Capítulo 8

MARCO rodó sobre su espalda. Su respiración era pesada y podía sentir los latidos de su corazón en la cabeza. Todo su cuerpo seguía en llamas por la que había sido la mejor experiencia sexual de su vida. Además del hecho más imprudente y estúpido que jamás había cometido.

Había practicado sexo con ella sin preservativo y la había creído cuando le dijo que tomaba anticonceptivos. Y lo cierto era que era virgen. ¡Una virgen!

Nunca antes había besado a una mujer inocente y ahora acababa de acostarse con una. Se sentía culpable por haberle arrancado su virginidad a la vez que sentía rabia ante la idea de que estuviera ingeniándoselas para atraparlo.

Se giró y miró a la mujer que tenía a su lado en la cama. Tenía unas lágrimas rodando por las mejillas y el labio inferior, hinchado por sus besos, estaba temblando. Sintió un nudo en su interior y la culpabilidad pudo con la ira.

–¿Te he hecho daño? –preguntó, secándole una lágrima con el dedo.

Ella sacudió la cabeza y sonrió.

–No me ha dolido demasiado.

–¿Por qué no me dijiste que eras virgen?

–No pensé que importara. De hecho, pensé que no te darías cuenta. Además, no me habrías creído.

–No lo sabes.

Tenía razón. No la hubiera creído. Habría pensado que era alguna clase de estratagema, alguna táctica para hacerle bajar la guardia y conseguir que hiciera algo estúpido e irresponsable. Aun así, había hecho algo estúpido e irresponsable.

Unas cuantas lágrimas más rodaron por sus mejillas.

–Te he hecho daño, ¿verdad?

–No, no sé por qué estoy llorando. No suelo ser llorona.

–La primera vez de una mujer es muy emotiva.

–¿Tienes experiencia?

–Tan sólo esta vez.

Una expresión de alivio apareció en sus llorosos ojos azules. Marco tenía intención de preguntarle acerca de las pastillas anticonceptivas, si de verdad las tomaba, pero no se atrevía a formular la pregunta al verla tan vulnerable.

Ella se sonrojó y paseó los ojos por la habitación para desviar su mirada.

Marco la tomó por la barbilla y la obligó a mirarlo.

–¿Necesitas algo?

–No tengo ropa aquí.

Él sonrió.

–He visto y saboreado cada centímetro de tu cuerpo, cara mia. Demasiado tarde para mostrarte vergonzosa.

–Bueno, es diferente. Estábamos... Y ahora estamos...

Elaine tiró de las sábanas y se cubrió el cuerpo con ellas antes de ponerse de pie.

–¿Adónde vas?

–Iba a por mis pastillas anticonceptivas y después iba a dormir en el sofá.

Aquello respondía su pregunta sobre las pastillas.

–No vas a dormir en la otra habitación.

–Creía que a los hombres no os gustaba hablar después de... Bueno, ya sabes.

–Vuelve a la cama, Elaine. Después de tomarte la pastilla, claro.

Salió disparada. Sus pasos estaban limitados por la sábana que la rodeaba.

No le encontraba sentido a aquella mujer. No daba la impresión de ser cándida y era extraordinariamente bella. El que se hubiera metido en su cama sin experiencia era una pieza más en aquel puzle. Se enorgullecía de adivinar lo que pensaban otras personas. En los negocios había algo más que números, había intuición. Con Elaine, su intuición parecía estar de vacaciones. No la entendía mejor que la primera vez que había entrado en su oficina con aquella extraña propuesta.

Elaine volvió a la habitación. Su rostro estaba sonrosado y llevaba la bata de seda que habían dejado en el porche y la sábana colgando del brazo.

–Mira, no estaba mintiendo –dijo mostrándole el paquete de pastillas–. No pondría en riesgo la compañía por algo así.

Dejó las pastillas en la mesilla de noche y se quedó de pie abrazándose. Se la veía joven e inocente. Algún desconocido y oculto instinto protector le hizo levantarse y tirar de ella hacia la cama.

–Así que, ¿por qué has decidido acostarte conmigo? Habías dejado claro que querías reservarte.

–No del todo –contestó ella encogiéndose de hombros–. Es como dijiste, deseo y satisfacción. Nunca antes había deseado tanto estar con alguien y no habría dado el paso si no hubiera estado segura de lo que quería. Hubo un hombre con el que pensé que... Bueno, cuando le dije que todavía no estaba lista, pareció entenderlo. Pero al día siguiente descubrí que le había ido contado a todos los de la oficina que estaba fuera de alcance porque tenía algo con el jefe. Sé que conoces la historia. De todas formas, nunca he querido volver a intentar tener una relación.

La veracidad de sus palabras hizo que Marco sintiera una punzada de dolor en su pecho. La imagen de una joven e inocente Elaine siendo arrastrada por el barro por un cínico, con el corazón roto y la reputación hecha añicos, le afectó más de lo que esperaba. No quería ser parte de aquel mundo que le había robado la inocencia, pero ya lo era.

–Ésta no va a ser una relación permanente. No es así como hago las cosas.

No le gustaba la crudeza de sus palabras, pero no quería darle tiempo para que fantaseara con la idea de un futuro en común. Ésa era una razón por la que siempre había evitado mujeres sin experiencia. Pensaban que el amor y el sexo eran dos cosas ligadas y lo cierto era que él no ofrecía esa clase de amor.

Elaine se irguió. Sus ojos azules no mostraban emoción alguna.

–Lo sé. Yo tampoco busco una relación.

Una vez más, aquella mujer se las había arreglado para sorprenderlo. Nunca decía o hacía nada de lo que esperaba que hiciera o dijera. Había imaginado que le preguntaría sobre sus sentimientos, pero en vez de eso, se había mostrado fría y distante desde que había vuelto a la habitación.

–Entonces, ¿qué es lo que quieres?

Se puso colorada. Ahora sabía que su rubor era real. Se sonrojaba como una virgen porque eso era precisamente lo que era.

–La compañía de mi padre –dijo levantando la barbilla.

–Me refiero a qué es lo que quieres de mí –dijo esbozando una sonrisa–. ¿Cuáles son tus condiciones?

Elaine no sabía cómo mantener una conversación con un hombre desnudo. Era difícil concentrarse en las palabras estando tan próximos. Todo lo que deseaba era besarlo, recorrer su cuerpo con las manos y sentir que la poseía una vez más. Más difícil era decirle lo que quería cuando no tenía ni idea de qué era lo que buscaba o esperaba.

¿De veras podía mantener una relación con él sin ataduras?

Su cuerpo decía que sí. Y su mente también. Cuando las cosas volvieran a la normalidad, Marco saliera de su vida y ella tomara posesión de su cargo de presidenta de Chapman Electronics, se entregaría de nuevo al trabajo. Nunca encontraría tiempo para una relación. Tenía que aprovechar el momento mientras pudiera.

Y cuando todo acabara, tendría unos bonitos recuerdos de lo que era estar en los brazos de Marco. No se imaginaba compartiendo con otro hombre las intimidades que había compartido con él. Quizá fuera su inexperiencia, pero lo cierto era que sentía repulsa ante la idea de otro hombre tocándola. Por eso tenía que disfrutar el momento. Los hombres satisfacían sus necesidades físicas sin que los sentimientos se mezclaran. ¿Por qué no iba ella a poder hacer lo mismo?

–Doce meses. La relación física durará lo que dure el matrimonio. Ninguno de los dos será infiel y al final cada uno obtendrá lo que hemos acordado –dijo ella, sorprendida por la firmeza de su voz.

Marco esbozó una sonrisa pícara, que hizo que el corazón de Elaine se desbocara.

–¿Un acuerdo de negocios, señorita Chapman?

–No podría ser de otra manera, señor De Luca.

Esta vez, su voz sonó temblorosa ante la expresión lasciva del rostro de Marco.

Él la rodeó por la cintura y la desnudó.

–Creo que podemos decir que estamos mezclando placer y negocios –dijo acariciando uno de sus pezones.

Elaine sintió que se derretía. Estaba dispuesta a entregarse a lo que quisiera hacerle.

Sus labios se cerraron sobre los de ella y le fue imposible pensar con claridad. Su corazón latía con fuerza y una nueva oleada de sensaciones invadió su pecho. Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Si podía mantener sus sentimientos al margen, entonces todo saldría bien. Podría disfrutar de Marco y salir airosa.

La idea de abandonarlo le hizo sentir una punzada de dolor que igualaba el placer que sus habilidosas manos estaban despertando. De pronto fue incapaz de pensar y se dejó llevar por un torbellino de sensaciones.

–Buenos días –dijo una voz profunda y viril, sacándola de su sueño.

Poco a poco sus sentidos fueron despertando. Había una mano grande en su vientre y podía sentir la potente erección de Marco junto a su costado.

Los hechos que habían ocurrido la noche anterior fueron tomando claridad. Se había acostado con Marco. Ahora, él sabía que había llegado a los veinticuatro años siendo virgen. Había accedido a mantener una relación exclusivamente sexual durante doce meses.

Había perdido la cabeza.

Marco deslizó su mano hacia arriba y empezó a jugar con sus pezones. Ella gimió. Sí, había perdido la cabeza. Y si seguía tocándola así, iba a perderla para siempre.

–Buenos días.

Trató de librarse de sus caricias para poder pensar con claridad, pero tan sólo consiguió que se intensificara el contacto entre ellos. El roce con su pene y el consiguiente gemido de placer hizo que una sacudida de deseo la recorriera. Parecía que no fuera a recobrar la cordura.

–No hace falta que te levantes. Nos traerán el desayuno en unos minutos.

–¡No quiero que me encuentren desnuda en tu cama!

–Somos recién casados. ¿Dónde si no iban a encontrarte?

Marco levantó las manos por encima de la cabeza de Elaine, atrapándola. Bajó la cabeza y la besó apasionadamente. Luego, colocó uno de sus muslos entre los de ella, separándole las piernas.

El interfono sonó y Marco se apartó de ella.

–No me importa que me encuentren en la cama contigo, pero no quisiera que nos interrumpieran haciendo el amor –dijo él sonriendo–. Pierdo el control contigo, cara.

No pudo evitar admirar su cuerpo desnudo mientras atravesaba la habitación para sacar unos vaqueros del armario. El saber que no llevaba ropa interior le resultaba excitante.

Había pensado que hacer el amor con Marco iba a saciar su deseo. Se había equivocado. Lo único en lo que podía pensar era en saborearlo de nuevo.

Ahora que había descubierto el sexo, se preguntó cómo la gente podía conseguir hacer cosas, porque el buen sexo aturdía los pensamientos y dibujaba una sonrisa bobalicona en el rostro.

Miró su imagen en el espejo que estaba al otro lado de la habitación. No había ninguna duda de que lucía aquella sonrisa bobalicona. Tenía la piel de la cara y el cuello irritada por el roce de la incipiente barba de Marco. Sabía que, si se miraba la cara interna de los muslos, encontraría la misma irritación. Eso hizo que se ruborizara.

Se levantó de la cama y pensó en ir al cuarto de baño para buscar su maleta. El día anterior no había deshecho la maleta. Se había resignado a dormir en el sofá y la idea de colgar su ropa en el mismo armario que Marco, le había parecido algo demasiado íntimo. Lo que en aquel momento resultaba divertido, puesto que después de la noche que habían compartido, ya no había secretos físicos entre ellos.

Marco regresó a la habitación en aquel momento, cargando con una bandeja llena de pasteles, fruta y embutidos. Iba sin camisa y parecía la fantasía de cualquier mujer.

Elaine se agachó y tiró de la sábana en un intento por cubrirse. Él rió y sacudió la cabeza antes de dejar la bandeja a los pies de la cama. Luego, tiró de la sábana dejando a Elaine desnuda. A continuación la besó en los labios.

–No tienes por qué cubrirte. Te prefiero desnuda –dijo apartándole un mechón de pelo del rostro–. Pareces más delicada.

Ella fijó la mirada en los músculos del torso de Marco.

–No puedo decir lo mismo.

–Sí, pero ésa es una de las muchas cosas que nos diferencian a los hombres y a las mujeres. Nuestras diferencias nos complementan.

Una sonrisa se dibujó en los labios de Elaine.

–Nunca antes lo había pensado de esa manera.

–¿Tienes hambre? –preguntó Marco sentándose en la cama y señalando la bandeja.

–Estoy muerta de hambre.

Se sentó junto a él, desnuda, preguntándose qué había pasado con el momento de cordura que había tenido al levantarse. De nuevo, volvió a asomar en su rostro aquella sonrisa bobalicona al mirar a su amante. Su amante. La sonrisa se hizo más amplia.

–¿Qué tenemos en el menú?

–Tostadas francesas y fruta fresca. Y creo que eso es embutido.

–No me apetece embutido –dijo Elaine tomando un trozo de mango.

Le resultaba extraño estar sentada con él en la cama compartiendo una bandeja y comiendo con los dedos.

Después de hacer el amor, se ducharon por separado y se prepararon para el día. Marco había tratado de convencerla para que se ducharan juntos, pero Elaine se negó consciente de que, si caía en la tentación, no saldrían en todo el día de la villa. Su cuerpo estaba deseando dejarse llevar, pero sentía la necesidad de controlar la situación y no sería capaz de hacerlo si dejaba que Marco le pusiera las manos encima.

Elaine hurgó en su maleta y encontró unos pantalones blancos cortos de lino y un top verde de seda. Nunca antes había estado tan consciente de su propio cuerpo hasta la noche anterior, cuando Marco le había enseñado lo que era sentirse una mujer. Deseaba distinguirse de los hombres y disfrutar del poder de su feminidad.

Se recogió el pelo y se fue al salón de la villa.

–¿Qué tenemos en la agenda? –preguntó Elaine.

Marco alzó la mirada y se quedó de piedra por el arrebato de lujuria que sintió. Se la veía muy joven y guapa. Su porte altivo y distante había dado paso a una expresión encantadora. Parecía una mujer satisfecha y no pudo evitar regodearse como un cavernícola por el hecho de ser el hombre que le había hecho sentir de aquella manera. La había llevado hasta la cima del placer. Había sido el único hombre en besar sus pechos y en unir su cuerpo al de ella. Era toda una novedad para él. Aunque no lo llamaría novedad; era algo más que eso.

Todavía no tenía ni idea de cuál era su juego, si había algún juego. Por primera vez pensó que quizá fuera cierto todo lo que le había contado. Quería la compañía de su padre por una cuestión de orgullo y justicia, y había puesto todas las cartas sobre la mesa al casarse. Se había acostado con él porque lo deseaba. Nunca antes Marco se había preocupado por lo que pensaran sus amantes. Disfrutaba de sus cuerpos, pero le daba igual cuáles fueran sus sueños y deseos.

No debería ser diferente con Elaine. Era su esposa, pero el matrimonio no era más que un acuerdo empresarial. La relación que habían acordado era un asunto diferente. Era exclusivamente física y si Elaine pretendía que fuera duradera o quedarse con su fortuna, no iba a tener suerte. No era un hombre que se cegara por el sexo, aunque fuera un sexo fantástico. Sus sentimientos y su cabeza siempre permanecían separados. No había manera de que Elaine pudiera atraparlo.

–Negocios –contestó Marco.

La miró sonriente y se sintió satisfecho al ver que sus mejillas se sonrojaban. Todavía se ruborizaba inocente y eso le gustaba mucho.

–Tengo una reunión con James para exponerle mi plan de negocio para el resort –concluyó–. ¿Quieres acompañarnos?

Un brillo asomó en los ojos azules de Elaine y Marco ignoró la satisfacción que su felicidad le producía.

–Bueno, si no te importa...

–Ya es tuyo –dijo Elaine al salir de la oficina de James.

Marco reparó en la sonrisa confidente de Elaine.

–¿Eso crees?

Ella asintió y unos cuantos mechones de pelo escaparon de su coleta.

–Tu idea es muy buena. Por lo que has dicho en la reunión, creo que tus planes reportarán un incremento de beneficios del trece por ciento en dos años.

–Ése es un porcentaje más generoso del que había calculado.

–Entonces hay algo de lo que no te has dado cuenta –dijo regocijándose–. El club nocturno que piensas construir en el resort puede reportarte ganancias de los clientes de los otros hoteles, si consigues incluirlo entre los servicios ofertados. Eso te ayudará a compensar los gastos de construcción.

–Es una idea.

–Una muy buena idea.

Se inclinó hacia él y su esencia embriagó sus sentidos. Había sido suya esa mañana, pero su cuerpo seguía necesitando la intensidad que había experimentado a su lado.

–Estás muy segura de ti misma –dijo y la besó en el cuello.

–Deberías saber que la confianza es el secreto del éxito –dijo ella sin aliento.

–Pensé que era una pose.

Un gemido escapó de sus labios.

–No puedo pensar si sigues acariciándome así.

–¿Así? –dijo besándola en la base del cuello.

–Sí, así.

–Creo que es hora de volver a la villa.

–Estoy de acuerdo.

Los siguientes días transcurrieron en un ambiente sensual. La compra del resort estaba prácticamente hecha y James le había animado a que aprovechara el fin de semana para disfrutarlo con su esposa. En opinión de Elaine, lo había hecho bastante bien. Habían desayunado en la cama, cenado a la luz de las velas y, por supuesto, habían practicado sexo. No quería referirse a ello como «hacer el amor». Era demasiado peligroso, como cuando Marco la había tomado de la mano durante un paseo por la playa o cuando la había abrazado contra su pecho en la cama.

El lunes por la mañana pensó que Marco volvería a trabajar como de costumbre, pero para su sorpresa, salió del cuarto de baño con unos pantalones cortos y una camiseta.

–Pensé que podríamos pasar el día juntos –dijo él–. ¿Te compró mi secretaria calzado para caminar?

Aunque lo intentó, no pudo disimular la sensación que la invadió. Por lo visto, era algo normal en él tomarse tiempo libre para pasarlo con sus amantes.

Eso la dejó helada. ¿Era ella una de sus amantes? No, por supuesto que no. No dependía de él y de ninguna manera pretendía ser una mujer mantenida. Tenía un trabajo y muchas ambiciones.

–Creo que no, pero sí tengo zapatillas de deporte.

–Te servirán. No te mareas navegando, ¿verdad?

–No lo sé.

–Hoy vas a descubrirlo –dijo él sonriendo.

Una lengua de arena blanca delante de un espeso follaje surgió a la vista y Elaine se inclinó sobre la barandilla del pequeño yate para ver mejor. Respiró el aire salino y de nuevo se sintió aliviada por no sufrir de mareos.

Marco apareció por su espalda y la rodeó con sus fuertes brazos.

–Ésta es la isla de Kapu. Significa tabú –dijo y Elaine sintió un estremecimiento–. Está en venta y estoy pensando comprarla y construir una villa de lujo. Alquilar una isla privada es el no va más de las vacaciones.

–¿Vas a comprar una isla?

–Es un paraíso para enamorados. La fantasía de ser las únicas personas sobre la tierra hecha realidad, con todos los lujos modernos que se pueda imaginar.

Podía imaginárselo. Marco y ella solos en la isla, con nada más que hacer que darse placer mutuamente.

–¿Sería una ampliación del resort?

–De alguna manera, sí. Pero lo mantendré separado. Sólo cuando esté en uso podrá haber clientes y personal.

–Eso suena tentador.

–Ésa es la idea –dijo él sonriendo.

Marco y los pocos miembros de la tripulación apenas tardaron en atracar el yate.

–¿Tu familia solía navegar? –preguntó Elaine fijando la mirada en los músculos de sus brazos mientras se movía.

Marco se detuvo y se irguió. La expresión de su rostro cambió.

–No –dijo y cruzó la cubierta antes de bajar al muelle.

Marco no hablaba nunca de su familia y, hasta entonces, Elaine había pensado que era una casualidad. Pero debería haberse dado cuenta de que con Marco no había casualidades. Había evitado aquel tema a propósito y, si no quería hablar, no insistiría. No se había equivocado al adivinar que era reservado. No contaba nada personal, lo que tampoco le había importado puesto que ella tampoco quería revelar la desastrosa infancia que había tenido. Pero ya no era suficiente limitar la conversación al tiempo o a la bolsa. Quería más y eso era peligroso.

–Compré mi primer barco a los diecinueve años. Navegué desde Puerto Vallarta hasta San Diego y luego viajé por el país. Lo disfruté mucho.

Podía imaginárselo a bordo de un yate blanco, rodeado de mujeres con diminutos biquinis. Un nudo se le formó en la boca del estómago. Sabía que Marco tenía mucha más experiencia que ella y la idea de otras mujeres acariciándolo, la revolvía.

–Lo vendí hace unos años –continuó– porque ya no tenía tiempo de hacer excursiones en barco.

–¿Se vio afectada tu vida social? –preguntó sin poder borrar de su mente la imagen de mujeres bellas manoseándolo.

Él le dirigió una mirada fulminante, adivinando sus pensamientos.

–No me acuesto con todas las mujeres con las que me fotografían.

Elaine intentó mostrarse indiferente ante su comentario.

–¿Cómo?

–Creo que estás celosa, cara mia.

Marco parecía divertirse con la idea. Lo malo era que tenía razón.

–¿No te molestaría imaginarme con otros hombres?

Se acercó a ella y le dio un beso apasionado. Cuando se separaron, sus respiraciones eran pesadas y sus latidos, erráticos.

–No vivirían para disfrutar de sus dulces labios. Yo no lo permitiría.

Trató de darle una respuesta cortante, algo relativo a sus orígenes en la era neolítica. Pero estaba demasiado ocupada saboreando el placer de saber que Marco la deseaba y que no quería que nadie más la tuviera. Sentía que era suya del mismo modo en que ella se sentía dueña de él.

Rápidamente sacudió la cabeza para olvidar sus votos matrimoniales y siguió a Marco desde el muelle hasta la playa de arena blanca. No había ni una sola huella, tan sólo la marca de las olas.

–Me han dicho que hay una cascada. Podemos ir a verla si te apetece caminar.

–Por supuesto –dijo ella tratando de mantener su ritmo mientras caminaban entre los árboles.

Y pensar que hacía tan sólo una semana estaba sentada en su cubículo gris, calculando números... Parecía que hacía años de eso. Apenas encontraba conexión con aquellos dos momentos de su vida.

De pronto, Marco se giró y sonrió.

–Ya estamos cerca. Oigo el agua.

Caminaron en dirección al sonido, hasta donde acababan los árboles y se abría un claro. El agua caía en cascada por una formación rocosa hasta una poza de aguas profundas.

Marco se puso a su lado y la rodeó por la cintura. Podía sentir el calor de su cuerpo a través de la ropa.

–No parece real. Es como un sueño.

No sólo se refería al entorno, sino al hombre que tenía a su lado.

–¿Crees que esto les gustará a los que busquen un rincón romántico?

–A mí me parece absolutamente perfecto.

–¿Quieres probar el agua?

Ella lo miró escéptica.

–Pensé que habíamos venido por negocios.

Marco sintió una erección al imaginársela con el cuerpo mojado y los pezones duros por el frío del agua.

–Hemos venido a probar las instalaciones –dijo–. Nunca compro un coche sin antes probarlo. No voy a comprar una isla sin antes conocer sus atracciones.

Una sonrisa iluminó el rostro de Elaine y se soltó los tirantes de su top. Aquel top estrecho llevaba atormentándolo toda la mañana. Después, se lo sacó por la cabeza y se quedó con un biquini azul que apenas cubría sus curvas. Sus pezones estaban duros y presos de la lycra. Deseaba acariciarla, saborearla, recorrerla con la lengua hasta que gritara su nombre.

–¿Ves algo que te guste?

–No lo sé. Continúa.

Elaine puso los ojos en blanco y se quitó los pantalones cortos que llevaba. La parte inferior del biquini era tan diminuta como la superior.

–Tu turno –dijo ella, con aquel tono de voz sensual que revelaba su excitación.

Vio cómo se quitaba el bañador y sus ojos lo recorrieron con ansia. Era una mujer diferente a las mujeres que hasta entonces había conocido. No se comportaba con timidez, pero tampoco se mostraba atrevida. No había nada falso en su respuesta. Era totalmente sincera mostrando su deseo y no hacía nada por ocultarlo, aunque tampoco trataba de llamar su atención.

El anhelo que veía en sus ojos azules era su perdición. Le pasó el brazo por la cintura y la atrajo contra su cuerpo. Una tímida excitación iluminó su rostro. Se asombraba cada vez que se ruborizaba. Una intensa emoción lo sobrecogió y tuvo la sensación de que se movía el suelo sobre el que pisaba.

La agarró con fuerza y dio un par de pasos antes de lanzarse al agua tirando de ella.

Elaine salió del agua chapoteando, con el pelo pegado a la cara y le lanzó una mirada de odio. Pero al verlo sonreír, olvidó su enfado. Si hubiera estado de pie, sus rodillas le habrían fallado.

Se soltó de su brazo y nadó hasta la cascada, consciente de que la seguía. Luego se subió a una roca que había en la base de la cascada y se sentó recogiendo las piernas.

De un impulso, Marco salió del agua a la roca con facilidad, marcándose sus músculos bajo su piel bronceada.

–¿Enfadada? –preguntó acariciándole la base del cuello.

El contacto fue muy breve, pero sus pensamientos se volvieron perversos.

–Sí, has hecho que me mojara.

–Cuidado, un hombre puede interpretar eso de diferentes maneras –dijo y acarició el escote de Elaine.

–¿Siempre piensas en sexo?

–No siempre. Pero ése parece ser el tema cuando estoy contigo –dijo tomando sus pechos entre las manos y acariciando con los dedos los pezones.

Ella se estremeció y miró hacia la vegetación en busca de algún movimiento entre las plantas.

–Marco, estamos al aire libre.

–Es una isla privada y la tripulación se ha quedado a bordo del yate.

Se inclinó y la besó en el cuello. Elaine sintió flojear su cuerpo, rindiéndose a las sensaciones que tan fácilmente despertaba en ella.

Marco le soltó los tirantes del biquini y la dejó desnuda ante su hambrienta mirada.

–Eres preciosa –dijo él acariciándole un pezón.

Ella se estremeció y se preguntó si alguna vez alguien habría muerto de deseo.

Marco tomó agua con la palma de la mano y la vertió por encima de Elaine, dejando que recorriera su cuerpo. El contraste entre el agua fría y el calor de su piel la hizo gemir, además de incrementar su excitación.

Elaine se estiró, buscando algo a lo que aferrarse. Encontró un helecho y se agarró a él con tanta fuerza que las hojas cayeron entre sus manos.

Marco tomó más agua y volvió a atormentarla echándosela por los pechos y lamiendo las gotas con la lengua. Ella se arqueó, rogando en silencio que la poseyera. Soltó el helecho y acarició la cabeza de Marco mientras tomaba uno de sus pezones en la boca.

Luego, él soltó los lazos de la parte inferior del biquini y su mirada se tornó oscura por el deseo que despertaba el verla desnuda.

–Estoy en desventaja –dijo.

Elaine se sorprendió ante la audacia de acariciar su pene erecto por encima de su bañador. Puso la otra mano sobre su pecho y lo empujó suavemente, haciendo que sus hombros quedaran bajo el agua que caía de la cascada.

Después llevó las manos hasta la cintura del bañador de Marco y se lo bajó, acariciando sus muslos musculosos y esquivando la zona alrededor de su erección. Él se estremeció y ella disfrutó con su respuesta. Nunca podría cansarse de su cuerpo ni de mirarlo. Era el ejemplo perfecto de cómo debía ser un hombre.

Se agachó y lo saboreó. Él la tomó por la cabeza, enredando sus dedos en los mechones mojados. Elaine no sabía si pretendía apartarla o dejarla allí, pero cuando pasó los labios por su miembro, su mano se quedó inmóvil.

Continuó dándole placer hasta que sus muslos empezaron a temblar. Marco la apartó y le hizo incorporarse para besarla con furia. Cuando se separaron, ambos respiraban entrecortadamente.

–¿Ha estado bien? –preguntó ella.

–¿Bien? Un poco más y habría acabado antes de empezar.

Marco la atrajo hacia su regazo y Elaine se sentó a horcajadas sobre él. Luego, la hizo levantarse y colocarse sobre su pene antes de penetrarla.

Con los ojos clavados uno en el otro, Elaine empezó a moverse. Estaba al borde del orgasmo, pero era demasiado pronto, aunque apenas podía contenerse. Marco deslizó su mano entre ellos y empezó a acariciarle el clítoris. Elaine se agitó y gritó, sin importarle si alguien podía oírles. Lo único que le preocupaba era la intensa sensación que la llenaba.

Marco la embistió una última vez y alcanzó el orgasmo, dejando escapar un gemido. A continuación, apoyó la cabeza sobre los pechos de Elaine y la envolvió con sus brazos. Ella lo abrazó, disfrutando de aquella cercanía que tanto la asustaba.

Había sido una estúpida al creer que podía tomarse aquella aventura como un asunto de negocios. Después de aquello, nunca podría olvidarlo. Había entrado a formar parte de ella y la había hecho cambiar.

Había hecho lo que había pensado no hacer, lo que creía que era incapaz de hacer. Había cometido un pecado imperdonable: se había enamorado de su marido.