Capítulo 5

LA BODA se convirtió en un evento social muy esperado, a pesar del poco tiempo que había pasado entre el anuncio y la ceremonia. O quizá precisamente por esa razón. Elaine no pudo evitar pensar que la prisa de aquel matrimonio era parte de lo que lo hacía interesante.

Mientras recorría el pasillo hasta el altar, sintió que todos los ojos que estaban en aquella iglesia histórica examinaban su vientre liso.

La luz del sol de la tarde se filtraba por una ventana redonda, lanzando reflejos azules en el suelo de piedra. El ambiente estaba cargado con el aroma de las flores. Era una boda bonita, pero no de su gusto, excepto por el sencillo vestido que llevaba. Pero nada de eso importaba. Lo que importaba era lo que iba a ocurrir en los próximos doce meses, cuando la compañía por la que tanto había trabajado fuera suya.

Alzó la vista y miró a Marco, que la esperaba en el altar. Nunca lo había visto tan guapo. Llevaba un esmoquin negro que resaltaba sus hombros anchos y su estrecha cintura. Estaba en una forma física estupenda, aunque las horas en el gimnasio no eran su único encanto. Era muy guapo y sus rasgos eran una mezcla de masculinidad y belleza. Pero era su carisma y su seguridad lo que hacía que la gente se sintiera atraída por él. No era como ninguna persona que hubiera conocido. Y estaba a punto de casarse con él.

Tragó saliva. Aquello no era más que un acuerdo empresarial, un contrato más.

Se aferró al ramo y tomó la mano del novio.

Elaine no supo cómo se las había arreglado para sobrevivir a la ceremonia, al besamanos y a las cuatro horas de recepción. Le dolían los pies por los tacones y la cara de tanto sonreír. Bailar con Marco y pretender que no se estaba derritiendo por el calor que le estaba haciendo sentir, había sido agotador, además de una tortura.

Se acomodó en el asiento de la limusina y dejó escapar un suspiro.

–Ha sido agotador.

–Eso lo suelen decir las recién casadas después de la luna de miel.

La limusina llegó al ático de Marco y Elaine no esperó a que le abriera la puerta. Se bajó y lo esperó junto a la entrada del edificio.

Marco llegó a su lado y la adelantó. Sus pasos eran largos y a duras penas podía seguirlo.

Se había cambiado de ropa después de la recepción y llevaba una falda estrecha de seda blanca y un jersey verde, y aún llevaba aquellos ridículos zapatos de tacón con los que era difícil caminar.

Lo siguió por el largo pasillo de mármol. Aquél era la clase de apartamento que se esperaba que tuviera un hombre como él. Probablemente las mujeres fantaseaban con un sitio así.

Su estómago se encogió al pensar en que había llevado a otras mujeres allí. ¿Cuántas habrían sido? O lo que era más importante, ¿a cuántas tendría que ver durante su matrimonio? ¿Los oiría mientras estuviera en su habitación tratando de dormir?

–Éste es mi ascensor.

–¿Tienes tu propio ascensor?

–Sí, es la entrada principal de mi casa. No sería seguro que cualquiera pudiera utilizarlo.

La hablaba como si fuera una niña pequeña.

–¿Todo el mundo tiene su propio ascensor?

–No, sólo yo.

Introdujo un código y el ascensor se abrió. La subida fue larga y al llegar, las puertas se abrieron descubriendo una estancia amplia y luminosa. No tenía nada que ver con el resto del edificio. No era recargada, ni tenía filigranas doradas en las ventanas, ni había un jacuzzi en medio de la habitación. Lejos de lo que había imaginado, era un apartamento moderno de líneas sencillas. Las paredes blancas y el techo abovedado daban sensación de amplitud. Las ventanas eran enormes cristaleras de suelo a techo con una fantástica vista del perfil de Manhattan.

La cocina y el salón estaban unidos. Las encimeras de la cocina eran de granito y los electrodomésticos de acero inoxidable. Era la clase de hogar en el que siempre se había imaginado. Su pequeño apartamento con muebles de segunda mano no podía competir con el espacioso y moderno ático de Marco. Pero no tenía dinero para una casa así.

–¿Te gusta? –preguntó Marco.

Su voz grave y sexy la hizo estremecerse.

–Sí. Está decorado con mucho gusto y la vista es asombrosa. Aunque estas ventanas no ofrecen demasiada privacidad, ¿no?

–¿Vamos a necesitar privacidad? –preguntó enarcando las cejas.

–¡No! Quería decir que... Me refiero a que la gente puede ver lo que ocurre dentro.

–No pueden ver desde fuera, es un cristal especial. Pero tomaré nota de que pretendes hacer cosas en mi salón que requieren privacidad. Trataré de trabajar desde casa más a menudo.

Era en momentos como aquél cuando deseaba poder tener respuestas rápidas.

Carraspeó y trató de mostrar cierta dignidad.

–¿Dónde está mi habitación?

–Al final del pasillo, la última puerta. Hay un cuarto de baño en la habitación, así que tienes la privacidad que necesitas. Estaré en mi despacho, tengo trabajo que hacer.

No quería ver en qué dirección se iba, ni siquiera lo intentó. Se limitó a avanzar por el pasillo, pensando en el baño que se iba a dar.

Su habitación era blanca, como el resto de la casa, y le agradó comprobar que tenía vistas del perfil de la ciudad. Desde luego que eran unas vistas mejores que las que tenía en su apartamento, que consistían en una pared de ladrillos y en la ventana del dormitorio del vecino.

Todas sus pertenencias, excepto el mobiliario, habían sido llevadas por una compañía de mudanzas, y seguían guardadas en las cajas que estaban arrinconadas. No le apetecía desempaquetarlas esa noche. Lo único que le apetecía era darse un baño y meterse en la cama. La imagen de Marco con el pecho desnudo y su piel junto a la suya se formó en su cabeza.

Sola. Se iba a ir a la cama sola.

Entró en el cuarto de baño y su corazón estuvo a punto de detenerse. Había una ducha separada de la bañera, todo en mármol italiano.

Volvió al dormitorio y estuvo revolviendo hasta que encontró su iPod. Luego buscó la maleta en la que había puesto su ropa para sacar un pijama.

Le llevó un rato llenar la bañera, pero mereció la pena. Se sumergió en el agua caliente y sintió que sus músculos tensos comenzaban a relajarse. Cerró los ojos y apoyó la cabeza, tratando de asimilar lo que había pasado ese día.

Su momento de tranquilidad se vio interrumpido por una corriente de aire fresco. Levantó la cabeza y vio a Marco en la puerta.

–Me alegro de comprobar que te sientes como en casa.

–¡Sal de aquí! –exclamó Elaine tratando de cubrirse.

Nunca antes había estado desnuda delante de un hombre.

–Ahórrate tu pudor de doncella.

No tenía ni idea de lo acertada que era su descripción.

–No hay nada que no haya visto antes –añadió–. Confiaba en poder retrasar un viaje un par de días, pero me necesitan en Hawái para cerrar un importante acuerdo.

–¿Podemos seguir esta conversación cuando no esté desnuda y goteando agua?

Marco tensó la mandíbula. La imagen que aquel comentario evocaba era tan erótica que a punto estuvo de sacar aquel cuerpo resbaladizo de la bañera para demostrarle lo que podía hacerle mientras estuviera desnuda y goteando agua.

Había pensado que al pillarla en el baño podría desvelar el misterio y disminuir así parte de su atractivo. Pero no había ocurrido. La piel que podía adivinar bajo el agua lo estaban excitando y haciendo que la deseara con una intensidad que lo sorprendía.

Los intentos de Elaine por cubrirse habían hecho que su escote asomara sobre la superficie del agua y le estaba costando trabajo apartar la mirada. Había visto muchas mujeres desnudas, algunas de ellas muy guapas. ¿Por qué iba a ser aquélla especial? No debería serlo, pero lo era.

–De acuerdo, te esperaré en el salón.

Tan pronto como se fue, Elaine salió de la bañera. Se envolvió en una toalla y echó un vistazo al dormitorio. Después de comprobar que no estaba allí, buscó algo que ponerse. Abrió el armario y a punto estuvo de caerse de espaldas. No había ningún traje de chaqueta azul o negro. El armario estaba lleno de ropa de marca y toda ella era muy diferente al que solía ser su uniforme. Aquel acuerdo mejoraba por momentos.

Echó un vistazo a la ropa. Había prendas de cachemir, seda y algodón, en tonos azules, rojos y dorados. Su parte más femenina estaba encantada ante aquella variedad. Era como estar de compras en casa. Pero no iba a aceptar aquello, aunque tampoco estaba dispuesta a ir a hablar con él vestida con una toalla.

Oyó a Marco paseando por el salón. Le incomodaba imaginar cuál sería la reacción de Marco al verla con el bonito vestido de seda que había elegido. Volvió a dejar el vestido en el armario, tratando de olvidar la imagen de Marco acariciándola por encima de aquella fina seda.

Todas las prendas eran extremadamente femeninas y ligeras. Eligió un vestido de algodón y, con él colgado del brazo, se fue a la cómoda en busca de ropa interior, que probablemente también había sido elegida por él.

Su rostro comenzó a arder al pensar en las manos de Marco sobre aquellos sujetadores y bragas de encaje. Le resultaba muy íntimo, insoportablemente sensual. Eligió unas bragas rojas y el sujetador a juego y acarició con los dedos el tejido. ¿Habría hecho Marco lo mismo? ¿Se la habría imaginado con ello puesto? Apretó los muslos para sofocar la sensación que la asaltó y sus pezones se erizaron bajo la toalla.

Elaine detuvo su imaginación desbocada. Se puso la ropa interior antes de ponerse el vestido de tirantes, y se anudó el cinturón. El escote era amplio y pensó en buscar un imperdible para unir los extremos en forma de uve.

–¿Elaine?

La voz de Marco resonó en el pasillo y Elaine salió rápidamente de la habitación. La idea de que entrara en su habitación era algo que sus hormonas no soportarían.

Marco se giró al oír que Elaine entraba en la sala. Había confiado en conseguir controlar sus ansias para cuando su esposa se hubiera vestido y se reuniera con él. Y así habría sido si no hubiera aparecido vestida como la fantasía de cualquier hombre.

El vestido rojo de tirantes se ajustaba a su cuerpo con un lazo, haciéndola parecer un regalo envuelto para él. Un regalo que estaba deseando desenvolver. Deseaba tirar de los extremos de aquel lazo y descubrir su piel pálida bajo aquel vestido. Deseaba ver cada centímetro de su cuerpo, acariciar su piel sedosa y besar su cuello.

La costura de su pantalón se tensó por su erección y cambió de postura, tratando de disimular su reacción.

Elaine se sentó en el sofá. Sus pechos se movieron con ella y aquel suave bamboleo atrajo su atención. Si llevaba sujetador debía de ser uno ligero y de encaje, pensado para realzar los pechos de una mujer más que para disimularlos. Podía adivinar sus pezones bajo el fino algodón. ¿Serían pálidos y rosados como toda ella? Apretó la mandíbula. Debía de estar haciendo aquello a propósito. Nadie podía estar tan provocativo por casualidad.

Era más guapa de lo que le había parecido en un principio. El disfraz de empresaria lo había engañado, pero poco a poco la máscara estaba cayendo y estaba conociendo a la verdadera Elaine. Se había mostrado abochornada al encontrarla en la bañera, pero dudaba de que una mujer tan seductora pudiera avergonzarse por algo así.

Había hecho un trabajo magnífico disimulando su aspecto sensual y provocador. A pesar de su reputación, casi lo había convencido de que era una mojigata. Ahora se daba cuenta de lo buena actriz que era. La mujer que estaba sentada frente a él conocía el efecto que provocaba en los hombres. Era imposible que no se diera cuenta del atractivo sexual que irradiaba.

Podía ser divertido seguirle el juego, tomar lo que le estaba ofreciendo mientras compartieran el mismo techo. Era muy tentador. Sabía que tenía un calendario, pero a él no le preocupaba. Podía disfrutar de ella físicamente y no caer en su trampa.

Más tarde, cuando el acuerdo con James Preston se cerrara, consideraría aceptar su oferta de usar su cuerpo exquisito.

Marco carraspeó y se sentó en la butaca que había frente a ella. Miró a Elaine como si estuviera a punto de comenzar una reunión del consejo de administración.

–¿Qué has hecho con mi ropa? –preguntó ella, arqueando una ceja.

–Está en una caja en algún sitio –contestó él agitando una mano en el aire.

–¿No crees que deberías haberme consultado antes de cambiar todo mi vestuario?

–Era necesario, créeme.

–No me entusiasma sentirme comprada.

–Eso es básicamente lo que he hecho. Te voy a pagar con Chapman Electronics por ser mi esposa. Y si vas a hacer el papel de la señora De Luca, tienes que dar la talla. Los actores usan disfraces. Considéralo así si te hace sentir mejor.

Abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla.

–¿Sabes que he estado viendo uno de los hoteles de James Preston en Hawái y que está deseando vendérmelo debido a mi buena reputación?

–Sí, lo recuerdo. El Hanalei Bay Resort.

James Preston era un hotelero legendario. Su resort en la isla de Kauai era el lugar escogido para las bodas de los famosos, las reuniones de empresas y las escapadas románticas de los millonarios.

–El mismo –dijo él sonriendo.

–¿Todavía tiene dudas?

–Se va haciendo a la idea poco a poco, pero quiere reunirse conmigo antes de llegar a un acuerdo.

–Lógico.

–Además, tengo que revisar las instalaciones antes de tomar una decisión final.

–¿Cuánto tiempo estarás fuera?

–No estaremos fuera más de dos semanas.

–¿Estaremos?

–Sí, los dos.

–¿Y mi trabajo? ¿Esperas que lo deje todo para ir al paraíso y dejarlos plantados?

–Así es, Elaine. Piensa en esto como en una prueba de trabajo. Si haces las cosas a mi manera, al final te harás con la compañía. De todas formas, recuerda que si mis objetivos se alcanzan, los tuyos también.

–¿Cuándo nos vamos?