sorprendida por las palabras que acababa de decir.

–Pensé que ya habíamos acordado que no me acercaría a tu dormitorio mientras dure este... matrimonio. Y teniendo en cuenta que ambos sabemos que la cigüeña no trae bebés, creo que en lo último de lo que te deberías preocupar es de la paternidad. Al menos, es lo último en lo que te deberías preocupar respecto a mí. No puedo hablar en nombre de tus amigas.

–Siempre practico sexo seguro.

Era completamente cierto. Marco no tenía ninguna intención de mantener a una mujer durante dieciocho años y era muy cuidadoso en sus prácticas sexuales tanto por el bien de su salud como por el de su chequera. Pero eso no significaba que algunas de sus amantes hubieran intentado entorpecer sus precauciones. En una ocasión pilló a una mujer con la caja de preservativos abierta, agujereándolos con una aguja antes de guardar cuidadosamente cada uno en su funda.

También había habido una mujer que había intentado adjudicarle un hijo, a pesar de estar embarazada de ocho semanas cuando hacía dos que se conocían.

Conocía muy bien cómo funcionaba la mente femenina. Sus principales objetivos eran la riqueza y la seguridad económica. Para su propia madre eso había estado por encima de todo, incluso de sus hijos.

–Bueno, no vas a practicar sexo conmigo –dijo ella sonrojándose.

Su aspecto recatado le resultaba divertido, sobre todo viendo lo que le provocaba. Le suponía un reto intrigante.

–¿Cuáles son exactamente tus términos y condiciones? –preguntó ella, como si estuviera leyendo sus pensamientos.

–Muy sencillo. Sólo he accedido a esto por el bien de mi compañía. Tengo que estar seguro de que ganaré más de lo que perderé cediendo los derechos de Chapman Electronics. Eso significa que necesito que estés disponible las veinticuatro horas.

A Elaine no le gustó aquello, aunque el pellizco que sintió en el estómago no parecía indicar lo mismo.

–¿Para qué necesito estar disponible?

–Para asuntos de negocios, cenas personales... Para cualquier cosa para lo que necesite a mi esposa.

–¿Y qué pasa con mi trabajo, con mi vida?

–Pensé que esa compañía era lo más importante en tu vida.

–Así es.

–Entonces, eso supone que durante los próximos doce meses tu prioridad seré yo. Ahora mismo estoy en negociaciones con James Preston. Está vendiendo uno de sus hoteles en Hawái, pero no quiere hacerlo a alguien que pueda convertir su lugar de vacaciones familiares en un centro de fiestas de estudiantes.

–Por lo que necesitas una esposa –dijo ella, sintiéndose triunfante.

–Sí, para eso me vendrá bien tener una esposa –replicó él sonriendo.

–¿Así que se supone que yo sea la prueba de tu transformación de playboy a amante esposo?

–Algo así.

Se sentía indignada por Marco. Su vida personal no tenía nada que ver con lo buen empresario que era. Al parecer, ni siquiera los hombres estaban libres de los puntos de vista retrógrados de otros. Aunque no le parecía bien cómo Marco trataba a las mujeres, no tenía nada que ver con la manera en que llevaba los negocios.

–Así que nos necesitamos mutuamente –dijo ella.

–No es una necesidad para mí. Quiero el hotel para obtener un incremento de beneficios, pero realmente eres tú la que necesita este acuerdo, no lo olvides.

–¿Quieres decir que cuando me saques del trabajo en mitad del día tendré que comportarme como la esposa perfecta?

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Marco, lo que hizo que su corazón se acelerara.

–Algo así.

–¿Qué es esto? –preguntó Elaine, soltando un puñado de papeles sobre el escritorio de nogal de Marco.

–El acuerdo prenupcial que ha redactado mi abogado –contestó Marco sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador–. ¿Acaso no estaba claro en el encabezamiento?

–Por supuesto que sí –dijo recogiendo los papeles y ordenándolos antes de volver a dejarlos–. Me refiero a esto.

–¿A la cláusula de infidelidad?

–¿Es ése su nombre oficial? Si tengo una aventura perderé la compañía, pero no hay ninguna limitación si la aventura la tienes tú. Es una doble vara de medir.

Nunca había estado tan enfadada en toda su vida, incluido el día en que había tenido que enfrentarse a Daniel por los rumores que había inventado sobre ella.

Su mirada oscura se encontró con la de ella. La rabia corría por sus venas cegándola, pero aun así, había algo que le provocaba un cosquilleo por todo el cuerpo y que no sabía cómo llamar.

–Si es así como lo ves... –dijo encogiéndose de hombros–. Yo lo interpreto como una forma de proteger mis... activos.

Elaine se cruzó de brazos, tratando de ocultar sus pezones erectos.

–No soy un activo tuyo. ¡Se supone que seamos un equipo!

Él se puso de pie y rodeó la mesa. Su altura y complexión resultaban intimidatorias.

–No, señorita Chapman, no somos un equipo. ¿Tengo que recordarte una vez más que soy la parte fuerte de esto? Eso significa que se hará lo que yo diga –dijo tomando el acuerdo prenupcial de su mesa–. No te meterás en la cama de otros hombres mientras dure nuestro matrimonio. Si quieres sexo, lo tendrás conmigo. Basta sólo con que haya un rumor para que la compañía permanezca dentro del grupo de empresas de De Luca.

Elaine trató de contener la vergüenza que la embargaba. ¿Qué tenía aquel hombre que tanto la alteraba?

–¿Qué me dices de ti? ¿Eres libre para hacer lo que quieras?

–Sí, con quien quiera, si no recuerdo mal.

–Es la doble moral más repugnante que he oído jamás. Esto no lo dijiste el otro día cuando hablamos de los términos y condiciones.

–Tan sólo quiero que quede cubierta cualquier eventualidad. No puedo permitir que mi esposa sea vista con otros hombres. En un matrimonio de verdad, eso no ocurriría. Además, no me gusta compartir.

–Entonces, a mí tampoco. Disfruta de los próximos doce meses de celibato.

–¿Crees que puedes resistirte a mí?

–Sin dudarlo –contestó ella sonriendo.

Marco la atrajo hacia él, estrechando sus senos contra su musculado pecho.

–No me lo creo –dijo y unió sus labios a los de ella antes de meterle la lengua en la boca.

No pudo resistirse, no quería hacerlo. Deseaba disfrutar de aquel momento ardiente y sensual, tan inusual en su vida.

Él bajó las manos a su trasero y la estrechó contra su cuerpo, hundiendo su erección en su vientre. Ella gimió, disfrutando de las sensaciones electrizantes que la invadían, regocijándose en el hecho de que estaba tan excitado como ella.

Sus pechos deseaban sus caricias. Sus pezones erectos advertían de lo excitada que estaba. Sentía tensión entre los muslos. Lo deseaba. Quería que le enseñara todo aquello que nunca se había molestado en aprender.

Elaine deslizó las manos por los músculos de su espalda y luego por su pecho. Era fuerte y perfecto, como debía ser todo hombre. Quería sentir su cuerpo sin las capas de ropa que los separaban. Deseaba...

Se apartó de él como si se hubiera quemado.

–Lo siento –dijo.

Sentía los labios tensos e hinchados y su respiración era entrecortada. Algunos mechones de su pelo se habían escapado del moño.

–No hay nada que lamentar. Nos vamos a casar dentro de dos semanas. Será mejor que durmamos juntos, así sacaremos provecho del matrimonio por conveniencia.

Fueron las últimas palabras las que evitaron que dijera que sí. Si no le hubiera recordado con su comentario mordaz que no significaba nada para él, habría accedido. Pero ella no veía el sexo como él. No tenía la experiencia ni la sofisticación para tomárselo como un entretenimiento. A eso se le unía el hecho de que no se había tomado el tiempo para descubrir su propia sexualidad.

–No puedo hacer eso. Yo no... Para mí el sexo no es un pasatiempo –dijo y respiró hondo, tratando de mostrarse como la fría empresaria que se suponía que era–. Lo que quiero decir es que no voy por ahí acostándome con cualquiera.

Marco se quedó mirando su rostro ruborizado y sus brillantes ojos apasionados. Era evidente que lo deseaba aunque no lo admitiera todavía. O quizá se estaba resistiendo hasta que pudiera sacar un mayor provecho a su acuerdo.

–Está bien, pero la cláusula se queda. Si quieres sexo, será con tu marido. Elaine tragó saliva, tratando de mostrarse indiferente.

–No creo que me apetezca en un futuro cercano.

–Como quieras –dijo él encogiéndose de hombros–. No necesito coaccionar a mujeres para llevármelas a la cama.

Aquello era completamente cierto. No recordaba la última vez que una mujer lo había rechazado, si alguna vez había ocurrido. No le gustaba que su cuerpo se hubiera encaprichado por una mujer que no se sentía atraída por él. Debía de ser la novedad. No era habitual en él que tuviera que perseguir a una mujer. Eran ellas las que iban tras él. Si no terminaba en la cama con Elaine, no le resultaría difícil encontrar a otra, a la vista de que no había nada prohibido para él en ese aspecto.

Sin embargo, la idea de que Elaine estuviera con otro hombre mientras llevara su anillo lo enfurecía. Había dicho la verdad al afirmar que no le gustaba compartir. Para él, el matrimonio, aunque fuera de conveniencia, la hacía suya. Sí, quizá fuera anticuado, pero no podía hacer nada para evitarlo.

–Mañana a las nueve tienes cita con una diseñadora de vestidos de novia.

–Tengo que trabajar.

–No importa. Ahora mismo, lo más importante es la boda.

–¿Es así como va a ser a partir de ahora? –dijo poniendo los brazos en jarras–. ¿Vas a tratarme como a una muñeca los próximos doce meses?

Marco se encogió de hombros. No parecía afectado por el beso. Sin embargo, sus latidos seguían acelerados, cosa que la irritaba.

–Si es así como quieres tomártelo... También puedes pensar que es una nueva oportunidad de empleo.

–Tienes una gran capacidad para hacerme parecer como una fulana.

–Y tú tienes una gran capacidad para hacerme perder el tiempo. Si quieres verme, la próxima vez pide una cita.

Se puso de pie con cuidado de no volver a quedarse demasiado cerca de él. El deseo y la ira seguían mezclándose en su interior.

–Soy tu prometida.

–No. Es un acuerdo empresarial como no dejas de recordarme, lo cual nos convierte en socios. Eso quiere decir que tienes que pedir una cita como hacen todos los demás.

Elaine cargó su peso sobre una pierna, sacó la cadera y puso una mano sobre ella, tratando de mostrar una pose digna.

–¿Y besas a todos tus socios como me besaste a mí?

–Si todos tuvieran tu aspecto, quizá lo haría. Pero lo cierto es que nunca me he sentido tentado a hacerlo.

No sabía si enfadarse con su arrogancia o disfrutar con sus cumplidos. Al final, fue la ira lo que triunfó.

–Entiendo. ¿Así que piensas eso porque crees que soy una mujer a la que puedes besar cuando quieras?

–No, te besé porque quise hacerlo –dijo acercándose a ella–. Además, tú estabas deseándolo.

–Tu ego es impresionante –dijo Elaine dando un paso atrás–. No quería que me besaras. Como has dicho, esto es un acuerdo empresarial y no me gusta mezclar negocios con mi vida personal.

Al menos estaba segura de que no lo haría si tuviera una vida personal. Por su sonrisa burlona supo que no la había creído.

–Sé que esto es una afrenta a tus principios feministas, pero en lo que a este acuerdo se refiere, soy tu jefe. Harás lo que yo diga. Firmarás el acuerdo prenupcial y mañana te reunirás con la diseñadora para elegir tu vestido de novia.

Elaine estaba perdiendo el control. Sus hormonas seguían en alerta desde el beso y su paciencia estaba a punto de alcanzar el límite. Respiró hondo. En esa situación era donde sus años de experiencia tenían que notarse. Aquello eran negocios. Había que luchar en las batallas que podían ganarse, no en aquellas destinadas a perder.

–¿Estarás presente en la elección del vestido?

–Por supuesto que no. No trae buena suerte que el novio vea el vestido antes de la boda.

–Yo hubiera dicho que trae mala suerte fijar el último día de matrimonio.

Marco sonrió ante su comentario, antes de darse la vuelta y regresar a su mesa. Al parecer, la estaba despidiendo.

Ella se giró para marcharse.

–¿Elaine?

Se detuvo al escuchar su nombre de sus labios. Un escalofrío recorrió su cuerpo.

–Espero que no tengas planes para esta noche.

Ella se giró y arqueó una ceja.

–¿Importaría si así fuera?

–Desde luego. Me sentiría mal si tuviera que pedirte que los cancelaras.

–Lo dudo.

–Tienes razón –dijo él dibujando una medio sonrisa en sus labios–. Tengo una cena esta noche y necesito una acompañante.

–¿Has perdido tu agenda?

–No tengo agenda –dijo agitando su teléfono móvil–. Eso sería anticuado.

–Pareces sacado de la Edad Media. Ese teléfono no va a cambiar eso.

–Me alegro de que me tengas en tan alta estima, cara. ¿Has venido en coche?

–No, en taxi.

–Perfecto, puedes venir conmigo.

–¿Y si tengo planes?

–Cancélalos. No puedo ir a esta cena sin mi prometida.

–Diles que tu prometida tiene una vida y no se pasa las veinticuatro horas del día colgada de tu brazo.

–Ya lo saben. Estoy seguro de que piensan que pasas doce horas al día en la cama conmigo.

Ella se sonrojó y se quedó muda. Las imágenes que se formaron en su cabeza eran demasiado gráficas y más intrigantes de lo que estaba dispuesta a admitir.

Había enterrado su interés en el sexo opuesto con su sed de ambición. Pero al entrar en el despacho de Marco de Luca, sus hormonas habían cobrado vida y no la habían dejado desde entonces.

–En cualquier caso, necesito que hagas tu papel. Esto son negocios, ¿recuerdas? –dijo con una nota de burla en su voz.

–No lo olvidaré.

La cena no fue lo que había imaginado. Había al menos doscientas personas de la élite social de Manhattan y se sintió agradecida de que la eficiente secretaria de Marco le hubiera conseguido un vestido en el último minuto. Marco saludó a la anfitriona besándola en ambas mejillas antes de presentar a Elaine.

–Ella es mi prometida Elaine Chapman. Elaine, ella es Caroline Vance, presidenta de la fundación De Luca.

–Encantada de conocerla –dijo estrechando la mano de la otra mujer e ignorando las preguntas que asaltaban su cabeza.

Marco nunca le había mencionado que tuviera una fundación benéfica. Si fuera su prometida de verdad, lo sabría.

–Encantada de conocerla también –dijo Caroline, sonriendo con calidez–. Nunca pensé que llegaría el día en que Marco sentara la cabeza. Siempre le ha gustado vivir a toda velocidad –añadió mirando a Marco.

Elaine pensó que la sonrisa de Marco era forzada, pero Caroline no pareció darse cuenta.

–Sí, ya era hora. En cuanto conocí a Elaine supe que no podía dejarla escapar.

–Bienvenido al club. Te encantará –dijo abrazándose al brazo de Marco.

Marco sacó su chequera del bolsillo y escribió una cantidad que hizo que Elaine abriera los ojos como platos. Caroline recibió el cheque con una amplia sonrisa en su rostro.

–Es extremadamente generoso –dijo la mujer dirigiéndose a Elaine.

–Sí, lo es –dijo Elaine, confiando en que no pareciera tan confusa como se sentía.

Marco sonrió mientras Caroline se marchaba a saludar a otra pareja que estaba entrando en el salón. Luego, tomó a Elaine del brazo y la dirigió hasta un puñado de mesas colocadas en un rincón. Eran tan pequeñas que al sentarse sus rodillas se tocaron.

–Toda la comida ha sido donada y preparada por voluntarios –explicó él–. Los invitados han pagado doscientos dólares y todo lo que se recaude irá a la fundación De Luca House.

Ella sonrió.

–Es estupendo. ¿Cuál es el fin benéfico?

–Los niños sin hogar. Es un asunto que me llega al corazón.

En aquel momento, Elaine se dio cuenta de lo poco que sabía del hombre que estaba sentado frente a ella. Su pasado no era precisamente un misterio, aunque tampoco tenía información sobre su infancia. A través de las averiguaciones que había hecho, había descubierto que su padre era un rico empresario siciliano que se había mudado a Nueva York con su familia cuando Marco era un joven adolescente. Pero entre ese hecho y su meteórico ascenso en el ámbito inmobiliario, no había sido capaz de encontrar detalles sobre su vida. Y ahora sentía curiosidad. Marco decía que era un hombre hecho a sí mismo, lo cual significaba que había construido su imperio sin la ayuda de su padre.

Lo miró. Estaba conversando con una pareja que estaba junto a ellos. Su perfil era aristocrático y llevaba esmoquin. No tenía aspecto de ser un hombre que hubiera tenido que luchar por nada.

En aquel momento, aunque hubiera conocido sus orígenes, nada la habría preparado para el efecto perturbador que Marco le estaba produciendo. Apenas podía saborear la cena gourmet que se estaba sirviendo esa noche. Cada pocos minutos, sus rodillas rozaban las de Marco bajo la mesa o alguien se acercaba a felicitarles por su compromiso, momento en el que él la tomaba de la mano y la miraba intensamente a los ojos. O peor aún, se llevaba su mano a los labios y le daba un beso, haciendo que el puñado de mariposas que se habían instalado en su estómago aletearan.

Cuando les retiraron los platos, les ofrecieron bebidas que Elaine declinó. Sus defensas ya estaban suficientemente mermadas. No tenía ningún sentido añadir alcohol a la ardiente atracción que sentía por Marco. Así que se sentó erguida en su silla, sonrió a todo aquél que la miraba y trató de no sobresaltarse cada vez que la pierna de Marco tocaba la suya.

El sonido de las copas brindando la distrajo y al mirar al otro lado del salón, vio a Caroline colocándose ante un estrado. Caroline carraspeó y el sonido de las conversaciones disminuyó.

–Quisiera dar las gracias a todos por haber venido esta noche. Vuestro apoyo supone mucho. Voy a presentaros al fundador de De Luca House, el señor Marco de Luca.

Marco le dirigió una sonrisa, se puso de pie y se inclinó para darle un beso en la mejilla antes de atravesar el salón. No pudo evitar reparar en la masculinidad de sus movimientos. Subió al escenario y su presencia llamó la atención de todos los presentes, ella incluida.

–Gracias a todos por estar aquí –dijo con voz aterciopelada–. En estos tiempos que corren, sé que hacer grandes contribuciones puede parecer pedir demasiado. Pero os pido que recordéis que estos niños nunca han tenido cubiertas sus necesidades básicas, ni siquiera en los mejores momentos. No tienen comida, ni ropa, ni siquiera un techo. ¿Qué significa para ellos la moda cuando ni siquiera tienen un abrigo con el que protegerse?

Elaine sintió que se le encogía la garganta al mirarlo a los ojos. Su corazón dio un vuelco. Porque bastante terrorífico le resultaba el deseo que sentía, como para que encima sintiera emoción.

Marco continuó. Su ligero acento hacía que su discurso fuera más conmovedor.

–¿Y cómo podemos preocuparnos por tener una casa de verano cuando ellos no tienen un techo bajo el que cobijarse?

Su discurso continuó. Sus palabras eran apasionadas. Se refirió a las estadísticas sobre cuántos vagabundos de Nueva York eran niños. Su fundación trabajaba para dar a esos niños un hogar que les diera una sensación de familia y una educación. La idea era proporcionarles una base a la que siempre pudieran recurrir, incluso después de alcanzar la mayoría de edad.

Cuando Marco terminó, muchos de los invitados estaban conteniendo las lágrimas y Elaine tuvo la sensación de que las emociones que Marco había despertado en ellos se reflejarían en sus donaciones.

Marco volvió junto a ella, deteniéndose en el camino para estrechar algunas manos. Una vez a su lado, la rodeó con su brazo por la cintura, haciendo que su corazón diera un vuelco.

–Ha sido... –dijo ella tratando de disimular la emoción– un discurso muy bonito. No sabía que hubiera tanta necesidad.

–Mucha gente cree que el gobierno se está ocupando de todo lo relativo a estos niños, pero no es así.

No había sido su caso. Rafael y él habían sido abandonados, primero por su padre y luego por su madre. Y nadie se había ocupado de ellos.

–Mucha gente no sabe ni lo que ocurre en su jardín. Considero que es mi deber educarlos y hacer todo lo que pueda.

Ella se mordió el labio inferior y Marco deseó besarla.

–Así que no todas las cosas buenas que haces, las haces por tu imagen pública, ¿no?

–No todas, pero sí la mayoría –dijo él sonriendo.

El pianista empezó a tocar una música lenta y las parejas comenzaron a llenar la pista de baile.

–Elaine, creo que debería bailar con mi prometida.

Marco observó que se ponía tensa y apretaba los labios, y eso le resultó divertido. ¿Qué hacía falta para besar aquellos labios suplicantes?

Con aquel vestido negro que resaltaba sus curvas, era el prototipo de mujer ardiente y sexy. Aun así, mantenía ese aura intocable con el que siempre se escudaba excepto cuando la besaba.

Ella miró a la gente que los rodeaba, como si estuviera considerando evadirse de la situación con una negativa.

–De acuerdo –dijo como si acabara de ser condenada a la cárcel.

Le parecía fascinante que aquella mujer que evidentemente se sentía atraída por él, tan receptiva a sus caricias y besos, actuara como si el contacto físico entre ellos le resultara repugnante.

Elaine trató de calmar los acelerados latidos de su corazón. Miró a las parejas que había en la pista, cuyos cuerpos se rozaban al ritmo de la música de una manera demasiado sensual para considerarlo tan sólo un baile.

Marco le dirigió una sonrisa depredadora.

–Baila conmigo –dijo ofreciéndole su mano.

No era una pregunta, sino una orden. Por alguna razón, un escalofrío la estremeció en lugar de sentirse enfadada. Algo en él estaba consiguiendo que bajara la guardia. La estaba sorprendiendo. No era un simple playboy y se había sentido mucho más cómoda cuando había dejado de considerarlo como tal.

Aceptó su mano, confiando en que no se diera cuenta de que la suya estaba húmeda, y dejó que la llevara hasta la pista de baile. Una voz en su interior no dejaba de decirle que aquello no estaba bien.

Ignoró la sensación placentera de su estómago cuando la rodeó con sus brazos y la estrechó contra el calor de su cuerpo. Bailar con su prometido era necesario para mantener su parte del acuerdo.

La música era sensual y cautivadora, y enseguida se dejó llevar por el ritmo. Una de sus manos apretaba la suya y la otra estaba sobre su espalda, sujetándola, atrayendo sus senos contra su pecho musculoso. Sus pezones estaban erectos. Era una sensación extraña e inesperada y, a pesar de lo mucho que lo deseaba, era incapaz de evitarla. Ni siquiera era capaz de fingir que no le gustaba.

Su corazón estaba latiendo con fuerza y estaba segura de que él podía sentirlo. Seguramente era capaz de ver su pulso en la base de su cuello.

Casarse con un extraño no le asustaba y tampoco la idea de dirigir una compañía, comparado con aquella atracción que ni deseaba ni entendía. Siempre había tenido el control y el no tenerlo ahora, le resultaba aterrador, a la vez que estimulante.

Se aferró a sus anchos hombros en un intento de evitar que sus rodillas se doblaran.

Marco sonrió y su aliento rozó su mejilla, mientras la sujetaba con más fuerza. De pronto deseó besarlo otra vez y sentir sus labios calientes y firmes junto a los de ella.

Se apartó de él con la respiración entrecortada. Él parecía estarse divirtiendo y eso la enfurecía.

–¿Por qué te resistes, Elaine? –preguntó mirándola con sus ojos tentadores.

–¿De qué?

No tenía sentido mostrarse ignorante y lo sabía, pero el orgullo y una necesidad desesperada por recuperar el control la obligó a intentarlo.

–De esto.

Le pasó el brazo por la cintura y la atrajo hacia ella, uniendo sus caderas de tal forma que Elaine pudo sentir su erección.

–Porque yo no siento lo mismo.

Él sonrió.

–Esto no tiene nada que ver con los sentimientos, sino con el deseo y sé que lo sientes –dijo acariciándole la mejilla con el dedo gordo–. Lo llevas escrito en tu bonito rostro.

Sentía los pechos hinchados, sensibles, y una incómoda humedad en la entrepierna. No hacía falta ser una experta en sexo para saber que su cuerpo se estaba preparando para disfrutarlo.

–No tengo ningún interés en flirtear, Marco. Cuando te hice la propuesta, mi interés era hacerme con la compañía de mi padre, no tener una aventura.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener su voz firme y calmada.

–¿Elaine Chapman?

Elaine se giró hacia la voz y su estómago se le cayó a los pies cuando reconoció al hombre que había pronunciado su nombre.

–¿Sí?

Trató de mostrarse tranquila. Había perfeccionado ese arte a lo largo de los años. Era mejor parecer una reina del hielo que mostrarse como una fulana.

Una sensación de asco se formó en su estómago. Era Daniel Parker, el hombre que había arruinado su reputación por no haberse acostado con él. Elaine sabía que no iba a pasar la oportunidad de insultarla.

Ella se irguió y mentalmente hizo acopio de fuerzas. No iba con ella asustarse ante un reto. No estaba dispuesta a permitir que aquel hombre la intimidara y la denigrara. Ya lo había conseguido una vez y no estaba dispuesta a que se repitiera.

Marco la tomó por el codo y alargó la otra mano hacia el hombre.

–Soy Marco de Luna, el prometido de Elaine.

–¿De veras? –dijo Daniel y se giró hacia Elaine–. Tu gusto para los hombres no ha cambiado.

Ella se mordió la lengua. No quería mantener esa conversación. Ya había sufrido bastante humillación.

Marco no dijo nada y Daniel insistió.

–Siempre has preferido hombres poderosos.

–Prefiero hombres tan ambiciosos como yo –contestó, agarrándose con fuerza al brazo de Marco–. Pero son difíciles de encontrar.

La sonrisa de Daniel se tornó cruel.

–Habría pensado que sería difícil escalar estando tumbada de espaldas.

Su rostro comenzó a arder y sintió una subida de adrenalina. Por las miradas curiosas de los que les rodeaba, Elaine supo que aquellas personas no se estaban perdiendo los maliciosos comentarios de Daniel.

–Al menos, no tengo que pisar a otros para ascender –dijo ella con frialdad.

–Por supuesto que no, Elaine –dijo Daniel–. Tan sólo has tenido que ofrecerte a otros en tu camino a la cumbre.

Elaine cerró los puños. Daniel no esperó contestación y se limitó a tomar el brazo de la mujer que lo acompañaba y se marchó.

–¿Quieres marcharte? –preguntó Marco tomándola del codo.

Ella miró a su alrededor. La gente seguía mirando.

–No.

–Parece que vayas a romperte en cualquier momento. Creo que por el bien de tu orgullo lo mejor será que nos vayamos.

Elaine tragó el nudo que se le había formado en la garganta y asintió. No iba a llorar porque no era llorona por naturaleza. Pero existía peligro de que acabara tirándole una bebida a Daniel en la cabeza.

Marco le dio las gracias a Caroline por ser la anfitriona del evento y tomó a Elaine por la cintura, dirigiéndola hasta la limusina. Le abrió la puerta y ella se metió en el vehículo. Luego hizo lo mismo y se sentó a su lado.

–¿Estás bien? –preguntó Marco, estudiando su rostro pálido.

El encuentro con aquel hombre la había alterado, a pesar de que se había mantenido calmada.

Elaine apartó el rostro de él, manteniendo fija la mirada en las brillantes luces de la calle.

–Por supuesto. Gente así forman parte de la vida, ¿verdad? Me refiero a gente que envidia el éxito de otros.

–Quizá lo que envidian sea el método.

–Quizá. Pero si de veras yo pretendía ascender, no habría estado encerrada en un cubículo.

–Dudo que hubieras permanecido encerrada en un cubículo si te hubieran pillado flirteando con tu jefe casado. Los rumores corren.

–Y a veces los rumores no son ciertos. No puedo evitar los rumores, Marco. Créeme, lo he intentado. Nadie cree la verdad y la mentira me ha causado problemas que nadie querría en una oficina. Trabajar duro no va a ser suficiente, no con todo eso... –dijo señalando hacia el hotel– en la cabeza. Pero no soy la mujer que Daniel dice y me niego a ser castigada por pecados que no he cometido.

Marco se encogió de hombros.

–Francamente, no me importa lo que pasó. Si te acostaste o no con tu jefe, me da igual. Pero debo advertirte que, aunque haya hombres que se ciegan ante las curvas generosas, yo no soy así. No te servirá de nada usar tu cuerpo para ganarte mi corazón o mi cuenta bancaria.

–Mi cuerpo no está disponible.

–¿De veras?

Estaba enfadada y Marco se dio cuenta, aunque no estaba seguro de si era por haber sido insultada o falsamente acusada. Sabía que era una mujer calculadora, pero no le importaba. Era imposible que se convirtiera en una víctima de sus maquinaciones como al parecer lo había sido el estúpido de su jefe. No iba a dejarse llevar por su boca tentadora ni por sus atractivas curvas.

Claro que podía intentarlo. Eso haría que los próximos doce meses fueran interesantes.

–De veras –afirmó tajante–. Tengo demasiado orgullo como para seducir a mi jefe para conseguir un ascenso.

Marco se quedó estudiándola. Era posible que tuviera demasiado orgullo para hacer una cosa así ahora. Por entonces, era muy joven.

–No me importa de una manera o de otra.

–¿No te importa que me aproveche de ti?

–No me importa lo más mínimo. Aunque puedes intentarlo.

Tenía mucha experiencia con mujeres maquinadoras.

–No creo que eso ocurra. Tenemos un acuerdo. Ya tengo lo que quiero.

Él alzó la mano y le acarició la mejilla. ¿Qué tenía aquella mujer que resultaba tan tentadora?

–Pero ¿y si pudieras conseguir más? ¿No te atrae eso?

Elaine dejó escapar un suspiro.

–No, me gusta ganarme las cosas.

Marco sonrió lentamente.

–Eso podría interpretarse de muchas maneras, cara mia.

–Sabes a lo que me refiero.

La limusina se detuvo delante del edificio donde estaba su apartamento. Ninguno de los dos se movió.

Ella abrió la boca y se pasó la lengua por los labios. Era pura tentación y no estaba acostumbrado a resistirse.

Marco se inclinó hacia delante, pensando en que se apartaría. Pero se encontraron a medio camino y sus bocas se unieron. Él la tomó por la nuca y se hundió en su boca, saboreándola.

Bruscamente, Elaine se apartó.

–No debería haber ocurrido.

–Es sólo un beso –protestó él, consciente de que sonaba tan frustrado como se sentía.

Se había hecho a la idea de tomarla en el asiento trasero del coche, con las ventanas tintadas como única separación entre ellos y el mundo.

–Y no debería haber ocurrido.

Elaine se pasó las manos por el pelo. Luego, suspiró y alzó la barbilla, recobrando su porte altivo.

–Te invitaría a pasar, pero no quiero.

–Quieres que pase, pero tienes miedo de lo que pueda ocurrir si lo hago.

Ella se quedó pensativa.

–Tienes razón. Ésta puede ser una gran ocasión para seducirte y sacarte millones, pero me duele la cabeza. ¡Maldita sea!

Él rió. Aquella mujer tenía sentido del humor.

–Incluso las mujeres tentadoras necesitan tomarse una noche libre de vez en cuando.

Ella esbozó una sonrisa y salió del coche.

–¿Elaine? –dijo, haciéndola detenerse–. La próxima vez, te veré vestida de blanco.